Mostrando entradas con la etiqueta aborto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta aborto. Mostrar todas las entradas

viernes, 10 de enero de 2014

LA VENDETTA DEL ABORTO


Publicado en El País Andalucía

   No es una ley. Es una declaración de guerra. Lo ha explicado Gallardón con su acento nasal y pijo. “Creía la izquierda que tenía la superioridad moral y que la derecha española no se atrevería a modificar ciertas leyes”, pero este Gobierno está decidido a derribar todo el edificio institucional basado, según él, en un equivocado concepto de la libertad y la igualdad.

   Precisamente por eso, nos explica Gallardón, la contrarreforma del aborto ha producido en la izquierda tanta “irritación y tan grave quebranto”. El Gobierno de Rajoy se ha sacudido los complejos de la derecha y el ministro advierte a su propio partido que esta batalla ideológica figuraba en su programa electoral. O dicho de otra manera, que ser miembro del Partido Popular supone asumir un ideario ultracatólico, hostil a la libertad de las mujeres y beligerante en materia moral. Esa es la verdadera marca España que este Gobierno intentará trasladar a Europa, donde los ciudadanos sufren una derecha paniaguada que no se atreve a tocar los cimientos de viejas libertades progresistas.

   España va a convertirse en el referente de la nueva derecha europea. Rajoy emprenderá una gira por los países de nuestro entorno para explicar cómo ha conseguido convertir las creencias religiosas en leyes, los prejuicios en normas y los pecados en sanciones penales.

   Mientras en Europa este ideario solo se atreve a enarbolarlo la ultraderecha nacionalista, en España la verdadera ultraderecha política se sienta en el Consejo de Ministros de la única forma que podría hacerlo: disfrazada de gobierno tecnocrático. Durante años nos han intentado convencer de que era un acierto el hecho de que el Partido Popular hubiese absorbido la representación de la derecha más ultramontana. Esto nos libraba de que surgiera un partido de ultraderecha en nuestro país. Sin embargo, el coste de esta operación va a ser ruinoso para el sistema político español porque sus postulados culturales, educativos y morales empiezan a impregnarlo todo.

  A diferencia de la derecha europea, que no se atrevería a tocar leyes que afecten a la libertad de conciencia o las relaciones personales, en nuestro país el Gobierno se ha embarcado en la aventura equinoccial de poner las leyes al servicio de sus creencias y supersticiones.

  No nos engañemos tampoco sobre la autoría de esta ley. Con Gallardón o sin él, con Wert o en su ausencia, estos son los proyectos de este Gobierno, esta es la herencia que Rajoy quiere legar a la posteridad de su mandato. Han medido los tiempos y analizado el grado exacto de desmovilización social. Han confundido la escasez de manifestantes con la capacidad de respuesta. Han valorado la división de la izquierda, el descrédito de las organizaciones sindicales y han resuelto que este era el momento. Incluso las fechas navideñas han sido elegidas para dar su toque familiar y natalista.

   No es una ley, no. Es una vendetta frente a las derrotas que la sociedad civil española les ha infligido en los últimos 30 años; una venganza por la incomprensión social que han sufrido cuando recorrían las calles con la sola compañía del revuelo de sotanas y hábitos eclesiales contra leyes que reflejaban profundos cambios sociales en la familia, en el matrimonio, en la libertad de las mujeres, en las relaciones personales. Son muchas derrotas sociales las que pretenden lavar con este texto.

   Por eso, esta ley no tiene arreglo entre las cuatro paredes del Congreso de los Diputados. No se soluciona con una redacción más tibia o con la inclusión de otro supuesto legal como pretenderán muchas voces del PP escandalizadas por la virulencia del proyecto. Esta ley se cambiará en la calle y en las urnas, porque quizá sin saberlo el Gobierno ha escrito con ella su Waterloo.

@conchacaballer

sábado, 5 de octubre de 2013

EL PAPA FRANCISCO Y LOS OBISPOS ANDALUCES


 Publicado en AndalucesDiario
    Desde que el Papa Francisco ha dicho que “la curia vaticana es la lepra del papado” no dejo de pensar en los obispos andaluces. Ya sé que no pertenecen a la curia vaticana, pero presentan rasgos muy parecidos al grupo que describe el recién elegido Papa.

