lunes, 22 de febrero de 2010

Perdonen las molestias



He escrito este artículo sobre la decisión de la Universidad de Granada de cerrar una exposición llamada Circus Christi y sus disculpas por herir "los sentimientos y convicciones" de algunas personas. O sea, sobre la libertad de expresión. Aquí puedes pincharlo en la edición de El País o leerlo en esta página:
Si no herir la sensibilidad social fuera un principio de la cultura, el Ulises no se habría publicado y Joyce hubiera descendido a los infiernos aferrado al monólogo de Molly Bloom. Si alguien hubiera sido mejor guardián de las esencias, el Arcipreste de Hita no nos hubiera regalado sus carnales serranas ni sus obispos amotinados contra la orden papal de no amancebarse. El Bosco, para no herir a nadie, no hubiese pintado sus delirios infernales donde los cerdos visten tocas de monja y los cocodrilos mitras obispales. Si la censura hubiese sido más meticulosa, La Celestina no existiría y no conoceríamos el mejor tratado sobre la sociedad moderna y el papel del placer. Si no herir sensibilidades fuera el límite a la creación, deberíamos decir adiós a las vanguardias literarias, a gran parte del mejor cine y de la creación artística.
La noticia en otros webs
Por eso, es una pedrada contra el cristal de la libertad de expresión clausurar una exposición "por motivos de seguridad" y, aún más, pedir disculpas por haber "herido los sentimientos y las convicciones de un elevado número de personas". Sobre todo porque este comunicado rebosante de miedo lo emite la Universidad de Granada, nuestro idílico templo de la libertad, que además tranquiliza al respetable con una lapidaria frase final, digna de la disculpa de un hereje ante el tribunal de la Inquisición: "Mientras ha permanecido abierta (la exposición) sólo ha recibido la visita de 38 personas".
Decía Santa Teresa que el calor de Sevilla hacía que allí el demonio tuviera más libertad de movimiento. Debe ser el frío de Granada el que produce que la ultraderecha tenga más mano allí que en ningún otro lugar de Andalucía y nos lluevan desde allí malas noticias, viento agitado, contra la libertad.
Hace ya muchos años, la ultraderecha granadina protagonizó uno de los espectáculos más miserables de la Transición cuando agredieron, armados de crucifijos y porras, a los espectadores de la obra Demonis, de Els Comedians, porque hería su sensibilidad católica. Hubo una docena de pacíficos demonios heridos y el incidente se enterró en el olvido. Desde entonces no han dejado de movilizarse ante cualquier representación ofensiva para su ideología ultraconservadora. Son los mismos que han amenazado al autor de esta exposición fotográfica llamada Circus Christi sólo que en esta ocasión han obtenido, no la reprobación y la solidaridad con el autor amenazado, sino el éxito de la retirada de las fotos supuestamente ofensivas y la comprensión de las instituciones.
Si en vez de representar un Cristo gay, la figura parodiada hubiese sido Mahoma, estaríamos hablando de integrismo religioso islámico, de intransigencia y de persecución. Sin embargo, el debate se ha desplazado a unos supuestos términos inocuos de buen gusto, respeto o calidad. Pero no es eso. No hace falta compartir el gusto ético o estético de una creación para defender su derecho a la existencia. La obra de arte no necesita una explicación, una justificación en el gusto popular, en su aceptación o no por el público mayoritario. La libertad de expresión consiste en poder decir, escribir, pintar o fotografiar y exhibir realidades o pensamientos contrarios a los propios. La crítica a la obra se debe ejercer no con la censura, sino con la palabra o con la no asistencia.
En mi opinión, la transgresión a través del desnudo, la obscenidad o la homosexualidad ha dejado de tener virtualidad. A fin de cuentas, esta sociedad ha convertido en mercancía la exhibición de la intimidad en todas sus facetas. Los escandalizados no son más que ideólogos in extremis del integrismo religioso y político. Por eso duele, especialmente, esta genuflexión que les brinda la Universidad de Granada, desde donde nos han llovido en los últimos tiempos demasiadas malas noticias de cátedras abandonadas y de voces calladas.

