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lunes, 25 de agosto de 2014

¿ASÍ QUE SALIR DE LA CRISIS ERA ESTO?

Publicado en El País Andalucía

   Es verdad que hay más empleo. Doy fe de ello. Trabajo con jóvenes mayores de 18 años y en los últimos meses han encontrado empleo muchos de ellos. Lo comentamos en un corrillo. Algunos trabajan los fines de semana, otros a media jornada, por horas o en jornadas variables. Les pregunto si están dados de alta en la Seguridad Social. La mayor parte no lo está aunque le han prometido que, si va la cosa bien, quizá dentro de cuatro o cinco meses pueda tener contrato. Tampoco es que a ellos este detalle les preocupe mucho. Lo que sí les enfada es la miseria de sueldos que les pagan a final de mes y la cantidad de horas que hacen, que no son ni mucho menos las pactadas. Los 400 euros se han vuelto moneda normal por mensualidad y permanecer unas cuantas horas después de la jornada laboral ya es una práctica común. En una gran empresa andaluza llaman “el club de los suicidas” a los que se marchan a la hora que marca su convenio laboral. Los que cierran su ordenador a la hora que marca su contrato, serán despedidos antes de un mes. “Lo más prudente es esperar una hora y media más allá del horario establecido y, a partir de esa hora, iniciar una despedida lenta de la oficina”.

   Me ponen también al corriente de la nueva moda laboral, que hace furor de norte a sur, y que consiste en hacerse autónomo aunque se trabaje por cuenta ajena. Este oxímoron laboral es muy fácil de explicar, verá: la persona en cuestión se da de alta en autónomos, paga su cotización para tener los minúsculos derechos que les concede el sistema, pero trabaja para otros que se ven libres de la pesada carga de las cotizaciones laborales y de los convenios colectivos. ¡Menudo invento el de autonomizar forzosamente a los trabajadores! Todo son ventajas: los empresarios dejan de cotizar y el Gobierno se pone la medalla de que crece el autoempleo en nuestro país de forma exponencial.

   Especialmente los jóvenes son la carne del cañón con que se alimenta esta recuperación económica. Son los conejillos de indias de unas nuevas relaciones laborales cuya máxima es “mínimo de sueldo, escasez de derechos y máximo horario”. Esta es la razón por la que algunos empresarios andaluces de la hostelería —un sector del que no hay duda que ha salido de la crisis— propongan salarios de 600 euros, horarios de 10 horas y eliminación de días de descanso. En vez de anunciar ofertas de trabajo pueden rotular “busco esclavos para temporada veraniega”.

   Hay muchos trabajadores que desaparecen de la lista del paro pero permanecen en la estadística de la pobreza. Según el último estudio, el 23% de los pobres actuales tiene alguna clase de empleo. Mientras tanto, la desigualdad crece y crece sin tregua, ante la sonrisa de nuestros gobernantes que se preguntan con cara de bobos por qué el pueblo sigue sin celebrar la recuperación económica. Tan necios que no se han dado cuenta de que la indignación no es ya un quejido privado y resignado, sino una demanda de cambio profundo, inmediato, que empieza a formar ola.
@conchacaballer

martes, 10 de junio de 2014

¿QUÉ PIENSAN LOS JÓVENES?


Publicado en El País Andalucía

  Hicieron una rutilante aparición el 15-M de hace tres años. Llenaron de color las plazas, crearon un lenguaje propio y devolvieron el sentido a palabras empañadas como democracia y participación. Quisieron organizar un movimiento universal, que se expresaba en las plazas de todo el mundo, desde Nueva York a Berlín. Crearon una marca desconocida llena de esperanza, la #spanish revolution que deseaba reiniciar el sistema.

   En un solo mes rejuvenecieron el lenguaje político y, bruscamente, todas las opciones políticas se tornaron viejas a su lado. No aceptaban banderas, ni preguntaban a nadie de dónde venía sino adónde iba, e hicieron renacer las esperanzas de corazones casi fríos. Pero la presencia de los jóvenes duró lo que dura un suspiro, y al año siguiente el movimiento fue ocupado poco a poco por gentes de mayor edad, con deseos de cambiar el mundo pero con la mochila excesivamente llena de experiencias, con el lenguaje gastado de ilusiones demasiadas veces traicionadas, con análisis tan perfectos, tan acabados, tan redondos que sonaban nuevamente a pasado. Nada que objetarles, a fin de cuentas, con su esfuerzo han mantenido vivas pequeñas llamas de ese incendio en muchos barrios o en movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Pero la mayoría de los jóvenes desaparecieron tal como habían llegado: sin previo aviso.

   A pesar de que la propaganda se esforzó en presentarlos como perroflautas, eran en su mayoría jóvenes con un alto nivel de formación. Me temo que gran parte de los que aparecen en los vídeos de la acampada de Sol o en Las Setas de Sevilla están ahora a miles de kilómetros: en Berlín, en Singapur, en Brasil. Otros guardan un bello recuerdo y una instintiva aversión a la política partidaria. Los menos, han seguido participando de forma ocasional en las movilizaciones sociales o en la política.

   Miro las caras de la mayor parte de las manifestaciones actuales y los jóvenes vuelven a ser una minoría. Sus padres y sus madres sustituyen amorosamente su presencia. Las verdaderas víctimas de la crisis (los jóvenes, los parados, los degradados en su trabajo, los esquilmados) no salen a la calle a protestar.
Puede ser que no crean en la utilidad de la movilización social, o que les resulte ajena, lenta y aburrida. Puede que incluso la protesta se haya ritualizado de tal modo que sea como ir a misa los domingos y tomar unas cervezas a su término, pero la realidad es que no expresan sus deseos, sus demandas, sus soluciones. En términos políticos, y según las encuestas del CIS, nuestros jóvenes son el sector de la población con ideas más cercanas a la izquierda, pero son los más remisos a votar en estas elecciones.

   Quizá no haya en nuestra historia reciente una generación tan desconocida como los jóvenes actuales. Se expresan poco en términos sociales y rara vez mantienen debates públicos sobre sus opiniones y sus deseos. Desde el estallido brillante del 15-M no han vuelto a decir lo que quieren. Quizá simplemente no creen en el futuro, y no me refiero a la confianza que tengan en lo que ocurra pasados unos años, sino que el concepto de futuro les parece un fantasma que se disuelve entre las brumas, una palabra obsoleta que invocamos los que ya no somos jóvenes, un espacio perdido al que no se llega más que a través de un carpe diem eterno. Mientras la vida es solo un día a día salpicado de emociones, de mensajes, de gustos o disgustos. Pero hace tres años, tuvieron el futuro en sus manos y todavía se escuchan algunos ecos y huellas, como las que el agua deja sobre una tierra seca.
@conchacaballer

domingo, 11 de mayo de 2014

LAS MIL MUERTES DE FRANCO













 Publicado en el  País de Andalucía

    Julia había tenido una vida feliz hasta que cumplió los 15 años y empezaron a caer sobre ella una lluvia de prohibiciones. Muchas tenían que ver con su condición femenina y esa vigilancia especial sobre el sexo que las familias debían ejercer y otras con la libertad de leer, escuchar música o manifestar sus opiniones. Empezó a conocer gente distinta, a alimentar un ansía de vida y de conocimientos que necesitaban urgentemente el oxígeno de la libertad. Franco murió en su casa el día en que apareció vestida con una minúscula minifalda, un abrigo abierto y largo hasta los pies, unas enormes gafas de sol en pleno invierno y un disco de canciones con letras incomprensibles.

   Varios años antes de que muriera el dictador, el franquismo había muerto en cada casa de una forma diferente. Acabaron con él los jóvenes que no aceptaban las prohibiciones, la incultura, la hipocresía de una sociedad irrespirable. Miles de jóvenes como Julia abandonaron sus casas, hicieron de la universidad y de los centros de enseñanza su cuartel general y se enfrentaron cara a cara con los antidisturbios, las multas y las expulsiones. Muchos de ellos perdieron sus becas, sus carreras, su amparo familiar. Ni siquiera voy a citar las detenciones, las palizas, las torturas, con las que cientos de policías como Billy el Niño intentaban borrar las aspiraciones de libertad.

