Ando a la búsqueda de un título que de sentido al libro que está en edición y acabo enredada en la metáfora del Sur, del paraíso, de las luces y los contrastes que iluminan este trozo de realidad llamado Andalucía o Sevilla.
No he ido al encuentro de esta metáfora, sino que ha venido a mí a través de textos cuyo recorrido abarca dos mil años de historia y he encontrado ecos de mi niñez en cada uno de ellos.
Solo apreciamos en la literatura este inconsciente de luz, de lento transcurrir del tiempo, de ausencia de dolor que ha sido sustancial a nuestras vidas. El pensamiento racional tiende a quitar importancia a esas experiencias vitales, las considera banales o intrascendentes. En el plano político, esa cualidad difusa del sur no da materia para construir fronteras, sino sueños, paraísos abiertos poco propicios para construcciones cerradamente identitarias.
Para los que habitan en cualquier tipo de Norte, el Sur es una huída, una aventura, una promesa de felicidad inalcanzable; para los que vivimos aquí, el Sur es la infancia, son las tardes extendidas, es el tiempo sin tiempo, la ausencia de dolor, el culto a la belleza de unas macetas en flor, de un patio, de una calle en sombra… Nuestro sur es sensorial, se percibe sin esfuerzo pero compromete todos nuestros sentidos y compone una teoría especial del tiempo. Cada uno lo hemos sentido en un momento diferente, en el que no ocurrió nada -excepto una percepción aguda de la luz, de la belleza o del tiempo- y, sin embargo, se nos ha quedado clavado para siempre como el paraíso perdido.
Quizá tenga que ver, como dicen algunos, con nuestra falta de industrialización, con los restos de una sociedad rural que ha pervivido hasta nuestros días, pero ese Sur está repleto de cualidades de futuro, de gozosa existencia, de ser y no de tener, de una experiencia única de sentirnos vivos, sin exaltación aparente, disfrutando de una fiesta íntima que sabemos compartida.
PD. A propósito de un texto de nuestro querido ausente Manuel Vázquez Montalbán, titulado “La metáfora del Sur”. También se puede ver este artículo de Luis García Montero que trata sobre el mismo tema.
No he ido al encuentro de esta metáfora, sino que ha venido a mí a través de textos cuyo recorrido abarca dos mil años de historia y he encontrado ecos de mi niñez en cada uno de ellos.
Solo apreciamos en la literatura este inconsciente de luz, de lento transcurrir del tiempo, de ausencia de dolor que ha sido sustancial a nuestras vidas. El pensamiento racional tiende a quitar importancia a esas experiencias vitales, las considera banales o intrascendentes. En el plano político, esa cualidad difusa del sur no da materia para construir fronteras, sino sueños, paraísos abiertos poco propicios para construcciones cerradamente identitarias.
Para los que habitan en cualquier tipo de Norte, el Sur es una huída, una aventura, una promesa de felicidad inalcanzable; para los que vivimos aquí, el Sur es la infancia, son las tardes extendidas, es el tiempo sin tiempo, la ausencia de dolor, el culto a la belleza de unas macetas en flor, de un patio, de una calle en sombra… Nuestro sur es sensorial, se percibe sin esfuerzo pero compromete todos nuestros sentidos y compone una teoría especial del tiempo. Cada uno lo hemos sentido en un momento diferente, en el que no ocurrió nada -excepto una percepción aguda de la luz, de la belleza o del tiempo- y, sin embargo, se nos ha quedado clavado para siempre como el paraíso perdido.
Quizá tenga que ver, como dicen algunos, con nuestra falta de industrialización, con los restos de una sociedad rural que ha pervivido hasta nuestros días, pero ese Sur está repleto de cualidades de futuro, de gozosa existencia, de ser y no de tener, de una experiencia única de sentirnos vivos, sin exaltación aparente, disfrutando de una fiesta íntima que sabemos compartida.
PD. A propósito de un texto de nuestro querido ausente Manuel Vázquez Montalbán, titulado “La metáfora del Sur”. También se puede ver este artículo de Luis García Montero que trata sobre el mismo tema.