lunes, 15 de febrero de 2010

Un folio y una tarjeta Visa




El ciego adivinó que el Lazarillo de Tormes estaba comiendo las uvas de tres en tres porque callaba mientras él las tomaba de dos en dos. Desde entonces las prácticas picarescas se han extendido sin distinción de clases y sin barreras. En casa de muchos funcionarios hay folios y enseres de oficina; los metalúrgicos coleccionan piezas de metal y otros artilugios; los sanitarios gasas y material médico y los gerentes de las empresas , tarjetas Visa oro y viajes gratuitos. Los obispos, por su parte, habitan en un lujo de palacios y obras de arte, tan extremo y excelso que creen vivir en un mundo ajeno al valor del dinero.
La diferencia de gasto entre el paquete de folios y la tarjeta Visa es abismal; el concepto sin embargo es el mismo: el desprecio por los bienes públicos y el aprovechamiento personal de lo que pertenece a la comunidad.
Es tremendamente injusto tildar de casta política a todas aquellas personas que ejercen la representación pública, pero es también injusto defenderla en su conjunto, no ser conscientes de sus defectos y no atajar los abusos de poder que se producen.
En el mundo de la política y sus contornos, el problema no son las retribuciones sino los gastos extraordinarios, las duplicidades de puestos, el absentismo laboral y la falta de dedicación.
A principios del pasado siglo supuso una conquista el hecho de que se retribuyeran los cargos públicos con el fin de evitar que solo los ricos pudieran acceder a ellos así como alejar a las instituciones de los intereses privados. Un siglo después, la dedicación completa de los parlamentarios es pura ficción. Gran parte de ellos simultanean actividades privadas y públicas mientras otros ejercen –o aparentan ejercer- varios cargos públicos a la vez. Los líderes políticos y un reducido grupo de parlamentarios trabajan en exceso bajo la pulsión de un ego en expansión y de una política espectáculo que, como los cómicos antiguos, ofrecen todos los días sesiones dobles y triples. Otro grupo numeroso y poco conocido –fundamentalmente mujeres- se esfuerzan por mantener el trabajo en las comisiones y se devanan los sesos con las leyes mientras que un tercio de la tropa acude casi de visita al Parlamento. A los primeros les vendría bien tener tiempo para pensar, a los segundos un reconocimiento real y a los demás un ultimátum sobre su dedicación.
Es verdad que el Parlamento de Andalucía fue el primero en publicar íntegramente sus retribuciones así como el patrimonio y dedicación de cada uno de sus miembros, pero ha fracasado -aunque ningún Presidente o Presidenta del Parlamento lo reconozca- en imponer un sistema real de control de ausencias y de incompabilidades efectivas, fundamentalmente por la presión del grupo popular en el que casi una treintena de diputados compatibilizan la actividad parlamentaria con alcaldías o concejalías de ciudades importantes.
Pero donde resulta absolutamente urgente establecer un severo control es en las empresas, instituciones y organismos dependientes de la Junta de Andalucía. No todas son iguales pero, en general, prima la idea de que sus altos cargos no tienen por qué asistir al trabajo más de dos días a la semana, ni rendir cuentas, ni publicar sus retribuciones que duplican en ocasiones las de la administración autonómica. Se han resistido con ardor a los procedimientos que estableció la Consejería de Economía para controlar sus ingresos y han creado indemnizaciones, dietas de viajes, tarjetas de gasto y otras prebendas igualmente golosas. El hecho de que la Cámara de Cuentas de Andalucía -que debería dar ejemplo de control y austeridad- haya incurrido también en alguna de estas prácticas nos produce desaliento y nos indica que es urgente romper ese maleficio, esa inmensa tela de araña que va del puñado de folios a la tarjeta Visa con cargo al contribuyente.

