Cuando se discutió la Ley de Dependencia se produjo un fuerte debate entre aquellos que consideraban esta nueva ley tan solo como una especie de ayuda a las familias con personas en esta situación y los que nos inclinábamos por constituir un verdadero servicio público que ampliara los derechos sociales de todo nuestro país. Argumentábamos, los que apostamos por esta segunda opción, que la ley tenía que garantizar la asistencia de todas las personas que se encuentran en esta situación y, al mismo tiempo, ser un factor de igualdad. Es sabido por todos que son las mujeres, en un porcentaje superior al ochenta por ciento, las que se ocupan del cuidado de sus mayores y, en buena parte, de los mayores de su cónyuge. En especial, las mujeres andaluzas dedican alrededor de seis años de su vida a ejercer, en solitario y sin reconocimiento, esta dura tarea. Al mismo tiempo, la aplicación de la ley de dependencia conseguiría, argumentamos, crear todo un nuevo sector de empleo en servicios que resultaría beneficioso para el conjunto de la sociedad. La ley, aprobada finalmente por unanimidad, se definió como un nuevo servicio público, de carácter universal. Precisamente por ello, en cuanto a medidas de atención más importantes, estableció la dotación de residencias de mayores –incluidas aquellas de asistencia completa- y la creación de una red profesional de cuidadores que atenderían a jornada laboral completa a las personas dependientes. Se trataba de garantizar plenos derechos de atención y que aquellos que estuvieran en su hogar, o en la casa familiar, lo hicieran con la independencia que ofrece no ser una carga para los familiares las veinticuatro horas del día. Para aquellas zonas y situaciones en que esto no fuera posible, la ley estableció con carácter excepcional, la posibilidad de dar ayudas económicas a los familiares que desempeñaran provisionalmente esta tarea, obligando a que las condiciones de su cuidado fueran correctas.Sin embargo, la aplicación de la ley está caminando en sentido absolutamente contrario a lo previsto. En Andalucía –que no es la comunidad con peores indicadores-, solo algo más de trece mil dependientes tienen asistencia residencial, unas cuantas docenas gozan de asistencia personal profesional y casi cincuenta y cuatro mil se han acogido a la ayuda familiar para su cuidado. El resto tienen servicios menores como teleasistencia y ayuda a domicilio de escasísimo tiempo y dedicación. Esto se ha producido por una curiosa complicidad entre los usuarios y la administración. A éste última le resulta más barato dar ayudas de unos cuatrocientos euros a las familias, que crear puestos de trabajo en asistencia. Por su parte, a muchas familias les viene como agua de mayo esa ayuda económica. La consecuencia ha sido que la excepción, o sea la ayuda familiar, se ha convertido en norma, mientras que los servicios definidos como esenciales tales como asistencia profesional completa y plazas residenciales, no se están poniendo en marcha. Se confunde, así, la ayuda social que necesitan muchas familias, con el cuidado de las personas dependientes, sin tener en cuenta que los efectos beneficiosos de la ley en cuanto a igualdad de las mujeres y en creación de puestos de trabajo se están dinamitando.Me cuentan en mi pueblo que algunos familiares han llegado, incluso, a retirar de las residencias a mayores que estaban en ellas antes de la aplicación de la ley, para poder acogerse a esa ayuda familiar. La noticia me llenó de tristeza. Desplazados de su familia cuando carecen de recursos, vuelven a ella cuando son una fuente de ingresos. Me digo que los que así actúan son una exigua minoría, pero deseo que los dependientes tengan cariño y buenos servicios –tal como contemplaba la ley- , en vez de intereses y limosnas.
