lunes, 25 de agosto de 2014
PRINCESAS Y CAMPEONES
El sexismo es horrible. Las declaraciones de algunos políticos sobre la falta de inteligencia de las mujeres, lamentable. La discriminación laboral de las mujeres, una tara que hay que eliminar… pero en nuestras casas florece toda una generación de princesas y campeones criadas al amor de los más viejos conceptos, eso sí, despojándolos de términos ofensivos y extrayendo de los viejos roles su parte más gratificante.
Las niñas ya no sueñan con ser princesas, son sus padres los que sueñan con crear una monarquía casera. Tampoco los niños sueñan con ser campeones, son los padres los que se afanan por subirlos al pódium de ganador. Han saqueado los viejos sueños de las películas de Disney y han montado el escenario en su propio hogar. En el mismo momento en el que abrazaron a su hijo por primera vez, el hada madrina se les apareció y les susurró al oído: “Aquí tienes tu nueva posibilidad de ser. Todo lo que deseaste y no tuviste, todos tus sueños infantiles. Aquí puedes resarcirte de tus fracasos y desilusiones, de la vida que no pudiste tener, del éxito que se te escapó, de la belleza que huye, de las espinas del dolor”. Y decoraron un cuarto en rosa o en azul, con muñecas o camiones, estrellitas rutilantes, morada de princesas o de héroes, ante cuya puerta el tiempo se detendría.
Las niñas, desde los cuatro o cinco años, se convierten en princesas de Disney y los niños en campeones galácticos o en ídolos deportivos. Es un teatrillo casero, una representación hiperbólica de los viejos roles sexuales, que quizá esté desprovista de su carácter discriminatorio pero que conserva intactos los valores sobre los que se funda el edificio de la marginación. Las niñas se hiperfeminizan, desde los colores, a la forma de vestirse, peinarse o moverse. Los niños se masculinizan, todo potencia, velocidad y movimiento. La juguetería acompaña este sexismo radical, infantil que no ingenuo ni gratuito.
Algunas empresas han descubierto que la idiotez es una fuente provechosa de negocio. Hay una empresa sevillana, que ya ha abierto sucursales en otros puntos de España, que ofrece celebraciones para niñas a partir de los cinco años en un circuito de belleza, relax y spa. Nada más atravesar sus puertas, visten a la niña de princesa, les hacen sesiones de manicura, peluquería y estética mientras suena música relajante y beben cócteles frutales. Te tratarán como una auténtica princesa, presa de su belleza y de su culto a la apariencia. En otros lugares, los niños disfrutan de una sesión de coches, mamporros, deslizamientos y pelotas.
Mientras escribo esto, las bombas de Israel caen sobre los niños palestinos, sin distinción de princesas o campeones. En nuestro país, el ministerio correspondiente reparte miserables fondos de ayuda contra la malnutrición infantil en función del color político de las autonomías. Algunas comunidades se niegan a abrir comedores escolares e incluso a hablar sobre la pobreza infantil porque transmite una mala imagen de su territorio. Hay niños que tienen infancias de ensueño delirante y niños que sufren infancias de pesadilla.
El mundo, a veces, es un tremendo error, un horror cotidiano, una dolorosa sinrazón que solo sobrellevamos con el entrenamiento de una cínica indiferencia que comienza por no pensar en nada doloroso durante más que una fracción de segundo y borrar precipitadamente las imágenes antes de que griten en nuestra mente. Princesas, campeones y víctimas, tres expresiones de un tiempo infame.
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domingo, 11 de mayo de 2014
INVENTOS WERT: LA POSTBECA
He encargado a los alumnos que preparen una exposición en clase. Les he dado instrucciones sencillas: disponen de 10 minutos para explicarla, no pueden llevarla escrita solo (¡ay, qué trabajo cuesta escribir “solo” sin tilde!) una pequeña ficha para orientarse. El tema es libre y deben haber consultado varias fuentes para su composición.
El primer alumno nos habla de la moda del selfie. En su opinión el aumento de este fenómeno responde al culto al cuerpo y a un egocentrismo galopante que nos empuja a olvidarnos de lo que nos rodea. La clase ha aplaudido su intervención.
