Está de moda el discurso catastrofista sobre la educación. Se magnifican datos que tienden a poner de relieve la falta de preparación de los alumnos, los conflictos en las aulas, la falta de disciplina y de esfuerzo, el cansancio del profesorado y el fracaso escolar. Hay, además, soterradamente. una campaña de desprestigio de de la enseñanza pública, presentada como una especie de descenso al infierno, en el que se pierde toda esperanza.
No se trata de negar los problemas del sistema educativo, pero convendría poner en su sitio todos estos datos confusos que conducen a la idea de que en la enseñanza cualquier tiempo pasado fue mejor, de que la juventud es una olla podrida y de que los enseñantes hemos tirado la toalla.
¿Están, de verdad, nuestros jóvenes peor preparados que en décadas anteriores? ¿Existen realmente menos titulaciones, menos bachilleres, menos nivel educativo que en las pasadas décadas? O, por el contrario ¿no nos estaremos quejando de que el sistema educativo haya abierto sus puertas a los que antes excluía?
Faltan datos. Faltan urgentemente estudios comparativos y fidedignos sobre los avances o retrocesos de la escuela pública como instrumento al servicio de la sociedad. No se trata de comparar los resultados de los institutos minoritarios y elitistas de hace veinte años con los centros actuales, sino de comparar si para el conjunto de los jóvenes la educación obligatoria ha sido un paso positivo y un factor de igualdad. Es en esos términos dónde hay que situar el debate porque –como bien sabemos los que compartimos la pasión por la docencia- cada alumno o alumna arrebatado a la incultura, al olvido o a la marginación, es un éxito del sistema educativo. Seguramente son pocos, pero antes eran prácticamente ninguno.
Habría que poner sobre la mesa los verdaderos problemas en el marco social en el que se desarrollan. ¿Es el sistema educativo más conflictivo, menos esforzado o falto de valores que la sociedad que lo sustenta? Presuponiendo que la respuesta a esta última pregunta sea negativa habría que revisar el valor de la educación en estos tiempos. Hace veinte años las instituciones educativas tenían a su cargo, casi exclusivamente el conocimiento y el aprendizaje. Ahora le hemos encomendado la integración social y cultural, la resolución inicial de conflictos sociales, una buena parte de las políticas de igualdad, sin darle la importancia ni los medios para desarrollar todas estas labores. Los enseñantes no están, como se suele decir, “quemados” sino sobrepasados por la multitud de responsabilidades y por la falta de compromiso colectivo con su tarea.
Tampoco los jóvenes actuales se corresponden con la caricatura que se hace de ellos, ni los estudios son ese “coladero” del que hablan sin conocer la realidad (a los que así opinan, les invito a intentar aprobar, por ejemplo, los contenidos del bachiller). Una gran parte de los jóvenes se esfuerza, adquiere nuevos conocimientos, se prepara para un mundo altamente competitivo y los que fracasan, en su inmensa mayoría, han llegado a la escuela con problemas sociales desde la infancia.
No hay en la enseñanza –en términos generales- un paisaje desolador de conflictos, violencia o drogas. Hay, sin embargo un ángel exterminador que consiste en la falta de motivación, de abandono escolar y de desesperanza que se expresa en el descenso del interés -o en otros casos de posibilidades- de terminar los estudios medios y que contrasta con el número elevado de mayores de dieciocho años que quiere retomarlos.
Ante la falta de propuestas y de actuaciones, los sectores más conservadores celebran o exageran cada problema educativo como la confirmación de unas tesis que tienen la ley y el orden como bandera, pero que guardan, en la trastienda, la vuelta a la segregación social y educativa de la mitad de la población. No nos encojamos de hombros, porque en la enseñanza nos jugamos el modelo social.
PD.- El lienzo es obra de Marina Caballero.
2 comentarios:
Suscribo tu lúcida opinión de la A a la Z. Soy maestro en activo e ininterrumpidamente desde hace ya 38 años y sé de qué estamos hablando. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino todo lo contrario . Hoy los adolescentes no son peores ni muchísimo menos que los de otras épocas y, a pesar de sus lagunas, saben mucho de muchas cosas que algunos "listillos" mediáticos ignoran. Problemas, claro que los hay, y para eso está la educación precisamente, para resolverlos, no para convertirse en un coro de plañideras. Enhorabuena una vez más, Concha. También por dar testimonio y ejemplo no sólo en tu faceta política, sino por haber vuelto a tu profesión docente (¡decente!) con tanta discreción como compromiso. Eso es lo que esperamos los ciudadanos de a pie de nuestros dirigentes. Un saludo.
"No podemos olvidar que [la escuela democrática actual] crea sus propias desigualdades ya que jerarquiza al alumnado en función del mérito -exito escolar-." Pilar Ballarín, asesora de la ex-consejera de Educación Cádida Martínez, en el capítulo 'Retos de la escuela democrática' del libro 'Educar en la ciudadanía. Perspectivas feministas, de Rosa Cobo (ed.).
Esta frase ejemplifica a la percepción alguno de los males de nuestros dirigentes políticios. Para esta señora, el que un chaval pobre, por ejemplo, saque buenas notas y un chaval rico catee, es un problema de desigualdad. Increible ¿no?
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