Tras haber provocado una crisis económica sin precedentes, parecía que las instituciones económicas privadas –o sea, la banca y la patronal– iban a tener un punto de sensatez y de cordura. En los primeros momentos de esta terrible situación parecían aceptar que habían pasado los tiempos del descontrol financiero, del crecimiento desmesurado, de la especulación sin fronteras. Todos entonaron un mea culpa suave, ligero, y se comprometieron a no volver a las andadas, a aceptar la regulación de los mercados, a contribuir a un cambio de modelo económico, a asumir una cierta transparencia en su funcionamiento.En el caso de España, encajaron las críticas que el conjunto de la sociedad les formulaba: las ganancias desmesuradas del ladrillo, la falta de apuesta por una competencia que no se basara en los bajos salarios y en la destrucción del medio ambiente. Pero como se puede ver, su silencio era pura estrategia. Esperaban que pasara el chaparrón de los primeros tiempos, otearon el horizonte para atisbar señales claras de contestación social, tantearon la debilidad de la clase política ante la crisis… y volvieron a las andadas.Obama se lo ha recordado esta pasada semana. El presidente americano advirtió que no percibía el “menor remordimiento” de los grandes bancos por su responsabilidad en la crisis, al tiempo que volvió a recordar a los empresarios que “el momento de las ganancias, no es ahora”. Aquí, sin embargo, Zapatero los ha invitado a cenar para ablandar su negativa y han salido de la cita declarando que no les gusta “la orientación del documento del Gobierno”, “no aprueban los subsidios a los trabajadores” y que reclaman tres puntos esenciales: descuentos fiscales; facilidad para el despido (con una curiosa interpretación del absentismo, en el que se computa la enfermedad o el embarazo), y compromiso de que se afrontará una “verdadera reforma laboral” en el otoño. Ni una palabra de compromiso, de responsabilidad. Ni una línea de arrepentimiento por el modelo económico especulativo y depredador que nos ha empobrecido a todos, ni la menor sombra de estar dispuestos a trabajar por un modelo económico distinto.Cuando la situación económica era boyante, los empresarios tenían idénticas demandas ante el gobierno: contención salarial, rebajas fiscales y facilidad para el despido. Ni el tiempo ni la crisis pasan por ellos. No han aprendido nada de la primera lección de estos tiempos y es que, en el caso de España, el empecinamiento de la patronal por competir a través de reducir los costes salariales, y no por innovación o tecnología, ha sido un factor de empobrecimiento y de agravamiento de la crisis general.Ya sé que no todos los empresarios son iguales, que hay algunos que han hecho un esfuerzo en tecnología, en producción, en energía, pero la mayor parte de la patronal española ha desdeñado, hasta ahora, los sectores energéticos, tecnológicos, sociales, e incluso la vivienda protegida –para la que pidieron su desaparición, ¿ya no se acuerdan?– y se han volcado en el negocio inmobiliario y especulativo, con el que han obtenido ganancias astronómicas. Su empeño en despedir más barato, pagar menos al Estado y que los trabajadores ganen menos, no es solamente injusto y criticable desde un punto de vista moral, –ya que pagarán los justos por los pecadores–, sino una amenaza para la salida de la crisis porque evita plantearse el verdadero problema que es el cambio de modelo económico
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