   Eduardo ya no era tan joven, había cumplido los 30. Era trabajador de una fábrica automovilística de Sevilla. En su casa le habían enseñado dos cosas absolutamente contradictorias: el ansia de libertad y el miedo a la represión. A los de su generación les tocó salir a la calle a conquistar las libertades. Ellos siempre las citaron así, en plural, con contenido concreto. Fue detenido, apaleado, encerrado en cinco ocasiones. No le da una gran importancia a todo esto. “Los que lo tuvieron duro fueron los que pelearon unos años antes. Esos sí que eran héroes”, sentencia.

   Es verdad que Franco murió en la cama, pero el franquismo murió en cada casa, en cada plaza, en cada pueblo y ciudad. Acabaron con él una resistencia histórica a la dictadura y la incorporación de millones de jóvenes a la causa de la libertad. Solo quienes permanecieron aferrados a la dictadura hasta el último momento pueden proclamar que la democracia la trajeron unos cuantos próceres que se pusieron de acuerdo en un texto constitucional y en una forma de gobierno. No, la democracia se implantó como último recurso porque el régimen de Franco era ya insostenible, porque la calle ya no era suya y, a pesar del miedo, cada vez más sectores necesitaban respirar el aire de la libertad.

   Las Julias y Eduardos son los verdaderos héroes de la transición. Los nombres conocidos sólo pactaron las nuevas reglas de juego —que no es poco— y plasmaron las condiciones de sus respectivas derrotas. ¿Se pudo haber avanzado más? ¿Faltaron fuerzas para hacer una verdadera ruptura democrática o se renunció gratuitamente a ella? Desgraciadamente antes importaba quién escribía la historia, ahora solo interesa quién hace la escaleta del próximo telediario. Aún así, son más importantes los sueños del futuro que la historia del pasado. Y me temo que con estos nuevos mitos no pretenden tanto modificar la historia como vacunarnos contra el sueño de un futuro que no controlan.

ME GUSTA/ NO ME GUSTA



Publicado en el País de Andalucía 

   Mis alumnos no leen los periódicos. Ni en formato digital ni en papel. Las noticias llegan a ellos sin que sepan a ciencia cierta cómo y solo cuando tienen carga emocional. Tampoco son tan distintos a gran parte de la sociedad donde triunfa el género de la emo-noticia: violencia, amenazas, sexo, rarezas y escándalos.
No tienen una visión del mundo organizada, ni siquiera de su propia realidad. El mundo es un puzzle que no tienen interés en resolver. Se han alterado los pronombres personales y los tiempos verbales. De las seis personas sólo queda el yo y el nosotros. El selfie es una gran metáfora de la vida actual. Ya no interesa lo que ocurre alrededor sino lo que nos ocurre a nosotros: a mí y a mis amigos, a mí y a mi grupo. Las segundas y terceras personas han desaparecido por ajenas, problemáticas, difíciles. Más allá del yo y del nosotros está el abismo. En cuanto a los tiempos, el único que se conjuga es un presente perpetuo, un hoy renovado, eterno, que carece de historia. El pasado se desvanece sin rastro; en cuanto al futuro, una niebla intensa lo cubre. La historia y el tiempo han muerto.

   Por eso, cada semana, estrenan canción, miedos o fobias. La vida simula una uniformidad engañosa: seis horas sentados en el aula, escuchando lecciones que apenas conectan con sus vidas. Después otras seis horas ante pantallas de distintos tamaños, absorbiendo, mirando, tecleando monosílabos y risas digitales. Creen que tienen el mundo en sus manos, y el mundo los tiene a ellos. Consiguen convencerlos de que la opción me gusta o no me gusta los hace protagonistas y que las emociones instintivas, son la única forma cool de sentirte vivo.
  
   El sistema educativo se vuelve odioso porque pretende sacarlos de la maraña de emociones trucadas, eludir el “me gusta” o “no me gusta” y añadir molestas preguntas como “¿por qué?” O, peor todavía “¿cómo podemos cambiarlo?”. Un esfuerzo inútil porque, como Sísifo, cuando conseguimos subir unos metros la piedra a la montaña, el sensacionalismo informativo nos devuelve al punto de partida.
Una gran parte de mis alumnos piensan que estamos siendo invadidos por una horda de negros violentos que viene a ocupar nuestro país. No se lo discutas porque lo han visto en la televisión, con música amenazadora de fondo. La cosificación del ser humano, la xenofobia más burda entendida como miedo al extranjero, el racismo más evidente, borra como un vendaval los valores que pretendemos enseñar. No hay rastro de historia, de razones, ni de argumentos en la forma de presentar estas noticias. Solo el miedo a los otros, cultivado con primor para engordar un negocio infame. Pero, aunque tengamos lágrimas en los ojos, no nos rendimos. Mañana intentaremos explicarlo en clase, a pesar de vosotros.

domingo, 10 de noviembre de 2013

ES COSA DE HOMBRES


Publicado en El País de Andalucía

   Nos creemos a salvo. Tendemos a pensar que nuestra formación, nuestra cultura, nuestra forma de vida nos mantienen a salvo de la violencia canalla que asesina a varias mujeres cada semana. Estamos convencidos de que no formaremos parte de ese racimo de víctimas que se asoman débilmente a los informativos. Tenemos la seguridad de que esa escalera, ese bloque de pisos, esos vecinos no serán nunca los nuestros.

   Aunque repetimos que no hay un perfil de víctima de la violencia de género, en el fondo creemos que es un mal que acecha a los otros, a los que no supieron defenderse, ni educar, ni rebelarse contra la discriminación. Esta semana hemos tenido pruebas evidentes de lo contrario: una mujer fuerte, feminista, que aconsejaba denunciar a la primera agresión y que participaba en los actos de violencia contra las mujeres, ha sido asesinada por su exmarido. Las flores de la igualdad no pueden crecer en un campo minado de malas hierbas, cruzado de amenazas, costumbres y viejas complicidades que nos obligan a ser “buenas” más allá de nuestros propios intereses.

   Creemos haber puesto a salvo a nuestras hijas de la violencia machista. Las hemos educado en el ejercicio de la igualdad y estamos seguros de que ellas, tan libres y decididas, nunca consentirán que limiten sus vidas. Pero no hemos cuidado con igual esmero el terreno en el que crecen. No hemos eliminado complicidades, trampas sentimentales, discursos míticos en torno al amor y a las relaciones. Hemos levantado un ideal igualitario para las mujeres jóvenes pero no se ha construido un ideal masculino de nuevos valores que atraiga a los varones, que los haga parte indispensable de estas formas de vida igualitarias.

   Hablamos a los jóvenes de igualdad, pero lo que detectan a diario en su vida cotidiana es la tremenda incomodidad masculina frente a la libertad de las mujeres. El inconsciente colectivo no se ha desprendido aún de la materia pegajosa y sucia de los viejos tiempos. Se renuevan viejos mitos contra la nueva libertad de las mujeres: son egoístas, astutas, golfas, interesadas o manipuladoras. Lo dicen escritores que lamentan la pérdida de la feminidad, jueces que intencionadamente lanzan el infundio de que la mayor parte de las denuncias de malos tratos son falsas, programas de televisión que ritualizan una lucha de sexos con los viejos esquemas o informativos que presentan un execrable crimen machista como una historia de amor.

