Me recorrió un escalofrío cuando fijé la atención en la pantalla. Había un hombre atado por las muñecas con el cuerpo oscilando en el vacío. A la derecha podías seleccionar una docena de armas para comenzar el juego: un cuchillo, una pistola, una estrella punzante, los puños o una sierra eléctrica. El adolescente sonrió y seleccionó, para impresionarme, esta última. El ruido de la motosierra parecía bastante real. Diestramente mi joven amigo fue cortando miembros del hombre colgado en el vacío. Cada vez que hendía el arma en la carne, salía un gran chorro de sangre que manchaba la pantalla. El joven reía ante las convulsiones de la desgraciada figura. Desmembraba ese cuerpo vivo con gran habilidad y el contador de puntos se disparaba aunque no logró superar su último récord que contabilizaba una maestría supina en el arte de la tortura.
Todavía sin dar crédito a lo que veía le pregunté de dónde había sacado aquel juego infame. Los chicos de la clase se rieron de mi ignorancia:
-¡Son juegos de tortura!- me dijeron- ¿No los conoces?
-No- les contesté y les pedí que me enseñaran cómo acceder a ellos y cuáles eran los más populares.
Se arremolinaron alrededor, felices de enseñarle a una profesora algo que no conocía.
-Pon en el buscador "juegos de tortura", "juegos de sangre" o "juegos de bestias" y verás.
Efectivamente, al hacerlo aparecieron cientos de páginas que prometían los mejores juegos de esa naturaleza. En la The Torture Chanber el objetivo era, literalmente, "causar el mayor dolor posible a la víctima antes de morir". Otra página, récord de visitas, reclamaba la atención de la siguiente forma: "¿Estás estresado? Desquítate torturando al personaje con una cuerda, un cuchillo o clavos". En The Torture Game -el juego que acabo de describir-, se ofrece: "Personaje encadenado con bastante realismo. Convulsiones y ruidos. Juegos de bestias", y terminaba con esta invocación: ¡Tortura a Fred Durst de la forma que más te guste! ¡A por él!
No se trata de juegos de consola sino de juegos flash que puedes iniciar sin descargarlos y usarlos directamente en la pantalla de tu ordenador. Se abren a gran velocidad y son, en general, de corta duración. Pero la renovación del juguete violento no es sólo tecnológica, sino profundamente ideológica. De la pistola de plástico y el soldadito se ha pasado a los juegos bélicos de habilidad, estrategia o persecuciones y de éstos, a los juegos de tortura: una reducción minimalista que extrae la quintaesencia de la sangre, el sufrimiento y el control absoluto de la víctima, desprovistos de cualquier argumento defensivo o bélico, y centrados en el placer de causar dolor y en la banalización de la violencia extrema.
Busco respuestas ante estas nuevas formas de violencia y no encuentro nada. La mayor parte de los análisis sobre juegos violentos -bienintencionados y certeros en su momento- usan la iconografía y el lenguaje de los años ochenta. Algunos artículos dispersos me hablan del valor catártico de la violencia, pero no se comprometen con sus posibles efectos secundarios.
En los centros educativos la paloma de la paz se recorta en cartulina y adorna los pasillos y las aulas. Junto a ello hay todo un submundo repleto de obscena violencia dirigido a las mentes infantiles y juveniles pero diseñado por empresas y fabricantes que llenan sus bolsillos contradiciendo al sistema educativo, los valores de convivencia y el respeto al ser humano. Viven del deseo de transgresión que todo adolescente lleva dentro. Se amparan en una zona gris, ajenos a las leyes y a las regulaciones. Confían en la transmisión oral, el boca a boca antiguamente reservado a los saberes ocultos o prohibidos. Saben que su producto será más goloso para las mentes adolescentes si escandaliza a los mayores, si se ampara en la etiqueta de lo políticamente incorrecto.
-¿Nos lo van a prohibir?- pregunta alarmado mi alumno.
Y necesito urgentemente encontrar una respuesta.
Todavía sin dar crédito a lo que veía le pregunté de dónde había sacado aquel juego infame. Los chicos de la clase se rieron de mi ignorancia:
-¡Son juegos de tortura!- me dijeron- ¿No los conoces?
-No- les contesté y les pedí que me enseñaran cómo acceder a ellos y cuáles eran los más populares.
Se arremolinaron alrededor, felices de enseñarle a una profesora algo que no conocía.
-Pon en el buscador "juegos de tortura", "juegos de sangre" o "juegos de bestias" y verás.
Efectivamente, al hacerlo aparecieron cientos de páginas que prometían los mejores juegos de esa naturaleza. En la The Torture Chanber el objetivo era, literalmente, "causar el mayor dolor posible a la víctima antes de morir". Otra página, récord de visitas, reclamaba la atención de la siguiente forma: "¿Estás estresado? Desquítate torturando al personaje con una cuerda, un cuchillo o clavos". En The Torture Game -el juego que acabo de describir-, se ofrece: "Personaje encadenado con bastante realismo. Convulsiones y ruidos. Juegos de bestias", y terminaba con esta invocación: ¡Tortura a Fred Durst de la forma que más te guste! ¡A por él!
No se trata de juegos de consola sino de juegos flash que puedes iniciar sin descargarlos y usarlos directamente en la pantalla de tu ordenador. Se abren a gran velocidad y son, en general, de corta duración. Pero la renovación del juguete violento no es sólo tecnológica, sino profundamente ideológica. De la pistola de plástico y el soldadito se ha pasado a los juegos bélicos de habilidad, estrategia o persecuciones y de éstos, a los juegos de tortura: una reducción minimalista que extrae la quintaesencia de la sangre, el sufrimiento y el control absoluto de la víctima, desprovistos de cualquier argumento defensivo o bélico, y centrados en el placer de causar dolor y en la banalización de la violencia extrema.
