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lunes, 12 de marzo de 2012

RAE. MUCHO MÁS QUE UN INFORME

Editorial de la revista Paralelo36 en la que colaboro:

Si usted busca en el diccionario de la RAE palabras como alcalde y alcaldesa se encontrará con definiciones torpemente asimétricas: “presidente del ayuntamiento de un pueblo o término municipal” o “mujer que ejerce el cargo de alcalde”. Para la palabra “huérfano” la academia tiene una definición aún más chocante: “A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre”. Son algunas de las perlas que adornan esta institución tradicionalmente reacia a incorporar la igualdad de género en el lenguaje normativo y que se ha rebelado contra la inclusión del matrimonio homosexual en sus páginas.


En la historia de la academia todavía resuena su negativa a hacer académica a la lexicógrafa más importante, de nuestra historia, María Moliner, por el simple hecho de haber nacido mujer. Y no se trata de historias de tiempos pasados. En la actualidad sólo cinco mujeres forman parte de esta institución que acoge en su seno a hombres de los más variados oficios, incluidos los religiosos.

Pero vayamos con el informe que el académico Ignacio del Bosque ha realizado bajo el título “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, avalado por 26 académicos de la institución. En este informe se pretende analizar una serie de guías sobre el lenguaje sexista de diferentes instituciones. Sus conclusiones pretenden ser demoledoras y, hasta cierto punto, presentan estas iniciativas bajo una luz ridícula y artificiosa. Concluyen: si hiciésemos caso de estas guías no podríamos hablar. Es verdad que algunas de estas publicaciones insisten en hacer un desdoblamiento continuo del lenguaje que va contra la economía y el interés de la comunicación pero ¿se puede deducir de ahí que sea ridículo e innecesario cualquier intento de visibilizar a las mujeres en el lenguaje?

Para empezar, gran parte de estas guías no se refieren al lenguaje oral, sino que son recomendaciones para el lenguaje escrito de las instituciones, comenzando por los formularios y las leyes. Intentan evitar que las leyes, por ejemplo, hablen solo de Presidentes, diputados, profesores, médicos o jueces o que la ciudadana de a pie tenga que estampar su firma bajo la autoridad de un masculino genérico profesional o social que ha dejado de tener sentido. ¿Es este desdoblamiento del lenguaje innecesario y risible? Una cosa es no cargar el uso de la lengua con desdoblamientos continuados y otra muy distinta suprimirlos del lenguaje, como al parecer es la opción que indirectamente se propone. Incluso en el lenguaje hablado, ¿hay que invisibilizar a las alumnas, a las juezas, a las mujeres en general como regla más adecuada?

El informe destila una clara intencionalidad social y política, en el momento justo y con la estrategia apropiada. De hecho, unos días después anuncian la candidatura de dos nuevas mujeres para evitar los reproches respecto al patente sexismo en la composición de esta institución, aunque la tesis oficial es que “no se pueden cambiar de la noche a la mañana trescientos años de historia” (sin duda historia de segregación) ni se puede “llenar la academia de golpe de mujeres de cualquier manera”, como si no sobraran en España escritoras y filólogas de iguales o superiores méritos a las últimas veinte incorporaciones masculinas. Reprocha la academia que las guías se hayan hecho sin su concurso, como si el uso del lenguaje estuviera sometido a un tribunal normativo, pero ellos no tienen empacho alguno en referirse incluso al malestar con el sistema de cuotas de participación política o social de las mujeres. Por otra parte, ¿cuál es la explicación de que justo en este momento se produzca este informe y se analicen unas guías que, en algunos de los casos tienen más de quince años de existencia. Lo importante de estas guías, con sus errores y vacilaciones, es que contribuyeron a llamar la atención sobre las asimetrías sociales que se construyen también con el lenguaje y que han abierto camino hacia un uso más normalizado del femenino. Es un debate, el de las guías, superado y en busca de nuevas propuestas. Sin embargo, parece que la academia no es capaz de reconocer ni un solo síntoma de invisibilidad de las mujeres en el lenguaje y ha decretado el fin de cualquier avance en este terreno. Uno de los más conspicuos académico, Arturo Pérez Reverte, lo afirma con toda claridad en su twitter: “Estaba siendo intolerable el matonismo casi indiscutido de las ultrarradicales feminazis. Cada vez más crecidas con la impunidad.” (las faltas de ortografía en la puntuación pertenecen al ensoberbecido autor). Sin embargo ninguno de los académicos se ha pronunciado sobre estas declaraciones o se ha distanciado de estas manifestaciones ofensivas y el uso de este informe se ha convertido en todo un manifiesto contra el feminismo en una etapa política caracterizada por la involución.



