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viernes, 17 de abril de 2009

Ley de In-dependencia

Hoy publico este artículo en el Correo de Andalucía:

Cuando se discutió la Ley de Dependencia se produjo un fuerte debate entre aquellos que consideraban esta nueva ley tan solo como una especie de ayuda a las familias con personas en esta situación y los que nos inclinábamos por constituir un verdadero servicio público que ampliara los derechos sociales de todo nuestro país. Argumentábamos, los que apostamos por esta segunda opción, que la ley tenía que garantizar la asistencia de todas las personas que se encuentran en esta situación y, al mismo tiempo, ser un factor de igualdad. Es sabido por todos que son las mujeres, en un porcentaje superior al ochenta por ciento, las que se ocupan del cuidado de sus mayores y, en buena parte, de los mayores de su cónyuge. En especial, las mujeres andaluzas dedican alrededor de seis años de su vida a ejercer, en solitario y sin reconocimiento, esta dura tarea. Al mismo tiempo, la aplicación de la ley de dependencia conseguiría, argumentamos, crear todo un nuevo sector de empleo en servicios que resultaría beneficioso para el conjunto de la sociedad. La ley, aprobada finalmente por unanimidad, se definió como un nuevo servicio público, de carácter universal. Precisamente por ello, en cuanto a medidas de atención más importantes, estableció la dotación de residencias de mayores –incluidas aquellas de asistencia completa- y la creación de una red profesional de cuidadores que atenderían a jornada laboral completa a las personas dependientes. Se trataba de garantizar plenos derechos de atención y que aquellos que estuvieran en su hogar, o en la casa familiar, lo hicieran con la independencia que ofrece no ser una carga para los familiares las veinticuatro horas del día. Para aquellas zonas y situaciones en que esto no fuera posible, la ley estableció con carácter excepcional, la posibilidad de dar ayudas económicas a los familiares que desempeñaran provisionalmente esta tarea, obligando a que las condiciones de su cuidado fueran correctas.Sin embargo, la aplicación de la ley está caminando en sentido absolutamente contrario a lo previsto. En Andalucía –que no es la comunidad con peores indicadores-, solo algo más de trece mil dependientes tienen asistencia residencial, unas cuantas docenas gozan de asistencia personal profesional y casi cincuenta y cuatro mil se han acogido a la ayuda familiar para su cuidado. El resto tienen servicios menores como teleasistencia y ayuda a domicilio de escasísimo tiempo y dedicación. Esto se ha producido por una curiosa complicidad entre los usuarios y la administración. A éste última le resulta más barato dar ayudas de unos cuatrocientos euros a las familias, que crear puestos de trabajo en asistencia. Por su parte, a muchas familias les viene como agua de mayo esa ayuda económica. La consecuencia ha sido que la excepción, o sea la ayuda familiar, se ha convertido en norma, mientras que los servicios definidos como esenciales tales como asistencia profesional completa y plazas residenciales, no se están poniendo en marcha. Se confunde, así, la ayuda social que necesitan muchas familias, con el cuidado de las personas dependientes, sin tener en cuenta que los efectos beneficiosos de la ley en cuanto a igualdad de las mujeres y en creación de puestos de trabajo se están dinamitando.Me cuentan en mi pueblo que algunos familiares han llegado, incluso, a retirar de las residencias a mayores que estaban en ellas antes de la aplicación de la ley, para poder acogerse a esa ayuda familiar. La noticia me llenó de tristeza. Desplazados de su familia cuando carecen de recursos, vuelven a ella cuando son una fuente de ingresos. Me digo que los que así actúan son una exigua minoría, pero deseo que los dependientes tengan cariño y buenos servicios –tal como contemplaba la ley- , en vez de intereses y limosnas.

viernes, 20 de febrero de 2009

Dos años de nuevo Estatuto

Este es el artículo que he publicado hoy en el Correo de Andalucía:

Confieso que sentí una enorme tristeza por los magros resultados de participación en el referéndum para la aprobación del nuevo Estatuto de Autonomía. No se trataba de un sentimiento partidario, curtida ya en centenares de derrotas, sino el pensamiento de que la alta abstención del pueblo andaluz dejaba sin nervio su posterior cumplimiento.
El Estatuto contenía, en mi opinión, un fuerte compromiso de cambio de nuestra comunidad que no podría conseguirse sin una elevada implicación del conjunto de la sociedad. Las escasas personas que lo hayan leído pueden ver cómo hay una apuesta decidida por un modelo de desarrollo más racional y ecológico así como por unos servicios públicos de calidad como factor de igualdad de la ciudadanía.
Nos esforzamos porque tuviera el sello de una identidad andaluza construida sobre la extensión de los derechos sociales, la participación de la ciudadanía, la apuesta por los servicios públicos y el cuidado medioambiental. Trabajamos para introducir en el texto en torno a treinta seis nuevos derechos sociales para todas las personas que viven en Andalucía sin distinción de su procedencia; algunos de gran alcance como la Renta Básica o la articulación de las políticas sociales a través de una red públicas de servicios sociales; otros derechos hacían referencia a problemas de carácter más sectorial como la atención especial y preferente a enfermedades crónicas o invalidantes, las ayudas públicas a la vivienda o el reparto de la integración educativa en los centros públicos y privados. Tuvimos una verdadera batalla política para conseguir que estos nuevos derechos no fueran “declarativos”, sino reales y que pudieran ser reclamados por cualquier persona ante los tribunales o ante el Defensor del Pueblo para su cumplimiento.
Descendió el estatuto a las situaciones laborales más habituales, el cumplimiento de los convenios, la falta de calidad del empleo juvenil o la discriminación soterrada de las mujeres en el mercado laboral. Estableció que las ayudas y subvenciones públicas a las empresas se harían atendiendo a criterios de estabilidad laboral, inclusión social, promoción laboral de las mujeres y respeto al medio ambiente.
Cuando el PP se incorporó al Estatuto, -tras comprender que era una operación ruinosa mantenerse en la oposición obstinada que había mantenido durante su tramitación- su principal aportación consistió en reducir el caudal identitario, afirmar la supremacía del Estado sobre la Comunidad, o establecer cautelas constitucionales, pero afortunadamente, el edificio estaba construido.
Dos años después de su aprobación, el Gobierno Andaluz ha corrido un oscuro velo sobre esta conmemoración. Su balance de cumplimiento del nuevo Estatuto ha sido ínfimo y las pocas leyes tramitadas pertenecen a la anterior legislatura en la que todavía había cierto impulso para su cumplimiento. Por su parte el PP cuelga en su web el siguiente titular: “Balance de dos años de Estatuto de Autonomía: 850.300 parados”, porque al parecer les resulta rentable mezclar las palabras “autonomía” “Estatuto” y “paro” en la misma frase, aunque el resultado sea una descomunal mentira.
Por el contrario, el desarrollo del Estatuto había previsto mecanismos muy útiles para afrontar la crisis económica con mayor protección social a las personas sin recursos a través de la Renta Básica, la implicación de las Cajas de Ahorros en la economía productiva, la defensa y protección de los autónomos así como el desarrollo de nuevos servicios públicos o de la economía ligada al medioambiente. Que todavía estén sin desarrollar es una nueva Deuda Histórica con el pueblo andaluz que, por desgracia, escasamente se reclama.