Lo siento por Baudelaire pero no hay ahora mismo nada que guarde tantos significados ocultos, tantas correspondencias y metáforas como esta campaña electoral que acaba de comenzar.
En teoría la gran pregunta es qué modelo de ciudad y de convivencia defiende cada opción política, pero esta es una cuestión que ni los partidos políticos, ni la propia ciudadanía está dispuesta a discutir.
El PP, por su parte, ha convertido las elecciones municipales y autonómicas en un ensayo general para el acceso al poder que, según dicen todas las encuestas, podría producirse pocos meses después de estos comicios. En especial en Andalucía, el PP pretende convertir las batallas de Sevilla, Córdoba, Jaén y Jerez en la antesala de su triunfo en las próximas autonómicas. Rajoy no ha iniciado su campaña en Andalucía para apoyar a su candidato Zoido, sino para investir a Arenas con la púrpura del poder de la Junta de Andalucía. Curiosamente, Andalucía se ha convertido en el mayor objeto de deseo de la derecha política, en la metáfora perfecta del triunfo indiscutible y absoluto.
Por eso, básicamente, el debate sobre las ciudades no se va a producir, ni tampoco un verdadero debate sobre la gestión política o las propuestas programáticas. Pero una cosa es que el debate no se produzca y otra cosa que no existan modelos de ciudades diferentes. En anteriores elecciones el gran tema municipal era el desarrollo urbanístico. Sin embargo, en estos momentos ese debate está aparcado, no porque hayan muerto los proyectos especulativos y desarrollistas sino simplemente porque la crisis del ladrillo los ha hecho inviables a corto plazo. Es decir, no faltan especuladores, sino mercado; no faltan proyectos desarrollistas, sino compradores. Lo más preocupante es que este debate ha sido sustituido por otro, aún más soterrado y turbio sobre la vivencia y convivencia social. A diferencia de otras posiciones, la desagregación, los prejuicios contra los inmigrantes, contra los pobres, e incluso la limitación de manifestaciones culturales en las calles, no han sido elevados a rango de debate político, sino que se ha expresado en reglamentos municipales, verdaderos poemas enigmáticos de exclusión social y prohibiciones sin cuento. Naturalmente, nadie se atreve a pronunciar un discurso xenófobo. Nadie nos va a prometer segregar a los más pobres, ni desatender los barrios más desfavorecidos. Simplemente se limitan a alimentar estos discursos sotto voce y a implementarlos con la práctica municipal. Dolorosamente, tampoco nadie se atreve a combatirlos de frente por miedo a perder el asentimiento de una mayoría social que se supone escorada, cada vez más acusadamente, hacia estas posiciones. No se percatan de que es este un ensayo general para una batalla política futura en la que se pondrá en solfa el papel redistribuidor del estado, comenzando por los servicios públicos de salud o de educación.
En política, como en la vida, tan importantes son las palabras como los silencios; el lenguaje verbal y el gestual; lo pronunciado y lo sugerido. Los que han decidido convertir estas elecciones en un juego de tronos, en un recuento de territorios conquistados o perdidos, es posible que ganen la partida. Pero la chincheta con la que marcarán su victoria en las urnas solo atrapará la flor muerta de la desesperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario