El artículo semanal en el País Andalucía
Hace algunos años, Marcelino Camacho vino a Sevilla invitado por Canal Sur Televisión. Cuando llegó a la estación de Atocha se dio cuenta de que el billete de AVE que le habían mandado eran de preferente o de club (no recuerdo con precisión). Ni corto ni perezoso lo cambió a clase turista. Nada más poner el pie en la estación de Santa Justa nos contó que había descambiado el billete porque no aceptaba ese gasto extraordinario. "Llama a Canal Sur y les das el dinero", me dijo. Le contesté que lo haría después, pero me obligó a telefonear en aquel momento. En la televisión pública estaban absolutamente desconcertados. No les importaba que hubiera descambiado el billete, pero el reintegro del dinero era complicado porque no había procedimiento administrativo para hacerlo.
Cada cierto tiempo Marcelino volvía a preguntarme si le había entregado el dinero a Canal Sur. Le propuse que podría donarlo a alguna organización social. No sé cómo terminó la historia porque Marcelino, cabezón como él solo, insistía en la devolución a toda costa.
Hoy esta anécdota parece una vieja historia de cuando los valores de la honradez o la austeridad, tenían una importancia vital para la izquierda. La recuerdo ahora, cuando los eurodiputados han protagonizado una sublevación para conservar su vuelo en clase business.
Es verdad que la falta de ética, el despilfarro o los delitos de corrupción tienen mayor eco cuando se trata de personajes de los partidos de la izquierda. No es solo achacable a la manipulación mayor o menor de los medios de comunicación. Es, simplemente, que el electorado de la izquierda soporta peor la corrupción que el electorado de la derecha. Lo cual, según se mire, no es nada malo si hablamos, claro está, en términos políticos ya que la ética no es un adorno sino un principio de la acción política. Si analizamos las encuestas de opinión, veremos como los valores de igualdad, justicia, derechos sociales o cuidado de los bienes públicos son adjudicados a la ideología de la izquierda, mientras que a la derecha se le adjudican los valores de gestión y eficacia. Por eso, el electorado de la derecha política se resiente en menor medida ante los casos de corrupción, mientras son un veneno mortal para el electorado de la izquierda.
Si analizamos la serie de resultados electorales, podemos ver que los gobiernos de la derecha no pagan apenas facturas por estos casos de corrupción, ni es probable que la imputadísima lista de Camps tenga costes graves en las urnas. Si fuera así, el PP no los presentaría. En el fondo de la ideología neoliberal, la corrupción es una sustancia que engrasa el sistema y lo que importa son los resultados, no los medios empleados. Por eso, rara vez produce escándalo social la imputación de empresarios, arquitectos o abogados. De hecho, el mayor caso de blanqueo de capital, Ballena Blanca, ha pasado sin pena ni gloria por los informativos y la conciencia social.
Un caso paradigmático de la falta de condena de estas conductas es el de CiU. Su participación en el cobro de comisiones ilegales por la obra pública no les pasa factura. Claro que era un sistema muy reglado, con mucho seny: el 3% o el 4% de los contratos. Los catalanes que son así de organizados.
Por el contrario, el electorado de izquierdas suele castigar con dureza los casos de corrupción, porque choca frontalmente con sus valores. La derecha lo sabe y por eso, en todos los países del mundo, van a la busca de este talón de Aquiles.
El PSOE, y ahora IU se quejan del desigual trato que reciben en sus respectivos casos. Yo sin embargo, me alegro de que el electorado de la izquierda sea intransigente con la corrupción en vez de tejer un manto de comprensión sobre "los nuestros". Cuando hay corrupción, tráfico de influencias o abusos de poder es porque, además de las leyes vigentes, se han vulnerado los principios de la izquierda, al menos presuntamente. Por eso, deberían cumplir su palabra de no llevar imputados en las listas y dar una lección de coherencia en vez de empeñarse en afirmar que "no es lo mismo".
(sigue)
2 comentarios:
Poco a poco, la moral cristiana (que no es más que la estoica hecha poder) se va apoderando de la izquierda, huérfana ahora ella de una moral afirmativa y de victoria que un día le dio vida. Haría bien a la izquierda darse un paseo por lo más básico de Nietzsche para recuperar su potencia transformadora. Entre el victimismo, el resentimiento, la compasión, el revanchismo, la desconfianza, el pesimismo o el odio al rico o al potente por el solo hecho de serlo (faltaría el sentimiento de culpa para que la impotente moral fuera judeo-cristiana), la izquierda se parece cada día más al conservadurismo del siglo XIX. Dudo que Marx o Lenin pudieran haber hecho alguna revolución, ya sea teórica o sólo práctica, con nuestra clase política de izquierda.
Lo vemos ahora alardeando de ética, sin saber que lo está haciendo de moral: de la más rancia, de la cristiana. Incluso se atreve a proponer a la sociedad un código "ético" que no es sino una mala copia de cualquier manual de moral clásica. Si supiera la izquierda la diferencia esencial entre ética y moral, entre potencia y deber, según la cual la ética demandaría al gobernante acaparar tanto más poder coercitivo como se lo permita la impunidad o que al parlamentario su ética de supervivencia le debería exigir impedir al gobernante extralimitarse, le sobrarían los códigos "éticos", y con mayor razón los morales. Se quedaría con el único código que es capaz de regular la acción política: la constitución republicana, la que precisamente pone en juego a los poderes públicos para que éstos se controlen entre sí, se vigilen y llegado el caso se enfrenten.... y dejen en paz al ciudadano para que pueda soñar políticamente en paz.
Haría bien a la misma izquierda darse un paseo por Maquiavelo, Montesquieu o Tocqueville para volver sobre sí a la única verdad que es posible proclamar en política: que su objeto, el objeto de la política, el de la ciencia y las prácticas políticas, no es dar con los mejores gobernantes (que la democracia no consigue por sí misma) sino establecer las más dulces y equilibradas instituciones para que pueda gobernar hasta el más inmundo, cruel o ambicioso ciudadano sin que los demás lo sufran.
Haría bien la izquierda por fin si abriera un proceso constituyente en regla para eliminar los elementos más perniciosos de nuestra Constitución, sobre todo los que permiten la acaparación continua de poder coercitivo de los gobiernos, incluidos los locales, y los que posibilitan la separación abismal entre representantes y representados. Bastaría eso para evitar la bochornosa imagen de una izquierda blandiendo un código moral de prohibiciones políticas - que además ya están en el código penal - como única alternativa.
Para la izquierda, reformar la Constitución en esos dos aspectos es cuestión de supervivencia porque será su última oportunidad de no terminar desligándose totalmente de la sociedad en su competición con la lógica gubernamental en el establecimiento de prohibiciones y desconfianzas. Al contrario, ganará potencia defendiendo a la sociedad frente a la razón de estado, propia de todo gobierno. Y sólo así podrá sumar apoyos y abrir la posibilidad teórica y práctica de la revolución, es decir, de un nuevo modo de producción, de bienes y sobre todo de afectos; que es de lo que se trata.
Defender la sociedad - como diría Foucault - y recuperarla, se tornan objetivos políticos urgentes para la izquierda si no quiere desaparecer enredada entre códigos y morales. Bastante tiempo hemos perdido ya.
Plataforma Constituyente del Este de Cádiz.
Sí, Concha, la ética como principio ineludible sobre todo en la izquierda. Pero también la estética porque todo lo profundo debe estar lleno de belleza y hermosura, que no son términos vacuos sino imprescindibles en la política, cual si fuera literatura. Bien sabes que consiste en "contar" la vida, ya desde el estrado, ya desde la pluma.
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