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lunes, 25 de agosto de 2014

PRINCESAS Y CAMPEONES

Publicado en El País de Andalucía

   El sexismo es horrible. Las declaraciones de algunos políticos sobre la falta de inteligencia de las mujeres, lamentable. La discriminación laboral de las mujeres, una tara que hay que eliminar… pero en nuestras casas florece toda una generación de princesas y campeones criadas al amor de los más viejos conceptos, eso sí, despojándolos de términos ofensivos y extrayendo de los viejos roles su parte más gratificante.
Las niñas ya no sueñan con ser princesas, son sus padres los que sueñan con crear una monarquía casera. Tampoco los niños sueñan con ser campeones, son los padres los que se afanan por subirlos al pódium de ganador. Han saqueado los viejos sueños de las películas de Disney y han montado el escenario en su propio hogar. En el mismo momento en el que abrazaron a su hijo por primera vez, el hada madrina se les apareció y les susurró al oído: “Aquí tienes tu nueva posibilidad de ser. Todo lo que deseaste y no tuviste, todos tus sueños infantiles. Aquí puedes resarcirte de tus fracasos y desilusiones, de la vida que no pudiste tener, del éxito que se te escapó, de la belleza que huye, de las espinas del dolor”. Y decoraron un cuarto en rosa o en azul, con muñecas o camiones, estrellitas rutilantes, morada de princesas o de héroes, ante cuya puerta el tiempo se detendría.

   Las niñas, desde los cuatro o cinco años, se convierten en princesas de Disney y los niños en campeones galácticos o en ídolos deportivos. Es un teatrillo casero, una representación hiperbólica de los viejos roles sexuales, que quizá esté desprovista de su carácter discriminatorio pero que conserva intactos los valores sobre los que se funda el edificio de la marginación. Las niñas se hiperfeminizan, desde los colores, a la forma de vestirse, peinarse o moverse. Los niños se masculinizan, todo potencia, velocidad y movimiento. La juguetería acompaña este sexismo radical, infantil que no ingenuo ni gratuito.

   Algunas empresas han descubierto que la idiotez es una fuente provechosa de negocio. Hay una empresa sevillana, que ya ha abierto sucursales en otros puntos de España, que ofrece celebraciones para niñas a partir de los cinco años en un circuito de belleza, relax y spa. Nada más atravesar sus puertas, visten a la niña de princesa, les hacen sesiones de manicura, peluquería y estética mientras suena música relajante y beben cócteles frutales. Te tratarán como una auténtica princesa, presa de su belleza y de su culto a la apariencia. En otros lugares, los niños disfrutan de una sesión de coches, mamporros, deslizamientos y pelotas.

   Mientras escribo esto, las bombas de Israel caen sobre los niños palestinos, sin distinción de princesas o campeones. En nuestro país, el ministerio correspondiente reparte miserables fondos de ayuda contra la malnutrición infantil en función del color político de las autonomías. Algunas comunidades se niegan a abrir comedores escolares e incluso a hablar sobre la pobreza infantil porque transmite una mala imagen de su territorio. Hay niños que tienen infancias de ensueño delirante y niños que sufren infancias de pesadilla.
El mundo, a veces, es un tremendo error, un horror cotidiano, una dolorosa sinrazón que solo sobrellevamos con el entrenamiento de una cínica indiferencia que comienza por no pensar en nada doloroso durante más que una fracción de segundo y borrar precipitadamente las imágenes antes de que griten en nuestra mente. Princesas, campeones y víctimas, tres expresiones de un tiempo infame.

domingo, 11 de mayo de 2014

INVENTOS WERT: LA POSTBECA

Publicado en El País Andalucía 

   He encargado a los alumnos que preparen una exposición en clase. Les he dado instrucciones sencillas: disponen de 10 minutos para explicarla, no pueden llevarla escrita solo (¡ay, qué trabajo cuesta escribir “solo” sin tilde!) una pequeña ficha para orientarse. El tema es libre y deben haber consultado varias fuentes para su composición.

   El primer alumno nos habla de la moda del selfie. En su opinión el aumento de este fenómeno responde al culto al cuerpo y a un egocentrismo galopante que nos empuja a olvidarnos de lo que nos rodea. La clase ha aplaudido su intervención.

   El segundo en intervenir ha salido sin un solo papel. Explica que no ha tenido que consultar fuentes, que se basa en su experiencia directa y que no ha sabido cómo titular su exposición: ¿la crisis? ¿el final de las ilusiones? ¿realmente estamos saliendo del túnel?

