domingo, 24 de octubre de 2010

La igualdad tenía un precio


                                                             





  Este es mi artículo semanal en el País Andalucía:

La política tiene un alto valor simbólico. A fin de cuentas cumple también el papel ritual de representar los conflictos sociales y los valores hegemónicos. Pues bien, más allá de la simple lectura politicista de la reciente remodelación del Gobierno, se destilan otros mensajes, algunos de ellos muy regresivos. A saber, que los conceptos de seguridad y confianza están estrechamente ligados al género masculino, especialmente si peina canas. En segundo lugar, la sensación de que tras esta remodelación se trasluce una cierta derrota de las mujeres en el poder político. Y finalmente, que las políticas de igualdad no dejan de ser un adorno perfectamente prescindible cuando aprieta el fragor de la batalla y los tiempos se vuelven hostiles.


A fin de cuentas venimos de una historia de siglos que nos ha inculcado que en los momentos difíciles, la figura paternal representa un nicho de seguridad insustituible para atravesar las aguas procelosas. Y en las decisiones que comentamos, con la sola excepción de la incorporación de Rosa Aguilar a este gabinete, la lectura que se ofrece es que sólo el género masculino es capaz de producir confianza y credibilidad. Tras unos primeros tiempos en el que el avance de las mujeres se producía de una forma pacífica y dulce, hemos comprobado con cierto estupor que la igualdad tenía un precio. O dicho de otra manera, que íbamos a ser escrutadas, examinadas, analizadas con criterios doblemente exigentes. Por ello, mientras que los políticos masculinos sufrían el desgaste lógico del poder en tiempos de crisis, las mujeres que ejercían esta función han sido sometidas a una lapidación simbólica de mentiras, sospechas, exageraciones o distorsiones feroces de su propia imagen. Nunca me ha gustado el tono árido y la falta de capacidad dialéctica de María Teresa Fernández de la Vega ni me han interesado los argumentos fuera de la realidad de Leire Pajín, pero es fácil detectar en las críticas que se le han prodigado (y no hablo siquiera de las obscenidades fascistas) un ensañamiento particular que expresaba la disconformidad con el empoderamiento de cualquier mujer. No en vano, para el imaginario machista del que provenimos, la presencia de la mujer en el poder solo tiene dos orígenes: la excepcionalidad o la impostura. La pura constatación de esta realidad, vuelve a dar actualidad al pensamiento de Simone de Beauvoir cuando reclamaba para las mujeres idéntica valoración que para los varones, no de su inteligencia, sino de sus errores.

El problema no es el cese masivo de mujeres, más o menos justificado en según qué casos. El problema es que mientras que a los hombres se les juzga individualmente, a las mujeres se les aplica un juicio colectivo que la derecha se ha prestado a rotular bajo el título de la inutilidad.

En estos momentos de nuestra historia, en el que las mujeres empezamos a construir modelos y referentes de intervención en el poder, en que nos encontramos metafóricamente "en mitad del río", los que se habían proclamado defensores de esta revolución han desertado bruscamente. No puede entenderse de otra forma la desaparición, de un plumazo indiferente, del Ministerio de Igualdad. ¿Ante qué Dios se inmola el que fue presentado como un gran proyecto innovador y el mayor símbolo de apuesta por la igualdad de las mujeres?¿Qué pecado ha cometido Bibiana Aído, aparte de su novedad o su juventud?

Los círculos ultracatólicos y reaccionarios han mostrado su alegría. Dicen que con esto se ha puesto fin al revanchismo y a la peligrosa ideología de género que amenaza sus privilegios. El paso necesario en la lucha por la igualdad, que es combatir las prácticas que determinan la discriminación de la mujer en el mundo laboral, queda postergado para mejores tiempos. Y para más inri, mandan las políticas de igualdad al Ministerio de Salud y Servicios Sociales, como si de un virus o de una enfermedad invalidante se tratara. Espero que la mutación alegre de la igualdad en el cuerpo social venza a la enfermedad crónica de la discriminación.

sábado, 16 de octubre de 2010

Extremistas útiles















Este es el artículo que publico hoy en El País Andalucía y que trata sobre la proliferación de comentarios y actuaciones ultraderechistas:



No sé a ustedes pero a mí me mosquea enormemente que todas las semanas haya titulares escandalosos, descalificaciones monstruosas y pornógrafos inconfesos. Antes creía que se trataba de cuatro locos con exceso de adrenalina y de resentimiento, pero ahora veo que actúan en grupo, que definen temas y que marcan estrategias.

