Los aficionados a la literatura y, en general a todas las artes que tienen relación con las palabras, pensamos que es una patria común. Sin embargo, cuando atravesamos las fronteras nos damos cuentas de que, en general, vivimos en una tierra prestada. Muy cerca de nuestro apartamento en Nueva York , Philip Roth celebraba una entrevista-diálogo con el público -un género al que son muy aficionados los americanos- y a la que hubiera sido inútil asistir porque nuestro dominio del idioma no da más que para conversaciones existenciales -¿dónde? ¿cuándo? ¿cuánto? ¿porqué?-. Sin embargo, el resto de las artes no tienen fronteras. La arquitectura, en su silencio, cuenta la historia de las ciudades, sus triunfos, sus derrotas, sus cicatrices. En Nueva York la historia se cuenta trompicones, a impulsos inconexos que, con el paso del tiempo ha adquirido una gramática común.
La zona cero ha sido piadosamente clausurada para que nadie vea el terrible costurón del imperio. A pocos pasos se levanta la primera catedral del mercantilismo mundial, Woolworth y poco más allá, en una calle que no es más ancha que una callecita provinciana, se levantan los edificios de Wall Street. Junto a sus innumerables puestos de comida, viendo entrar y salir a los conocidos broker, te preguntas si realmente allí está el resorte de la economía financiera mundial. En algunos de los edificios que admiras, como el Lipstick, se gestaba el monumental fraude de Madoff, unas calles adelante el soberbio edificio Citigroup anuncia el despido de más de 50.000 trabajadores. Desde los altivos rascacielos sube una exigencia de dinero público con la amenaza de derrumbarse sobre la ciudad. Mientras te acercas –a cada paso más bello- al edificio Chrysler, te preguntas si estás viendo el principio y el final de esta historia, del sueño americano de la prosperidad infinita, de la ganancia ilimitada, de la altura inconcebible…Abajo la multitud, - que no es masa, sino singular, particular, individual, diversa- te ofrece un discurso opuesto a las cúpulas que acabas de visitar. Los pequeños comercios, las minúsculas cafeterías, disputan incluso los espacios del urbanismo más exclusivo. Contemplan con indiferencia las peticiones de ayuda al sector automovilístico, porque en su mayoría ni tienen ni quieren coche. Se desplazan en metro y, sobre todo, a pie. Son los que menos energía consumen y derrochan de Norteamérica, han conquistado espacios públicos y jardines por toda la ciudad y son tremendamente partidarios del gasto social. Casi el cuarenta por ciento de sus habitantes han nacido fuera, por eso no llaman a nadie forastero, y se dicen neoyorkinos al poco tiempo de vivir aquí. Mientras el gobierno socialista en nuestro país aprueba nuevas medidas para hacerle la vida imposible a los que han venido a nuestra tierra, pero seguimos pensando que ellos son los altivos y nosotros los solidarios...
1 comentario:
Bueno, Concha, menos los "Natives" de GANGS OF NEW YORK...Ha pasado mucho tiempo y, afortunadamente, a veces (sólo a veces, señor Benjamin) el tiempo es progreso. O novedad convertida en costumbre. Acostumbrada novedad, bonito oxímoron ¿no? Para titular un libro de versos. Como el "Seguro azar" de Salinas. "Oscura noticia"..."Vivir sin estar viviendo"...¿JUgamos a acordarnos de unas cuantas?
Esa acostumbrada novedad tiene la excitación de la espera y la sorpresa de lo inesperado. La sensación de que todos los días ocurrirá algo que los hará distintos sin cambiar de lugar, como un cuerpo que acumula experiencias sin dejar de ser él mismo. La mezcla, los extranjeros que dejan de serlo en poco tiempo, la ciudad que crea sus pequeñas italias, sus barrios chinos para derribar luego los ghettos y dejar que una receta mágica fabrique la pócima de un lugar compartido, diverso, innumerable. "Ellos son los altivos y nosotros los solidarios"...Qué va, ya lo has visto, Concha: Ellos ni siquiera tienen claro que son ellos frente a los europeos y quizás se sienten más algo distinto a los de Alabama, donde silban las películas de Woody Allen y donde se enteraron hace pocos años que una ley prohibía aún que se casaran los blancos con los negros. Y viceversa...que diría un genio de la puntualización políticamente correcta.
Quizás esa ciudad se te escondía en un regazo de tus prejuicios (de los nuestros), divirtiéndose a nuestra costa, como un niño escondido, agazapado en el rincón más triste de nuestro cuarto, a la espera de que lo descubriéramos. Y descubres (descubrimos) que todo era otra cosa y que quizás se comprende ahora que, cuando la miramos a tientas en la penumbra de un cine, Nueva York sea, en cualquiera de sus barrios, en Queen, en Harlem, en Manhattan, cualquiera de nuestros propios espacios de educación sentimental.
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