   “Cuando la crisis empezó, éramos casi igual de pobres —comienza— pero teníamos algunas cosas que creíamos permanentes. Mi padre ya estaba prejubilado por enfermedad y su pensión era escasa. Cada semana íbamos a la farmacia a recoger los ocho medicamentos que necesita tomar diariamente. Ahora no vamos todas las semanas. Algunas veces lo estiramos 10 o 15 días. Depende. Cada vez que vamos a por los medicamentos tenemos que pagar siete o 10 euros. No es gran cosa, pero hay semanas que nos viene muy mal, por eso cada día se salta alguna pastilla para que la cajita le dure más”. La clase se ha quedado en completo silencio. “Soy hijo de jornaleros y nieto de jornaleros. Venir hasta aquí me cuesta una larga caminata cada día. Aún así, mi familia y yo teníamos la ilusión de que hiciera estudios superiores. Mis padres estaban muy orgullosos porque hubiera sido el primero de toda mi familia. Pero ahora creo que es imposible. En el caso de que me dieran una beca me la pagarían a final de curso y nosotros no podemos aguantar ese tiempo”. La clase está absolutamente conmovida, las bocas fruncidas, los ojos completamente abiertos, redondos, para evitar lágrimas inútiles. Pasaron después algunas otras cosas pero voy a poner fin a la escena. Ya es suficiente.

   Este domingo es 4 de mayo. A miles de estudiantes todavía no les han ingresado sus becas. Quienes ya las han recibido certifican que han cobrado mucho menos que en años anteriores. Los que esperan todavía no saben cuál es la cuantía. Han inventado un tramo variable tan difícil de descifrar que han anunciado para el próximo año un simulador de cálculo múltiple. Antes cuando aspirabas a una beca sabías cuál era su cuantía. Ahora no. Los requisitos se han vuelto prolijos y algunos absolutamente surrealistas. Por ejemplo, en bachillerato, si te matriculas en un curso completo puedes tener beca, pero si vuelves a los estudios con 80% de asignaturas por completar, no tienes derecho alguno.

   El Ministerio de Educación ha tomado el principio de igualdad y lo ha retorcido de tal forma que se parece al de la malvada discriminación. Quienes entregan la solicitud de una beca o ayuda se adentran en un universo desconocido de cálculos, plazos, estimaciones que no conocen y que les impiden planificar su vida ¡Que vuelva Kafka, por favor y nos relate la maldad de esta burocracia postmoderna! Ya no hay becas, sino postbecas que se entregan casi al finalizar el curso. Mientras tanto los estudiantes, para sobrevivir en las aulas, necesitan préstamos de familiares o de bancos, o sea, una especie de prebecas que ni Kafka podría imaginar en sus laberintos. Quienes no lo consiguen, se marchan en silencio.

   ¡Qué equivocados estábamos los que anunciábamos que con esta política educativa los pobres saldrían del sistema educativo superior en unos 10 o 15 años! Bastarán dos o tres cursos para que los más desfavorecidos desaparezcan sin dejar más rastro que el de su tristeza. Mientras, el monstruo sonríe.
@conchacaballer

INSOPORTABLE CINISMO


Publicado en el País Andalucía

   La primera conclusión que se puede extraer del último informe PISA sobre la capacidad para resolver problemas es que los jóvenes de 15 años de nuestro país tienen poca autonomía personal, están sobreprotegidos y, para ciertos aspectos de la vida, parecen tener tres años menos de su edad. No hacía falta el informe PISA para esto. Lo que resulta chocante es que todos han señalado a la educación —que no a la familia, a la sociedad, a los medios de comunicación— de la falta de madurez de nuestros jóvenes.

   La segunda conclusión, puede ser preocupante. Si las pruebas del PISA son universales e intentan alejarse de cualquier localismo o factor que altere los resultados, ¿cómo es posible que los ejercicios se refieran a programar un MP3, un robot de limpieza, un climatizador o comprar un billete de metro en la pantalla de un ordenador táctil? ¿Se emplearon las mismas preguntas en todos los países y condiciones? Imaginen a un niño colombiano enfrentándose a aparatos que no ha visto en su vida, comprando un billete para un metro en el que jamás han puesto un pie o interpretando un plano de transportes que desconocen.

   La tercera conclusión es de carácter político. La reacción del Ministerio de Educación ha sido de un cinismo espectacular. La secretaria de Estado ha afirmado que la metodología que se aplica en las aulas es “anticuada, más centrada en la adquisición de conocimientos que en la resolución de problemas complejos, desarrollar un pensamiento crítico y trabajar en equipo”. Estoy absolutamente de acuerdo con estas afirmaciones pero provienen de un ministerio y de un partido político que acaba de aprobar la LOMCE, una ley que cabalga en dirección contraria a estos criterios. Para impulsar el pensamiento crítico ha acabado con la Filosofía, impuesto la religión como materia evaluable y suprimido Educación para la Ciudadanía. Una ley que ha aumentado la carga memorística, reducido el valor de las competencias y ninguneado la formación en las nuevas tecnologías en la enseñanza.

