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sábado, 5 de febrero de 2011

El encaje roto

Este es mi artículo de esta semana en El País de Andalucía:

En uno de sus relatos, Emilia Pardo Bazán cuenta la historia de una mujer de clase acomodada que plantó a su novio en el altar, ante el asombro y el escándalo de todos los invitados. Durante años, los vecinos especularon sobre las verdaderas razones por las que Micaela había tomado esta sorprendente decisión.
Mucho tiempo después contó a una amiga los auténticos motivos de su fuga. Micaela estaba ilusionada con su boda y avanzaba por el pasillo central hacia el altar ataviada con el clásico vestido blanco y un largo encaje que había pertenecido a la familia del novio. En mitad de su recorrido, el velo se enganchó con algún saliente y ella tiró levemente de él. El viejo encaje se desgarró y en el momento en que ella recobraba la compostura advirtió la mirada airada del novio y sus labios contraídos. Sintió en su pecho, mucho más que si la hubiese pronunciado, la completa desaprobación del que iba a ser su marido. En ese momento, Micaela, comprendió la vida que le esperaba y decidió pronunciar un rotundo no que dejó petrificados a los invitados.
En un año infausto para la violencia de género me pregunto cuántos encajes rotos, cuántas miradas airadas, cuántas señales de advertencia se han acallado. Ante las edades de muchas de las víctimas, tan jóvenes para morir por la ira de los tiempos antiguos, me pregunto si les hemos dado el mapa de señales correcto. Ojalá la transmisión de las experiencias vitales fuese tan lineal como la de los conocimientos científicos y nadie tuviera que vivir en propia carne lo que hace siglos Emilia Pardo Bazán había detectado en un simple gesto. Así, si pudiésemos transferir nuestro mapa vital, las jóvenes estarían advertidas de las señales ante las que cambiar de rumbo: las miradas de desaprobación, la crítica constante y negativa, los vetos a familiares y amigos hasta conseguir el perfecto aislamiento de la víctima... Si pudiésemos transmitir el conocimiento vital, podríamos prescindir del calvario de las falsas esperanzas, de las justificaciones ante el primer bofetón real o simbólico, de ese tramposo papel de querer convertirnos en redentoras de una convivencia imposible.
Tras la aparente calma de muchas relaciones, anida la flor negra del rencor por la supremacía perdida, la incomodidad ante la igualdad de las mujeres, guardados en la trastienda de los encajes rotos y los sueños traicionados... Pero lo peor de todo, es que han rebrotado, bajo nuevas formas, viejas justificaciones para los peores crímenes. El desprecio a la ley de igualdad, el manoseado tema de las falsas denuncias falsas, han puesto su granito de arena para desanimar a las mujeres que querían escapar de su aciago destino renunciando al único instrumento legal para protegerlas. Pero los que sustentan este tipo de argumentos contrarios al avance de las mujeres no sólo no han sido derrotados sino que han obtenido, incluso, el triunfo de ver desaparecer el denostado Ministerio de Igualdad y decaer las necesarias reformas para conseguir la igualdad real en el trabajo.
En los debates sociales, quien se cansa y abandona, pierde el terreno ganado. No es casual que, por ejemplo, hayamos asistido a la formación de un Gobierno en Cataluña, que ha dejado en agua de borrajas las demandas de paridad en el uso del poder político, con la escuálida presencia de sólo tres mujeres de un total de 12 componentes. Aunque, su presidente ha obviado por completo el tema, el mensaje simbólico es de nuevo evidente: la seguridad y la eficiencia se representan bajo la imagen masculina del poder. Algo que ha parecido "natural" si se tiene en cuenta que desde que se declaró oficialmente esta tramposa crisis, se ha difundido una simbología social sin mujeres.
Demasiados encajes rotos, demasiados rostros contraídos ante el avance de las mujeres por el pasillo central de las instituciones. Demasiadas señales que nos alertan de posibles retrocesos si consiguen hacernos creer que la igualdad entre los seres humanos es sólo un lujo accesible para los tiempos de bonanza pero algo perfectamente prescindible para el futuro inmediato.
(fuente original)

domingo, 24 de octubre de 2010

La igualdad tenía un precio


                                                             