El segundo en intervenir ha salido sin un solo papel. Explica que no ha tenido que consultar fuentes, que se basa en su experiencia directa y que no ha sabido cómo titular su exposición: ¿la crisis? ¿el final de las ilusiones? ¿realmente estamos saliendo del túnel?
“Cuando la crisis empezó, éramos casi igual de pobres —comienza— pero teníamos algunas cosas que creíamos permanentes. Mi padre ya estaba prejubilado por enfermedad y su pensión era escasa. Cada semana íbamos a la farmacia a recoger los ocho medicamentos que necesita tomar diariamente. Ahora no vamos todas las semanas. Algunas veces lo estiramos 10 o 15 días. Depende. Cada vez que vamos a por los medicamentos tenemos que pagar siete o 10 euros. No es gran cosa, pero hay semanas que nos viene muy mal, por eso cada día se salta alguna pastilla para que la cajita le dure más”. La clase se ha quedado en completo silencio. “Soy hijo de jornaleros y nieto de jornaleros. Venir hasta aquí me cuesta una larga caminata cada día. Aún así, mi familia y yo teníamos la ilusión de que hiciera estudios superiores. Mis padres estaban muy orgullosos porque hubiera sido el primero de toda mi familia. Pero ahora creo que es imposible. En el caso de que me dieran una beca me la pagarían a final de curso y nosotros no podemos aguantar ese tiempo”. La clase está absolutamente conmovida, las bocas fruncidas, los ojos completamente abiertos, redondos, para evitar lágrimas inútiles. Pasaron después algunas otras cosas pero voy a poner fin a la escena. Ya es suficiente.
Este domingo es 4 de mayo. A miles de estudiantes todavía no les han ingresado sus becas. Quienes ya las han recibido certifican que han cobrado mucho menos que en años anteriores. Los que esperan todavía no saben cuál es la cuantía. Han inventado un tramo variable tan difícil de descifrar que han anunciado para el próximo año un simulador de cálculo múltiple. Antes cuando aspirabas a una beca sabías cuál era su cuantía. Ahora no. Los requisitos se han vuelto prolijos y algunos absolutamente surrealistas. Por ejemplo, en bachillerato, si te matriculas en un curso completo puedes tener beca, pero si vuelves a los estudios con 80% de asignaturas por completar, no tienes derecho alguno.
El Ministerio de Educación ha tomado el principio de igualdad y lo ha retorcido de tal forma que se parece al de la malvada discriminación. Quienes entregan la solicitud de una beca o ayuda se adentran en un universo desconocido de cálculos, plazos, estimaciones que no conocen y que les impiden planificar su vida ¡Que vuelva Kafka, por favor y nos relate la maldad de esta burocracia postmoderna! Ya no hay becas, sino postbecas que se entregan casi al finalizar el curso. Mientras tanto los estudiantes, para sobrevivir en las aulas, necesitan préstamos de familiares o de bancos, o sea, una especie de prebecas que ni Kafka podría imaginar en sus laberintos. Quienes no lo consiguen, se marchan en silencio.
¡Qué equivocados estábamos los que anunciábamos que con esta política educativa los pobres saldrían del sistema educativo superior en unos 10 o 15 años! Bastarán dos o tres cursos para que los más desfavorecidos desaparezcan sin dejar más rastro que el de su tristeza. Mientras, el monstruo sonríe.
@conchacaballer
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INSOPORTABLE CINISMO
Publicado en el País Andalucía
La primera conclusión que se puede extraer del último informe PISA sobre la capacidad para resolver problemas es que los jóvenes de 15 años de nuestro país tienen poca autonomía personal, están sobreprotegidos y, para ciertos aspectos de la vida, parecen tener tres años menos de su edad. No hacía falta el informe PISA para esto. Lo que resulta chocante es que todos han señalado a la educación —que no a la familia, a la sociedad, a los medios de comunicación— de la falta de madurez de nuestros jóvenes.