   No sé si el PP recuerda su sublevación, hace solo tres años, contra la introducción de los ordenadores, las pizarras digitales y el wifi en la escuela, hasta el punto de que tres comunidades autónomas (Madrid, Murcia y Valencia) rechazaron los fondos que el Ministerio de Educación les ofrecía e incluso argumentaron que el uso del ordenador “provocaría miopía y problemas ergonómicos en los adolescentes”.

   Pero donde las afirmaciones del ministerio se vuelven apoteósicas es en el tratamiento a los docentes. De sus palabras se deduce que son “anticuados”, no desean “liderar los cambios”, se oponen “a las nuevas metodologías” y son, más o menos, un obstáculo a las reformas. Es el mismo Gobierno que ha suprimido dos horas de trabajo de coordinación y tutoría, el que ha aumentado espectacularmente el número de alumnos por aula y ha despedido a 35.000 docentes en el primer año de su mandato. No hay apenas nada en la LOMCE que hable de nuevas metodologías ni que promueva la formación del profesorado, que se realiza de forma individual con cargo al tiempo y dinero del propio docente. En vez de reconocimiento, exigencia; en vez de apoyo, culpabilidad; en lugar de comprender que la educación es una tarea de toda la sociedad, se hace responsable al docente de los comportamientos, capacidades, conocimientos, autonomía, integración, valores y futuro de nuestros jóvenes… ¡Ni que fuésemos superhéroes que no queremos emplear nuestros superpoderes!

lunes, 1 de julio de 2013

EL NOMBRE BUENO DE LAS COSAS MALAS


Publicado en el País de Andalucía

 “Cuando quieran hacer algo malo, busquen un nombre bueno”, es el consejo de los expertos internacionales en comunicación.Y el ministro de Educación, José Ignacio Wert, lo ha tomado al pie de la letra. Ha cambiado el término exclusión por excelencia y lo ha dirigido como una bomba de relojería contra los estudiantes sin recursos económicos. Ha empleado la palabra “pobre” con profusión, “excelencia” con delectación y ha acusado a Andalucía de tener demasiados estudiantes sin recursos en la Universidad. Para finalizar ha afirmado que está dispuesto a ser duro con los pobres por que “cuando se recibe dinero público, es lógico pedir un esfuerzo extraordinario”.
 
   La ideología de la derecha es muy hábil en hacer creer a la clase media, que hay una horda de holgazanes viviendo a nuestra cuenta. Es una vieja estrategia de tensión y de confrontación que intenta servir de válvula de escape a unas clases medias cada vez más empobrecidas por la crisis. Por eso, es muy importante que la verdadera información y que la pedagogía nos ayuden a separar los argumentos ficticios de los reales.

   Antes de que ningún lector se apunte a las tesis de Wert es conveniente conocer la realidad. La Universidad se sufraga fundamentalmente con dinero público. Dependiendo de la Comunidad, las tasas solo suponen entre el 15% y el 25% del coste total del servicio universitario. En Andalucía, al haber mantenido las tasas en su horquilla más baja, la subvención pública cubre el 85% del coste universitario en la primera matrícula. En consecuencia, no solamente están becados los “pobres” sino que la totalidad de los estudiantes universitarios disfrutan de una “beca” porque sus estudios son financiados con los impuestos de toda la ciudadanía. Curiosamente, el 80% de estos impuestos procede de trabajadores y, casi el 40% de cotizantes mileuristas. Por eso, todos los que hemos estudiado en la Universidad, incluido el ministro Wert, hemos sido becarios. Sin embargo, solo hablamos de control del dinero público y del esfuerzo para referirnos a los estudiantes a los que ofrecemos un pequeño plus en forma de beca oficial.
 
    Es más, cuando el ministerio niega ayudas públicas a un estudiante por haber suspendido alguna asignatura, no está defendiendo ningún criterio de excelencia de la educación universitaria. Simplemente lo condena a la exclusión mientras sigue regando con dinero público los estudios de su compañero de aulas que ha suspendido el curso completo.

   El término “excelencia” se ha convertido en el caballo de Troya de la exclusión social, en un arma arrojadiza contra los estudiantes sin recursos, mientras la verdadera excelencia universitaria se desangra por la fuga de cerebros jóvenes al extranjero o se guillotina con el recorte brutal a la investigación.

  Si alguien piensa que el debate sobre las becas solo atañe a las personas sin recursos algunos, se equivoca gravemente. En esta primera fase del proyecto educativo de la FAES, se trata de reducir a la mitad el número de alumnos sin recursos que pueblan las aulas universitarias, pero tras este ajuste, se pretende “adecuar las tasas universitarias a sus costes reales”, es decir, encarecer de forma exponencial el acceso a la Universidad.