sábado, 30 de abril de 2011

Pecado de omisión

Este es el artículo de esta semana, publicado en El País Andalucía, y donde se plantea la pregunta de si la nueva gramática de la desigualdad se escribe con elipsis, omisiones y reconocimientos tardíos:



En 1929 Virginia Woolf escribió que en el transcurso de un siglo, las mujeres ocuparían su lugar en la literatura. Para ello pedía a las nuevas escritoras usar la libertad; tener el valor de decir exactamente lo que pensaban y disponer de una habitación propia (a lo que añadía la condición menos poética de disfrutar de una renta suficiente). Estudió las condiciones en las que creaban las escasas escritoras que publicaron sus textos antes del siglo XX y recordaba con especial ternura los esfuerzos de las hermanas Brontë o la figura de Jane Austen, la autora de Orgullo y perjuicio quien "se alegraba de que chirriara el gozne de la puerta para poder así esconder el manuscrito de su novela". Virginia Woolf ansiaba el día en que la escritura de las mujeres saliese de la clandestinidad y demostrara, no las cualidades de una determinada literatura femenina, sino la potente voz de su experiencia en todos los campos.

No han hecho falta cien años para que el silencio se rompiese y las mujeres escritoras pasasen de ser una venerable o detestable excepción a una pléyade de voces diversas que miran al futuro. No nos dijo, sin embargo, Virginia Woolf cuánto tiempo, cuántos obstáculos y regateo opondrían los aparentemente neutrales aparatos culturales para reconocerlas.Lo digo a cuento del premio Cervantes concedido a Ana María Matute. Su modestia le impide pronunciar la frase que merecía realmente este acontecimiento, pero muchos exclamamos por ella un ¡ya era hora! en tono un tanto exasperado. Dicen que la decisión del jurado ha sido por aclamación. Fantástico, me digo, pero no deja de preocuparme el requisito no escrito de la aclamación, el carácter de premio indiscutible que se exige cuando se trata de figuras femeninas.
En 35 años de existencia de este prestigioso galardón, solo otras dos mujeres, María Zambrano y Dulce María Loynaz, han obtenido esta distinción. Tranquilícense, no abogo en forma alguna por repartir los premios literarios en función de ningún tipo de cuota, solo me asombra que entre los cientos de magníficas escritoras de España y Latinoamérica solo tres hayan merecido este reconocimiento. Es cierto que en los primeros años, a los premios Cervantes se les acumulaba el trabajo de reparar el olvido y el silencio que la dictadura ejerció pero ¿cómo se explica que en los últimos 17 años ninguna mujer obtuviera este premio? Sin esfuerzo alguno de memoria, cualquier buen lector puede reunir en su mente, ocho o 10 mujeres merecedoras de esta distinción.
Como la vida juega a las cuatro esquinas, precisamente en estos días, se ha publicado un excelente libro titulado El exilio interior, de Inmaculada de la Fuente, que relata la vida de una mujer que amaba las palabras y se atrevió a hacer el diccionario más completo y útil de la lengua castellana. Se llamaba María Moliner. Nunca recibió un premio ni una medalla. Cuando Pedro Laín y Rafael Lapesa la propusieron para formar parte de la Real Academia Española, la mayoría de las "vocales y consonantes" de esta institución -apiñadas en defensa de los viejos esquemas masculinos-, le negaron la entrada. No porque fuera mujer, naturalmente, sino porque no era un hombre. Después de este desaire María Moliner se negó a que presentaran nuevamente su candidatura. Desde entonces en la academia de la lengua, aunque no lo vean, junto al lema de "limpia, fija y da esplendor", se aprecia la sucia mancha de esa injustificable decisión.
Pero no hablamos de un episodio superado de la historia. En la actualidad, la Academia Española tiene sólo cinco mujeres -entre ellas Ana María Matute- de un total de 46 miembros. En los últimos años han incorporado algunos de los más destacados representantes de la nueva novelística, algunos controvertidos, otros absolutamente comerciales, pero las mujeres brillan por su escasez. ¿Se trata de simples casualidades o es que la gramática de la discriminación se escribe con la elipsis y la omisión?