   Las nuevas redes sociales sirven de refugio al más viejo machismo. Las descalificaciones, los insultos contra las mujeres proliferan como setas venenosas. La crisis económica y la irritabilidad so cial son, además, un buen campo de cultivo del nuevo antifeminismo, de una revuelta anónima y clandestina contra la igualdad de las mujeres. Los amargos frutos de esta situación no se han hecho esperar. En varias comunidades el número de mujeres menores de 25 años atendidas por maltrato supone ya más del 25% del total. Los datos nos indican que no hay tampoco un perfil determinado de víctima. Que no hay vacuna que inmunice a nuestras chicas frente a las miles de caras y de estrategias de culpabilización con las que el machismo se disfraza, empezando por un concepto de amor romántico que es pura posesión. Pero donde realmente tenemos que poner los esfuerzos es en cambiarlos a ellos, a los agresores.

   Para eso, nada mejor que presentar referentes masculinos igualitarios, defensores de este nuevo territorio recién conquistado. Hombres que pongan voz y acciones, que sean los primeros en denunciar los crímenes machistas, indignarse por la muerte de cada mujer y avergonzarse de cada acción que atente contra la igualdad de las mujeres.

   Es el momento de que los hombres que han hecho suyos los ideales de igualdad se hagan visibles en las redes, en la educación, en los medios de comunicación. Si queremos que crezca la flor de la igualdad, es indispensable que hagamos visible, deseable y feliz una nueva masculinidad. La nueva etapa de la lucha contra la violencia de género, es ahora cosa de hombres.
@conchacaballer

sábado, 5 de octubre de 2013

EL PUTO AUTOBÚS

   

Publicado El País de Andalucía

Me llama una alumna de mi instituto. Acaba de terminar el bachillerato con matrícula de honor y ha obtenido unas notas de selectividad que le permiten escoger la carrera que deseaba. Me dice que se ha matriculado en la UNED, la Universidad a Distancia, y le pregunto extrañada por qué.

  —Me hubiera gustado conocer el ambiente universitario pero no va a poder ser.

   Me explica que su padre y su madre están en paro. Han estado haciendo cálculos y no pueden pagar los ciento y pico euros mensuales que suponen el desplazamiento diario desde Coria del Río a la Universidad Pablo Olavide. Le contesto que no se preocupe, que estoy segura de que le concederán la beca que ha solicitado, que si no se la conceden a ella con su magnífico expediente y su situación familiar, no habrá becas para nadie.

  —Ya lo sé —me contesta— pero el problema es que las becas no empiezan a pagarlas hasta febrero o marzo y no podemos adelantar ese dinero.

   Le digo que hay algunos fondos para esas situaciones. Me dice que ya ha preguntado y que están saturados. Me ve tan afectada que es ella la que se dedica a animarme.

   —No te preocupes. Es solo una racha de mala suerte. El año que viene será distinto. Ya verás.

     A los dos días me encuentro en la puerta del instituto a una pareja de jóvenes estudiantes que terminaron también el curso pasado con estupendas calificaciones y una inesperada historia de amor. Los hacía en la Universidad pero me dicen que han venido a matricularse en el único ciclo superior de formación profesional que existe en la localidad, el de Informática. Algo totalmente ajeno a sus aspiraciones y a la orientación de sus estudios. Me cuentan exactamente la misma historia. Los pocos kilómetros que separan este pueblo de la ciudad de Sevilla se han convertido en un foso insuperable. El pago de las becas se produce con retraso y eso les obliga a adelantar un dinero que no poseen. Siento una profunda rabia.

    —No pasa nada. De verdad —me dice él con más convencimiento que ella—. No vamos a perder el año. Vamos a buscar algún trabajillo y ahorrar para poder empezar la carrera el próximo curso.

   Frente a los cristales de secretaría está la madre de uno de los alumnos del centro. Tanto ella como su marido están parados desde hace más de tres años. Les pregunto si ha mejorado la situación.

—Bueno… vamos tirando. Tenemos la suerte de tener la casa pagada y mi padre se hace cargo de los gastos extras, que si unos zapatos, una equipación… nos arreglamos con muy poco.
—¡Ojalá las cosas mejoren! —le digo sin mucha convicción—.
—¡De verdad! Todos los días cuando me levanto me acuerdo de los que no tiene nada, asegura.

    Me hace sonreír el optimismo histórico que nos permite sobrevivir y esa compasión que quita peso a las penas propias.

    En la sala de profesores discutimos las actividades extraescolares para este curso. Mejor dicho podamos, recortamos, escatimamos las que se solían hacer en años pasados. Recordamos con humor cuándo proponían ir a Cancún o a la Riviera Maya. Ahora ir a Granada ya es un lujo y las actividades son muy modestas: visitar algún museo de Sevilla, asistir a una función de teatro o participar en la feria del libro.

   —Aún así habrá alumnos que no podrán pagar el billete del autobús —nos advierte alguna compañera—.

    Antes Sevilla estaba muy cerca, ahora muy lejos. El modesto autobús al que apenas prestábamos atención juega ahora un papel determinante en cientos de vidas. Nunca pensé que subir a un autobús o a un vagón del metro llegase a ser un problema. Era el dinero menudo que volaba de nuestros bolsillos sin saber cómo. El mismo que hoy se cuenta, se mide, se planifica.

    Camino de casa observo a los viajeros que esperan en la marquesina con cara de indiferencia. Desde luego no son privilegiados. Como siempre, el conductor ha ocupado buena parte de la calzada e interrumpe el tráfico hasta que embarcan todos los viajeros. El vehículo va casi vacío. No sabe que se ha convertido en un nuevo símbolo de la escasez. El puto autobús.
@conchacaballer

ESTE PAÍS ES VUESTRO



Publicado en El País Andalucía

     En mi familia todos sabemos ahora dónde está Isla Reunión. Su nombre estaba agazapado en algún lugar de nuestra memoria de estudiantes de bachillerato pero ahora sabemos localizar ese lugar con precisión. En cada casa nombres de países y de ciudades exóticas han pasado a formar parte de la vida cotidiana. Nunca pensamos que íbamos a aprender nuevamente geografía a golpe de exilio. Tampoco llegamos a imaginar que el futuro empezaba en una sala de embarque, en el pasillo interminable de un aeropuerto cercano.

    Respiramos aliviados cuando nuestros jóvenes sortearon los vendavales de la adolescencia y se centraron en los estudios. Ellos, por su parte, tuvieron que lidiar con sus propias decisiones, batallar muchas veces contra nuestros deseos de proyectar en ellos nuestras vidas. Estudiaron, se formaron, acumularon títulos, másteres, dominios lingüísticos. Fueron formales, estudiosos, cumplidores con la antesala de su futuro. Cumplieron perfectamente con el requisito de excelencia que se les exigía, sin saber que este país iba a premiar su esfuerzo con un boleto de salida.

    Ahora se van a Isla Reunión, a Quebec, a Sídney… Y si no se han ido todavía, lo están sopesando, buscando afanosamente en Internet, compartiendo con otros jóvenes los mejores lugares para salir de nuestro país, de nuestras vidas y de nuestro presente. Incluso los que se quedan, ya no están aquí. Al finalizar la carrera, un cartel invisible de “Game over” se coloca en sus vidas y el siguiente nivel del juego consiste en encontrar una puerta de salida fuera de nuestras fronteras.

    Mentalmente han dejado de ser ciudadanos de este país que no los quiere, que prescinde de ellos como de un lujo innecesario. Volverán, nos dicen, cuando las cosas mejoren en nuestro país pero la pregunta que me golpea es: ¿Quién, si no ellos, puede mejorar este país? ¿Quién, sin ellos, hará los cambios necesarios? ¿Qué clase de futuro podremos conseguir sin el empuje y la fuerza de la juventud que va a vivirlo?
No hay un solo cambio social importante que se haya hecho sin el protagonismo de los jóvenes. La democracia en nuestro país no la trajeron unos cuantos señores encorbatados y un rey condescendiente sino miles de jóvenes que hicieron de la libertad su bandera, su forma de vida y un sueño que no se podía arrebatar. Hasta su forma de vestir, la música que escuchaban, su forma de relacionarse se convirtieron en una oleada de aire fresco que acabó con la dictadura. Los encorbatados y reyes no solo no nos regalaron la libertad sino que pusieron límites, pactos y fronteras a este sueño.