   Aunque a las clases medias les guste pensar que su futuro está ligado a los sectores de mayor nivel adquisitivo, la realidad es que el empobrecimiento galopante y el recorte de los servicios públicos acabarán con ellas. De hecho, los precios de los másteres y estudios postgrado son ya un factor de selección económica, que no académica, del currículo de nuestros jóvenes. Por eso, el debate sobre la excelencia, planteado en estos términos, acabará siendo una trampa que devorará el modelo universitario. Esta medida es el primer paso para imponer nuevas restricciones, mayores tasas y privatizaciones de este servicio. Los que aplauden la retirada de becas, que vayan preparando cien o 200.000 euros para que estudien los jóvenes del futuro. Avisados estamos.

lunes, 4 de marzo de 2013

NO ESTÁS SOLO




Puedes leerlo completo  en El País de Andalucía

    Entre el despiste y la miopía tardé varios minutos en localizarlos en el interior de la iglesia. El recinto estaba abarrotado y una multitud se congregaba en la plaza cercana. Estaban apiñados en un lateral, todos juntos, como una delegación con bandera propia. Los acompañaban varios profesores en ese estado de alerta que imprime la profesión y que les permite dominar el campo de visión de un gran angular.

    Los jóvenes observaban desde el lateral de la iglesia el desarrollo de la ceremonia. Enmudecieron con la llegada del féretro y se concentraron en el rostro lloroso de su compañero de curso que parecía haberse hecho mayor de un solo golpe. Muchos de ellos lo habían acompañado en la búsqueda esperanzada de su hermana los últimos días. Habían recorrido con él las calles colocando carteles de búsqueda. Habían charlado con cientos de vecinos que se aprestaban a colocar los pasquines en sus tiendas, en las paredes de su casa o en cualquier lugar visible. En solo un día los comercios, los talleres, las casas y los árboles del pueblo se llenaron de pequeños carteles con la joven, aún sonriente. Personas a las que no conocían les daban palabras de ánimo y esperanza de una pronta solución.

    A ratos, durante la ceremonia, lloraban al son de los sentimientos de su compañero. Se me pasa por la cabeza que solo los jóvenes lloran de verdad por los demás. El resto mezclamos nuestros propios miedos, nuestro papel en la cadena de la vida, el desconsuelo propio con las lágrimas. Al minuto siguiente son capaces de reír sin el menor pudor, ante la mirada reprobadora del profesor que clava sus ojos como alfileres sobre mariposas inquietas.
    
    Resulta casi imposible reconocer en ese joven destrozado por el dolor, al compañero de curso más alegre de todo el instituto, forofo del Betis, virtuoso de las redes sociales, creador de envidiables páginas web, pero ahí está erguido en la primera fila, sacudido a veces por un llanto irreprimible que todos quisieran consolar.

    Cuando acaba la ceremonia religiosa y comienza el desfile interminable del pésame, los estudiantes se apresuran a formar un grupo compacto y avanzan decididos hacia su compañero. Lo rodean y, como si fuesen un cuerpo compacto, una ameba gigantesca, se lo llevan al exterior. No sé dónde han aprendido el arte del consuelo, pero lo hacen con maestría. Avanzan por el centro de la calle como una manifestación espontánea. En el interior del grupo, llevan a su compañero al que abrazan, toquetean y sonríen.
Les pregunto dónde se dirigen y me contestan que al instituto. A charlar un rato, a estar juntos, a distraerlo un poco. Desde ese momento, no lo han abandonado ni un solo instante. El compañerismo, la lealtad, la sabiduría, se escribe con la letra de adolescentes de 15 años. Para este largo puente han organizado espontáneamente una cadena de compañía, de actividades, de remedios contra el dolor.

    Todo esto sucede en el pueblo sevillano de Coria del Río que es como era Andalucía hace 20 años, antes de que nos fragmentaran las urbanizaciones, el apartheid económico y el consumo solitario. Un lugar donde la vida en común tiene aún sentido, donde los problemas y las alegrías ajenas forman parte de tu vida. Una sociedad que valora el espacio común y no convierte el tiempo libre en consumo puro y en exhibición individual; una Andalucía que coloca los valores de la sociabilidad en primer lugar; que maneja las redes sociales mucho antes de la invención de Internet; un lugar donde hasta los niños tienen su agenda propia, sus calles, sus amistades no prefabricadas, clónicos de sí mismos, diseñados para la competencia y la soledad.
Ahora que ha fracasado el modelo de la codicia, que no sabemos a qué clavo agarrarnos, qué salvavidas abordar, quizá nuestra vieja cultura contenga algunas respuestas. Si nos desembarazamos de nuestras viejas enfermedades, el conformismo y el fatalismo, nos queda un caudal de cooperación, de autoorganización social, de trabajo en red y de creatividad para diseñar tiempos realmente mejores.

martes, 8 de enero de 2013

DE LAS MAREAS AL TSUNAMI


Publicado en el País Andalucía

           Se están agotando los colores del arco iris. O dicho bajo el prisma mercantil de Esperanza Aguirre: se están enriqueciendo los vendedores de camisetas, pegatinas y pancartas. Es posible que hayamos comprado menos ropa de temporada que nunca, pero empezamos a tener una colección de camisetas con todos los colores del arco iris.

          Si hace tres años alguien nos hubiera dicho que veríamos a los jueces y magistrados en manifestación a la puerta de los juzgados, lo hubiéramos tildado de loco. Si alguien nos hubiera contado que ese cirujano tan serio, esa nefróloga tan inaccesible, iba a estar en la puerta del hospital participando en una manifestación contra los planes del Gobierno, le hubiéramos respondido que sueña despierto.
Antes de la crisis solo conocíamos puntuales mareas rojas de trabajadores que iban jalonando de cruces negras el lento desangrar industrial o productivo de nuestro país o que señalaban la marcha inexorable de unas privatizaciones salvajes. Eran movilizaciones de monos azules, de pancarta roja, de puño en alto y de presencia sindical.

           Ahora, junto a esas movilizaciones que todavía persisten y que rompen los restos del encaje industrial de nuestras ciudades —como el doloroso cierre de Roca— , aparecen nuevas formas de protesta y nuevos protagonistas que toman la calle en forma de movimientos marítimos que van o vienen, pero que son constantes, masivos y sorprendentes.

           Conforme se avanza en el empobrecimiento de las clases medias y en el desmantelamiento de los servicios públicos, surgen mareas de protestas que se expresan con colores propios pero que tienen más semejanzas entre sí que diferencias. Profesores y alumnado pusieron en marcha una marea verde de esperanza en el sistema educativo; el personal sanitario y los pacientes crearon una marea blanca que rodea hospitales y centros de salud. Desde el interior de los juzgados nació la marea amarilla, por la igualdad ante la justicia y contra las tasas judiciales; desde miles de hogares surgió una marea naranja que denuncia el desmantelamiento de la atención a la dependencia y a los servicios sociales. Curiosamente, la única marea no organizada, no visible, es ese abismo oscuro del paro, en el que navegan casi seis millones de personas.
Las mareas reivindicativas no son en absoluto corporativas. Entre los cientos de manifiestos, plataformas y anuncios, resulta prácticamente imposible detectar una reclamación que no sea general, de mejora de la sociedad en su conjunto, de resistencia al recorte de derechos sociales. Hay en estas mareas el intento de dar voz a los que no la tienen, de hacer pedagogía con la protesta y mostrar que el camino emprendido nos empobrece a todos y ahonda el abismo de desigualdad social.

            Son mareas sectoriales, que no corporativas, que tienen mucho en común pero que, como diría el poeta, no desembocan en algo general porque no hay cauce, instrumentos ni instituciones que representen su esperanza y que tengan el prestigio necesario para acogerla en sus únicas manos. No son movimientos antipolíticos o antisindicales. De hecho, la mayor parte del sindicalismo participa en ellas y se reciben con los brazos abiertos los apoyos puntuales de las fuerzas políticas pero no delegan su representación en ninguno de ellos. Son, en realidad, un gran movimiento ciudadano que acaba de emerger y que tantea nuevas formas de expresión. Han aprendido del 15M pero no son el 15M; necesitan del concurso de la política pero desconfían de su sinceridad y de su altura de miras.

           El problema es que para conseguir los cambios que proponen y poner fin al acoso de los servicios públicos necesitan convertir esas mareas de colores que llegan a nuestras playas en un gran tsunami de esperanza y de unidad. De momento el Gobierno estudia cómo frenar todo tipo de protestas. Es posible que su sismógrafo les alerte de que, allá en lontananza, hay un movimiento de unidad de este arco iris.

domingo, 15 de abril de 2012

FALTA DE EDUCACIÓN

No existe casi ninguna profesión que se lleve la mitad del trabajo a casa. Cuando se cierra el taller, la oficina, la obra o el comercio, los trabajadores no se llevan los materiales para continuar su trabajo en las horas de descanso. No hay ningún oficio en el que el estudio y la preparación del material no se computen como tiempo trabajado o que ni siquiera el tiempo del bocadillo cuente como horario laboral. Si se aplica esta fórmula, los futbolistas solo trabajan los 90 minutos del partido y los redactores el tiempo justo que están ante las cámaras. No hay ningún oficio en el que no cuenten para nada los traslados, ni las horas extraordinarias dedicadas a actividades o acompañamiento de alumnos. No hay una sola profesión que no ofrezca los instrumentos de trabajo gratis excepto en la enseñanza, desde el boli rojo, al bloc de notas, el ordenador portátil o el pendrive sempiterno que nos acompaña como una cruz laica.


Los profesores nunca van a hacer la huelga que pondría de manifiesto su función ni sus horas de trabajo: dejar de pasar las mañanas de los sábados y los domingos corrigiendo ejercicios, o acompañar el café de la tarde con las fichas de la clase que daremos el día siguiente.