lunes, 8 de febrero de 2010

Resentidos, sociedad anónima



Sobre la ola de postmachismo he escrito este artículo en el País que también puedes pinchar aquí

Hace tiempo me contaron un chiste que dice así: “¿Sabes cuál es la diferencia entre un esquizofrénico y un neurótico? Pues que un esquizofrénico está convencido de que dos y dos son cinco. Sin embargo, un neurótico sabe que dos y dos son cuatro…pero le molesta”. El valor científico de esta afirmación es escaso, pero puede servirnos para entender algunas expresiones de malestar social.
La crisis económica ha dado carta de naturaleza a la expresión de todo tipo de irritaciones. Vivimos en una especie de panmalestar colectivo en el que se mezclan los problemas reales con viejas rencillas o debates sin asimilar. Así ha asomado con inusitada virulencia un malestar ante la igualdad de las mujeres que antes había permanecido convenientemente oculto. Al parecer, los vapores tóxicos contra los cambios igualitarios no se habían disuelto en la atmósfera sino que estaban contenidos en la olla exprés del inconsciente a la espera de una oportunidad para emerger en rápidas turbulencias que se expresan de forma airada y concitan el aplauso o la comprensión de los que han estado cobardemente agazapados. Hay todo un ejército de damnificados por la igualdad de las mujeres que ríen bobaliconamente cuando un juez, un intelectual o un académico pone el marchamo de solvencia profesional a sus neurosis.
Solo así se explica que hayan tardado veinte años en despotricar contra el intento de feminizar un poco el lenguaje, fundamentalmente en aquellos vocablos referidos a la dedicación profesional. La pequeña rebelión de disputar un espacio de visibilidad en el inmenso océano de la lengua les ofende. No es que discrepen, ni que propongan otras soluciones gramaticales o semánticas, sino que les saca de quicio este debate y expresan con él otros malestares más profundos. Dicen - y es verdad- que simplificación y economía son normas básicas del uso de la lengua, que puede resultar reiterativo, pesado y contrario a la comunicación el hecho de incluir el femenino y el masculino en cada frase, pero hacen una caricatura de todo ello y acaban por sacar la pancarta de que el masculino es el genérico inmutable y absoluto de la lengua. Lo razonable es buscar términos neutros, crear y acostumbrarse al femenino en las distintas profesiones sin forzar excesivamente el lenguaje. Hasta hace apenas quince años, centenares de palabras como “jueza”, “diputada”, “presidenta” o “arquitecta” eran anomalías gramaticales y hoy son términos habituales porque resultan útiles para designar nuevas realidades sociales. Un criterio, el de la utilidad, tan básico en la lengua como la simplicidad que alegan sus detractores. Sin embargo, más que los comentarios presuntamente académicos, destaca esa carga de profundidad contra el feminismo repleta de soberbia y de superioridad histórica.
Están hartos de algo que todavía no ha empezado. “Y somos muchos”, advierten. Se adivinan sus caras de fastidio, la turbia irritación que les recorre, en el silencio hostil con que reciben las noticias relacionadas con la igualdad de las mujeres y su alegría ante cualquier contradicción, error o exceso. Llaman sexismo a la igualdad y ecuanimidad a su machismo. Se encogen de hombros ante la discriminación laboral pero tildan de sexista cualquier propuesta para abordarla. Piensan, en suma, que cualquier mujer que aparece en la escena pública, es un patito sujeto al pim-pam-pum de sus frustraciones.
Es mejor responderles con humor y calma, como el que tiene la partida ganada porque, en realidad, no dejan de ser perdedores incluso entre su propio sexo. Son ya muchos los hombres que han hecho suya la causa de la igualdad, que disfrutan del aire más limpio de los nuevos tiempos, que han sabido darle un nuevo sentido al amor, a las relaciones y que han ganado todo un mundo de afectos, de compromisos, de sinceridad que nunca conocerán los que permanecen con el ceño fruncido, como niños que han perdido su juguete favorito.

martes, 2 de febrero de 2010

Hasta que el cuerpo aguante


He publicado este artículo en El País, a propósito del proyecto de gobierno de ampliar a 67 años la edad de jubilación

En la última película de Michael Moore, el cineasta hace acordonar Wall Street con la conocida cinta amarilla policial, como el lugar donde se cometió el crimen de esta terrible crisis económica. No hay delito que se haya cometido más a la vista de la humanidad. Conocemos sus lujosas guaridas, su modus operandi, sus cómplices en los gobiernos mundiales, pero no serán castigados. Ya han olvidado las leves amonestaciones iniciales y vuelven a alzar la vista, altivos y prepotentes.
No habrá ninguna revisión ética del capitalismo, ni refundación que te pintó, solo más paro, peores salarios y recorte de pensiones. Se retoman las mismas ideas que nos condujeron a la crisis y se defienden con un cinismo universal, totalitario.
La patronal española propone retrasar la edad de jubilación hasta los 69 años. El gobierno responde con contundencia para –a los pocos días- plantear una medida similar. Sólo dos años, e idéntico criterio, separan las posiciones reaccionarias y ultramontanas de la patronal de las de un gobierno que afirmó que en ningún caso consentiría recortes sociales. Es fácil entender a la patronal: la seguridad social les trae al pairo, lo que quieren es alimentar los seguros privados y reducir su contribución. En la práctica, ellos son partidarios de jubilar a los trabajadores con cincuenta años, a costa del Estado, y lo han demostrado de norte a sur por toda la geografía hispana.
La bahía de Cádiz, el entorno industrial de Sevilla, el textil de Málaga y la zona industrial de Linares exhiben las heridas de esta batalla incruenta. Miles de trabajadores de Astilleros, de Delphi, de Gillette, de Intelhorce, de Santana, de Tabacalera han sufrido en sus carnes estas prejubilaciones llamadas voluntarias, pero impuestas a sangre y fuego y escritas con tinta de derrota.
También puede darnos testimonio sobre los efectos de retrasar la jubilación, cualquier persona parada con más de cuarenta y cinco años que sufre el calvario de puertas cerradas y respuestas evasivas por una ley no escrita según la cual a partir de esa edad no tiene entrada en el mercado laboral. Por eso, el gobierno, antes de apuntarse al carro de los recortes sociales, debería dar a conocer una lista de empresas y actividades dispuestas a contratar o mantener a sus trabajadores hasta los sesenta y siete años.
La medida del retraso de la jubilación es toda una declaración de impotencia, de falta de autoridad y de ideas. Es muy fácil imponerse a los más débiles. Lo difícil es hacer cambios que garanticen el sistema social. Lo difícil es aumentar la cotización por la vía de reducir la precarización escandalosa del mercado laboral español y no digamos ya del andaluz. Lo complicado es perseguir el fraude del IVA que en comunidades como Andalucía más bien parece un impuesto voluntario. Lo comprometido es conseguir la tasa de actividad de las mujeres en el mercado laboral se acerque a los países desarrollados de Europa y aumenten así en varios millones el número de cotizantes. Lo importante es invertir en servicios de proximidad, en conciliación de la vida laboral y en todo aquello que alimente la empleabilidad y la formación del mercado laboral. Lo complicado, finalmente, es hacer aflorar ese treinta por ciento de economía sumergida que no cotiza a la seguridad social ni a Hacienda y que solucionaría una buena parte de los problemas de recaudación actuales.
Sólo Alemania ha contemplado una medida similar. Sus sueldos y pensiones, según las últimas estadísticas, son justo el doble de las españolas con unos precios similares. En una comunidad como Andalucía con setecientos euros de pensión media y un tercio de personas que no alcanzan las contribuciones necesarias para entrar al sistema, esta reforma solo logrará empobrecernos aún más y aumentar la tentación de guardar el dinero de los impuestos en un calcetín, al parecer mucho más seguro y rentable que la seguridad social del futuro.