2 comentarios:
Recuerdo que, leyendo un libro de Paul Ginsborg acerca de la corrupción política en Italia, indicaba el autor que ésta sólo pudo producirse en una sociedad que había hecho de la corrupción una forma de relacionarse. El mecanismo es sencillo: en Italia, el poder siempre había sido corrupto, excepto en los escasos años de entusiasmo postfascista (e incluso aquí tendríamos que hacer alguna declaración de conductas que, de momento, mejor callo). Entre el régimen liberal, el mussoliniano y el sistema de la DC más satélites de partidillos clientelares, la sociedad pasaba a reflejarse en el poder como una imagen invertida, en la que la actuación institucional no era ajena, en sus líneas de corrupción, a la forma en que ésta vertebraba una resignada picaresca de los ciudadanos convertidos en siervos de sí mismos; o en siervos de un sistema que establecía sus propias "leyes de dependencia". La sociedad fue rompiéndose para crear, al final, un sucedáneo de la misma: un individualismo de entidades familiares que se salvaban mediante el recurso directo al Estado, a través de los partidos que les representaban. Por ello, cuando llegó el fenómeno Berlusconi, resultó una representación "auténtica" de un estilo de vida adoptado ya como normalidad por quienes eran individuos en un magma de redes de familias autónomas, ligadas por separado al régimen y estableciendo una masa de células independientes. La sociedad había desaparecido y, con ella, su representación democrática. Lo que encontró Berlusconi fue ese magma de intereses dispuestos a movilizarse por una certificación de la verdadera representación política. Ahora, los liberales populistas italianos lo dicen con orgullo: el individualismo familiarista, el egoísmo de escaso plural, pasa a ser la red de complicidad que sustituye a las viejas entidades de vertebración social y supera a las organizaciones de representación colectiva.
Aparentemente, esto no tiene nada que ver, pero creo que la reflexión recoge una tendencia de época en la que la pobreza y las condiciones de necesidad grave pasan a convertir la función asistencial en una inversión, convirtiendo esa desgracia familiar en una especie de extraña "fuerza de trabajo", con la que se obtiene una acumulación primitiva (en lo moral) de capital. El enfermo, el anciano, el que no puede VALERSE pasa a ser un VALOR DE CAMBIO indispensable. Una fuente de recursos que ya no depende del Estado de Bienestar deseado teóricamente (y seguramente votado así por los protagonistas de este akelarre), sino de la nueva conciencia de esfera familiar como foco de resistencia frente a la crisis. Una reducción del espacio de solidaridad que ya se había manifestado en la exaltación de esta entidad "natural" alternativa a las formas de organización colectiva, al parecer, artificiales, como los partidos, los sindicatos u otras formas de canalización del ser social. En lugar de ello, y sin perder el sentido del voto, se pasa a asumir la entrada en una fase de la historia en la que triunfa la utopía liberal más allá de cualquier fantasía. ¿Alguien podía suponer que caeríamos tan bajo? ¿Alguien se extraña del entusiasmo que despiertan algunas propuestas políticas como las de Italia, donde no se mantiene en estos ambientes la esquizofrenia del voto a la izquierda solidaria y la inversión en la enfermedad del pariente como fuente de ingresos? Por lo menos, allí votan esa decisión de desintegrar las redes sociales. Aquí, se desintegran silenciosamente: es una ceguera silente, como un glaucoma social que va reduciendo el campo de visibilidad de una tierra y una gente que se considera aún el pueblo de izquierdas.
pues si, la ley de dependencia se contra pone al ley de igualdad. Pasando a legitimar a las mujeres como las únicas cuidadoras por unos 4oo€ más o menos.Sin importar el verdadero cuidado que reciben los usuarios, eso por un lado, por otro no se que que ayuda se presta, cuando los fines de semanas y festivos estos usuarios no son atendidos por las "cuidadoras" de los servicios sociales.Ferran tiene mucha razón al hablar de clientelismos y el la agudeza del ingenio en una sociedad muerta de miedo por el paro y los desaucios de sus viviendas.
En fin la culpa de esto no la tiene la socieda clientelar sino los que la consentimos.
un beso Mªpepa
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