Se trata, generalmente, de señores que insultan, arremeten o agreden sin ningún tipo de reparo o de freno. Se precian de no utilizar el lenguaje políticamente correcto. No temen ser calificados de ultraderechistas, machistas o maleducados porque quieren volver a abrir estos territorios ideológicos. Antes eran francotiradores ocasionales, ahora han comenzado a impregnar buena parte de la línea editorial de una serie de medios de comunicación que hasta hace poco presumían de ofrecer una oposición más seria y educada. La cantidad y variedad de estos especímenes, así como la conversión a estas prácticas de nuevos adeptos, me hace temer que no se trata ya de una anomalía o de un delirio individual, sino de una función.

El papel del extremista puede ser de una enorme utilidad, especialmente en la política. Desde tiempos inmemoriales los gobernantes alimentaban grupos extremos para hacer cambiar al público de opinión, al tiempo que aparecían como mediadores ante soluciones extremas. El truco es un tanto forzado pero ha mostrado su eficacia a lo largo de la historia. Ante un problema concreto, un grupo de extremistas desata la paranoia y el delirio para a continuación, el líder político de turno, proponer una solución menos drástica pero que camina en la misma dirección. La dramatización de los conflictos cumple la función de exaltación y de alivio posterior, pero sobre todo, puede cambiar las reglas del juego, alterar los consensos sociales y provocar, en este caso, una derechización creciente de la sociedad.


Pongamos por caso, un conocido juez afirma que tan solo el 2% de las denuncias de violencia de género son verídicas y que el 98% restante son falsas. Sin duda el público no lo creerá, pero (y ahí está la función) tenderá a relativizar la autenticidad de las denuncias y será más proclive a restar importancia a estos criminales atentados contra las mujeres. El ejemplo es válido en casi todos los casos que abordan en su radical y ultraderechista visión de la sociedad, ya se trate de temas de inmigración, delincuencia, derechos de las mujeres, sistema impositivo, memoria histórica o calidad de la enseñanza pública.

Por eso, empiezo a pensar que disparar dialécticamente contra estos personajes, es como hacerlo contra el mensajero. Es más, creo que disfrutan de una morbosa gloria que se nutre de nuestra irritación hacia su mensaje. Como si nuestro enfado fuese el síntoma claro de haber dado en no sé qué diana de feria. Sin embargo, los que obtienen la ventaja política, económica y electoral con estos comportamientos silban y miran para otro lado sin mancharse apenas las manos, pero recogiendo los frutos de tan triste cosecha. Me pregunto si no sería mejor interpelarlos directamente. No comprendo por qué razón nadie le pregunta a Rajoy si está de acuerdo o no con la algarada ultraderechista en su fiesta nacional favorita.

Tampoco es posible entender que no se les coloque en la tesitura de definirse respecto a las denuncias por violencia de género, la escolarización de los hijos de los inmigrantes, la escuela pública o la investigación biomédica. En vez de discutir con la oposición real, se debate con unos fantasmas agrandados por las sombras de la crisis y del malestar social que marcan una agenda oscura de rencores y de regresiones ideológicas. Son extremistas útiles que abren el camino a la derecha a golpe de machetazo a la ciudadanía y a los valores que con tanta dificultad hemos construido. Empieza a ser urgente que el PP, cuyo ascenso al poder facilitan, empiece a responder de todo esto.

sábado, 9 de octubre de 2010

Peter Pan y los poderosos

Este es el enlace al artículo semanal del País Andalucía

"Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla", decía Pessoa. Algo parecido sucede con la política. Hablan pero se les percibe como un ruido de fondo, como esa emisora de radio que has dejado encendida mientras abordas las tareas cotidianas.
Escuchas a Zapatero y parece una figura intemporal, de cara circunfleja, que termina con una sonrisa sus intervenciones y procura acabar sus frases con palabras de esperanza, tan lacias como desvaídas. Las escasas intervenciones de Rajoy también parecen procedentes de un planeta indescriptible en las que no se habla fluidamente nuestro idioma. El contraste entre su barba blanca y su negrísimo cabello acentúa esa sensación de irrealidad, de cuento enlatado, que siempre contiene una reprimenda articulada con tono cansino.


Cada uno de ellos aparece instalado en su cuento particular. Peter Pan se asoma a los cristales de la vida cotidiana, pero no los traspasa. Olvida con facilidad los acontecimientos recientes. Sabe que existe la realidad pero no quiere entrar en ella. En realidad piensa que el tiempo lo resolverá todo. El abuelo gruñón, por su parte, parece haberlo visto todo y no espera nada. Un "ya lo sabía" eterno recorre sus facciones. Seguramente fue viejo incluso antes de ser joven.
Como en las malas funciones de teatro, se les nota el recitado, la desconexión completa con el patio de butacas. Incluso la clac que han contratado para la función, aplaude desmañada.
Posiblemente no sea solo un problema de liderazgo ni falta de convicción o una equivocada estrategia de comunicación. Es que sus palabras han dejado de ser importantes. Si quieres saber lo que ocurre en el país es mejor que escuches a los de abajo y si quieres conocer el futuro mejor escuchar a los que realmente mandan que no son los gobiernos ni la oposición sino señores desconocidos que en vez de los emblemas partidarios exhiben siglas como FMI, OCDE, G-8, G-20, OMC o BM.