Busco respuestas ante estas nuevas formas de violencia y no encuentro nada. La mayor parte de los análisis sobre juegos violentos -bienintencionados y certeros en su momento- usan la iconografía y el lenguaje de los años ochenta. Algunos artículos dispersos me hablan del valor catártico de la violencia, pero no se comprometen con sus posibles efectos secundarios.
En los centros educativos la paloma de la paz se recorta en cartulina y adorna los pasillos y las aulas. Junto a ello hay todo un submundo repleto de obscena violencia dirigido a las mentes infantiles y juveniles pero diseñado por empresas y fabricantes que llenan sus bolsillos contradiciendo al sistema educativo, los valores de convivencia y el respeto al ser humano. Viven del deseo de transgresión que todo adolescente lleva dentro. Se amparan en una zona gris, ajenos a las leyes y a las regulaciones. Confían en la transmisión oral, el boca a boca antiguamente reservado a los saberes ocultos o prohibidos. Saben que su producto será más goloso para las mentes adolescentes si escandaliza a los mayores, si se ampara en la etiqueta de lo políticamente incorrecto.
-¿Nos lo van a prohibir?- pregunta alarmado mi alumno.
Y necesito urgentemente encontrar una respuesta.
4 comentarios:
Señalas una de las causas del fracaso educativo: la falta de conexión entre la escuela y la sociedad real. Mientras en el centro educativo se controla la violencia, se les induce al diálogo, se les insta a no bebvber o a no drogarse, la sociedad les ofrece miles de estímulos en sentido opuesto. Y, como tú señalas, el adolescente tiende a subvertir lo que se l ordena. Ahí perdemos la batalla.
La única esperanza: que el adolescente dejará de serlo y se recicla (tal vez sólo en parte). Tampoco sé darte la respuesta que buscas.
Un beso,
Rigoletto
Me siento muy identificado contigo y es que hace pocos días en el aula me paso algo parecido; desgraciadamente sin respuestas también....
La violencia en todos sus ámbitos esta tan cerca y accesible para los jóvenes que la ven como algo normal, que interiorizan poco a poco hasta hacerla algo cotidiano. Sin embargo, cuando le hablamos de respeto, convivencia y dialogo muchos lo entienden como excepcional y; mas aun, cuando queremos conmemorar el día de la paz o el día de la no violencia de genero, que triste, pero lo entienden como algo simbólico ajeno a ellos.
Mas que nunca cobra sentido eso que de un mundo mejor es posible, pero no solo posible sino también necesario. Saludos y felices fiestas Concha!!
Totalmente de acuerdo con Rigoletto. Este año, tendré el placer (o el disgustos) de pertenecer al cuerpo de los que intentan educar, desde la escuela pública. Espero que llegue ansioso ese momento; mientras, abro los ojos y analizo esta sociedad que va a costar tanto cambiar, porque es como un síndrome de Estocolmo en el que los adolescentes están atrapados.
Nos escandaliza la normalidad con la que nuestros niños y jóvenes se manejan entre pautas de conducta “incorrectas”. No entendemos que clase de moral manejan para obtener satisfacción de lo que llamas “políticamente incorrecto”. Pero quizá su escala de valores no difiera tanto de la nuestra, sino que la diferencia estribe en la capacidad de discernir, de elegir. Ellos están aún abriendo los ojos al mundo, probándolo con curiosidad y nosotros llevamos unas cuantas patadas dadas.
Vivimos en un mundo donde nuestra mirada abarca grandes y nuevos lugares y alcanza rincones inimaginables hasta hace muy poco. Espacios negros y espacios blancos, con zonas de infinitas tonalidades al alcance de cualquiera. Nuestro mundo infantil era más reducido, quizá más controlable. No creo que por ello mejor. Lo que ellos tienen es producto de nuestros actos ¿Qué hemos construido?, ¿qué les estamos mostrando?, ¿es responsabilidad de “otros” lo que la Red les ofrece, o es una responsabilidad compartida? Nuestro mundo real quizá no muestre con esa evidencia (conste que no he visitado ninguna de las páginas que nombras) comportamientos tan brutalmente violentos, aunque sabemos que existen. Pero admitámoslo, los estamos vacunados de espanto: Gaza, Afganistán, Sudán, Guantánamo,… Corrupción e indiferencia son palabras casi inseparables en la escala de valores que les rodea. Fomentamos valores más materiales que morales, competitividad, individualismo, intransigencia… Aunque, sinceramente, tampoco esto es nuevo para la humanidad. Creo que lo que necesitan nuestros niños es mucha más ayuda, y eso se traduce en pautas de vida honestas (aunque a veces no puedan ser correctas), criterios claros (aunque no sean compartidos), libertad para equivocarse... y por supuesto mucho más compromiso por nuestra parte. El mundo está ahí y van a tener que elegir pero, sin duda, el poder real no se lo va a poner fácil, nunca lo ha hecho, su misión es vaciar de contenido ideológico las mentes, hacerlas sumisas y llevarlas por el camino que les permita seguir manejando el cotarro. En fin, que yo tampoco tengo la respuesta, pero creo recordar un artículo que escribiste al poco de reincorporarte a la docencia. En él manifestabas tu fe en tus alumnos y en sus capacidades. Mantenla, se lo merecen. Quizá a finales de este mes que comienza en vez de hacer muchas palomitas de la paz convenga investigar quien fue y lo que significa en este País un hombre llamado Miguel Hernández, por ejemplo.
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