    Este país no es un negocio ruinoso que deba permanecer en las manos de los mismos que nos llevaron al desastre. Si hay alguien que debe salir de nuestra tierra son los que hicieron de nuestra economía un juego de casino; los que despreciaron la ciencia, la tecnología, el medio ambiente y la cultura. ¡Que se vayan ellos! Pero no vosotros.

     Vuestra salida de la crisis no está a la vuelta de la esquina. La suya sí. Recuperarán la tasa de beneficio a costa de empobrecer los salarios. Se adueñarán de los servicios públicos para convertirlos en negocio. Proclamarán el fin de los derechos sociales y del estado del bienestar. Os dirán que esto no os incumbe, que son medidas coyunturales provocadas por la crisis pero la realidad es que mientras buscáis en Internet un país en el que protegeros del aguacero, ellos diseñan la España que encontraréis a vuestra vuelta, construida con los peores materiales del pasado.

     Este país es vuestro. Es necesario decirlo, gritarlo, imprimirlo porque os lo han arrebatado. Nos han hecho aceptar con naturalidad vuestra huida para que no participéis en el diseño del futuro. Vuestra historia individual, es colectiva. Vuestra maleta es la de toda una generación. Vuestros recorrido en las salas de embarque, una marcha multitudinaria. Vuestros pasos callados, un ruido ensordecedor. Vuestro dolor personal, una herida colectiva. Por eso, si podéis, echadlos. A fin de cuentas son ellos quienes no tienen patria.
                                       @conchacaballer

jueves, 5 de septiembre de 2013

¿HAL ALGUIEN AHÍ?


Artículo publicado en Andalucesdiario.es

   Recuerdo que en el inicio de la crisis muchos analistas coincidían en que si el paro llegaba a los cuatro millones de personas, habría un estallido social sin precedentes. En el año 2009 se alcanzó esta cifra. Se volvió a hacer el mismo vaticinio con cinco millones, pero no hubo tal estallido social. Llegamos a los seis millones de personas paradas y la movilización aún fue menor que en los años anteriores.

   Hemos visto cambiar la apariencia de nuestras ciudades y pueblos. De cada cuatro comercios, dos han cerrado sus puertas. Ya es imposible comprar algunos productos si no es en las grandes superficies comerciales. Pero no ha ocurrido nada.

   Nos alertamos cuando nuestros jóvenes empezaron a irse al extranjero. Los despedimos con tristeza en los aeropuertos. Es por poco tiempo, nos dijimos. Creímos que se trataba de un fenómeno coyuntural, pasajero; que pronto volverían más experimentados, más sabios. Pero no. Ahora la palabra joven se escribe con letras de exilio, de pérdida de raíces, de desesperanza. Es como si nuestra posesión más valiosa la regalásemos al vecino. Nuestros mejores expedientes, nuestros mejores investigadores se marchan, con toda su excelencia a cuestas.

   Nos enfadamos la primera vez que metieron mano a nuestras nóminas, pero ahora las miramos con curiosidad para ver dónde el pájaro ha picoteado nuestros magros ingresos, qué ingeniería confiscatoria ha inventado para reducir nuestros salarios. Hoy, a la vuelta de las vacaciones, son muchas las empresas que han bajado las retribuciones de sus empleados. Ya ni siquiera dan explicaciones. Ya ni siquiera se les pide.

   Ser mileurista hoy no es un castigo, sino una aspiración. El precio del trabajo ya no se fija en ninguna negociación laboral y si se hace, no se respeta y si se respeta no se paga en tiempo y forma.
Protestamos ante el primer recorte de derechos sociales pero hoy no sabríamos enumerarlos todos: copagos, repagos, cierre de servicios. Cicatería absoluta con los más pobres. El hecho de que haya personas que escatiman en la medicación que necesitan porque no pueden pagarla ya no nos escandaliza. Ahora hasta los tribunales te cobran por denunciar las injusticias.

    La contestación popular ha sido adormecida con varias medicinas. Con descrédito: con palos, con multas pero, sobre todo, convenciendo a la mayor parte de la población de que la movilización es inútil, que para eso tienen Grecia a mano, la ineficacia de sus huelgas generales y sus penurias.

   Cuando dentro de mucho tiempo me pregunten cómo se vivieron estos tiempos tormentosos, les diré que con mucho silencio, que se prohibió la exhibición de la tragedia y del dolor. Que discutíamos lo accesorio mientras liquidaban nuestros derechos. Que sin querer les enviamos mensajes inconfundibles de haber levantado la bandera de la rendición. Que había gente que se movía, pero que eran pocos y rara vez los que estaban sufriendo más. Que murió antes la esperanza que el tiempo. Que de no esperar nada, nada obtuvimos. Que nos convirtieron en espectadores de nuestras propias vidas, mirando al exterior como si la crisis fuese un fenómeno meteorológico, a la espera que el viento malo amaine, pero sin esperanza.

   Ayer y hoy hay un debate importante en el Parlamento de Andalucía. Muy poca gente escucha. Y si escuchan no se creen las palabras. Nadie quiere ilusionarse. Le temen más a la decepción que a la desesperanza. No esperan nada de la política y esa actitud, basada muchas veces en experiencias frustrantes, hace que tampoco exijan nada. Quizás los beneficiarios de esta crisis estafa estén a punto de conseguir el círculo perfecto, la anomia total: una ciudadanía fastidiada, harta, que se queja en privado pero no actúa en la política, ni se une a su vecino. Todo el espacio público será entonces definitivamente suyo.

@conchacaballer

martes, 18 de junio de 2013

EXPULSADOS DE LA UNIVERSIDAD



 También lo puedes leer en El País Andalucía 

   No hay cifras totales. Vamos conociendo cifras parciales: 6.000 en Madrid, 4.500 entre Sevilla y Málaga, una cifra similar en Barcelona… Es posible que entre 50.000 y 70.000 estudiantes hayan sido expulsados de la Universidad este año porque su matrícula ha sido anulada. Un tajo brutal, una sangría de talentos, un golpe sin rostro a la igualdad de oportunidades en toda la cara
.
   Los servicios administrativos hicieron su trabajo. Un buen día, un estudiante de Medicina, de Derecho o de cualquier otra especialidad intentó entrar con su clave en la web del centro y ya no respondía. Su facultad ya no les pertenece e inician un peregrinaje por los departamentos y la secretaría del centro. Algunos profesores prestan el dinero de la matrícula. Otros prometen guardar exámenes, buscar fórmulas para que sigan en las aulas. Alguno escribe un alegato en el que las palabras sucias tienen justificación plena: “Esto es una puta mierda”.

   Las palabras “anulación de matrícula” tienen un nuevo contenido. Antes se debía a un cambio de planes del alumnado pero las nuevas anulaciones son solo cuestión de dinero, money, pasta o parné. La matrícula se anula porque se le ha denegado al estudiante la beca solicitada o porque fraccionó el pago y ahora no tiene efectivo para pagar el siguiente plazo. Hace unos meses una de mis alumnas brillantísimas, que cursaba con excelentes resultados su carrera, ha abandonado los estudios. Tenía una beca del Ministerio de Educación pero no le habían abonado ni un euro de la ayuda concedida y su familia no podía pagar el gasto de transporte, libros y material necesario. La hemos buscado sin éxito. El estigma económico es también muy difícil de llevar. Se sienten humillados y responsables.

   Esto no es el efecto de la crisis. No. Ningún país en su sano juicio sube las tasas universitarias, reduce las becas y malpaga sus ayudas en el momento más difícil para la ciudadanía. Esto es un efecto buscado, un cambio en el modelo universitario, un desmontaje a conciencia de cualquier atisbo de igualdad social junto a una equinoccial locura de reducir el número de estudiantes universitarios.

