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sábado, 17 de abril de 2010

Toros y literatura

Este es el artículo de esta semana en El País:

Los defensores de la fiesta de los toros se han agarrado a la literatura y el arte como a un clavo ardiendo. Citan a Goya y Picasso, a Lorca y a Miguel Hernández, a Hemingway y a Alberti para demostrar el carácter artístico de la muerte y tortura del toro en la plaza.

Convertir la literatura y el arte en fuente de autoridad es más que discutible. Si convertimos las inclinaciones literarias en justificaciones éticas podríamos llevarnos más de un susto. Hemingway no era sólo amante de la fiesta de los toros, sino también de las cacerías de leones, elefantes y animales salvajes hoy protegidos. El inefable Faulkner -es doloroso pero cierto- destilaba un pensamiento segregacionista típicamente sureño; los románticos defendieron el suicidio como la libertad suprema de la existencia y los simbolistas consideraron el alcohol y las drogas como la mano que aparta las veladuras hacia el inconsciente creador. Gran parte de las mejores novelas de aventuras defienden los imperios coloniales; la generación perdida ensalzó el alcohol y la aventura sin límites; los escritores beat nos condujeron por las carreteras de los paraísos artificiales... ¿Hay que convertir toda esa magnífica literatura en argumento de autoridad para el racismo, la defensa del imperialismo, la matanza de animales o el consumo de drogas? Evidentemente no.


Además, los defensores artísticos de la Fiesta ocultan sibilinamente la nómina de escritores que no contemplaban con agrado este espectáculo o que se manifestaron rotundamente en contra, como es el caso de Lope de Vega, Quevedo, Larra, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Benavente, Miguel Delibes y toda la nómina de pensadores de la Ilustración española. Los textos de estos autores que hablan de barbarie, tortura, suplicio, crueldad o inhumanidad, han sido convenientemente silenciados. Pero es que, además, se produce una curiosa metonimia en las citas de algunos de los autores protaurinos. Cada referencia al toro bravo como animal se transmuta, por arte de birlibirloque, en una defensa de la fiesta de los toros, cuando realmente su significado era muy diferente. Muerte, sexo, tragedia están más cerca del simbolismo taurino que de la defensa de los toros como fiesta. Incluso en la mayor parte de los dibujos de Goya es difícil no reparar en las jaurías de perros, carrozas con personajes grotescos y garrochas afiladas, más cercanos a sus pinturas negras que a la exaltación taurina. Especialmente la generación del 27 convirtió la figura del toro en metáfora de España y de su destino dramático. El toro de lidia, sin libertad, acosado, humillado y torturado es el símbolo de la tragedia española y también la imagen de la guerra.

Interpretar las alusiones taurinas de Miguel Hernández sólo en clave de defensa de los toros es una seria manipulación literaria. "Como el toro he nacido para el luto y el dolor" dirá el poeta o llamará a levantarse al toro de España frente a las cadenas de la opresión. Incluso la cita de García Lorca sobre la "cultísima fiesta de los toros" ha sido mutilada porque sigue con esta frase: "forma el triunfo de la muerte española". Picasso, por su parte, concentró gran parte de la fuerza dramática de su Guernica en esa cabeza de toro que él definió como "brutalidad y oscuridad" y otros como el símbolo de la guerra española.

En mi opinión, la fiesta de los toros se muere porque esa vieja metáfora ha desaparecido, porque España ya no es un toro bravo herido, ni el público sublima la violencia social en las plazas de toros. Porque ni siquiera es el camino para el ascenso social de los que huían de las cornás del hambre, sino un apartado más del papel cuché del corazón. García Lorca decía que "España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional", pero afortunadamente ya no es así. Al caer el simbolismo oculto de esa fiesta, se desprende el velo que nos hacía percibir como rito, escuela o arte, lo que solo era tortura y dolor, carne desgarrada de un bello animal que nos mira en la distancia con la superioridad del inocente. En pleno siglo XXI.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Sylvia Beach



