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martes, 20 de octubre de 2009

Ideología de género


También lo puedes leer en El País

No hay nada que movilice tan profundamente a la derecha social española como los temas referidos al género y a la sexualidad. Si repasamos las grandes manifestaciones de esta naturaleza, que suelen congregar a un millón aproximado de personas, encontraremos siempre en su base la piedra de toque del papel de las mujeres y de la sexualidad en la conformación de la sociedad. Incluso las manifestaciones contrarias a las leyes educativas han tenido siempre, al menos en su versión más popular, el trasfondo de proteger a los niños de contenidos educativos relacionados con el sexo, el matrimonio y los roles sociales igualitarios.
La derecha social y eclesial ha acuñado un término con el que designan los males sociales actuales y que denominan "la peligrosa ideología de género" que está impregnando las leyes actuales. Los think tank del pensamiento ultraconservador elaboran documentos, libros y artículos con un argumento común, tan fácil de comprender como un cuento infantil: la familia tradicional es la fuente de toda felicidad y fuera de ella sólo hay soledad y conflicto social. La piedra fundacional de esta construcción simbólica es la identificación entre ser mujer y ser madre. La maternidad se convierte así en la realización plena de la mujer, en su único y verdadero objetivo vital. Sobre esta materia -que en realidad niega la igualdad y el derecho de que las mujeres elijan su propia vida- se construye una mística ensalzadora que ponía sonrisas en los labios de los manifestantes, felices de haber encontrado en las palabras "vida-mujer-maternidad" una nueva trinidad redentora.
Si para la derecha social el papel de la mujer es un tema central, constitutivo de su ideología, los momentos que escoge para su demostración responden a agendas políticas concertadas. En Andalucía tenemos un ejemplo muy ilustrativo de ello. Cuando se estaba tramitando el nuevo Estatuto de Autonomía de Andalucía, con la oposición rotunda del Partido Popular, la asamblea de Obispos del Sur emitió un comunicado terrible contra el nuevo texto al que acusaba de "amenaza contra la vida", "postergar el matrimonio verdadero" y contener una peligrosa "ideología de género que da la espalda a los fundamentos antropológicos de la diferenciación de los sexos y de su complementariedad". Hay que decir que algunas organizaciones de cristianos de base protestaron por la rudeza y la insensibilidad de los obispos en materia de derechos sociales.
Sin embargo, cuando acabó la tramitación del Estatuto y el PP se hubo incorporado, aunque el texto no había cambiado prácticamente, los obispos andaluces modificaron su declaración final, saludaron los nuevos derechos sociales contenidos en el Estatuto -que estaban desde el inicio de la tramitación- y convirtieron su feroz oposición en unas simples recomendaciones para una "lectura atenta" de los cristianos.
La manifestación multitudinaria del pasado sábado responde también a esta agenda política concertada entre ciertas organizaciones sociales, eclesiales y políticas. En este caso han pretendido huir del excesivo protagonismo de la iglesia oficial y del Partido Popular en la manifestación porque convenía que la protesta tuviera un carácter más social y menos institucional. Esto no evita que la Iglesia les haya llenado los autobuses a pie de colegio y el Partido Popular haya animado convenientemente la convocatoria. Han impuesto una cierta moderación en las formas porque convenía a sus fines que no son otros que conseguir el retorno político de la derecha. Sólo hay que ver cómo la dulce placidez del canto a la vida se transformaba en airadas consignas políticas sin apenas transición. Por lo demás, no es contra el aborto por lo que protestan, es contra las mujeres del siglo XXI que eligen su maternidad, sus tiempos y su destino.

sábado, 21 de marzo de 2009

A los obispos, ni caso

Hace pocos días un profesor al que admiro me dijo que la batalla entre religión y Estado no era nuestro problema, que eso debía haberlo solucionado la burguesía hace más de cien años, pero… ¿quién nos iba a decir que el siglo XXI, el de los grandes avances técnicos, iba a conocer un auge sin precedentes de los integrismos religiosos en el mundo entero?
Tengo una gran incultura religiosa. No me sé los mandamientos, ni las oraciones, ni los apóstoles. Confundo los pecados capitales con los diez mandamientos. Me pierdo en las conversaciones en las que se citan parábolas o comparaciones con temas bíblicos. De la religión solo recuerdo vagas frases que me resultan enigmáticas como “renuncio a Satanás, a sus pompas y a sus obras” y los bisbiseos del rosario solo me traen el recuerdo del miedo a las tormentas en el campo, en el que algunas beatas suplicaban el “ora pro nobis” entre invocaciones latinas con ritmo de rap suave. No me motivan las obras de cine, teatro o literarias que versan sobre materia religiosa, aunque sea para ensalzar el laicismo y me resulta francamente ridículo que hombres vestidos con sotanas, que no saben lo que es el sexo, ni la familia, ni la paternidad (aunque se hayan curiosamente apropiado de la palabra) intenten dictar normas sobre estas materias.
Cuando apenas tenía ocho años me obligaron a asistir a una especie de ejercicios espirituales que me espantaron. El cura alzaba los brazos y la voz para inculcarnos el miedo a la muerte y la necesidad del arrepentimiento. Tanto me impresionó que decidí hacer penitencia poniendo un puñado de garbanzos en los zapatos que estrenaba el domingo de ramos. El dolor que me causaban no me dejaba caminar, pero yo creía estar salvando mi alma…hasta que mi madre, que no comprendía mi dolor, me descalzó y se quedó atónita por el sacrificio. Cuando le confesé mi miedo a la muerte y a las cosas horribles que podían pasarme por mis pecados, mi madre dijo: “Ni caso, tonta. Ni caso”. Y así acabó mi aventura religiosa.

PD.- Aquí está el enlace a una página llamada LAS LINCES y que aborda el tema en profundidad