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sábado, 31 de diciembre de 2011

Dios en el gobierno

Publicado en el País Andalucía

Cuando era pequeña creía que el color celestial era el azul y que en el cielo se hablaba latín. Con lo que se burlaron de mi no podía pensar que, al final, va a ser verdad y que la marea azul de la que se habla no es sino una oleada que restablece a Dios en la cumbre de todo poder. Al parecer, Dios ha ganado también las elecciones generales y ha vuelto a ocupar el espacio público que le corresponde.


Cuando esto ocurre en los países árabes nos recorre un escalofrío de desconfianza y recordamos que la laicidad y la democracia son conceptos prácticamente inseparables. Aquí, sin embargo, se coloca el cruficijo en las tomas de posesión como supremo testigo, una tradición franquista que ningún gobierno socialista ha tenido el sentido común de derogar. En esta ocasión, la toma de posesión del nuevo gobierno más bien parecía un acto religioso en los que la mayor parte de sus componentes, comenzando por el propio presidente, preferían jurar sobre la Biblia antes que sobre el texto constitucional.

Ya puestos, deberíamos conocer sobre qué páginas de la Biblia han efectuado su juramento. Puede ser que lo hicieran sobre los magníficos versos del Cantar de los Cantares, pero también pudieron hacerlo sobre páginas más crueles como cuando Javé mandó una lluvia de azufre sobre Sodoma y Gomorra, o el momento en que castigó a la mujer de Lot (o a cualquier otra mujer, porque son centenares de referencias parecidas) por desobecer el mandato de su esposo. Sea como sea, la cuestión es que Dios ha llegado al gobierno y lo primero que ha hecho es escribir algunas líneas con letra pequeña pero más que significativas. Desde ayer no existe Secretaría de Estado para la Igualdad. También han desaparecido las secretarías de Cooperación Internacional, Inmigración y Cambio Climático, claro que esta última tenía un carácter completamente ateo al determinar que es la acción del hombre, y no la voluntad divina, la que puede poner fin al planeta. Para cambios climáticos –deben pensar- los que sufrieron Noé y sus hijos sin que se hubiera inventado el motor de explosión. La explicación oficial de estas supresiones es el ahorro de gasto público y la simplificación de la estructura administrativa, pero basta con echar una ojeada al catálogo de secretarías de estado para comprender que detrás de estas desapariciones hay una opción política evidente.

La ascensión de Dios en el mundo político es directamente proporcional a la desaparición de las mujeres de la esfera pública. No sé si está científicamente comprobado pero dicen que si se jura tres veces ante la Biblia, desaparecen los organismos dedicados a la igualdad de las mujeres. Al menos aquí ha funcionado el ensalmo aunque queda todavía por despejar si va a ser sustituido por un organismo dedicado a la familia, mucho más acorde con la religión, dónde va a parar.

No me consuela en absoluto el hecho de que una mujer ocupe la vicepresidencia, y no porque dude de su valía sino por los términos en que se presenta el nombramiento: una mujer discreta y eficaz. En la Biblia, con algunas excepciones, no se pone en cuestión la inteligencia de las mujeres. Incluso gran parte de la literatura más misógina se funda en la exaltación del ingenio de las mujeres para enredar y practicar la maldad. Lo verdaderamente discriminatorio de estos textos es el papel subalterno que se nos impone y las alabanzas a la mujer obediente y discreta.

Pero, sobre todo, en la elección del nuevo gobierno había una voluntad decidida de acabar con la paridad como principio político. Ya sé que las lágrimas de la crisis ocultan el resto de los problemas sociales. Pero cuando se reduce la presencia de mujeres en los máximos niveles, su efecto no tarda en llegar hasta la base misma del sistema social. En las empresas, en los medios de comunicación, en cualquier centro de trabajo y de actividad, se comenzará a no ver tan necesaria la presencia de mujeres. Los que antes disimulaban su monolitismo masculino, lo exhibirán y nuestra igualdad se hará algo más complicada y lenta. Pero, aún así, llegará. Quiera Dios o no quiera.

lunes, 20 de junio de 2011

Dios en los ayuntamientos

El artículo de esta semana en El País Andalucía 



Al parecer, Dios ha ganado estas elecciones. Lo deduzco por la presencia de crucifijos en las tomas de posesión, las alusiones a la Biblia o las sentidas invocaciones marianas que se han deslizado en los primeros discursos de los flamantes alcaldes.
La entrada de Dios en los organismos oficiales cumple unas normas similares a las del principio de Arquímedes: su ascenso es directamente proporcional al desalojo de las políticas públicas, la supresión de los organismos de igualdad de las mujeres y la privatización de la enseñanza. No me pregunten por qué, ya que mis conocimientos de teología son muy escasos, pero a este Dios no le gustan ni mijita los servicios públicos, las políticas de igualdad y las escuelas públicas. Muestra, sin embargo, una enorme complacencia con los empresarios privados, con los papeles tradicionales de las mujeres y con las escuelas de élite, especialmente si las administra el Opus Dei.
En Sevilla, sin ir más lejos, ha desaparecido misteriosamente la delegación de la mujer. No se persigue el ahorro o la simplificación administrativa. Su contenido ha pasado a una nueva delegación dedicada a la familia, mucho más acorde con los planteamientos marianos de los nuevos tiempos. Citando las palabras textuales del Foro de la Familia "es hora de acabar con la ideología de género y con el homosexualismo de las instituciones".
Pero a Dios, sobre todo, le preocupa la enseñanza, el alfa y omega de la organización social. Precisamente por eso, ha abierto las puertas del consistorio sevillano a los representantes más conspicuos de la enseñanza privada. Son las organizaciones que vienen dando la batalla contra la educación por la ciudadanía, contra la ley de igualdad de trato y por la segregación en las aulas. Gestionan los colegios de élite de la comunidad y, aunque abominan de la ideología, practican el ideario del Opus Dei que, como todos ustedes saben, es absolutamente libre y plural. Ante ellos, el flamante alcalde de Sevilla ha afirmado que se compromete a "facilitar las condiciones para la instalación de colegios de iniciativa privada". Aunque se lamenta de las escasas competencias municipales para fomentar este tipo de enseñanza hará un ímprobo esfuerzo para apoyar las inversiones privadas en esta área.
El objetivo de esta patronal de la enseñanza, compartido por los nuevos gobiernos populares, es conseguir que el 50% del sistema educativo en Andalucía sea privado y, a ser posible, religioso. Eso sí, convenientemente subvencionado por el dinero público. Una redistribución a la inversa según la cual el albañil paga parte de la factura educativa de sus élites. Su ideal es la comunidad de Madrid donde se han dejado de construir centros públicos y la concertación con la privada llega al 70% en la enseñanza primaria. La escuela pública ocuparía un papel residual, destinada a los que nada tienen, a los problemáticos del sistema social mientras que en la enseñanza privada se cultivarán los nuevos talentos de nuestro país, convenientemente adoctrinados.
El problema es que ante esta ofensiva la sociedad está inerme y mal informada. Se ha popularizado el mensaje de que la enseñanza pública es un desastre, las aulas problemáticas y el fracaso escolar una amenaza. De esta forma, incluso padres que no comparten estos idearios religiosos, sueñan con alejar a sus hijos de esas "amenazas". Por eso ha llegado el momento de prestigiar la escuela pública y destacar sus infinitos logros, conseguidos más sobre las espaldas de los docentes que sobre la atención institucional. Un sistema educativo que debe ser mejorado y revisado, pero que ha amortiguado muchas fracturas sociales y sacado adelante miles de talentos.
Los nuevos gobernantes de la marea azul no tienen competencias sobre la educación. Todavía. Pero su proyecto educativo asoma la patita tras los crucifijos de las tomas de posesión y las encomiendas a la Biblia.

sábado, 26 de marzo de 2011

El laicismo como ficción









Este es el artículo de esta semana en El País Andalucía 

Atónitos nos hemos quedado al conocer que el grupo de estudiantes que exhibieron sus torsos en la capilla de la Universidad Complutense fueron detenidas como peligrosas delincuentes. Patidifusos, cuando nos hemos enterado que se le imputan dos graves delitos contemplados en el código penal y, finalmente, indignados al saber que se acepta una querella criminal de la asociación ultraderechista Manos en Alto, perdón, Manos Limpias.



