jueves, 21 de mayo de 2009

Sevilla, fiesta y mito




La autora analiza en su primer libro, 'Sevilla, Ciudad de las Palabras' (RD Editores), con prólogo de Luis García Montero, la imagen de esta capital proyectada a lo largo de los siglos por la literatura universal


Javier Chaparro Diario de Sevilla

Diputada durante 14 años del Parlamento andaluz, Caballero se considera una apartada involuntaria de la política, aunque ha rechazado tentadoras ofertas para mantenerse en ella. Profesora de literatura en un instituto del Aljarafe, ha escrito un libro sobre libros, de los muchos que han penetrado en las entrañas de Sevilla para descubrirla y presentarla al mundo. Prologada por Luis García Montero, es una obra literaria que podría servir casi como libro de texto. Sevilla, una urbe convertida en metáfora de sí misma.
-Dicen que una de las sensaciones que uno tiene al dejar la política es que el teléfono deja de sonar. ¿Es este libro producto de esos silencios?
-Te llaman mucho más los amigos, la gente que te quiere y que te intenta cuidar. Y te llaman menos los compromisos y las falsas amistades. Pero sí, en cierto sentido tengo que agradecer a quienes me han dado vacaciones políticas el haber podido emprender este camino.
-¿Escribir es descubrir?
-Para mí ha sido casi todo un descubrimiento. No tenía una idea previa muy definida al empezar y me he encontrado con que había como un argumento en torno a la ciudad a lo largo de los siglos en la literatura.
-¿Por ejemplo?-Si lees a Cernuda y a los poetas andalusíes hay paralelismos en la metáfora, en el exilio, en muchísimas cosas. Me ha impresionado también la fortaleza de lo andaluz en la historia, que no es tan reciente como creemos. Descubrí a un Fernando de Herrera reclamando Andalucía frente a los Infantes de Carrión o la vitalidad del Romanticismo, con la fortaleza de la prensa de la época. Mi trabajo no se limita a recopilar textos o hacer una relación de lugares de la ciudad que aparecen citados en una novela, es una visión de la metáfora en torno a Sevilla, la construcción simbólica de la ciudad. Sevilla no se construye con ladrillos, sino con la luz, con conceptos como el paso del tiempo, la infancia, las relaciones de la gente.
-Su obra parte de Julio César y concluye en Cernuda. Ha obviado una visión más contemporánea.-El libro huye del presente. Hubiese sido complicado hacer la selección de textos y también hay periodos literarios que no me seducen. Por eso se corta en la Generación del 27 y en textos de los años 30 y 40.
-El Cernuda abatido decía que "el sur es un desierto que llora mientras canta". ¿Ha cambiado la cosa?
-(Risas) No lo sé. Estamos en un momento muy complicado en el que creo que Sevilla puede poner en valor una vida no productivista, un concepto del tiempo y del espacio, del ser humano. Creo también, sin embargo, que hay una gran impotencia para romper el marco del cuadro. Cernuda, cuando se va de Sevilla, dice: "En Sevilla nunca pasa nada". Quizá todavía seguimos con esa actitud.
-Eso contrasta con la visión idílica de otros autores.
-Es que Sevilla tiene muchas caras. Tiene esa imagen de fiesta y superficialidad y hay una Sevilla jonda. Manuel Machado dice en un célebre poema que a todos nos han cantado en una noche de juerga coplas que nos han matado. Sevilla está acompañada de una visión de folclorismo y no es así. Ruben Darío viene y ve una ciudad que no es la folclórica y dice váyanse a otro sitio. Los románticos se fijaron en el concepto de libertad y de tiempo extendido que tiene Sevilla y no tanto en el folclorismo. La gente se va a sorprender de que Pushkin, Dostoievski o Stendhal hablasen de Sevilla.
-Es curioso que muchos de ellos ni tan siquiera pisaron la ciudad.-¡La mayoría! Es que Sevilla es también un mito.
-Dostoievski localiza en ella un relato en el que el gran inquidor juzga a Jesucristo.
-Sí, sí, y es increíble la precisión de la descripción que hace pese a no conocer Sevilla. No es el único. Chesterton, por ejemplo, se atreve a hacer un texto sobre la Semana Santa diciendo que el negro no es la apoteosis de la oscuridad, sino de la luz.
-Santa Teresa habló de "la poca verdad", de "los dobleces" de los sevillanos.
-La relación de Santa Teresa con Sevilla es genial. Ella viene aquí a la fuerza y además no le gusta el carácter de la gente, pero al cabo del tiempo dice que los sevillanos, con el calor que hace aquí, bastante tienen con no pecar. Dice que el demonio tiene los brazos muy largos y que incluso a ella la está tentando.
-Usted describe así la Sevilla cervantina: "Todo está permitido en la ciudad (…) y con sólo seguir la liturgia religiosa tendrán garantizada la libertad en la tierra y acaso la gloria en el cielo".
-Es que Sevilla era el Nueva York de aquel tiempo. Hay cosas en Lope de Vega que me recuerdan a Poeta en Nueva York, cuando dice que "Sevilla es el tiempo en cifras", una ciudad deshumanizada. Ve la urbe, la gran ciudad. Y Cervantes aporta un enigma, ese libro que es Rinconete y Cortadillo, que es una crítica terrible a la jerarquía eclesiástica y civil de esta ciudad, de la que él se va habiendo fracasado.
-Para el joven Byron era la ciudad del amor, de la subversión.
-Byron dice que aquí se encuentran los altares de la locura en medio de una guerra. Se daba la dualidad de la ciudad, la más religiosa y la más pagana, la más españolista y la que tenía más carácter propio.
-Fernán Caballero admira la "portentosa flexibilidad con que sabe el catolicismo apoderarse de todas las armonías de la naturaleza".
-Ese concepto de la religión es muy curioso y aparece en muchas obras. El sur cambia el concepto de la religión, pero ésta también se apropia de todos los conceptos de la belleza.
-¿La política y usted...?
-Yo estoy como Umbral: vengo a hablar de mi libro (risas).

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