   El ministerio ha contestado con desprecio: “hay estudiantes que firman el examen en blanco y cobran la beca”. Una nueva y radical mentira de la factoría de ficción Wert, experta en desprestigiar lo público y justificar el clasismo más rotundo. Emplean la ironía para justificar la subida de notas necesaria para obtener ayudas: “Si sacaran matrículas de honor, no tendrían problemas para obtener becas”, argumentan desde un sentido común lleno de pasado, de involución y de sociedad añeja.

   Y es que aquí está el verdadero quid de la cuestión. Desde que existe la Universidad y la escuela, existen las becas. Los grandes señores, desde tiempo inmemorial becaban a aquellos hijos de las clases populares que fueran excepcionalmente inteligentes a cambio de que sus resultados fueran excelentes, sin tropiezo alguno. La diferencia entre una sociedad estamental, clasista y autoritaria y una sociedad democrática es la igualdad de oportunidades. Se supone que una sociedad democrática facilita el acceso a los estudios superiores y la cultura a los que menos tienen, cumpliendo unos requisitos razonables, pero no excepcionales.

   A Laura, una chica que está en tercero de grado, le han denegado la beca. Ha aprobado con buena nota 11 créditos de su curso, pero ha suspendido dos de ellos. Este simple tropiezo va a dar al traste con su vida. Por 1.000 euros se va a abrir un abismo entre ella y sus sueños.

   Espero, y más que esperar exijo, que en Andalucía, donde se cuestiona esta política educativa, el Gobierno y los rectores universitarios acuerden urgentemente una solución y estos miles de estudiantes expulsados por motivos económicos puedan volver a sus aulas. Porque esto no es excelencia, ni calidad, ni cultura del esfuerzo. Es simplemente un clasismo redivivo, una limpieza elitista de las aulas, un cambio de modelo social insoportable. Una puta mierda, con perdón. O mejor dicho, sin perdón.
@conchacaballer

lunes, 4 de marzo de 2013

NO ESTÁS SOLO




Puedes leerlo completo  en El País de Andalucía

    Entre el despiste y la miopía tardé varios minutos en localizarlos en el interior de la iglesia. El recinto estaba abarrotado y una multitud se congregaba en la plaza cercana. Estaban apiñados en un lateral, todos juntos, como una delegación con bandera propia. Los acompañaban varios profesores en ese estado de alerta que imprime la profesión y que les permite dominar el campo de visión de un gran angular.

    Los jóvenes observaban desde el lateral de la iglesia el desarrollo de la ceremonia. Enmudecieron con la llegada del féretro y se concentraron en el rostro lloroso de su compañero de curso que parecía haberse hecho mayor de un solo golpe. Muchos de ellos lo habían acompañado en la búsqueda esperanzada de su hermana los últimos días. Habían recorrido con él las calles colocando carteles de búsqueda. Habían charlado con cientos de vecinos que se aprestaban a colocar los pasquines en sus tiendas, en las paredes de su casa o en cualquier lugar visible. En solo un día los comercios, los talleres, las casas y los árboles del pueblo se llenaron de pequeños carteles con la joven, aún sonriente. Personas a las que no conocían les daban palabras de ánimo y esperanza de una pronta solución.

    A ratos, durante la ceremonia, lloraban al son de los sentimientos de su compañero. Se me pasa por la cabeza que solo los jóvenes lloran de verdad por los demás. El resto mezclamos nuestros propios miedos, nuestro papel en la cadena de la vida, el desconsuelo propio con las lágrimas. Al minuto siguiente son capaces de reír sin el menor pudor, ante la mirada reprobadora del profesor que clava sus ojos como alfileres sobre mariposas inquietas.
    
    Resulta casi imposible reconocer en ese joven destrozado por el dolor, al compañero de curso más alegre de todo el instituto, forofo del Betis, virtuoso de las redes sociales, creador de envidiables páginas web, pero ahí está erguido en la primera fila, sacudido a veces por un llanto irreprimible que todos quisieran consolar.

    Cuando acaba la ceremonia religiosa y comienza el desfile interminable del pésame, los estudiantes se apresuran a formar un grupo compacto y avanzan decididos hacia su compañero. Lo rodean y, como si fuesen un cuerpo compacto, una ameba gigantesca, se lo llevan al exterior. No sé dónde han aprendido el arte del consuelo, pero lo hacen con maestría. Avanzan por el centro de la calle como una manifestación espontánea. En el interior del grupo, llevan a su compañero al que abrazan, toquetean y sonríen.
Les pregunto dónde se dirigen y me contestan que al instituto. A charlar un rato, a estar juntos, a distraerlo un poco. Desde ese momento, no lo han abandonado ni un solo instante. El compañerismo, la lealtad, la sabiduría, se escribe con la letra de adolescentes de 15 años. Para este largo puente han organizado espontáneamente una cadena de compañía, de actividades, de remedios contra el dolor.

    Todo esto sucede en el pueblo sevillano de Coria del Río que es como era Andalucía hace 20 años, antes de que nos fragmentaran las urbanizaciones, el apartheid económico y el consumo solitario. Un lugar donde la vida en común tiene aún sentido, donde los problemas y las alegrías ajenas forman parte de tu vida. Una sociedad que valora el espacio común y no convierte el tiempo libre en consumo puro y en exhibición individual; una Andalucía que coloca los valores de la sociabilidad en primer lugar; que maneja las redes sociales mucho antes de la invención de Internet; un lugar donde hasta los niños tienen su agenda propia, sus calles, sus amistades no prefabricadas, clónicos de sí mismos, diseñados para la competencia y la soledad.
Ahora que ha fracasado el modelo de la codicia, que no sabemos a qué clavo agarrarnos, qué salvavidas abordar, quizá nuestra vieja cultura contenga algunas respuestas. Si nos desembarazamos de nuestras viejas enfermedades, el conformismo y el fatalismo, nos queda un caudal de cooperación, de autoorganización social, de trabajo en red y de creatividad para diseñar tiempos realmente mejores.