Vivimos en la ficción de pertenecer a un país laico, nos pavoneamos de nuestro avance cultural y civilizatorio pero estamos instalados en el "quiero y no puedo" de una sociedad que predica no ser confesional mientras mantiene la religión en todos sus espacios públicos e incluso reserva varios artículos en el código penal -y subrayo penal- para castigar a los que se burlen de las creencias religiosas.
El actual código penal tipifica la profanación con penas de hasta dos años de prisión y la ofensa los dogmas, creencias o ritos religiosos con penas de multa de ocho a doce meses. Un artículo ,el 525, de extraña aplicación, porque como compensación contiene una segunda parte que penaliza con iguales condenas a los que hagan públicamente escarnio de quienes no profesan religión o creencia alguna.
De su aplicación se sigue que, si las jóvenes estudiantes cometieron -no una falta o una simple falta de educación- sino un delito contra las creencias religiosas, la Iglesia católica, así como los medios afines, incurren de forma habitual en este mismo delito cuando en numerosos actos públicos denuncian la homosexualidad, se manifiestan contrarios a la igualdad de derechos de las mujeres, o consideran un asesinato la interrupción voluntaria del embarazo, ya que se trata de declaraciones en las que ofenden a todas las personas que no profesan sus mismas creencias. Si los agnósticos y ateos hubiesen ido al juzgado o a la comisaría cada vez que se han visto ridiculizados, censurados e insultados por los representantes de la iglesia y sus apologetas no habría bastantes juzgados en nuestro país para tramitar las denuncias.
Nada de esto ocurriría si las creencias religiosas se situaran en el terreno de lo privado y no se pretendieran imponer, de una u otra forma, a través de las instituciones del estado. El laicismo, lejos de ser un arma contra tal o cual religión, es una garantía del respeto del estado a la conciencia individual y es la base de una convivencia respetuosa con todas las creencias. Muy mal debe ir una religión cuando sólo se puede mantener por una posición de privilegio y de confrontación.
La presencia de capillas, crucifijos y símbolos religiosos abarca todos los espacios de nuestra vida: numerosos hospitales andaluces mantienen en lugares preferentes capillas reservadas al culto católico dentro de sus instalaciones; son muchos los institutos donde falta espacio para las clases pero tienen recintos religiosos; la Diputación de Almería está presidida por un gran Cristo crucificado y en un buen número de Ayuntamientos andaluces, junto a la Constitución española, se coloca un crucifijo testigo de la toma de posesión de los cargos públicos. Pero la presencia más chocante y contradictoria es en la Universidad donde se proclama el pensamiento científico mientras se permanece bajo la advocación de santos y vírgenes. Por si queda alguna duda de esta incompatibilidad, el arzobispo de Granada nos ha aclarado que "la ciencia es peor que la Educación para la Ciudadanía" y ha apuntado que el origen de todos los males que aquejan a la sociedad es "el culto a la razón y la Ilustración francesa". Varios siglos después de que los ilustrados proclamaran la separación de Iglesia y Estado, todavía se debate en los claustros universitarios si se suprimen las capillas, las misas o el patronazgo de quienes defienden la superstición o el misterio frente a la ciencia. ¿De verdad estamos en el siglo XXI?

domingo, 25 de abril de 2010

Un velo y una toca

Este es el artículo de esta semana en El País

En términos de laicismo vivimos en el país del quiero y no puedo; de medias verdades y medias tintas; de aparente progresismo y de conservadurismo recalcitrante.