  Este es mi artículo semanal en el País Andalucía:

La política tiene un alto valor simbólico. A fin de cuentas cumple también el papel ritual de representar los conflictos sociales y los valores hegemónicos. Pues bien, más allá de la simple lectura politicista de la reciente remodelación del Gobierno, se destilan otros mensajes, algunos de ellos muy regresivos. A saber, que los conceptos de seguridad y confianza están estrechamente ligados al género masculino, especialmente si peina canas. En segundo lugar, la sensación de que tras esta remodelación se trasluce una cierta derrota de las mujeres en el poder político. Y finalmente, que las políticas de igualdad no dejan de ser un adorno perfectamente prescindible cuando aprieta el fragor de la batalla y los tiempos se vuelven hostiles.


A fin de cuentas venimos de una historia de siglos que nos ha inculcado que en los momentos difíciles, la figura paternal representa un nicho de seguridad insustituible para atravesar las aguas procelosas. Y en las decisiones que comentamos, con la sola excepción de la incorporación de Rosa Aguilar a este gabinete, la lectura que se ofrece es que sólo el género masculino es capaz de producir confianza y credibilidad. Tras unos primeros tiempos en el que el avance de las mujeres se producía de una forma pacífica y dulce, hemos comprobado con cierto estupor que la igualdad tenía un precio. O dicho de otra manera, que íbamos a ser escrutadas, examinadas, analizadas con criterios doblemente exigentes. Por ello, mientras que los políticos masculinos sufrían el desgaste lógico del poder en tiempos de crisis, las mujeres que ejercían esta función han sido sometidas a una lapidación simbólica de mentiras, sospechas, exageraciones o distorsiones feroces de su propia imagen. Nunca me ha gustado el tono árido y la falta de capacidad dialéctica de María Teresa Fernández de la Vega ni me han interesado los argumentos fuera de la realidad de Leire Pajín, pero es fácil detectar en las críticas que se le han prodigado (y no hablo siquiera de las obscenidades fascistas) un ensañamiento particular que expresaba la disconformidad con el empoderamiento de cualquier mujer. No en vano, para el imaginario machista del que provenimos, la presencia de la mujer en el poder solo tiene dos orígenes: la excepcionalidad o la impostura. La pura constatación de esta realidad, vuelve a dar actualidad al pensamiento de Simone de Beauvoir cuando reclamaba para las mujeres idéntica valoración que para los varones, no de su inteligencia, sino de sus errores.

El problema no es el cese masivo de mujeres, más o menos justificado en según qué casos. El problema es que mientras que a los hombres se les juzga individualmente, a las mujeres se les aplica un juicio colectivo que la derecha se ha prestado a rotular bajo el título de la inutilidad.

En estos momentos de nuestra historia, en el que las mujeres empezamos a construir modelos y referentes de intervención en el poder, en que nos encontramos metafóricamente "en mitad del río", los que se habían proclamado defensores de esta revolución han desertado bruscamente. No puede entenderse de otra forma la desaparición, de un plumazo indiferente, del Ministerio de Igualdad. ¿Ante qué Dios se inmola el que fue presentado como un gran proyecto innovador y el mayor símbolo de apuesta por la igualdad de las mujeres?¿Qué pecado ha cometido Bibiana Aído, aparte de su novedad o su juventud?

Los círculos ultracatólicos y reaccionarios han mostrado su alegría. Dicen que con esto se ha puesto fin al revanchismo y a la peligrosa ideología de género que amenaza sus privilegios. El paso necesario en la lucha por la igualdad, que es combatir las prácticas que determinan la discriminación de la mujer en el mundo laboral, queda postergado para mejores tiempos. Y para más inri, mandan las políticas de igualdad al Ministerio de Salud y Servicios Sociales, como si de un virus o de una enfermedad invalidante se tratara. Espero que la mutación alegre de la igualdad en el cuerpo social venza a la enfermedad crónica de la discriminación.