En España, según el último estudio sobre el Panorama de la Educación, el horario lectivo del profesorado es de los mayores de la Unión Europea y de la OCDE, pero este dato es ocultado porque detrás de los recortes y de la reforma que nos anuncian no hay el afán de mejorar la educación pública, sino de reducir sus posibilidades y fomentar la enseñanza privada.

Mucho antes de que estallara la crisis económica, los think-tank de la derecha —incluyendo el actual ministro de Educación— lo habían teorizado. Según sus tesis la inversión en la enseñanza pública era desproporcionada y habría que buscar un mayor equilibrio con la iniciativa privada. En medio de las invocaciones al esfuerzo del alumnado y a la autoridad del profesor, introducían la idea de aumentar el número de alumnos por aula y limitar los programas compensatorios. Abogaban por aumentar los conciertos con la enseñanza privada, privatizar el bachillerato y hacer mucho más exclusiva la Universidad. Esperanza Aguirre no es un verso suelto sino la portavoz de todo el clasismo cañí hecho carne.

A todo esto nos quieren conducir de cabeza. Cuando en los centros educativos consigan ampliar el número de alumnos por aula en la enseñanza pública hasta cuarenta —como en los mejores tiempos del franquismo—, habrán conseguido gran parte de sus objetivos; cuando consigan que la sociedad torpemente crea que el profesor es un ser privilegiado al que hay que cargar con horarios insoportables y aulas masificadas, su revolución conservadora habrá llegado a su fin.

Los recortes que nos anuncian no son para ahorrar dinero público. No nos engañemos. Es fácil hacer este simple cálculo: los interinos despedidos se acogerán inmediatamente a su derecho a cobrar el desempleo. Es decir, el dinero ahorrado en salarios se gastaría en el pago de las prestaciones por desempleo y en falta de falta de recaudación de la seguridad social. Solo en Andalucía, quince mil personas que cumplen funciones educativas como profesorado interino serían puestas de patitas en la calle en un acto de injusticia y despilfarro que no ahorraría prácticamente ni un euro a las finanzas públicas.



El sacrificio que se exige al profesorado no será para mejorar la enseñanza, sino para masificar las aulas, suprimir las tutorías, despedir interinos y poner fin a la débil atención personalizada. Los efectos, en pocos años, serán terribles. Cada euro que se reste a la educación, cada alumno de más en las aulas, cada beca de menos en las universidades, cada tasa de más en los precios públicos, nos pasará factura en el modelo social y en la economía en muy pocos años. La educación, a diferencia de otros departamentos, no trata con cosas, sino con personas, con inteligencias y con capacidades. Es un delicado tejido cuyos desgarros son irreversibles. Por eso en Andalucía es necesario echar coraje, imaginación e inteligencia para sortear estos recortes y apostar, de verdad, por la educación pública.

Publicado en El País Andalucía

domingo, 2 de octubre de 2011

Una familia tenebrosa


Artículo publicado en El País Andalucía

Cuando los gobiernos empuñan las tijeras su discurso se vuelve paternal y tecnocrático. Nos dicen que somos una gran familia, que vamos en el mismo barco y exhiben las cajas de caudales vacías como supremo argumento de autoridad. Pero la caja vacía no avala, en absoluto, la necesidad de recortes sino de reformas imprescindibles.
La falta de recursos de la que se lamentan no es más que la demostración de su ineficacia y de la injustísima recaudación de los ingresos. Y el argumento de que somos una familia es realmente sarcástico, porque si así fuera ¡vaya familia desigual, insolidaria, arbitraria y esquilmadora! En el año 2010, según datos de la Agencia Tributaria, los trabajadores de esta familia aportaron en impuestos 430.000 millones de euros para el mantenimiento de la casa común, mientras que los familiares que disfrutan de rentas del capital proporcionaron sólo 75.000 millones. No es que sean pocos, no. Es que tienen un tratamiento fiscal privilegiado como demuestra su contribución real a esa caja común que hoy exhiben vacía.
La idea de que en España solo pagamos los trabajadores por cuenta ajena y las pequeñas empresas no está muy alejada de la realidad. Si usted vive de su trabajo, la presión fiscal rondará el 38%; sin embargo, si sus ingresos provienen de rentas de capital el tipo real al que cotizará no llegará al 20%. Además, si usted pertenece al selecto club que dispone de gabinetes jurídicos especializados en ingeniería financiera, puede ver reducida su aportación hasta un insignificante 1%.
Con tan solo un pequeño equilibrio en esta desequilibrada balanza, se conseguirían los ingresos necesarios para pagar los servicios públicos que hoy están en riesgo.
A pesar de esto, nadie plantea seriamente una reforma fiscal que ponga fin a esta injusticia evidente. Los ricos consideran que tocar sus privilegios es "desincentivador". Por el contrario, reducir los sueldos de los trabajadores o atacar sus derechos sociales no sólo no desincentiva la economía sino que es un "sacrificio necesario". La familia de la que nos hablan es realmente tenebrosa en su reparto de cargas y ahonda a diario en las brechas sociales y en la desigualdad.
No es que la crisis haya puesto en solfa el Estado del Bienestar. Si el problema fuese este se encontrarían soluciones viables. El problema es que a una parte de las fuerzas políticas y a las fuerzas económicas más potentes de nuestra sociedad nunca les ha gustado el Estado del Bienestar. Han visto la universalización de la sanidad y de la educación como un exceso al que habría que poner freno en cualquier momento. Y ahora han encontrado la ocasión de oro y el pretexto perfecto para su desmontaje.
Si tenemos la suficiente memoria -esa cualidad tan peligrosa cuando se ejercita en la ciudadanía- recordaremos que la FAES y la CEOE en plena época de prosperidad proponían recortes drásticos de la educación pública y de la sanidad. Incluso, en fecha ya más reciente, publicaron un retrógrado y sexista estudio sobre la educación en la que argumentaban que el gasto educativo es inútil porque los resultados escolares están determinados biológicamente. Con respecto a la sanidad pusieron en circulación la idea que acríticamente utilizan algunos comentaristas y es que llegó el fin del "gratis total", como si la asistencia fuese un regalo y no un servicio sufragado, fundamentalmente, por los impuestos de los trabajadores. En cuanto a los recortes que CiU acomete con furor en la comunidad catalana, consiste en la misma política que llevó al Gobierno de Pujol a entregar en su día el sistema sanitario a las empresas privadas, solo que ahora lo envuelven en el paquete de la crisis y del chantaje del "déficit fiscal" de Cataluña. No nos entienden, al parecer, a los malagueños y a los sevillanos, pero a ellos se les entiende perfectamente su discurso insolidario y antisocial.
No somos una familia. No. Somos una sociedad que funciona todavía con una mínima cohesión que algunos se empeñan en romper, derribando los muros maestros de los servicios esenciales.

