El País Andalucía
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El éxito de Podemos no ha dejado a nadie indiferente, lo que quiere decir que afecta a todo el actual sistema político. La derecha ha arremetido contra ellos de una forma inusitada, con acusaciones de radicalismo y comparaciones odiosas. Felipe González, el guardián entre el centeno, ha advertido de los peligros de una propuesta bolivariana para nuestro país. Por su parte, la izquierda que tradicionalmente administraba este espacio, no sale de su asombro y se ha precipitado a hacer una simple aritmética de sumas ante las próximas elecciones.
No he encontrado, sin embargo, más que efectos positivos en este nuevo fenómeno, que excede la lógica partidaria y la política tradicional. Para empezar, son un serio contrapeso a las lógicas antisociales que se habían adueñado del espacio político. La comparecencia del FMI y sus “consejos” de abaratar salarios y empobrecer aún más a las clases populares, sonaban todavía más ofensivas e inaceptables tras el resultado de las elecciones en nuestro país. Venían a recordarnos que mandan ellos, independientemente de la voluntad popular, y es hora de mandarlos a “freír espárragos” si es que la política conserva todavía cierta dignidad. Afortunadamente, en nuestro país, son millones de personas las que reclaman una salida diferente a la crisis y el éxito de Podemos no hace más que subrayar esta corriente social. Mientras otros países han canalizado su descontento hacia opciones racistas y antieuropeas, en España la respuesta ha sido aumentar el voto de una opción de izquierdas, con principios de solidaridad y de justicia social.
En segundo lugar, Podemos ha rescatado para la política a miles y miles de abstencionistas y ha vuelto a ilusionar, fundamentalmente, a un electorado joven que estábamos deseando escuchar. ¿No pedíamos rostros y propuestas concretas al 15M? Pues aquí tenemos algunas de sus expresiones.
En tercer lugar, ha venido a señalar, con su ilusión y con una campaña hecha con unos cuantos euros, carteles a mano, redes en funcionamiento y mucho voluntariado social, que es posible hacer política mucho más cercana y participativa. Esta forma de hacer política está interpelando a las viejas estructuras partidarias, especialmente las de la izquierda. Su voto no sólo es un grito contra el bipartidismo, sino también una advertencia al “tripartidismo” que supone la existencia de dos grandes partidos pero también de una izquierda tradicional que canaliza ritualmente a los descontentos del sistema pero que tiene escasa incidencia en la realidad.
En cuarto lugar, ha situado el debate nacionalista en un segundo término. Si no existiera Podemos hoy estaríamos discutiendo sobre Cataluña. Frente al debate identitario y soberanista, el éxito de Podemos ha situado como centro de reflexión la igualdad de las personas y la renovación del sistema político.
Pero, donde el efecto de Podemos será seguramente más visible, es en el órdago lanzado hacia toda la izquierda, desde la socialdemócrata a la comunista. El PSOE deberá hoy definir su espacio, desechar las tentaciones de gran coalición y conjugar el verbo desobedecer a los poderes económicos si quiere volver al mapa político. Por lo que respecta a IU, tras haber perdido la mejor oportunidad de su historia, están obligados a emprender un camino de renovación de sus estructuras, de sus formas de hacer política y de su estructura piramidal y burocrática.
Seguramente si hoy fueran las elecciones, tras la lluvia de descalificaciones, Podemos conseguiría todavía mejores resultados. Nadie sabe qué pasará mañana, cómo afrontarán las expectativas que han generado o si sabrán sortear las miles de dificultades que se avecinan pero, de momento, son una piedra lanzada a un agua estancada contra la que se conjuran todos los radicalmente prosistema.
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El éxito de Podemos no ha dejado a nadie indiferente, lo que quiere decir que afecta a todo el actual sistema político. La derecha ha arremetido contra ellos de una forma inusitada, con acusaciones de radicalismo y comparaciones odiosas. Felipe González, el guardián entre el centeno, ha advertido de los peligros de una propuesta bolivariana para nuestro país. Por su parte, la izquierda que tradicionalmente administraba este espacio, no sale de su asombro y se ha precipitado a hacer una simple aritmética de sumas ante las próximas elecciones.
No he encontrado, sin embargo, más que efectos positivos en este nuevo fenómeno, que excede la lógica partidaria y la política tradicional. Para empezar, son un serio contrapeso a las lógicas antisociales que se habían adueñado del espacio político. La comparecencia del FMI y sus “consejos” de abaratar salarios y empobrecer aún más a las clases populares, sonaban todavía más ofensivas e inaceptables tras el resultado de las elecciones en nuestro país. Venían a recordarnos que mandan ellos, independientemente de la voluntad popular, y es hora de mandarlos a “freír espárragos” si es que la política conserva todavía cierta dignidad. Afortunadamente, en nuestro país, son millones de personas las que reclaman una salida diferente a la crisis y el éxito de Podemos no hace más que subrayar esta corriente social. Mientras otros países han canalizado su descontento hacia opciones racistas y antieuropeas, en España la respuesta ha sido aumentar el voto de una opción de izquierdas, con principios de solidaridad y de justicia social.
En segundo lugar, Podemos ha rescatado para la política a miles y miles de abstencionistas y ha vuelto a ilusionar, fundamentalmente, a un electorado joven que estábamos deseando escuchar. ¿No pedíamos rostros y propuestas concretas al 15M? Pues aquí tenemos algunas de sus expresiones.
En tercer lugar, ha venido a señalar, con su ilusión y con una campaña hecha con unos cuantos euros, carteles a mano, redes en funcionamiento y mucho voluntariado social, que es posible hacer política mucho más cercana y participativa. Esta forma de hacer política está interpelando a las viejas estructuras partidarias, especialmente las de la izquierda. Su voto no sólo es un grito contra el bipartidismo, sino también una advertencia al “tripartidismo” que supone la existencia de dos grandes partidos pero también de una izquierda tradicional que canaliza ritualmente a los descontentos del sistema pero que tiene escasa incidencia en la realidad.
En cuarto lugar, ha situado el debate nacionalista en un segundo término. Si no existiera Podemos hoy estaríamos discutiendo sobre Cataluña. Frente al debate identitario y soberanista, el éxito de Podemos ha situado como centro de reflexión la igualdad de las personas y la renovación del sistema político.
Pero, donde el efecto de Podemos será seguramente más visible, es en el órdago lanzado hacia toda la izquierda, desde la socialdemócrata a la comunista. El PSOE deberá hoy definir su espacio, desechar las tentaciones de gran coalición y conjugar el verbo desobedecer a los poderes económicos si quiere volver al mapa político. Por lo que respecta a IU, tras haber perdido la mejor oportunidad de su historia, están obligados a emprender un camino de renovación de sus estructuras, de sus formas de hacer política y de su estructura piramidal y burocrática.
Seguramente si hoy fueran las elecciones, tras la lluvia de descalificaciones, Podemos conseguiría todavía mejores resultados. Nadie sabe qué pasará mañana, cómo afrontarán las expectativas que han generado o si sabrán sortear las miles de dificultades que se avecinan pero, de momento, son una piedra lanzada a un agua estancada contra la que se conjuran todos los radicalmente prosistema.
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