La segunda conclusión, puede ser preocupante. Si las pruebas del PISA son universales e intentan alejarse de cualquier localismo o factor que altere los resultados, ¿cómo es posible que los ejercicios se refieran a programar un MP3, un robot de limpieza, un climatizador o comprar un billete de metro en la pantalla de un ordenador táctil? ¿Se emplearon las mismas preguntas en todos los países y condiciones? Imaginen a un niño colombiano enfrentándose a aparatos que no ha visto en su vida, comprando un billete para un metro en el que jamás han puesto un pie o interpretando un plano de transportes que desconocen.
La tercera conclusión es de carácter político. La reacción del Ministerio de Educación ha sido de un cinismo espectacular. La secretaria de Estado ha afirmado que la metodología que se aplica en las aulas es “anticuada, más centrada en la adquisición de conocimientos que en la resolución de problemas complejos, desarrollar un pensamiento crítico y trabajar en equipo”. Estoy absolutamente de acuerdo con estas afirmaciones pero provienen de un ministerio y de un partido político que acaba de aprobar la LOMCE, una ley que cabalga en dirección contraria a estos criterios. Para impulsar el pensamiento crítico ha acabado con la Filosofía, impuesto la religión como materia evaluable y suprimido Educación para la Ciudadanía. Una ley que ha aumentado la carga memorística, reducido el valor de las competencias y ninguneado la formación en las nuevas tecnologías en la enseñanza.
No sé si el PP recuerda su sublevación, hace solo tres años, contra la introducción de los ordenadores, las pizarras digitales y el wifi en la escuela, hasta el punto de que tres comunidades autónomas (Madrid, Murcia y Valencia) rechazaron los fondos que el Ministerio de Educación les ofrecía e incluso argumentaron que el uso del ordenador “provocaría miopía y problemas ergonómicos en los adolescentes”.
Pero donde las afirmaciones del ministerio se vuelven apoteósicas es en el tratamiento a los docentes. De sus palabras se deduce que son “anticuados”, no desean “liderar los cambios”, se oponen “a las nuevas metodologías” y son, más o menos, un obstáculo a las reformas. Es el mismo Gobierno que ha suprimido dos horas de trabajo de coordinación y tutoría, el que ha aumentado espectacularmente el número de alumnos por aula y ha despedido a 35.000 docentes en el primer año de su mandato. No hay apenas nada en la LOMCE que hable de nuevas metodologías ni que promueva la formación del profesorado, que se realiza de forma individual con cargo al tiempo y dinero del propio docente. En vez de reconocimiento, exigencia; en vez de apoyo, culpabilidad; en lugar de comprender que la educación es una tarea de toda la sociedad, se hace responsable al docente de los comportamientos, capacidades, conocimientos, autonomía, integración, valores y futuro de nuestros jóvenes… ¡Ni que fuésemos superhéroes que no queremos emplear nuestros superpoderes!
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lunes, 1 de julio de 2013
EL NOMBRE BUENO DE LAS COSAS MALAS
Publicado en el País de Andalucía
“Cuando quieran hacer algo malo, busquen un nombre bueno”, es el consejo de los expertos internacionales en comunicación.Y el ministro de Educación, José Ignacio Wert, lo ha tomado al pie de la letra. Ha cambiado el término exclusión por excelencia y lo ha dirigido como una bomba de relojería contra los estudiantes sin recursos económicos. Ha empleado la palabra “pobre” con profusión, “excelencia” con delectación y ha acusado a Andalucía de tener demasiados estudiantes sin recursos en la Universidad. Para finalizar ha afirmado que está dispuesto a ser duro con los pobres por que “cuando se recibe dinero público, es lógico pedir un esfuerzo extraordinario”.
La ideología de la derecha es muy hábil en hacer creer a la clase media, que hay una horda de holgazanes viviendo a nuestra cuenta. Es una vieja estrategia de tensión y de confrontación que intenta servir de válvula de escape a unas clases medias cada vez más empobrecidas por la crisis. Por eso, es muy importante que la verdadera información y que la pedagogía nos ayuden a separar los argumentos ficticios de los reales.