martes, 17 de noviembre de 2009

Mar de fondo



Artículo de opinión publicado en El País:


Hace años tuve una experiencia terrible con el mar. Acababa de llegar a la playa en uno de esos días calurosos del verano. El agua tenía un prometedor color azul y estaba en calma. Sin pensarlo, entré en ese océano que hasta ese día había considerado amigo, con el ansia de la primera vez de cada verano. Me sumergí con decisión y di unas cuantas brazadas en dirección al horizonte. Cuando volví la cabeza comprobé que me encontraba a muchos metros de la playa. Intenté regresar, pero una corriente oculta me arrastraba hacia dentro. Después de muchos esfuerzos conseguí volver a la arena pero ya nunca he vuelto a mirar el mar con los mismos ojos. Me explicaron que ese día había mar de fondo y que una lejana bandera solitaria lo advertía. Sin embargo, se evaporó la ingenua confianza que adquirí en la niñez y desde entonces miro sus aguas con el recelo de una amante engañada.
Siento algo parecido a esta marea profunda cada mañana cuando oigo las noticias o escucho conversaciones de personas que gritan en las que no importan los razonamientos, los matices, o la verdad sino una suma de juicios sumarísimos sin apelación.
Es muy difícil, por ejemplo, convencer a alguien de que el sistema educativo no es un lugar de violencia, de fracaso y de decepción. No importa que sustentes esta opinión con experiencias, con datos y con razones. Reconocerán las excepciones, pero ya han juzgado y sentenciado el sistema en su conjunto, a los jóvenes en su totalidad y el veredicto es orden y autoridad, a secas.
Ni qué decir tiene la dificultad de debatir sobre temas más espinosos. Demostrar que los delincuentes no entran por una puerta y salen por otra, es misión imposible. Afirmar que hay más presos y menor delincuencia que en la mayor parte de los países desarrollados parece una ficción, aunque sea la verdad más fácil de comprobar. Y no digamos ya de los impuestos. Te mirarán con extrañeza si afirmas que en nuestro país se pagan menos impuestos que en la mayor parte de Europa, aunque el que te contradiga defraude el IVA y declare la mitad de sus ganancias a Hacienda.
Se ha puesto de peligrosa moda convertir a las víctimas en legisladores y a sus familiares en "gobiernos en la sombra" que lo mismo imponen cadenas perpetuas que aconsejan negociaciones vergonzosas con secuestradores. Se preguntan obviedades y lugares comunes a los ciudadanos y se sugieren las soluciones más fáciles y arbitrarias. Son ya legión los ciudadanos que, como los taxistas, "arreglarían los problemas en cinco minutos, si los dejaran", con mucha autoridad y sin comunidades autónomas.
No nos engañemos. No gritan las personas realmente afectadas por la crisis; las que se han quedado sin trabajo; las que apenas llegan a final de mes; las contratadas bajo cuerda; las que han perdido derechos; las que no pueden pagar su vivienda... Ojalá pusieran sus problemas reales sobre la mesa. Pero no. Gritan más los que no han perdido nada en esta crisis, los que han ahorrado y han cambiado de coche gracias a la caída de los precios y del dinero. No despotrican de los bancos, de los especuladores, de los que se aprovechan del sufrimiento ajeno, sino de lo público y lo político en su sentido más amplio.
No es que intenten derrotar al Gobierno. Eso es lo de menos. Ojalá subiera una crítica fundada y alternativa a su política. Pero, la respuesta populista a las grandes crisis económicas ha sido, históricamente, el autoritarismo. Éste no llega con anuncios luminosos, no se presenta como tal a las elecciones. Es una marea soterrada que arrastra voluntades, adormece el raciocinio, desarma con su aparente calma al que se opone y te arrastra hacia el abismo del miedo y la desconfianza social.
No estaría mal levantar unas cuantas banderas de alerta en esta playa para que nos advirtieran del peligroso mar de fondo. Y algo de esperanza.