sábado, 12 de mayo de 2012

NO HAY PALABRAS

Publicado en El País Andalucía 


He entrado en clase dispuesta a regañar a mis alumnos. Tenía preparado un pequeño discursito sobre el esfuerzo, el futuro, la importancia de ir cargando la mochila de titulaciones adicionales.
—¿Por qué no os habéis presentado a las pruebas del Trinity?
—Porque cuestan 90 euros— me contestaron secamente.
Las palabras que no se pronuncian no hacen ningún ruido, pero caen a un pozo negro, desarmadas, incoherentes. En este caso cayeron a mis pies, se enredaron en mis zapatos y me llevaron directamente a la realidad.
En este curso he aprendido a no preguntar dónde están los libros de las lecturas obligatorias. Ya sé que los 30 o 40 euros de su importe pueden desequilibrar algunos presupuestos familiares que cuentan los días en billetes de 10 o 15 euros. Me he limitado a colgar los textos en mi blog, incluso los más recientes que están sujetos a derechos. Espero que Luis Sepúlveda o los herederos de J. D. Salinger sepan comprenderlo.
El tradicional viaje de final de curso se ha suprimido en muchos casos y cuando se hace, entristece ver una docena de alumnos que no han ido por motivos económicos, aunque nadie dice nada, ni pierden la sonrisa, ni se quejan por los pasillos. Los que van a Selectividad preguntan por las tasas de inscripción, por detalles tan insignificantes como cuánto valen las pruebas de las asignaturas optativas. Los más previsores hacen cuentas de cuánto les supondrá el autobús diario hasta la facultad y los libros de texto de la carrera.
Hasta hace muy poco tiempo estaban ajenos a esta nueva matemática. Sus cuentas se reducían al tiempo de ocio, a la compra de un artículo electrónico o a la ropa de la temporada. Ahora aprenden a hacer sumas y restas con sus propias vidas, con sus expectativas y con su futuro. Hablan de becas, del aumento indecente de las tasas universitarias y de cómo obtener una matrícula gratuita.
Te interrogan sobre cuáles son las carreras con mayores salidas profesionales y no sabes qué decirles. Les explicas que es importante que, hagan lo que hagan, se impliquen a fondo; que intenten seguir sus gustos y sus inclinaciones al tiempo que les aconsejas que pongan un punto de realismo. Discursos contradictorios que acaban con la recomendación de que sigan estudiando, una tabla de salvación a la que intentas aferrarlos, porque a pesar de todo su futuro será mejor si consiguen cualificarse profesionalmente. Mientras acabas tu discurso, te acuerdas de todos los jóvenes que conoces que reparten infructuosamente sus impresionantes currículos por las empresas y que cuando trabajan lo hacen en unas condiciones tan leoninas que solo el posibilismo cruel de nuestro tiempo te ayuda a ahogar la indignación. Te vienen a la mente los rostros de los que han tomado la dolorosa decisión de marcharse muy lejos, lo que pone de manifiesto que no es la enseñanza la que falla, sino la empresa y la sociedad de nuestro país.
Esos jóvenes han ido esta semana a la huelga contra los recortes educativos pero esta vez no había el aire de fiesta de otras ocasiones. Es como si supieran que ahora la vida va en serio con ellos, que no están estudiando un capítulo aburrido de la historia de España sino que forman parte de la primera línea de una crisis que se escribe con su carne.
Ha habido gobiernos que se han confrontado con algún sector social pero no ha existido hasta ahora ningún gobierno que se confronte con todo el sistema educativo. La derecha mediática dice que los malos estudiantes agitan la educación y publican fotos carcelarias de algunos dirigentes estudiantiles. Utilizan los mismos argumentos que los ministros franquistas de los años sesenta contra las movilizaciones juveniles: cosas de malos estudiantes y de infiltrados marxistas. Pero resulta que son los buenos estudiantes los que más se movilizan porque son los que se interesan, leen la prensa y escuchan indignados las noticias; son ellos los que te preguntan cómo es posible que el Gobierno facilite 10.000 millones a Bankia mientras a ellos les siegan el porvenir. No hay palabras.

sábado, 5 de marzo de 2011

Jóvenes en dos mundos






Hoy publico este artículo en El País sobre la situación de los jóvenes a ambos lados del Estrecho:







Ellos tienen hambre de libertad; los nuestros creen que, como el aire o el agua, es el medio natural para desenvolver sus vidas. Ellos tienen sed de información y manipulan las redes para esquivar la terrible censura de sus gobernantes; los nuestros acechan los atajos para bajarse las películas o la música gratis. Ellos hablan del futuro de sus países; los nuestros solo hablan el idioma del presente. Ellos respiran confianza en su futuro, entre los botes de humo o el ruido de los disparos; los nuestros reflejan una desesperanza sin límites. Ellos saben autoorganizarse, identificar objetivos comunes y actuar en grupo; los nuestros practican un individualismo feroz en el éxito o en el fracaso. Para aquellos, la política es un instrumento útil para transformar la realidad; para los nuestros, un conjunto de anquilosadas instituciones que cada vez deciden menos sobre los asuntos realmente importantes.

Las aguas del Estrecho parecen contener un mar de mercurio. En los puertos de la vieja Europa, la política ha sido sustituida por instituciones monetarias que nadie ha elegido pero que nos dictan las directrices de unos mercados cuyo rostro no conocemos. La libertad individual se ha afirmado hasta el punto que nadie podría vivir sin ella, pero el sentido real de la democracia como poder del pueblo naufraga en la tormenta de los mercados. Mientras, al otro lado del Estrecho, voces estremecedoramente jóvenes vuelven a lustrar la deslucida moneda de la libertad y la democracia, en países que solo pensábamos que sabían entonar el idioma del fanatismo religioso.
No hay paralelismo perfecto entre la situación de los jóvenes en las dictaduras del Magreb u Oriente Próximo y los de nuestros países europeos. Pero a ambos lados del Estrecho hay una fuerza juvenil con mejor preparación que sus padres, que chocan con un mercado laboral y con una sociedad ajena. Aquellos necesitan revoluciones porque tienen que sacudirse dictaduras y mordazas. Pero nuestros jóvenes occidentales necesitan cambios económicos y sociales con urgencia.
Habla elocuentemente del envejecimiento de nuestra cultura política el hecho de que, en medio de la mayor crisis económica y ecológica, los debates más apasionados sean sobre si tenemos o no derecho a conducir a gran velocidad o fumar en los establecimientos públicos. Discusiones decadentes de personas anquilosadas en sus viejos vicios de velocidad o de posesiones. Urge un rejuvenecimiento inmediato de la política, de sus contenidos y de sus formas, pero es imposible cuando hemos expulsado a los jóvenes del debate público y los hemos convertido en un producto de consumo, o en el escalón más bajo de nuestra cadena laboral.
"Sobretitulación" llaman algunos al despilfarro de que ingenieros industriales estén sirviendo copas en los bares nocturnos. "Contratación temporal" llaman a trabajos de una hora en la que los gastos superan a los ingresos obtenidos. "Contrato en prácticas" a recibir la mitad del sueldo o no estar de alta en la Seguridad Social y "experiencia en el extranjero" a lo que siempre se ha denominado emigración forzosa.
No ha habido nunca una época que denigre tanto a los jóvenes al tiempo que ensalza la juventud como única estética oficial. Los problemas de los jóvenes se presentan en términos conflictivos (delincuencia, drogas, falta de esfuerzo) mientras se utiliza su cuerpo como objeto de consumo y reducimos su tiempo vital a un carpe diem eterno. No ha habido una sociedad que desconozca más a sus jóvenes, su preparación y conocimientos, su esfuerzo ante una sociedad tan altamente competitiva o sus valores, mucho más ecológicos y solidarios que los nuestros. Es una pena que permanezcan ajenos a la política en vez de inventar su propia forma de hacerla. Es un error que hayan renunciado a gobernar su realidad. Pero un día de estos, nuestros jóvenes apáticos recogerán su desesperanza y la transformarán en algún sueño. Al menos eso espero.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Barco en la tormenta

Este es el artículo de esta semana en el País Andalucía:

Han vuelto al lugar del que salieron hace algunos años. Vienen con la mirada más modesta. Llegan puntuales y no se agrupan en corrillos bulliciosos a las puertas del instituto. Esperan que toque el timbre y entran en las aulas sin regatear el tiempo de espera. Cuando el profesor aparece, ya tienen preparado el bloc, el bolígrafo y la mirada atenta.


La simple forma de ocupar el espacio nos da cuenta de las pequeñas historias de quienes lo habitan. En los centros escolares, los alumnos de la mañana son como un mar embravecido, cuyas olas inundan pasillos y escaleras, y su sonido es un bramido intermitente que te acompaña hasta el comienzo de la clase. Pisan fuerte, en territorio propio. Ocupan todo el espacio disponible, se llaman a voces desde lejos y componen verdaderas barricadas con las mochilas cargadas de libros, que transportan como soldados enviados a una alegre guerra. En contraposición, los alumnos de la tarde hablan en voz baja. Deambulan solitarios entre clase y clase. Ceden el paso, piden permiso con la mirada para abrir la puerta, la ventana, encender el ordenador o reclamar tu atención en clase. Son jóvenes todavía, pero hay, en casi todos, un aire de seriedad que les atraviesa.

Entre el bullicio de la mañana y la quietud de la tarde hay solo unos años de distancia, pero todo un abismo de experiencia.

