Me desconciertan absolutamente las preguntas del tipo cuál es su libro favorito, su disco, su película, su personaje. Ni siquiera soy capaz de contestar a interrogaciones más generales como qué tipo de música o de literatura me gusta. Dejo en blanco todos los cuestionarios, comenzando por este blog, que componen tu perfil en base a un puñado de preferencias ordenadas. Me gustan tantas cosas, tan diversas y cambio con tanta frecuencia de orden de preferencias que me resulta imposible componer “un perfil”
Tengo, sin embargo, una pequeña galería de personajes que de alguna forma me confortan. La mayoría no son excesivamente conocidos; ninguno de ellos es heroico porque siempre he pensado que había una cierta teatralidad e impostura en los personajes que escriben su vida en letras mayúsculas, sin las contradicciones minúsculas y sin que la vida apenas les roce.
En esta pequeña galería personal ocupa un lugar Sylvia Beach, la creadora de la librería Shakespeare and Company, editora contra viento y marea del polémico Ulises de James Joyce.
La primera vez que visité París fui, como tantos otros, a la librería de idéntico nombre que se encuentra en la orilla izquierda, frente a Notre Dame. Pequeños grupos de turistas se agolpaban en la puerta con la cámara preparada para no sé qué acontecimiento. Pero no es esa la librería que fundó Silvia Beach. Bajo una lluvia persistente buscamos la calle Odeón sin encontrar rastro de la mítica Shakespeare and Company, hasta que levantamos los paraguas y pudimos ver, una pequeña placa con esta inscripción: “En 1922, en esta casa, Sylvia Beach publicó el Ulises de James Joyce”.
En esa casa, 12 rue Odeon, Sylvia Beach creó un lugar de encuentro para la creación literaria. Allí se dieron cita todos los pobres poetas y literatos que carecían de medios no solo para editar sus obras, sino en muchas ocasiones, para comprar los libros que se exhibían en las estanterías o una porción de queso en el bar más cercano. La literatura mundial cruzó esa modesta puerta, para gozar de la generosidad y de la inteligencia de esa joven anfitriona que se consideraba pagada con la compañía y las obras de sus protegidos, entre ellos John Dos Passos, Hemingway, T. S. Eliot, Djuna Barnes o Scott Fitzgerald.
La ocupación de Paris por los nazis supuso el cierre de la librería y Sylvia Beach fue internada durante algún tiempo en un campo de concentración. No es extraño que un descontrolado Hemingway, en el momento de liberación de la ciudad, en vez de dirigirse a los edificios oficiales, se encaminara con un pequeño destacamento a liberar Shakespeare and Company.
- ¡Sylvia!, ¡Sylvia! –gritó desde la calle. Pero los felices años veinte ya habían pasado para siempre.
Por fin tengo en mis manos un ejemplar del libro de memorias que Sylvia Beach escribió para contar esos tiempos en los que los escritores eran pobres y felices.
Tengo, sin embargo, una pequeña galería de personajes que de alguna forma me confortan. La mayoría no son excesivamente conocidos; ninguno de ellos es heroico porque siempre he pensado que había una cierta teatralidad e impostura en los personajes que escriben su vida en letras mayúsculas, sin las contradicciones minúsculas y sin que la vida apenas les roce.
En esta pequeña galería personal ocupa un lugar Sylvia Beach, la creadora de la librería Shakespeare and Company, editora contra viento y marea del polémico Ulises de James Joyce.
La primera vez que visité París fui, como tantos otros, a la librería de idéntico nombre que se encuentra en la orilla izquierda, frente a Notre Dame. Pequeños grupos de turistas se agolpaban en la puerta con la cámara preparada para no sé qué acontecimiento. Pero no es esa la librería que fundó Silvia Beach. Bajo una lluvia persistente buscamos la calle Odeón sin encontrar rastro de la mítica Shakespeare and Company, hasta que levantamos los paraguas y pudimos ver, una pequeña placa con esta inscripción: “En 1922, en esta casa, Sylvia Beach publicó el Ulises de James Joyce”.
En esa casa, 12 rue Odeon, Sylvia Beach creó un lugar de encuentro para la creación literaria. Allí se dieron cita todos los pobres poetas y literatos que carecían de medios no solo para editar sus obras, sino en muchas ocasiones, para comprar los libros que se exhibían en las estanterías o una porción de queso en el bar más cercano. La literatura mundial cruzó esa modesta puerta, para gozar de la generosidad y de la inteligencia de esa joven anfitriona que se consideraba pagada con la compañía y las obras de sus protegidos, entre ellos John Dos Passos, Hemingway, T. S. Eliot, Djuna Barnes o Scott Fitzgerald.
La ocupación de Paris por los nazis supuso el cierre de la librería y Sylvia Beach fue internada durante algún tiempo en un campo de concentración. No es extraño que un descontrolado Hemingway, en el momento de liberación de la ciudad, en vez de dirigirse a los edificios oficiales, se encaminara con un pequeño destacamento a liberar Shakespeare and Company.
- ¡Sylvia!, ¡Sylvia! –gritó desde la calle. Pero los felices años veinte ya habían pasado para siempre.
Por fin tengo en mis manos un ejemplar del libro de memorias que Sylvia Beach escribió para contar esos tiempos en los que los escritores eran pobres y felices.
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