La prohibición de asistir a un centro público de una niña con el pañuelo islámico ha encendido una polémica que debería abordarse con tranquilidad pero sin tapujos.
No sé ustedes, pero yo necesito pensar en voz alta algunos términos de este debate que responde a una realidad social radicalmente diferente a la de hace escasamente 10 años. Es más, temo que si no se produce un debate serio y sensato sobre el tema en el conjunto de la izquierda social, los prejuicios raciales y religiosos se extiendan por la ciudadanía como el fuego en un campo regado de gasolina.
Estoy absolutamente en contra de velos, tocas, embozados o vestimentas cuya significación no es otra que hacer a las mujeres invisibles y humildes. Mi indignación sube conforme al grado de ocultamiento de la prenda en cuestión pero hay en todos ellos una distinción sexual claramente discriminatoria. No me convencen argumentos paternalistas sobre la identidad, ni estoy dispuesta a llamar cultura a la más mínima muestra de discriminación. Me dicen, también, que algunas mujeres marroquíes usan el hiyab para reivindicar su existencia de mujeres libres pero -si esto es cierto- junto a ellas hay millones de mujeres en los países islámicos obligadas a vestir prendas que las cubran y, en caso de desobediencia, perseguidas por llevar el cabello al viento y las ideas sueltas.
A pesar de eso, estoy completamente en contra de que en España se prohíba a una niña la asistencia a un centro educativo por vestir el velo islámico. Se ha vulnerado su derecho a la educación, se la ha humillado y se han pisoteado sus derechos como menor de edad. En el mismo centro de Pozuelo de Alarcón donde la niña marroquí Najwa Malha no puede asistir a clase por su pañuelo, se imparte la religión católica como asignatura evaluable y estoy segura de que se ostentarán símbolos públicos o privados de carácter religioso. A su alrededor, en las escuelas concertadas pagadas con fondos públicos, curas y monjas católicas con su toca modernizada (pariente rico del hiyad, de igual significación y segregación sexual) vigilarán el cumplimiento de idearios inspirados en el más puro espíritu del catolicismo. Quienes denuncian el velo en la cabeza ajena pero defienden la toca y el crucifijo en la propia no están defendiendo los reglamentos o las leyes de nuestro país, sino haciendo la más burda islamofobia y sembrando la discordia en las aulas.
La libertad religiosa en España consiste, hasta ahora, en proteger y financiar a la religión católica, tolerar mal que bien al resto de las confesiones y ningunear a los no creyentes. Si fuésemos capaces de derogar el Concordato con la Santa Sede, asentar el principio de aconfesionalidad de las escuelas, eliminar los símbolos religiosos de la Administración y devolver la religión al ámbito de las creencias y la conciencia -de donde nunca debió salir- tendríamos la autoridad para exigir el fin de cualquier expresión de sumisión, de diferencia o de simbolismo religioso. Pero entonces seríamos Francia -ese país que asienta sus pies en los derechos ciudadanos y el laicismo- y no España, donde la religión católica está todavía ligada al Estado.
El ministro de Justicia ha situado al Gobierno en el limbo político e ideológico. No cabe mayor declaración de impotencia. Si traducimos sus palabras a los contenidos reales vendrían a decir lo siguiente: "Ya que no podemos cambiar la relación con la Santa Sede, ya que no nos atrevemos a afrontar el problema de la religión en las escuelas concertadas, pactemos una solución negociada, sin alterar nada de esto". Y al parecer todo es cuestión de tamaño: se tolerarán crucifijos chiquititos y velos pequeñitos, que combinan muy bien con el pseudolaicismo en el que vivimos.

sábado, 21 de marzo de 2009

A los obispos, ni caso

Hace pocos días un profesor al que admiro me dijo que la batalla entre religión y Estado no era nuestro problema, que eso debía haberlo solucionado la burguesía hace más de cien años, pero… ¿quién nos iba a decir que el siglo XXI, el de los grandes avances técnicos, iba a conocer un auge sin precedentes de los integrismos religiosos en el mundo entero?
Tengo una gran incultura religiosa. No me sé los mandamientos, ni las oraciones, ni los apóstoles. Confundo los pecados capitales con los diez mandamientos. Me pierdo en las conversaciones en las que se citan parábolas o comparaciones con temas bíblicos. De la religión solo recuerdo vagas frases que me resultan enigmáticas como “renuncio a Satanás, a sus pompas y a sus obras” y los bisbiseos del rosario solo me traen el recuerdo del miedo a las tormentas en el campo, en el que algunas beatas suplicaban el “ora pro nobis” entre invocaciones latinas con ritmo de rap suave. No me motivan las obras de cine, teatro o literarias que versan sobre materia religiosa, aunque sea para ensalzar el laicismo y me resulta francamente ridículo que hombres vestidos con sotanas, que no saben lo que es el sexo, ni la familia, ni la paternidad (aunque se hayan curiosamente apropiado de la palabra) intenten dictar normas sobre estas materias.
Cuando apenas tenía ocho años me obligaron a asistir a una especie de ejercicios espirituales que me espantaron. El cura alzaba los brazos y la voz para inculcarnos el miedo a la muerte y la necesidad del arrepentimiento. Tanto me impresionó que decidí hacer penitencia poniendo un puñado de garbanzos en los zapatos que estrenaba el domingo de ramos. El dolor que me causaban no me dejaba caminar, pero yo creía estar salvando mi alma…hasta que mi madre, que no comprendía mi dolor, me descalzó y se quedó atónita por el sacrificio. Cuando le confesé mi miedo a la muerte y a las cosas horribles que podían pasarme por mis pecados, mi madre dijo: “Ni caso, tonta. Ni caso”. Y así acabó mi aventura religiosa.

PD.- Aquí está el enlace a una página llamada LAS LINCES y que aborda el tema en profundidad