Antes de que ningún lector se apunte a las tesis de Wert es conveniente conocer la realidad. La Universidad se sufraga fundamentalmente con dinero público. Dependiendo de la Comunidad, las tasas solo suponen entre el 15% y el 25% del coste total del servicio universitario. En Andalucía, al haber mantenido las tasas en su horquilla más baja, la subvención pública cubre el 85% del coste universitario en la primera matrícula. En consecuencia, no solamente están becados los “pobres” sino que la totalidad de los estudiantes universitarios disfrutan de una “beca” porque sus estudios son financiados con los impuestos de toda la ciudadanía. Curiosamente, el 80% de estos impuestos procede de trabajadores y, casi el 40% de cotizantes mileuristas. Por eso, todos los que hemos estudiado en la Universidad, incluido el ministro Wert, hemos sido becarios. Sin embargo, solo hablamos de control del dinero público y del esfuerzo para referirnos a los estudiantes a los que ofrecemos un pequeño plus en forma de beca oficial.
Es más, cuando el ministerio niega ayudas públicas a un estudiante por haber suspendido alguna asignatura, no está defendiendo ningún criterio de excelencia de la educación universitaria. Simplemente lo condena a la exclusión mientras sigue regando con dinero público los estudios de su compañero de aulas que ha suspendido el curso completo.
El término “excelencia” se ha convertido en el caballo de Troya de la exclusión social, en un arma arrojadiza contra los estudiantes sin recursos, mientras la verdadera excelencia universitaria se desangra por la fuga de cerebros jóvenes al extranjero o se guillotina con el recorte brutal a la investigación.
Si alguien piensa que el debate sobre las becas solo atañe a las personas sin recursos algunos, se equivoca gravemente. En esta primera fase del proyecto educativo de la FAES, se trata de reducir a la mitad el número de alumnos sin recursos que pueblan las aulas universitarias, pero tras este ajuste, se pretende “adecuar las tasas universitarias a sus costes reales”, es decir, encarecer de forma exponencial el acceso a la Universidad.
Aunque a las clases medias les guste pensar que su futuro está ligado a los sectores de mayor nivel adquisitivo, la realidad es que el empobrecimiento galopante y el recorte de los servicios públicos acabarán con ellas. De hecho, los precios de los másteres y estudios postgrado son ya un factor de selección económica, que no académica, del currículo de nuestros jóvenes. Por eso, el debate sobre la excelencia, planteado en estos términos, acabará siendo una trampa que devorará el modelo universitario. Esta medida es el primer paso para imponer nuevas restricciones, mayores tasas y privatizaciones de este servicio. Los que aplauden la retirada de becas, que vayan preparando cien o 200.000 euros para que estudien los jóvenes del futuro. Avisados estamos.
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lunes, 4 de marzo de 2013
NO ESTÁS SOLO
Puedes leerlo completo en El País de Andalucía
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martes, 8 de enero de 2013
DE LAS MAREAS AL TSUNAMI
Publicado en el País Andalucía
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domingo, 15 de abril de 2012
FALTA DE EDUCACIÓN
Los profesores nunca van a hacer la huelga que pondría de manifiesto su función ni sus horas de trabajo: dejar de pasar las mañanas de los sábados y los domingos corrigiendo ejercicios, o acompañar el café de la tarde con las fichas de la clase que daremos el día siguiente.
En España, según el último estudio sobre el Panorama de la Educación, el horario lectivo del profesorado es de los mayores de la Unión Europea y de la OCDE, pero este dato es ocultado porque detrás de los recortes y de la reforma que nos anuncian no hay el afán de mejorar la educación pública, sino de reducir sus posibilidades y fomentar la enseñanza privada.
Mucho antes de que estallara la crisis económica, los think-tank de la derecha —incluyendo el actual ministro de Educación— lo habían teorizado. Según sus tesis la inversión en la enseñanza pública era desproporcionada y habría que buscar un mayor equilibrio con la iniciativa privada. En medio de las invocaciones al esfuerzo del alumnado y a la autoridad del profesor, introducían la idea de aumentar el número de alumnos por aula y limitar los programas compensatorios. Abogaban por aumentar los conciertos con la enseñanza privada, privatizar el bachillerato y hacer mucho más exclusiva la Universidad. Esperanza Aguirre no es un verso suelto sino la portavoz de todo el clasismo cañí hecho carne.
