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miércoles, 24 de diciembre de 2008

TÓPICOS NUEVA YORK 2


Los aficionados a la literatura y, en general a todas las artes que tienen relación con las palabras, pensamos que es una patria común. Sin embargo, cuando atravesamos las fronteras nos damos cuentas de que, en general, vivimos en una tierra prestada. Muy cerca de nuestro apartamento en Nueva York , Philip Roth celebraba una entrevista-diálogo con el público -un género al que son muy aficionados los americanos- y a la que hubiera sido inútil asistir porque nuestro dominio del idioma no da más que para conversaciones existenciales -¿dónde? ¿cuándo? ¿cuánto? ¿porqué?-. Sin embargo, el resto de las artes no tienen fronteras. La arquitectura, en su silencio, cuenta la historia de las ciudades, sus triunfos, sus derrotas, sus cicatrices. En Nueva York la historia se cuenta trompicones, a impulsos inconexos que, con el paso del tiempo ha adquirido una gramática común.
La zona cero ha sido piadosamente clausurada para que nadie vea el terrible costurón del imperio. A pocos pasos se levanta la primera catedral del mercantilismo mundial, Woolworth y poco más allá, en una calle que no es más ancha que una callecita provinciana, se levantan los edificios de Wall Street. Junto a sus innumerables puestos de comida, viendo entrar y salir a los conocidos broker, te preguntas si realmente allí está el resorte de la economía financiera mundial. En algunos de los edificios que admiras, como el Lipstick, se gestaba el monumental fraude de Madoff, unas calles adelante el soberbio edificio Citigroup anuncia el despido de más de 50.000 trabajadores. Desde los altivos rascacielos sube una exigencia de dinero público con la amenaza de derrumbarse sobre la ciudad. Mientras te acercas –a cada paso más bello- al edificio Chrysler, te preguntas si estás viendo el principio y el final de esta historia, del sueño americano de la prosperidad infinita, de la ganancia ilimitada, de la altura inconcebible…Abajo la multitud, - que no es masa, sino singular, particular, individual, diversa- te ofrece un discurso opuesto a las cúpulas que acabas de visitar. Los pequeños comercios, las minúsculas cafeterías, disputan incluso los espacios del urbanismo más exclusivo. Contemplan con indiferencia las peticiones de ayuda al sector automovilístico, porque en su mayoría ni tienen ni quieren coche. Se desplazan en metro y, sobre todo, a pie. Son los que menos energía consumen y derrochan de Norteamérica, han conquistado espacios públicos y jardines por toda la ciudad y son tremendamente partidarios del gasto social. Casi el cuarenta por ciento de sus habitantes han nacido fuera, por eso no llaman a nadie forastero, y se dicen neoyorkinos al poco tiempo de vivir aquí. Mientras el gobierno socialista en nuestro país aprueba nuevas medidas para hacerle la vida imposible a los que han venido a nuestra tierra, pero seguimos pensando que ellos son los altivos y nosotros los solidarios...