Salieron de este centro o de otros similares cuando tenían dieciséis o diecisiete años. Se fueron atraídos por el canto de sirena de las ganancias fáciles, convencidos de que estudiar era perder el tiempo. Encontraron inmediatamente trabajo en talleres, oficinas o en empresas de la construcción. Trabajaban duro pero los fines de semana deslumbraban con sus coches relucientes y sus bolsillos repletos. Eran la envidia de sus antiguos compañeros de instituto que también se preguntaban si no era mejor colgar los libros y buscar ingresos que les permitieran comprar los brillantes objetos del deseo. Deslumbrados por el brillo del consumo, salieron del sistema educativo miles y miles de chicos ya que el negocio de la construcción era un mundo masculino. La historia del fracaso de las chicas -mucho menos numeroso- se suele escribir con letras de problemas familiares. Curiosamente, cuando se relatan las causas del enorme fracaso escolar de estos últimos años -especialmente en la baja cifra de estudiantes que acometían el segundo ciclo- nunca se habló de esta fiebre de ganancia que atravesó a toda la sociedad, ni de ese canto de sirenas que, a la puerta de los centros educativos, entonaba promesas de riqueza a los jóvenes que atravesaban sus puertas.

En cuatro o cinco años, estos jóvenes han vivido el éxito, la capacidad de consumo, la confianza en su destino para pasar, de forma brusca, al desconcierto, el descenso laboral o el paro. No cuentan nada de su experiencia vital. Es posible que se sientan derrotados, o al menos eso parecen decir con la mirada, pero creo que hace falta mucho valor, mucha determinación para volver donde empezaron; retomar los libros, cuando se ha perdido la vieja costumbre de estudiar y aceptar con modestia la incomodidad de este nuevo aprendizaje con sus jerarquías de tiempos, de liturgias y de exámenes.

No se han publicado los datos generales pero, al parecer, se han disparado las matrículas de mayores de dieciocho años en todos los ciclos educativos. Llegan alumnos de todos los lugares y sectores para obtener el título de ESO que, en su momento, no consideraron importante; para completar los ciclos formativos o terminar ese maldito bachiller que se quedó a medias. Tienen, en su mayoría, veintitantos años y un cierto aire de derrota, pero suponen una pequeña esperanza de futuro. Los veo redactar seriamente las preguntas del examen. Es de noche y la lluvia azota los cristales del aula. Por un momento me ha parecido estar en un barco que atraviesa heroicamente una tormenta

martes, 29 de diciembre de 2009

Juegos de Tortura







Me recorrió un escalofrío cuando fijé la atención en la pantalla. Había un hombre atado por las muñecas con el cuerpo oscilando en el vacío. A la derecha podías seleccionar una docena de armas para comenzar el juego: un cuchillo, una pistola, una estrella punzante, los puños o una sierra eléctrica. El adolescente sonrió y seleccionó, para impresionarme, esta última. El ruido de la motosierra parecía bastante real. Diestramente mi joven amigo fue cortando miembros del hombre colgado en el vacío. Cada vez que hendía el arma en la carne, salía un gran chorro de sangre que manchaba la pantalla. El joven reía ante las convulsiones de la desgraciada figura. Desmembraba ese cuerpo vivo con gran habilidad y el contador de puntos se disparaba aunque no logró superar su último récord que contabilizaba una maestría supina en el arte de la tortura.
Todavía sin dar crédito a lo que veía le pregunté de dónde había sacado aquel juego infame. Los chicos de la clase se rieron de mi ignorancia:
-¡Son juegos de tortura!- me dijeron- ¿No los conoces?
-No- les contesté y les pedí que me enseñaran cómo acceder a ellos y cuáles eran los más populares.
Se arremolinaron alrededor, felices de enseñarle a una profesora algo que no conocía.
-Pon en el buscador "juegos de tortura", "juegos de sangre" o "juegos de bestias" y verás.
Efectivamente, al hacerlo aparecieron cientos de páginas que prometían los mejores juegos de esa naturaleza. En la The Torture Chanber el objetivo era, literalmente, "causar el mayor dolor posible a la víctima antes de morir". Otra página, récord de visitas, reclamaba la atención de la siguiente forma: "¿Estás estresado? Desquítate torturando al personaje con una cuerda, un cuchillo o clavos". En The Torture Game -el juego que acabo de describir-, se ofrece: "Personaje encadenado con bastante realismo. Convulsiones y ruidos. Juegos de bestias", y terminaba con esta invocación: ¡Tortura a Fred Durst de la forma que más te guste! ¡A por él!
No se trata de juegos de consola sino de juegos flash que puedes iniciar sin descargarlos y usarlos directamente en la pantalla de tu ordenador. Se abren a gran velocidad y son, en general, de corta duración. Pero la renovación del juguete violento no es sólo tecnológica, sino profundamente ideológica. De la pistola de plástico y el soldadito se ha pasado a los juegos bélicos de habilidad, estrategia o persecuciones y de éstos, a los juegos de tortura: una reducción minimalista que extrae la quintaesencia de la sangre, el sufrimiento y el control absoluto de la víctima, desprovistos de cualquier argumento defensivo o bélico, y centrados en el placer de causar dolor y en la banalización de la violencia extrema.
Busco respuestas ante estas nuevas formas de violencia y no encuentro nada. La mayor parte de los análisis sobre juegos violentos -bienintencionados y certeros en su momento- usan la iconografía y el lenguaje de los años ochenta. Algunos artículos dispersos me hablan del valor catártico de la violencia, pero no se comprometen con sus posibles efectos secundarios.
En los centros educativos la paloma de la paz se recorta en cartulina y adorna los pasillos y las aulas. Junto a ello hay todo un submundo repleto de obscena violencia dirigido a las mentes infantiles y juveniles pero diseñado por empresas y fabricantes que llenan sus bolsillos contradiciendo al sistema educativo, los valores de convivencia y el respeto al ser humano. Viven del deseo de transgresión que todo adolescente lleva dentro. Se amparan en una zona gris, ajenos a las leyes y a las regulaciones. Confían en la transmisión oral, el boca a boca antiguamente reservado a los saberes ocultos o prohibidos. Saben que su producto será más goloso para las mentes adolescentes si escandaliza a los mayores, si se ampara en la etiqueta de lo políticamente incorrecto.
-¿Nos lo van a prohibir?- pregunta alarmado mi alumno.
Y necesito urgentemente encontrar una respuesta.

lunes, 5 de octubre de 2009

Esperando a Godot



Hoy publico este artículo en El País

Cuando no hay caminos todo se convierte en espera. Cuando no hay proyectos de futuro los seres humanos sólo anhelamos que los tiempos amainen, que la tormenta pase, que algún fenómeno inesperado nos devuelva a la rutina conocida.
"No puedo seguir así", dice un personaje de la obra de Samuel Beckett para mostrar la desolación del personaje. "A menos que venga Godot", le responde su compañero. "Entonces nos habremos salvado", concluye.
La situación de Andalucía en medio de la crisis económica es similar a los personajes de esta tragicomedia del absurdo. En esta encrucijada de los tiempos presentes -urdida por las manos que más vociferan en demanda de soluciones urgentes- todavía no hemos sido capaces de levantar la mirada y dirigirla al futuro. En la mayor parte de los discursos políticos hay más añoranza del pasado que proyectos para el futuro. Pero ¿de verdad los tiempos recientes del crecimiento económico son el lugar ideal para regresar?
En los últimos 15 años un 40% de los jóvenes andaluces ha abandonado el sistema educativo. Inmediatamente el discurso simplista, reductor, habla de fracaso escolar en las aulas, cuando la fuga juvenil no provenía sólo del aburrimiento escolar, sino de la tentación de un sistema económico que demandaba miles de trabajadores no cualificados para quemarlos en la pira de un desarrollismo sin esperanzas. Los que ahora nos hablan de la "cultura del esfuerzo" levantaron un modelo social que medía el éxito por la capacidad de consumo y -especialmente entre las clases más vulnerables-, desdeñaba el conocimiento, la preparación, la ciencia y la cultura. Hasta tal punto el acceso rápido al consumo hizo furor en nuestros jóvenes que, incluso aquellos que continuaban sus estudios, tenían una cierta sensación de fracaso ante el éxito aparente de sus compañeros. Y hablo en masculino porque este fenómeno ha azotado preferentemente a los chicos de las clases más modestas. Hoy en día muchos de ellos vuelven la mirada a los centros educativos, demandan continuar los estudios de bachiller o en la formación profesional de grado medio. Han hecho una revisión del modelo que muchos políticos todavía no han comprendido. Otros jóvenes, sin embargo, matan el tiempo con la desesperanza de su último juguete roto. El desarrollismo sin límites de esos años dorados ha dejado como herencia una generación perdida de talentos y promesas. ¿De verdad queremos volver a esos tiempos?
En los últimos 15 años el cemento y el hormigón han ocupado el 60% del litoral de Andalucía. En lugares como la Costa del Sol, las urbanizaciones han llegado a alcanzar el 80% del espacio disponible. De haberse llevado a término los proyectos programados, en diez años no existiría prácticamente un palmo de costa sin construir, a excepción de los espacios protegidos. El furor de la construcción no impidió que el precio de la vivienda en Andalucía aumentara un 80% en los ocho años de desarrollismo feroz. Sin embargo trajo de su mano la corrupción, la compraventa de corporaciones locales y la aniquilación de la conciencia ciudadana a través de hacernos cómplices de un infantil juego de casino según el cual nuestra única propiedad se revalorizaba diariamente en una timba imaginaria. ¿De verdad queremos volver a esa destrucción a toda costa?
Las construcciones económicas aparentemente exitosas tienen terribles efectos sociales y, en nuestro caso, han destruido valores, formas de vida y de convivencia. Va a ser difícil afrontar los nuevos tiempos sin analizar críticamente la economía, la política y la sociedad de los años recientes y sin una decisión clara de cambio. Por el contrario, si nuestra aspiración es volver al pasado, sólo queda esperar a Godot, el falso salvador o instalarnos en la nada absoluta.