A todo esto nos quieren conducir de cabeza. Cuando en los centros educativos consigan ampliar el número de alumnos por aula en la enseñanza pública hasta cuarenta —como en los mejores tiempos del franquismo—, habrán conseguido gran parte de sus objetivos; cuando consigan que la sociedad torpemente crea que el profesor es un ser privilegiado al que hay que cargar con horarios insoportables y aulas masificadas, su revolución conservadora habrá llegado a su fin.
Los recortes que nos anuncian no son para ahorrar dinero público. No nos engañemos. Es fácil hacer este simple cálculo: los interinos despedidos se acogerán inmediatamente a su derecho a cobrar el desempleo. Es decir, el dinero ahorrado en salarios se gastaría en el pago de las prestaciones por desempleo y en falta de falta de recaudación de la seguridad social. Solo en Andalucía, quince mil personas que cumplen funciones educativas como profesorado interino serían puestas de patitas en la calle en un acto de injusticia y despilfarro que no ahorraría prácticamente ni un euro a las finanzas públicas.
El sacrificio que se exige al profesorado no será para mejorar la enseñanza, sino para masificar las aulas, suprimir las tutorías, despedir interinos y poner fin a la débil atención personalizada. Los efectos, en pocos años, serán terribles. Cada euro que se reste a la educación, cada alumno de más en las aulas, cada beca de menos en las universidades, cada tasa de más en los precios públicos, nos pasará factura en el modelo social y en la economía en muy pocos años. La educación, a diferencia de otros departamentos, no trata con cosas, sino con personas, con inteligencias y con capacidades. Es un delicado tejido cuyos desgarros son irreversibles. Por eso en Andalucía es necesario echar coraje, imaginación e inteligencia para sortear estos recortes y apostar, de verdad, por la educación pública.
Publicado en El País Andalucía
domingo, 2 de octubre de 2011
Una familia tenebrosa
Artículo publicado en El País Andalucía
Cuando los gobiernos empuñan las tijeras su discurso se vuelve paternal y tecnocrático. Nos dicen que somos una gran familia, que vamos en el mismo barco y exhiben las cajas de caudales vacías como supremo argumento de autoridad. Pero la caja vacía no avala, en absoluto, la necesidad de recortes sino de reformas imprescindibles.
La idea de que en España solo pagamos los trabajadores por cuenta ajena y las pequeñas empresas no está muy alejada de la realidad. Si usted vive de su trabajo, la presión fiscal rondará el 38%; sin embargo, si sus ingresos provienen de rentas de capital el tipo real al que cotizará no llegará al 20%. Además, si usted pertenece al selecto club que dispone de gabinetes jurídicos especializados en ingeniería financiera, puede ver reducida su aportación hasta un insignificante 1%.
Con tan solo un pequeño equilibrio en esta desequilibrada balanza, se conseguirían los ingresos necesarios para pagar los servicios públicos que hoy están en riesgo.
A pesar de esto, nadie plantea seriamente una reforma fiscal que ponga fin a esta injusticia evidente. Los ricos consideran que tocar sus privilegios es "desincentivador". Por el contrario, reducir los sueldos de los trabajadores o atacar sus derechos sociales no sólo no desincentiva la economía sino que es un "sacrificio necesario". La familia de la que nos hablan es realmente tenebrosa en su reparto de cargas y ahonda a diario en las brechas sociales y en la desigualdad.
No es que la crisis haya puesto en solfa el Estado del Bienestar. Si el problema fuese este se encontrarían soluciones viables. El problema es que a una parte de las fuerzas políticas y a las fuerzas económicas más potentes de nuestra sociedad nunca les ha gustado el Estado del Bienestar. Han visto la universalización de la sanidad y de la educación como un exceso al que habría que poner freno en cualquier momento. Y ahora han encontrado la ocasión de oro y el pretexto perfecto para su desmontaje.