1 comentario:
Cuando a Chéjov le reprochaban que en sus relatos no pasaba nada, imagino que debía sonreír (y maldecir, como sabemos que ´hacía en sus intransigentes notas de lectura a quienes le enviaban manuscritos) pensando: pues a ver quien escribe algo sobre una situación en la que no pasa nada...Porque, en realidad, en esas zonas de aparente indolencia, ese prodigioso autor era capaz de captar, en pocas páginas, una totalidad moral a través de un vistazo rápido sobre pequeños detalles: el fracaso de un matrimonio en el tedio de una esposa el día de su cumpleaños; la desesperación y la codicia de unos amantes en La dama del perrito (Hanna, quítate de ahí...!); la inquietud amorosa de un joven, la fragilidad de su espíritu y su terca sensibilidad en un cuento como "El beso".
Nada ocurre y ocurre TODO. ¿O es que crees que cuando contemplas cómo cae el sol de mediodía sobre una ciudad, los matices de las fachadas, la intemperie de la las cosas a plena luz, el detalle de las cosas vistas como de cerca, el aire invisible y tensándote la mirada, lo que está ocurriendo es NADA? Mientras lo observas, vives de otro modo, esa falta de "razón" es una razón para vivir. Tu existencia y la vida están acompasadas repentinamente, con cierta languidez como debe ser cuando incluso la urgencia y el deseo se toman su tiempo, que no es mucho ni poco, sino el suyo, el que permite averiguarlos en TUS sensaciones. Son esos momentos en que estás contenta de que la vida te haya permitido estar ahí, en que dices que, sólo con notar la vibración de un calor suave en marzo sobre el brazo desnudo, como si fueras un animal diminuto disfrutando de su naturaleza, meditando sólo en lo que está pasando sobre ti en ESE momento, integrándolo en toda tu vida de un modo que ni siquiera necesitas ordenar...Son esos momentos los que te permiten estar en el Sur. Todos podemos ser del sur o del norte (confederados o yanquis, siempre digo yo...), porque son espacios vitales, de la misma forma que son zonas culturales que imnpregnan una determinado manera de vivir. Los del norte de España estamos al sur de Europa, pero podemos estar en cualquiera de las dos dimensiones todos: esa diferencia entre dos estilos de vida que atormentaban al artista Thomas Mann (hombre del norte inclinado a tareas "inútiles" como el arte) y que tan bien plasmó en un cuento delicioso, "Tristán".
No sé si somos completamente Sur o completamente Norte. Algunos, como ya sabes, son completamente viernes...Y algún palizas insoportable es completamente lunes. Creo que nos inclinamos más a una cosa que a otra, o añoramos poder vivir del todo en una u otra cosa. Más que la razón, lo que nos ha dañado es el racionalismo como ideología, eso que ha impedido medir, por lo menos en mi profesión, la importancia de los elementos emotivos `para explicar las movilizaciones políticas. Nosotros, que hemos salido llorando de alegría colectiva por formar parte de una manifestación de la izquierda, no aplicamos ese criterio a los cenetistas de los años 30, que debían serlo por los programas del sindicato...hasta que han llegado personas con más lucidez a explicarnos, como hizo Anna Monjo, en "Militants", por qué se hacía la gente de la CNT: sencillamente, porque era la "forma" (en el sentido estético de la palabra) de ser obrero en Cataluña. Es decir, de ser trabajador, honesto, austero, creyente en una sociedad mejor, ganando el pan y luchando por ganar la cultura, despreciando a los vagos de los barrios altos...Analizando el nazismo, estudiaba las razones de la militancia comunista en un KPD de "clase contra clase". ¡Qué poca estrategia había ahí, y cuánto sentido de pertenencia, de formar en una comunidad, en unos barrios determinados, en una sociedad aparte...! ¿Qué había en nosotros cuando militábamos en el PSUC de 1973, o antes en las juventudes de los "internacionales"? Pues sentimiento "razonado", no racionalismo que se considera a salvo de las emociones, esterilizado (qué palabra más precisa) como un laboratorio de ideas y conductas. ¿Qué había en nuestro cariño por los camaradas? ¿QUé hubo en nuestra desolación por la pérdida de amistades, por el odio, por los sentimientos encontrados, en la crisis de 1981-1982? Emociones.
Creo que los del sur estamos donde hay que estar...¿Recuerdas? "Estoy donde debo estar". Son las palabras de Isak Dinesen cuando describe, al comienzo de "Lejos de Africa" el sentimiento que le produce el paisaje insolente, poderoso, la rectitud del mundo bajo el cielo protector.
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