Para conocer lo que hará Zapatero es mejor escuchar al Fondo Monetario Internacional; para saber lo que opina en realidad Rajoy, mejor escuchar al gobernador del Banco de España. No han sido elegidos democráticamente, es cierto, pero es evidente que han conseguido un empoderamiento absoluto frente a la política y a la sociedad. No hay más que observar su tono despectivo, su capacidad de amenaza, los mandatos imperativos que desprenden cada una de sus observaciones. No los ha votado nadie, es cierto, y lo que en principio podría suponer un obstáculo, se ha convertido por arte de birlibirloque en una ventaja porque parecen hablar desde la profesionalidad y la independencia.
Cuando era joven me hicieron caer en la cuenta que poder y gobierno no son lo mismo. Se les olvidó explicarme que cuanta mayor es la distancia entre ambos, menor es la democracia real.

Hoy es sumamente fácil ser independiente de la política. Lo realmente difícil es ser independiente del poder económico y del poder mediático. Economistas, investigadores, científicos, periodistas y un sinfín de profesionales pagan muy cara cualquier desafección a estos nuevos ricos del poder. Por eso el travestismo y el transfuguismo se practican a placer en estas esferas sin coste alguno. La única diferencia con la política es que siempre "transfugan" para el mismo sitio: la más descarada defensa del mercado, del recorte social y del desarrollo insostenible.
El PP puso el grito en el cielo cuando eligieron a Fernández Ordóñez gobernador del Banco de España. Era innecesario. Una vez que se accede al club, los nuevos socios aprenden pronto las costumbres de los señores. Repita, por favor: "recortes, buenos; gasto social, malo; autonomías, despreciables; centralismo, óptimo; ecología, innecesaria". Enhorabuena, ya tiene el carné del lobby estratosférico que controla nuestras vidas. Independiente, por supuesto.

sábado, 2 de octubre de 2010

Las ilusiones perdidas

Hoy publico en el País Andalucía este artículo sobre los jóvenes que tienen que salir de nuestro país para encontrar un empleo:

No se van en trenes con maletas de cartón pero llevan sus bienes más preciados: un portátil, un móvil de última generación regalado por un familiar o conseguido a base de una lucha de puntos sin cuartel. Suelen tomar un vuelo de bajo coste, cazado pacientemente en las redes de Internet. Se van a hacer un máster, o han logrado una mal llamada beca Erasmus que costará a la familia la mitad de sus ahorros. Otras veces van a hacer de au-pair, de auxiliar de conversación, o a cualquier trabajo temporal. La familia va a despedirlos a la puerta de embarque y mientras se alejan disimularán unos su pena y otros su incipiente desamparo. "Es por poco tiempo -se dicen-. Dominarán el idioma, conocerán mundo... Regresarán en pocos meses".
Hasta hace poco era un privilegio de los nuevos tiempos que les permitía gozar de una libertad sin límites, de un mundo sin fronteras, de una capacidad casi infinita de aprendizaje... Hasta que llegó la crisis y la maleta pareció distinta, la espera en la fila de embarque más embarazosa, la despedida más triste y el fantasma de la ausencia definitiva más cercano.


No. No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada les obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. Estuvieron allí hace unos años, o tienen una amiga que les ha informado de que puede encontrar algún trabajo con facilidad. No pagarán mucho, eso es seguro, pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de cuentas aquí no hay nada.
Y se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja quimera de que la historia es un caudal continuo de mejoras.

No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adonde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. Son, más bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y familiares. "Mi hija está en Berlín", "se ha marchado a Montpellier", "se fue a Dubai" son frases que escuchamos sin reparar en el significado exacto que comportan. Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de nuestro país.
En los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a empresarios de más allá de nuestras fronteras con una torpeza sin límites, con una ignorancia sin parangón. Menos aún se cuantifican el esfuerzo de sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en mil pedazos.

No llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo que azota especialmente a Andalucía, que dispersa a nuestros jóvenes por toda Europa y gran parte del mundo, que nos priva de su saber, de su aportación y de su compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de muchos de nuestros mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva oleada de exiliados que son una acusación silenciosa del fracaso y de engaño. Se van en silencio por el túnel de embarque en el que les alcanzará la melancolía por la pérdida temprana de su tierra.

No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los socorridos ni-nis que sirven para culpar a la juventud de su falta de empleo. Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos.