Publicado en andalucesdiario
Si los andaluces tuviésemos mala sangre, nos estaríamos frotando las
manos con el caso Pujol. Durante muchos años hemos soportado los
insultos de los líderes de Convergencia i Unio basados en mentiras,
medias verdades y tópicos acuñados contra nuestra tierra. El
semi-defenestrado Durán i Lleida afirmaba que recibíamos subsidios en el
bar, el socio Puigcercós aseguraba que “en Andalucía no pagaba
impuestos ni Dios”, mientras el presidente Artur Mas se reía de la forma
de hablar de los andaluces al tiempo que CIU publicaba un cartel, con
sonrisa incluida, que decía exactamente: “La España subsidiada vive a
costa de la Cataluña productiva”. Curiosamente, la derecha catalana nunca ha apuntado contra el centralismo de Madrid sino contra Andalucía y Extremadura.
Algunos analistas discuten si el asunto de Jordi Pujol y su honorable
familia, tendrá algún tipo de repercusión en el proceso catalán y mi
opinión es que, desgraciadamente, sí. Es lo que pasa cuando algunas
fuerzas políticas -con bastante éxito, por cierto-, basan sus demandas
en tópicos ofensivos para algunas comunidades mientras se reservan para
su “identidad” los calificativos más positivos. Cataluña era una marca de europeísmo, de trabajo esforzado, de buen hacer y de cultura.
Es fantástico que se tenga tal autoestima e incluso desde aquí, tan
lejos de Cataluña, muchos nos hemos sentido orgullosos cuando Cataluña
ha hecho honor a esas palabras. Lo malo de estos tópicos tan
positivos es que, en esta última etapa se han utilizado como reverso de
la descalificación de otros territorios que, sin comerlo ni
beberlo, nos hemos encontrado con la cruz de la incultura, la vagancia,
el subsidio y la falta de iniciativa. Pues bien, el caso Pujol es una
bomba de profundidad contra todo el capital simbólico de Cataluña. El
cosmopolitismo de la familia Pujol consistía en evadir los capitales
hacia paraísos fiscales; el trabajo bien hecho, las comisiones
establecidas como pago a CIU y a algunos de sus responsables por las
obras públicas; como colofón resulta que el robo no lo cometían manos ajenas, ni “comunidades subsidiadas” sino una organizada red de nueve apellidos catalanes que han podido llegar a acumular la increíble cifra de 1.800 millones de euros.
Cualquier traslación de conductas individuales a un colectivo es
injusta y ofensiva. Estoy completamente de acuerdo. No hay nada tan
xenófobo y despectivo como acusar a un colectivo o a una comunidad de
los crímenes que comete un individuo o un grupo determinado. Pero esta
lección tienen que aprenderla todos de forma urgente. Por eso los
andaluces no vamos a pensar que todos los catalanes, ni la totalidad de
CIU, ni el independentismo catalán, ni los partidarios del derecho a
decidir, participen mínimamente de los delitos de Pujol, de su falta de
escrúpulos, de la hipocresía de su discurso.
Ni las comisiones del 3 o del 20 por ciento en las obras públicas
catalanas, ni el caso Palau de la Música, ni la quiebra fraudulenta de
Catalunya Caixa que acaba de costarnos 12.000 millones de euros (tanto
como todos los recortes en salud y en educación de estos últimos años),
nos permiten generalizar descalificaciones, poner en solfa la identidad
catalana ni menospreciar a su pueblo. Lo único que pedimos es que a los andaluces se nos dé el mismo trato. Desde
hace años, cada información sobre el funesto caso de los ERES es un
clavo en el ataúd de la credibilidad de toda Andalucía, de nuestro
trabajo y de nuestra identidad. Si los 12.000 millones que el
Estado ha perdido con Caixa Catalunya los hubiese perdido en una caja
andaluza, hubiésemos sido crucificados como pueblo.
Hay algunas bonitas lecciones que aprender de todo esto: la
corrupción ha sido una marca indeleble del sistema económico que en
Cataluña ha batido un récord estatal al acumular 1.800 millones de euros
en una sola mano; hay que hacer pagar el delito a los que realmente lo
cometen; las identidades no se pueden edificar sobre el
descrédito de otros y, sobre todo, nadie es más que nadie por lugar de
nacimiento.
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