Publicado en El País de Andalucía
El sexismo es horrible. Las declaraciones de algunos políticos sobre
la falta de inteligencia de las mujeres, lamentable. La discriminación
laboral de las mujeres, una tara que hay que eliminar… pero en nuestras
casas florece toda una generación de princesas y campeones criadas al
amor de los más viejos conceptos, eso sí, despojándolos de términos
ofensivos y extrayendo de los viejos roles su parte más gratificante.
Las niñas ya no sueñan con ser princesas, son sus padres los que
sueñan con crear una monarquía casera. Tampoco los niños sueñan con ser
campeones, son los padres los que se afanan por subirlos al pódium de
ganador. Han saqueado los viejos sueños de las películas de Disney y han
montado el escenario en su propio hogar. En el mismo momento en el que
abrazaron a su hijo por primera vez, el hada madrina se les apareció y
les susurró al oído: “Aquí tienes tu nueva posibilidad de ser. Todo lo
que deseaste y no tuviste, todos tus sueños infantiles. Aquí puedes
resarcirte de tus fracasos y desilusiones, de la vida que no pudiste
tener, del éxito que se te escapó, de la belleza que huye, de las
espinas del dolor”. Y decoraron un cuarto en rosa o en azul, con muñecas
o camiones, estrellitas rutilantes, morada de princesas o de héroes,
ante cuya puerta el tiempo se detendría.
Las niñas, desde los cuatro o cinco años, se convierten en princesas
de Disney y los niños en campeones galácticos o en ídolos deportivos. Es
un teatrillo casero, una representación hiperbólica de los viejos roles
sexuales, que quizá esté desprovista de su carácter discriminatorio
pero que conserva intactos los valores sobre los que se funda el
edificio de la marginación. Las niñas se hiperfeminizan, desde los
colores, a la forma de vestirse, peinarse o moverse. Los niños se
masculinizan, todo potencia, velocidad y movimiento. La juguetería
acompaña este sexismo radical, infantil que no ingenuo ni gratuito.
Algunas empresas han descubierto que la idiotez es una fuente
provechosa de negocio. Hay una empresa sevillana, que ya ha abierto
sucursales en otros puntos de España, que ofrece celebraciones para
niñas a partir de los cinco años en un circuito de belleza, relax y spa.
Nada más atravesar sus puertas, visten a la niña de princesa, les hacen
sesiones de manicura, peluquería y estética mientras suena música
relajante y beben cócteles frutales. Te tratarán como una auténtica
princesa, presa de su belleza y de su culto a la apariencia. En otros
lugares, los niños disfrutan de una sesión de coches, mamporros,
deslizamientos y pelotas.
Mientras escribo esto, las bombas de Israel caen sobre los niños
palestinos, sin distinción de princesas o campeones. En nuestro país, el
ministerio correspondiente reparte miserables fondos de ayuda contra la
malnutrición infantil en función del color político de las autonomías.
Algunas comunidades se niegan a abrir comedores escolares e incluso a
hablar sobre la pobreza infantil porque transmite una mala imagen de su
territorio. Hay niños que tienen infancias de ensueño delirante y niños
que sufren infancias de pesadilla.
El mundo, a veces, es un tremendo error, un horror cotidiano, una
dolorosa sinrazón que solo sobrellevamos con el entrenamiento de una
cínica indiferencia que comienza por no pensar en nada doloroso durante
más que una fracción de segundo y borrar precipitadamente las imágenes
antes de que griten en nuestra mente. Princesas, campeones y víctimas,
tres expresiones de un tiempo infame.
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