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lunes, 25 de agosto de 2014

EL ÚNICO GAY DEL PUEBLO

Publicado en El País Andalucía 

   No sé si conocen la serie Little Britain.Uno de sus personajes, Daffyd Thomas, es un homosexual que cree ser el único gay del pueblo aunque su localidad está llena de personas como él. Daffyd funda toda su existencia no en ser gay, sino en ser “el único gay de su pueblo”, que no es lo mismo y ni siquiera se parece.
Acude diariamente a una taberna repleta de gays que él no reconoce. En vez de alegrarse de contar con una comunidad numerosa en su lucha contra la homofobia, Daffyd se indigna por la presencia de otros homosexuales que le disputan el valor de ser único y especial. Lo realmente importante para nuestro personaje no es la batalla por los derechos de los gays sino su biografía, fundada en una vocación minoritaria y victimista. Por eso se niega a reconocer a ningún otro homosexual en el pueblo. Para él son traidores, oportunistas o fingidores.

   En estos últimos meses me acuerdo mucho del personaje de Little Britain porque percibo el síndrome de “el único gay del pueblo” a mi alrededor. En todas las profesiones y aficiones hay alguien que se precia de ser único, pero en la política este síndrome es todavía más frecuente. Acostumbrados a ser “el único rojo del pueblo”, el único ecologista auténtico, el único rebelde de su trabajo o de su círculo o de sus amistades, miran con recelo cuando otras personas comparten sus ideas.

   La derecha siempre ha presumido de ser una silenciosa multitud, de un “sentido común” mayoritario, avalado por nuestra (triste) historia, la costumbre o la rutina. Sin embargo, la izquierda tiene a sus espaldas una historia de derrotas, de persecuciones y de soledad.

    Ser de izquierdas ha sido tan difícil en muchos momentos que sólo un fuerte deber moral podía sustentarlo. Las personas que realmente han luchado por conseguir la libertad, por denunciar los abusos, por reclamar justicia, han tenido que adquirir un cierto sentido épico de su existencia. Por eso hoy, algunas de ellas, se niegan a reconocer a su alrededor nuevas voces, nuevos componentes que tienen parecidas ideas. Se niegan a no ser ya “el único gay del pueblo” recuerdan su trayectoria y añoran su unicidad.

   Es verdad que hace 10 años nadie, excepto un puñado de personas esforzadas (y excluidas o censuradas en sus respectivas materias) denunciaban la burbuja inmobiliaria y la especulación urbanística; es verdad que cuando el dinero engrasaba bien la maquinaria social, la gran mayoría estaba dispuesta a perdonar los pecados de la desigualdad, el despilfarro y la corrupción. Una muestra de la falta de conciencia social: la pobreza ha aumentado de forma importante en los últimos años, pero no es un fenómeno que haya nacido con la crisis. La diferencia es que en el año 2006 casi nadie hablaba de ella aunque el 20% de la población la padecía.

   Aún así, no queda más que celebrar el cambio de sensibilidad que se ha operado en la sociedad y trabajar porque sea una conciencia duradera. Es magnífico que, además, gran parte de los jóvenes haga una lectura solidaria y comprometida con su realidad social. No estar solos es fantástico, aunque sea menos heroico, menos hiperbólico y admirable.
Ya es hora de disputar los valores mayoritarios a los viejos poderes, aunque nos prive de esa satisfacción moral narcisista de ser los únicos gays del pueblo.

martes, 10 de junio de 2014

PODEMOS Y LA CONJURA DE LOS NECIOS

 El País Andalucía
Publicado en

   El éxito de Podemos no ha dejado a nadie indiferente, lo que quiere decir que afecta a todo el actual sistema político. La derecha ha arremetido contra ellos de una forma inusitada, con acusaciones de radicalismo y comparaciones odiosas. Felipe González, el guardián entre el centeno, ha advertido de los peligros de una propuesta bolivariana para nuestro país. Por su parte, la izquierda que tradicionalmente administraba este espacio, no sale de su asombro y se ha precipitado a hacer una simple aritmética de sumas ante las próximas elecciones.

   No he encontrado, sin embargo, más que efectos positivos en este nuevo fenómeno, que excede la lógica partidaria y la política tradicional. Para empezar, son un serio contrapeso a las lógicas antisociales que se habían adueñado del espacio político. La comparecencia del FMI y sus “consejos” de abaratar salarios y empobrecer aún más a las clases populares, sonaban todavía más ofensivas e inaceptables tras el resultado de las elecciones en nuestro país. Venían a recordarnos que mandan ellos, independientemente de la voluntad popular, y es hora de mandarlos a “freír espárragos” si es que la política conserva todavía cierta dignidad. Afortunadamente, en nuestro país, son millones de personas las que reclaman una salida diferente a la crisis y el éxito de Podemos no hace más que subrayar esta corriente social. Mientras otros países han canalizado su descontento hacia opciones racistas y antieuropeas, en España la respuesta ha sido aumentar el voto de una opción de izquierdas, con principios de solidaridad y de justicia social.

   En segundo lugar, Podemos ha rescatado para la política a miles y miles de abstencionistas y ha vuelto a ilusionar, fundamentalmente, a un electorado joven que estábamos deseando escuchar. ¿No pedíamos rostros y propuestas concretas al 15M? Pues aquí tenemos algunas de sus expresiones.

   En tercer lugar, ha venido a señalar, con su ilusión y con una campaña hecha con unos cuantos euros, carteles a mano, redes en funcionamiento y mucho voluntariado social, que es posible hacer política mucho más cercana y participativa. Esta forma de hacer política está interpelando a las viejas estructuras partidarias, especialmente las de la izquierda. Su voto no sólo es un grito contra el bipartidismo, sino también una advertencia al “tripartidismo” que supone la existencia de dos grandes partidos pero también de una izquierda tradicional que canaliza ritualmente a los descontentos del sistema pero que tiene escasa incidencia en la realidad.

   En cuarto lugar, ha situado el debate nacionalista en un segundo término. Si no existiera Podemos hoy estaríamos discutiendo sobre Cataluña. Frente al debate identitario y soberanista, el éxito de Podemos ha situado como centro de reflexión la igualdad de las personas y la renovación del sistema político.

   Pero, donde el efecto de Podemos será seguramente más visible, es en el órdago lanzado hacia toda la izquierda, desde la socialdemócrata a la comunista. El PSOE deberá hoy definir su espacio, desechar las tentaciones de gran coalición y conjugar el verbo desobedecer a los poderes económicos si quiere volver al mapa político. Por lo que respecta a IU, tras haber perdido la mejor oportunidad de su historia, están obligados a emprender un camino de renovación de sus estructuras, de sus formas de hacer política y de su estructura piramidal y burocrática.

   Seguramente si hoy fueran las elecciones, tras la lluvia de descalificaciones, Podemos conseguiría todavía mejores resultados. Nadie sabe qué pasará mañana, cómo afrontarán las expectativas que han generado o si sabrán sortear las miles de dificultades que se avecinan pero, de momento, son una piedra lanzada a un agua estancada contra la que se conjuran todos los radicalmente prosistema.