    Los obispos andaluces se agrupan en una entidad denominada “Obispos del Sur de España”, aunque son mayoritariamente de nuestra tierra y los temas que abordan son rabiosamente andaluces. Celebran asambleas con relativa frecuencia en la que acuerdan documentos conjuntos que luego se traducen en acciones, homilías o recomendaciones a los fieles. Sienten debilidad por la política y no hay suceso electoral ante el que no se pronuncien con un indeleble tinte azul marino, casi negro, diría yo. Durante la tramitación del Estatuto de Autonomía dieron su “do de pecho” en contra y en las recientes elecciones andaluzas orientaron a los fieles hacia las opciones contrarias al aborto, al matrimonio homosexual y a la defensa de la familia clásica. Perdieron

    Si tienen la curiosidad o el frikismo de repasar sus acuerdos, pensaran que se han equivocado rotundamente de país y de comunidad. La crisis económica es, para ellos inexistente. Los pobres, excepto alguna rendición de cuentas de Cáritas, invisibles. El dolor social, desconocido. Los temas sobre los que discuten, acuerdan y promueven son la ley de patrimonio de Andalucía y cómo afecta a los bienes eclesiales;  la beatificación y canonización de los mártires de las persecuciones religiosas de 1936 o, su tema estrella: la defensa, exigencia, reivindicación y presión a favor de la enseñanza religiosa concertada y privada en la Comunidad Autónoma de Andalucía. En este caso, eso si, entran en harina, felicitan la elaboración de la LOMCE y denuncian las trabas que, en su opinión, el gobierno andaluz está poniendo a la enseñanza concertada. Ni una línea por los recortes de la enseñanza pública o la pérdida de becas. Si creen que exagero pueden verlo aquí.

    Sobre el nuevo Papa, ni pío. La publicación de los obispos del Sur guarda un absoluto silencio sobre sus declaraciones o actividades. A título individual, algunos obispos contradicen o matizan las intenciones del nuevo Papa de renovar el papel de las mujeres en la Iglesia. “El sacerdocio es un don, no un derecho”, declaró recientemente el Obispo de Córdoba.

    Y es que si el Papa Francisco piensa que la única oposición que puede encontrarse para renovar su institución es la curia vaticana, está el pobre mucho más que equivocado. Cuando afirmó que en esta crisis económica, había que estar al lado del más necesitado, que la iglesia debería ser un hospital de campaña para los que sufren o cuando criticó que la Iglesia viviera “obsesionada con el aborto o los matrimonios gays” y los instó a no inmiscuirse “en la vida personal”, estaba retratando fielmente a gran parte de los obispos andaluces.

    Todavía resuenan las palabras del obispo de Granada en las que afirmaba que “España es un país subsidiado y plagado de funcionarios”. O las de aquel otro que santificaba los sacrificios de los recortes. O el insigne obispo de Córdoba, un Sherlock Holmes de la jerarquía eclesiástica, que había descubierto que  “la UNESCO tiene un plan para hacer que la mitad de la población mundial se vuelva homosexual”. O las peores declaraciones nunca vistas sobre la pederastia en el seno de la iglesia, que provinieron del Obispo de Tenerife, también asociado a la Asamblea de Obispos del Sur, cuando afirmó que “hay menores que desean el abuso e incluso te provocan”.

    El aislamiento de la sociedad, la defensa de intereses endogámicos, la insensibilidad ante el dolor social y la obsesión por la sexualidad no es un mal aislado solo en los pasillos vaticanos. Por eso espero con infinita curiosidad los movimientos en la curia española y, especialmente, en la del sur, encastillada en un integrismo hostil a todo cambio.

domingo, 19 de mayo de 2013

EL ABORTO COMO PRETEXTO


Puedes leerlo completo en El País Andalucía

   Somos de una ingenuidad conmovedora. Nada más anunciar el ministro Gallardón su reforma restrictiva de la ley de aborto hemos salido a la palestra para discutir, con los datos en la mano y el derecho comparado, las ventajas de la actual ley. Hemos rescatado el viejo argumentario sobre el aborto que yacía en nuestro escritorio cubierto por el polvo de 30 años de historia, incluso nos hemos esforzado en discutir la personalidad legal o no del feto.

