El mundo ha sido ocupado por los antisistema y nadie ha dicho nada. Han asaltado el corazón de los Estados; han privatizado bienes y servicios públicos; han zarandeado Gobiernos hasta doblegarlos; han comprado voluntades; han alquilado expertos en la defensa de sus posiciones reclutados en los templos de la sabiduría de cada país. Han proclamado la supremacía de las operaciones financieras sobre los derechos humanos. Han arrebatado a la democracia su poder de decisión sobre los poderosos y han obligado a todos los ciudadanos a pagar su crisis con el dinero de sus salarios y con el futuro de su juventud. Han reducido la política a un juego de poder sin sustancia. Han sembrado la desconfianza y la confrontación entre los pueblos y nos han arrebatado toda esperanza. Son los ocupas de la City, de Wall Street, de Pudong, de La Defense o del barrio financiero de Madrid.
Contra esta ruleta de la fortuna, de los privilegios, del secuestro de la política, han salido los jóvenes a la calle y han levantado un campamento de esperanza en nuestras calles. Hay quienes los miran con hostilidad. Son los que habían emprendido una campaña de desprestigio contra ellos, los que hace unos días le reprochaban su silencio, su apatía y su conformismo por no tomar parte en la revuelta conservadora de nuestro país. Ahora les llaman okupas, desharrapados y extremistas. Hay quienes les miran con miedo porque usan un lenguaje que no entienden, unas claves que desconocen. Otros, aun compartiendo sus argumentos, les miran con recelo porque creen que eso supone el suicidio de la izquierda o con paternalismo porque lo consideran electoralmente beneficioso. Son viejos tics de una vieja izquierda que no ha comprendido todavía que su único futuro consiste en su radical transformación.
Simplemente, nos habíamos acostumbrado a no escucharlos. Nos habíamos adaptado a escribir sus vidas con minúsculas y sus dramas con diminutivos. Habíamos convertido sus problemas en microhistorias personales, su desilusión en una parte de la intrahistoria familiar.
Les escuchábamos hablar de sus salarios de 400 euros; de empleos tan inestables que no les daba tiempo ni de conocer a los compañeros; de sus estudios y títulos convertidos en papel mojado. Les habíamos visto despedirse en los aeropuertos, con el alma encogida, convencidos de que aquí no hay esperanza ni futuro. Y, a pesar de eso, pensábamos que eran una nota a pie de página de la historia.
Les habíamos señalado con el dedo, convertidos en ni-nis para ocultar nuestro fracaso y ellos mismos acunaban el fantasma de la desilusión en la habitación prestada de sus padres. Ahora han decidido que su pequeña historia se escribe con mayúsculas, que sus problemas no son individuales y que no se resignan a la espiral infernal que reduce la democracia.
Han salido a la calle, acompañados de rejóvenes entusiasmados; se han sacudido a manotazos la culpabilidad o el miedo, y más que indignación producen una emoción parecida a la esperanza, a día por estrenar, a nuevos conocimientos que podemos aprender, a viejos vicios que podemos desterrar. A pesar de las fechas electorales, a pesar de las contradicciones y de los balbuceos, a pesar de los interrogantes que nos acechen.
En Madrid, en Granada, Barcelona o Sevilla, veo a los jóvenes empuñar una escoba para mantener limpia la acampada y huir de la imagen de botellona con que pretenden desprestigiarles. Miran la luna llena a través de los espacios rotos de una lona que apenas les cubre de la lluvia. Tienen una enorme tarea que hacer: barrer las mentiras repetidas, las ilusiones perdidas y los crímenes diminutos que amenazan nuestra democracia.
6 comentarios:
Maravilloso artículo. Describes estupendamente el sentimiento que me inspira esta situación, llamas a las cosas por su nombre y hasta me has hecho emocionar al hablar de la ilusión de esas personas y de lo importante que es lo que están haciendo. Gracias. Yo también me siento "rejoven" y orgullosa de mis compatriotas, y espero que realmente se consiga lo más posible. Un abrazo. Pepa Mediavilla.
Concha, últimament coincidmos tanto que me da por pensar que estamos muy próximos, tanto que inevitablemene coincidiremos algún día en el mismo partido (lo que no sé es si eso será en el tuyo o en el mío).
Ayer me di un garbeo por la Plaza del Carmen y estuve con estos jóvenes. Me vi a mí mimso tras el mayo del 68 (ya sé: batallitas de abuelo Cebolleta), fui basculándome desde mi posición inicial (la que denuncias en tu artículo) y me sentí mucho mejor.
Hoy me ha acompañado Fuen. Nos ehmos vuelto a ver jóvenes.
Ayer escribí esto: http://albertogranados.wordpress.com/2011/05/20/acampadas/
Un beso,
Alberto
Enhorabuena. Excelente retrato. Una sensibilidad que ojalá se extienda más y más.
Me ha parecido magnífico el artículo. Concha, lo he compartido con otras personas a través de un grupo en Facebook llamado Acampada Sol, espero contar con su aprobación!!! saludos desde Sol Madrid. Alicia
Una de las mejores interpretaciones de la situación que vivimos, en mi opinión, como uno de los participantes desde el primer día en la acampada en Santiago de Compostela, no puedo más que agradecer y sentirme maravillado por la comprensión y el apoyo que está llegando desde todas las esferas de la sociedad. Enhorabuena por esa mirada crítica y estética.
Como siempre, certera. Pero esta vez dejas meridianamente claro que urgen cambios, no maquillajes. Creo que el PSOE ha perdido todos los puntos cardinales. Y el "festín" de este fin de semana, otra pieza para la derecha. ¡Y qué caro! Para eso podrían haberse quedado en sus ciudades o pueblos atendiendo las voces de las gentes. Ejemplo paradigmático de esa imperiosa necesidad de cambio son "los dirigentes" en la provincia de Cádiz.
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