sábado, 20 de junio de 2009

ESTÁ DE MODA HABLAR MAL DE LA EDUCACIÓN

Está de moda el discurso catastrofista sobre la educación. Se magnifican datos que tienden a poner de relieve la falta de preparación de los alumnos, los conflictos en las aulas, la falta de disciplina y de esfuerzo, el cansancio del profesorado y el fracaso escolar. Hay, además, soterradamente. una campaña de desprestigio de de la enseñanza pública, presentada como una especie de descenso al infierno, en el que se pierde toda esperanza.

No se trata de negar los problemas del sistema educativo, pero convendría poner en su sitio todos estos datos confusos que conducen a la idea de que en la enseñanza cualquier tiempo pasado fue mejor, de que la juventud es una olla podrida y de que los enseñantes hemos tirado la toalla.

¿Están, de verdad, nuestros jóvenes peor preparados que en décadas anteriores? ¿Existen realmente menos titulaciones, menos bachilleres, menos nivel educativo que en las pasadas décadas? O, por el contrario ¿no nos estaremos quejando de que el sistema educativo haya abierto sus puertas a los que antes excluía?

Faltan datos. Faltan urgentemente estudios comparativos y fidedignos sobre los avances o retrocesos de la escuela pública como instrumento al servicio de la sociedad. No se trata de comparar los resultados de los institutos minoritarios y elitistas de hace veinte años con los centros actuales, sino de comparar si para el conjunto de los jóvenes la educación obligatoria ha sido un paso positivo y un factor de igualdad. Es en esos términos dónde hay que situar el debate porque –como bien sabemos los que compartimos la pasión por la docencia- cada alumno o alumna arrebatado a la incultura, al olvido o a la marginación, es un éxito del sistema educativo. Seguramente son pocos, pero antes eran prácticamente ninguno.

Habría que poner sobre la mesa los verdaderos problemas en el marco social en el que se desarrollan. ¿Es el sistema educativo más conflictivo, menos esforzado o falto de valores que la sociedad que lo sustenta? Presuponiendo que la respuesta a esta última pregunta sea negativa habría que revisar el valor de la educación en estos tiempos. Hace veinte años las instituciones educativas tenían a su cargo, casi exclusivamente el conocimiento y el aprendizaje. Ahora le hemos encomendado la integración social y cultural, la resolución inicial de conflictos sociales, una buena parte de las políticas de igualdad, sin darle la importancia ni los medios para desarrollar todas estas labores. Los enseñantes no están, como se suele decir, “quemados” sino sobrepasados por la multitud de responsabilidades y por la falta de compromiso colectivo con su tarea.

Tampoco los jóvenes actuales se corresponden con la caricatura que se hace de ellos, ni los estudios son ese “coladero” del que hablan sin conocer la realidad (a los que así opinan, les invito a intentar aprobar, por ejemplo, los contenidos del bachiller). Una gran parte de los jóvenes se esfuerza, adquiere nuevos conocimientos, se prepara para un mundo altamente competitivo y los que fracasan, en su inmensa mayoría, han llegado a la escuela con problemas sociales desde la infancia.

No hay en la enseñanza –en términos generales- un paisaje desolador de conflictos, violencia o drogas. Hay, sin embargo un ángel exterminador que consiste en la falta de motivación, de abandono escolar y de desesperanza que se expresa en el descenso del interés -o en otros casos de posibilidades- de terminar los estudios medios y que contrasta con el número elevado de mayores de dieciocho años que quiere retomarlos.

Ante la falta de propuestas y de actuaciones, los sectores más conservadores celebran o exageran cada problema educativo como la confirmación de unas tesis que tienen la ley y el orden como bandera, pero que guardan, en la trastienda, la vuelta a la segregación social y educativa de la mitad de la población. No nos encojamos de hombros, porque en la enseñanza nos jugamos el modelo social.

PD.- El lienzo es obra de Marina Caballero.

miércoles, 22 de abril de 2009

CHANGES, CHANGES, CHANGES

No he querido contar, hasta que pasaran algunas semanas, que me he reincorporado a la enseñanza. La razón es que algunos amigos y amigas periodistas me amenazaban, -con la mejor intención-, con enviar cámaras para cubrir la información. No quería fotos en el instituto ni poses ante la pizarra de la clase, ni arriesgarme al alboroto que entre los chavales hubiera producido ese despliegue. Ellos no tienen ni idea de quién soy, ni a qué me he dedicado antes, lo que me ofrece una oportunidad extraordinaria de sentirme libre y reinventada.
Llegué al instituto temerosa por lo que pudiera encontrar. Demasiados amigos me habían advertido del gran cambio que se había producido entre los chavales en estos últimos años, el bajo nivel académico y las dificultades incluso para mantener un mínimo orden en las clases. También me habían hablado de cómo el profesorado está cansado, quemado, con la sensación de que su labor no es reconocida ni apreciada. Y todo esto es cierto pero, aún así, no es toda la verdad.
Incluso el profesor más quemado y más harto se esfuerza en encontrar materiales, motivación y sentido a su trabajo. Veo, en general, una gran preocupación social por el alumnado y por su formación; escucho cómo se celebran los avances y cómo se lamentan los fracasos de cada día.
En cuanto a los chavales y chavalas, veo que es relativamente fácil encender una chispa de interés, aunque dure poco; que no hay en su comportamiento revoltoso y descarado maldad alguna, sino la inconsciencia de no saber lo dura que es la vida ahí fuera, tras las vallas del centro de enseñanza. Será que soy una recién llegada, que todavía no me he curtido en este oficio reencontrado después de tantos años, pero no creo que los centros educativos hayan cambiado más de lo que lo ha hecho el conjunto de la sociedad, más cerrada, más consumista, más egoísta.
Imparto clases precisamente a los que tienen mayores dificultades en lengua y en comprensión lectora. Intentan aprender y expresarse. Algunos han tirado la toalla y se consideran fracasados con tan solo catorce o quince años. Me produce una mezcla de tristeza y ternura lo asumida que tienen la derrota, casi niños todavía, sin saber que este recinto, en el que se aburren, es la mejor oportunidad de ser libres que tendrán en su vida.