   Nos debemos negar a debatir sobre el aborto en términos de creencias. Si no estás de acuerdo con él la solución es bien simple: no lo hagas. Se trata de uno de los debates más envenenados y retorcidos de los que puedan aflorar a la opinión pública. Hace 30 años resolvimos que debería existir esa solución para las mujeres que decidieran interrumpir su embarazo. Mucho más recientemente aprobamos que esa decisión fuera absolutamente personal e intransferible y que el Estado sólo debiera garantizar unos plazos máximos para su ejercicio. Punto y final.

   Todo lo demás no es discutir sobre el aborto —insisto en que para aquellos que se oponen es tan fácil como no practicarlo— sino poner en cuestión otros temas bien diferentes como la capacidad de decisión de las mujeres, el control sobre sus vidas e incluso nuestro papel en la familia y la sociedad.
Cuando ese mirlo blanco del arribismo político propone la modificación del aborto, su preocupación no es disminuir las intervenciones sino cambiar nuestras ideas acerca de la maternidad. Él mismo ha confesado el carácter ideológico de esta reforma que no gira en torno a la viabilidad o no de un feto sino a la culpabilización de las mujeres que ponen obstáculos a la maternidad. No en vano consideró mujeres inacabadas a las que no habían tenido un bebé entre sus brazos.

   El diletante ministro de Justicia, propone incluso prohibir el aborto en los casos de graves malformaciones. La desfachatez de esta prohibición en un supuesto de los más dolorosos y complicados no tiene límites. Se permite incluso el ministro comparar este tipo de intervenciones con las prácticas nazis de aniquilación de los discapacitados. La retórica no es vana y el argumento es milenario: las mujeres que deciden vivir su propia vida, escapar del dolor y del sacrificio, son malvadas brujas a cuyos desmanes hay que poner coto.
La democracia había conseguido en nuestro país sacar la maternidad del entramado del poder, convertirla en una decisión íntima, respetable y respetada pero la llegada del PP al Gobierno nos recordó nuestro verdadero papel en la sociedad. “Las mujeres, mujeres, son madres”, nos dijo, y apareció claro nuestro destino único, universal, milenario sin escapatoria alguna.

   La nueva ley de aborto que el PP quiere aprobar no es una simple reforma legal, es una revancha, un desquite histórico, una vuelta a poner las cosas en su sitio. Las mujeres no son libres para decidir sobre su embarazo, el poder que la naturaleza confiere a las mujeres en la transmisión de la vida tiene que ser mediado, arrebatado a través de la religión, de la ideología o de la autorización externa. Se restablece así un principio de autoridad que las leyes habían soslayado. Por encima de la mujer estará el médico, el juez o el psicólogo que darán o no el visto bueno a su decisión.

La jerarquía católica española, de carácter ultraconservador, se cree con derecho a escribir sus creencias en el Boletín Oficial del Estado. Rouco Varela aprieta el acelerador y amenaza con situarse en la oposición a Rajoy si éste no aprueba rápidamente este proyecto de ley.

   Mientras tanto alguien sufraga miles de vallas publicitarias en las ciudades sobre maternidades felices y culpabilidades abortistas. Gallardón es el santo patrón de su cofradía. Son los mismos que se oponen a los anticonceptivos, al matrimonio entre personas del mismo sexo y a las leyes de igualdad que implican una “peligrosa ideología de género”. A fin de cuentas, el aborto no es el texto, sino el pretexto de una sublevación contra el tiempo y la libertad de las mujeres.

@conchacaballer



lunes, 5 de marzo de 2012

LA DANZA DE LOS OBISPOS

También lo puedes leer en El País Andalucía


Una pequeña anécdota me salvó de ser católica. Cuando contaba apenas nueve años asistí a una ceremonia religiosa previa a unos ejercicios espirituales. En la oscuridad de la iglesia, un sacerdote elevaba sus brazos de forma fantasmal y nos pintaba con toda crudeza la descomposición del cuerpo una vez fallecido; cómo los gusanos y las crisálidas surgían de la carne; el hedor que esparcía el cuerpo en su lenta descomposición. Alzó la voz y dijo: “Aún estáis a tiempo. Arrepentíos, sacrificad vuestro cuerpo para ganar la vida eterna”. Salí aterrorizada de la iglesia. La palabra “arrepentíos” sonaba en mis oídos como un siniestro tambor. Eran las vísperas de Semana Santa y no discurrí ningún medio mejor de mortificarme que introducir garbanzos crudos en el interior de mis zapatos blancos, redondeados, con una trabilla unida por un botón de perla. El Domingo de Ramos salí con mis padres y mis hermanos con mis pies mortificados por los duros garbanzos. Apenas podía caminar, aunque intentaba disimularlo con una forzada sonrisa. El cura nos había advertido que el sacrificio para ser válido tenía que ser secreto, visible solo ante los ojos divinos. Pero los ojos de mi madre fueron directos a los zapatos, me descalzó y se quedó asombrada ante el puñado de garbanzos crudos que contenían. “No seas tonta —me dijo— todo eso que cuentan no son más que patrañas para asustarnos”. Me sentí tan segura y aliviada que, tras consolarme con un helado de chocolate, puse fin para siempre a cualquier aventura religiosa. Esta experiencia mística tan temprana me puso a salvo de la liturgia y de las lecciones de culpa; también del dolor de la ruptura con la tradición y del sabor amargo, levemente anticlerical, que tienen los que prolongaron su permanencia en la Iglesia hasta bien entrada la adolescencia. Acabo de ver una foto que recuerda los tiempos pasados. Trece obispos andaluces —por supuesto varones—, de riguroso luto, con la cruz colgada al cuello y similares gafas, posan ante la cámara con la expresión de quienes tienen el poder y la gloria de su parte. Algunos entrelazan sus manos con ese gesto tan característico del sacerdocio. En estos tiempos de crisis no han salido de sus diócesis para difundir un mensaje evangélico de solidaridad y de apoyo a los más necesitados. Ni una sola palabra han dedicado a los parados, a los que están siendo azotados por las desigualdades económicas. Ni una sola frase han dedicado a denunciar las injusticias, ni la acumulación de riqueza, ni a la codicia de los más poderosos. Han salido, unidos y sonrientes, para pedir que se vote a la derecha andaluza, la auténtica, la genuina, la que impedirá el aborto, abolirá el matrimonio entre personas del mismo sexo y, por supuesto, aumentará los conciertos educativos con la iglesia. Han salido a hablar de lo suyo: del poder, de los negocios, de su patrimonio y de su estatus social. Les ha bastado una reflexión sobre la corrupción política que les parece altamente preocupante en Andalucía, pero no en Valencia. Desde las atalayas de sus obispados se atreven a proponer a los de abajo más trabajo y sacrificios para salir de la crisis y denuncian “la mentalidad tan extendida del derecho a la dádiva y de la subvención”. ¿Quién dijo que la Iglesia no renueva su mensaje? Se han apuntado a la fila del discurso antiandaluz que predica el conde de Salvatierra, la CEOE, los nacionalistas catalanes y las gallinitas de Esperanza Aguirre; se han hecho de la FAES y de las corrientes más neoliberales que piden el fin de las ayudas públicas. Esto lo dice una institución que vive del Estado, que no paga impuestos por ninguna de sus actividades ni bienes y a la que sufragamos todos, tanto católicos como no creyentes. Una organización que solo se acuerda de sus organizaciones sociales de base cuando se les demanda que contribuyan al IBI o que se autofinancien. Qué pena que no se acuerden de ellos cuando hacen sus comunicados electorales. Qué pena que no tengan procesos democráticos para que realmente sepamos a cuántos cristianos representa esa jerarquía obsesionada con el sexo, ajena al dolor humano y tajantemente desigualitaria.

lunes, 6 de febrero de 2012

INVOLUCIÓN


Las últimas medidas del gobierno suponen un serio retroceso social en muchos campos. Esta es mi respuesta en El País Andalucía


No estaría mal llamar las cosas por su nombre. Tan sorprendida estoy de las medidas que ha anunciado el nuevo gobierno como de la falta de respuesta de la sociedad civil. Claro que vienen tiempos de mayorías compactas, de intercambio de nuevos favores, de poder absoluto y existe la tentación de congraciarse, o al menos no significarse en exceso ante los nuevos mandarines. Pero lo que ha ocurrido esta semana solo tiene un nombre propio: involución.


El PP ha lanzado tantas pelotas sobre el terreno de juego que es casi imposible responder a cada una de ellas. Imagino que lo dicta así su estrategia política y que han decidido en esta fase contentar a los sectores más ultraconservadores, por eso, las comparecencias de los ministros parecían hechas a la medida de Intereconomía y de las TDTs party, a las que tanto deben.

Para empezar, se volverá a penalizar el aborto , excepto para algunos estrechos supuestos que determinará la autoridad competente. Se acabará con la libertad de las mujeres para decidir sobre la continuidad de su embarazo y, a partir de ahora, serán los jueces, los médicos y otras instancias administrativas las que decidan en su nombre. Lejos de tener una legislación equiparable a Alemania, Francia o Reino Unido, nos pareceremos a Rumanía, a Hungría y a la propia España en los tiempos del aborto clandestino. Se limitará, también, la administración de la píldora del día después que evita miles de abortos y de embarazos no deseados entre las jóvenes, a las que se explicará que pueden dar su hijo en adopción o ser responsables y continuar con su embarazo.

En la enseñanza se suprimirá un peligroso capítulo de Educación para la Ciudadanía dedicado a las relaciones interpersonales y que –pueden comprobarlo ustedes mismos con cualquier manual de sus hijos- considera un valor democrático el respeto a las diferentes opciones sexuales, los distintos tipos de familia, la igualdad de las mujeres y el valor del ser humano independientemente de su procedencia o del color de su piel. Un capítulo que no es pura teoría, ni mucho menos adoctrinamiento, sino afrontar la realidad social, evitar la burla y la discriminación de los propios alumnos y proclamar el respeto como valor universal. Mientras se suprimen estos contenidos que califican de adoctrinadores, justo en el aula de al lado un religioso explicará dos horas a la semana, la maldad de la homosexualidad, las carencias de la familia que no disponga de un padre y una madre y el papel subordinado de las mujeres en la sociedad.

Nos anuncian que se prepara una reforma educativa de la que ni siquiera saben dónde empiezan o terminan los ciclos ni las titulaciones, ni el presupuesto con el que contará pero que, eso sí, segregará tempranamente a los adolescentes y abrirá la puerta a aumentar los conciertos educativos con la enseñanza privada hasta mitad del bachillerato.

No se detiene aquí la involución política que se avecina. El flamante ministro de medio ambiente anuncia un cambio total de las leyes medioambientales para permitir más negocios a pie de playa y una medición de la calidad del aire “más realista”, lo que convertirá la nube contaminante de Madrid en un fenómeno meteorológico. De las energías renovables, ni hablamos.

La reforma tiene ribetes esperpénticos como el nuevo papel de los notarios y la compasión que siente el gobierno por este negocio, inexistente en la mayoría de los países. Para compensarlos por la crisis inmobiliaria, las bodas y los divorcios pasarán por la notaría. Escrituraremos nuestras vidas como si de una propiedad se tratará y disolveremos los matrimonios como un negocio de compraventa, previo pago, por supuesto.

De una tacada se sepultan años de conquistas sociales y de respeto entre los ciudadanos trabajosamente construido. El 90 por ciento de la población no tiene problemas respecto a la homosexualidad, la capacidad de decisión de las mujeres sobre la maternidad, ni la educación en valores. Pero el gobierno piensa, equivocadamente, que la mayoría en las urnas les otorga una supremacía ideológica de raíz católica y ultraconservadora. Ya veremos.