Si tenemos la suficiente memoria -esa cualidad tan peligrosa cuando se ejercita en la ciudadanía- recordaremos que la FAES y la CEOE en plena época de prosperidad proponían recortes drásticos de la educación pública y de la sanidad. Incluso, en fecha ya más reciente, publicaron un retrógrado y sexista estudio sobre la educación en la que argumentaban que el gasto educativo es inútil porque los resultados escolares están determinados biológicamente. Con respecto a la sanidad pusieron en circulación la idea que acríticamente utilizan algunos comentaristas y es que llegó el fin del "gratis total", como si la asistencia fuese un regalo y no un servicio sufragado, fundamentalmente, por los impuestos de los trabajadores. En cuanto a los recortes que CiU acomete con furor en la comunidad catalana, consiste en la misma política que llevó al Gobierno de Pujol a entregar en su día el sistema sanitario a las empresas privadas, solo que ahora lo envuelven en el paquete de la crisis y del chantaje del "déficit fiscal" de Cataluña. No nos entienden, al parecer, a los malagueños y a los sevillanos, pero a ellos se les entiende perfectamente su discurso insolidario y antisocial.
No somos una familia. No. Somos una sociedad que funciona todavía con una mínima cohesión que algunos se empeñan en romper, derribando los muros maestros de los servicios esenciales.
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martes, 17 de noviembre de 2009
Mar de fondo

Artículo de opinión publicado en El País:
Siento algo parecido a esta marea profunda cada mañana cuando oigo las noticias o escucho conversaciones de personas que gritan en las que no importan los razonamientos, los matices, o la verdad sino una suma de juicios sumarísimos sin apelación.
Es muy difícil, por ejemplo, convencer a alguien de que el sistema educativo no es un lugar de violencia, de fracaso y de decepción. No importa que sustentes esta opinión con experiencias, con datos y con razones. Reconocerán las excepciones, pero ya han juzgado y sentenciado el sistema en su conjunto, a los jóvenes en su totalidad y el veredicto es orden y autoridad, a secas.
Ni qué decir tiene la dificultad de debatir sobre temas más espinosos. Demostrar que los delincuentes no entran por una puerta y salen por otra, es misión imposible. Afirmar que hay más presos y menor delincuencia que en la mayor parte de los países desarrollados parece una ficción, aunque sea la verdad más fácil de comprobar. Y no digamos ya de los impuestos. Te mirarán con extrañeza si afirmas que en nuestro país se pagan menos impuestos que en la mayor parte de Europa, aunque el que te contradiga defraude el IVA y declare la mitad de sus ganancias a Hacienda.
Se ha puesto de peligrosa moda convertir a las víctimas en legisladores y a sus familiares en "gobiernos en la sombra" que lo mismo imponen cadenas perpetuas que aconsejan negociaciones vergonzosas con secuestradores. Se preguntan obviedades y lugares comunes a los ciudadanos y se sugieren las soluciones más fáciles y arbitrarias. Son ya legión los ciudadanos que, como los taxistas, "arreglarían los problemas en cinco minutos, si los dejaran", con mucha autoridad y sin comunidades autónomas.
No nos engañemos. No gritan las personas realmente afectadas por la crisis; las que se han quedado sin trabajo; las que apenas llegan a final de mes; las contratadas bajo cuerda; las que han perdido derechos; las que no pueden pagar su vivienda... Ojalá pusieran sus problemas reales sobre la mesa. Pero no. Gritan más los que no han perdido nada en esta crisis, los que han ahorrado y han cambiado de coche gracias a la caída de los precios y del dinero. No despotrican de los bancos, de los especuladores, de los que se aprovechan del sufrimiento ajeno, sino de lo público y lo político en su sentido más amplio.
No es que intenten derrotar al Gobierno. Eso es lo de menos. Ojalá subiera una crítica fundada y alternativa a su política. Pero, la respuesta populista a las grandes crisis económicas ha sido, históricamente, el autoritarismo. Éste no llega con anuncios luminosos, no se presenta como tal a las elecciones. Es una marea soterrada que arrastra voluntades, adormece el raciocinio, desarma con su aparente calma al que se opone y te arrastra hacia el abismo del miedo y la desconfianza social.