sábado, 20 de junio de 2009

ESTÁ DE MODA HABLAR MAL DE LA EDUCACIÓN

Está de moda el discurso catastrofista sobre la educación. Se magnifican datos que tienden a poner de relieve la falta de preparación de los alumnos, los conflictos en las aulas, la falta de disciplina y de esfuerzo, el cansancio del profesorado y el fracaso escolar. Hay, además, soterradamente. una campaña de desprestigio de de la enseñanza pública, presentada como una especie de descenso al infierno, en el que se pierde toda esperanza.

No se trata de negar los problemas del sistema educativo, pero convendría poner en su sitio todos estos datos confusos que conducen a la idea de que en la enseñanza cualquier tiempo pasado fue mejor, de que la juventud es una olla podrida y de que los enseñantes hemos tirado la toalla.

¿Están, de verdad, nuestros jóvenes peor preparados que en décadas anteriores? ¿Existen realmente menos titulaciones, menos bachilleres, menos nivel educativo que en las pasadas décadas? O, por el contrario ¿no nos estaremos quejando de que el sistema educativo haya abierto sus puertas a los que antes excluía?

Faltan datos. Faltan urgentemente estudios comparativos y fidedignos sobre los avances o retrocesos de la escuela pública como instrumento al servicio de la sociedad. No se trata de comparar los resultados de los institutos minoritarios y elitistas de hace veinte años con los centros actuales, sino de comparar si para el conjunto de los jóvenes la educación obligatoria ha sido un paso positivo y un factor de igualdad. Es en esos términos dónde hay que situar el debate porque –como bien sabemos los que compartimos la pasión por la docencia- cada alumno o alumna arrebatado a la incultura, al olvido o a la marginación, es un éxito del sistema educativo. Seguramente son pocos, pero antes eran prácticamente ninguno.

Habría que poner sobre la mesa los verdaderos problemas en el marco social en el que se desarrollan. ¿Es el sistema educativo más conflictivo, menos esforzado o falto de valores que la sociedad que lo sustenta? Presuponiendo que la respuesta a esta última pregunta sea negativa habría que revisar el valor de la educación en estos tiempos. Hace veinte años las instituciones educativas tenían a su cargo, casi exclusivamente el conocimiento y el aprendizaje. Ahora le hemos encomendado la integración social y cultural, la resolución inicial de conflictos sociales, una buena parte de las políticas de igualdad, sin darle la importancia ni los medios para desarrollar todas estas labores. Los enseñantes no están, como se suele decir, “quemados” sino sobrepasados por la multitud de responsabilidades y por la falta de compromiso colectivo con su tarea.

Tampoco los jóvenes actuales se corresponden con la caricatura que se hace de ellos, ni los estudios son ese “coladero” del que hablan sin conocer la realidad (a los que así opinan, les invito a intentar aprobar, por ejemplo, los contenidos del bachiller). Una gran parte de los jóvenes se esfuerza, adquiere nuevos conocimientos, se prepara para un mundo altamente competitivo y los que fracasan, en su inmensa mayoría, han llegado a la escuela con problemas sociales desde la infancia.

No hay en la enseñanza –en términos generales- un paisaje desolador de conflictos, violencia o drogas. Hay, sin embargo un ángel exterminador que consiste en la falta de motivación, de abandono escolar y de desesperanza que se expresa en el descenso del interés -o en otros casos de posibilidades- de terminar los estudios medios y que contrasta con el número elevado de mayores de dieciocho años que quiere retomarlos.

Ante la falta de propuestas y de actuaciones, los sectores más conservadores celebran o exageran cada problema educativo como la confirmación de unas tesis que tienen la ley y el orden como bandera, pero que guardan, en la trastienda, la vuelta a la segregación social y educativa de la mitad de la población. No nos encojamos de hombros, porque en la enseñanza nos jugamos el modelo social.

PD.- El lienzo es obra de Marina Caballero.