Me desconciertan absolutamente las preguntas del tipo cuál es su libro favorito, su disco, su película, su personaje. Ni siquiera soy capaz de contestar a interrogaciones más generales como qué tipo de música o de literatura me gusta. Dejo en blanco todos los cuestionarios, comenzando por este blog, que componen tu perfil en base a un puñado de preferencias ordenadas. Me gustan tantas cosas, tan diversas y cambio con tanta frecuencia de orden de preferencias que me resulta imposible componer “un perfil”
Tengo, sin embargo, una pequeña galería de personajes que de alguna forma me confortan. La mayoría no son excesivamente conocidos; ninguno de ellos es heroico porque siempre he pensado que había una cierta teatralidad e impostura en los personajes que escriben su vida en letras mayúsculas, sin las contradicciones minúsculas y sin que la vida apenas les roce.
En esta pequeña galería personal ocupa un lugar Sylvia Beach, la creadora de la librería Shakespeare and Company, editora contra viento y marea del polémico Ulises de James Joyce.
La primera vez que visité París fui, como tantos otros, a la librería de idéntico nombre que se encuentra en la orilla izquierda, frente a Notre Dame. Pequeños grupos de turistas se agolpaban en la puerta con la cámara preparada para no sé qué acontecimiento. Pero no es esa la librería que fundó Silvia Beach. Bajo una lluvia persistente buscamos la calle Odeón sin encontrar rastro de la mítica Shakespeare and Company, hasta que levantamos los paraguas y pudimos ver, una pequeña placa con esta inscripción: “En 1922, en esta casa, Sylvia Beach publicó el Ulises de James Joyce”.
En esa casa, 12 rue Odeon, Sylvia Beach creó un lugar de encuentro para la creación literaria. Allí se dieron cita todos los pobres poetas y literatos que carecían de medios no solo para editar sus obras, sino en muchas ocasiones, para comprar los libros que se exhibían en las estanterías o una porción de queso en el bar más cercano. La literatura mundial cruzó esa modesta puerta, para gozar de la generosidad y de la inteligencia de esa joven anfitriona que se consideraba pagada con la compañía y las obras de sus protegidos, entre ellos John Dos Passos, Hemingway, T. S. Eliot, Djuna Barnes o Scott Fitzgerald.
La ocupación de Paris por los nazis supuso el cierre de la librería y Sylvia Beach fue internada durante algún tiempo en un campo de concentración. No es extraño que un descontrolado Hemingway, en el momento de liberación de la ciudad, en vez de dirigirse a los edificios oficiales, se encaminara con un pequeño destacamento a liberar Shakespeare and Company.
- ¡Sylvia!, ¡Sylvia! –gritó desde la calle. Pero los felices años veinte ya habían pasado para siempre.
Por fin tengo en mis manos un ejemplar del libro de memorias que Sylvia Beach escribió para contar esos tiempos en los que los escritores eran pobres y felices.

lunes, 7 de julio de 2008

ALGO PARA LEER


Algun@s amig@s me han pedido, hace tiempo, una lista de los libros que más me gustan. No va a pasar este verano sin que la haga. A esta petición se suma algo más urgente, unas pequeñas recomendaciones para leer este verano, sólo para los que se fian de mis gustos literarios:

Philip Roth: "Sale el espectro" es su última novela. Si todavía no has leído nada de este autor, te recomendaría "El lamento de Portnoy" que es mi favorita o "Pastoral americana"

Sandor Marai: Acabo de leer "La extraña" y tengo sobre la mesa "Confesiones de un burgués". Un regusto del mejor Kafka.

Hemingway, para los que han aprendido a odiarlo sin conocerlo, sumergirse en "Cuentos" (los ha publicado Lumen) y olvidarse de sus grandes novelas. Un imprescindible que adoro. Eres afortunado si todavía no has leído su verdadera obra maestra: los relatos cortos.

Releer "La educación sentimental" de Flaubert, exquisitamente moderna. Quizá el único clásico rabiosamente actual.

Verano, tiempo y libros...¡qué placer!