No estaría mal levantar unas cuantas banderas de alerta en esta playa para que nos advirtieran del peligroso mar de fondo. Y algo de esperanza.
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sábado, 20 de junio de 2009
ESTÁ DE MODA HABLAR MAL DE LA EDUCACIÓN

Está de moda el discurso catastrofista sobre la educación. Se magnifican datos que tienden a poner de relieve la falta de preparación de los alumnos, los conflictos en las aulas, la falta de disciplina y de esfuerzo, el cansancio del profesorado y el fracaso escolar. Hay, además, soterradamente. una campaña de desprestigio de de la enseñanza pública, presentada como una especie de descenso al infierno, en el que se pierde toda esperanza.
No se trata de negar los problemas del sistema educativo, pero convendría poner en su sitio todos estos datos confusos que conducen a la idea de que en la enseñanza cualquier tiempo pasado fue mejor, de que la juventud es una olla podrida y de que los enseñantes hemos tirado la toalla.
¿Están, de verdad, nuestros jóvenes peor preparados que en décadas anteriores? ¿Existen realmente menos titulaciones, menos bachilleres, menos nivel educativo que en las pasadas décadas? O, por el contrario ¿no nos estaremos quejando de que el sistema educativo haya abierto sus puertas a los que antes excluía?
Faltan datos. Faltan urgentemente estudios comparativos y fidedignos sobre los avances o retrocesos de la escuela pública como instrumento al servicio de la sociedad. No se trata de comparar los resultados de los institutos minoritarios y elitistas de hace veinte años con los centros actuales, sino de comparar si para el conjunto de los jóvenes la educación obligatoria ha sido un paso positivo y un factor de igualdad. Es en esos términos dónde hay que situar el debate porque –como bien sabemos los que compartimos la pasión por la docencia- cada alumno o alumna arrebatado a la incultura, al olvido o a la marginación, es un éxito del sistema educativo. Seguramente son pocos, pero antes eran prácticamente ninguno.
Habría que poner sobre la mesa los verdaderos problemas en el marco social en el que se desarrollan. ¿Es el sistema educativo más conflictivo, menos esforzado o falto de valores que la sociedad que lo sustenta? Presuponiendo que la respuesta a esta última pregunta sea negativa habría que revisar el valor de la educación en estos tiempos. Hace veinte años las instituciones educativas tenían a su cargo, casi exclusivamente el conocimiento y el aprendizaje. Ahora le hemos encomendado la integración social y cultural, la resolución inicial de conflictos sociales, una buena parte de las políticas de igualdad, sin darle la importancia ni los medios para desarrollar todas estas labores. Los enseñantes no están, como se suele decir, “quemados” sino sobrepasados por la multitud de responsabilidades y por la falta de compromiso colectivo con su tarea.
Tampoco los jóvenes actuales se corresponden con la caricatura que se hace de ellos, ni los estudios son ese “coladero” del que hablan sin conocer la realidad (a los que así opinan, les invito a intentar aprobar, por ejemplo, los contenidos del bachiller). Una gran parte de los jóvenes se esfuerza, adquiere nuevos conocimientos, se prepara para un mundo altamente competitivo y los que fracasan, en su inmensa mayoría, han llegado a la escuela con problemas sociales desde la infancia.
No hay en la enseñanza –en términos generales- un paisaje desolador de conflictos, violencia o drogas. Hay, sin embargo un ángel exterminador que consiste en la falta de motivación, de abandono escolar y de desesperanza que se expresa en el descenso del interés -o en otros casos de posibilidades- de terminar los estudios medios y que contrasta con el número elevado de mayores de dieciocho años que quiere retomarlos.
Ante la falta de propuestas y de actuaciones, los sectores más conservadores celebran o exageran cada problema educativo como la confirmación de unas tesis que tienen la ley y el orden como bandera, pero que guardan, en la trastienda, la vuelta a la segregación social y educativa de la mitad de la población. No nos encojamos de hombros, porque en la enseñanza nos jugamos el modelo social.
PD.- El lienzo es obra de Marina Caballero.
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