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jueves, 22 de agosto de 2013

EL NAUFRAGIO DEL PP DE ANDALUCÍA





    Ni en sus peores pesadillas Javier Arenas pensó que acabaría de esta forma tan triste su vida política. Posiblemente sea éste el último mes de agosto en el que junto a su nombre luzca algún cargo institucional en el PP. A partir de septiembre, su estrella política dará un fundido en negro que lo sacará de escena sin aplausos del público y sin corte de seguidores. Si tiene suerte, su nombre se olvidará; si no es así se asociará para siempre al de Bárcenas, los sobresueldos de los dirigentes del PP y el caso de corrupción más vistoso de toda la democracia española.
 
   Javier Arenas se había construido un personaje político muy singular, una especie de navaja suiza con múltiples funciones.  En su tiempo fue el rostro amable de los populares pero fue ocupando cada vez más un mayor espacio de poder interno por su capacidad de negociación con los viejos barones y los viejos aparatos.

   Hubo un tiempo en el que estaban de moda los rayos UVA y lucir en pleno invierno un tono tostado como de vuelta de una playa del Caribe. Hubo un club de dirigentes del PP que consideraron que este moreno era un toque de distinción superior y cuando los deportes al aire libre no lo permitían, recurrían a la cabina de los rayos artificiales donde salían con el color de un salmonete bien frito. Eran el clan de los rayos UVA del PP y pertenecían a él  Bárcenas, Camps, Ana Mato o Zaplana e insignes segundones, hoy conocidos en los juzgados como Sepúlveda y Galeote, aunque su líder indiscutible era Javier Arenas.  El cemento que unía este club de intereses diversos eran los generosos sobresueldos que se distribuían directamente desde Génova, bajo la supuesta supervisión de Javier Arenas.

    La tragedia de Arenas es que no se dio cuenta a tiempo de que el tiempo del moreno atroz había terminado (aunque la catalana Alicia Sánchez Camacho está escribiendo los epígonos de esa estética) y que se avecinaban tiempos en los que el blanco mortecino de Crepúsculo o de True Blood se imponía en la estética de la derecha española.

   Andalucía era para Javier Arenas su patio de recreo. Un lugar hostil donde consiguió trabajosamente un lento ascenso electoral que creyó ya definitivo en las pasadas elecciones. Construyó una organización a su medida y todos conocían que no se movía ni un cuadro sin que Javier Arenas, o su Sancho Panza particular,  Antonio Sanz, lo autorizase. Pero la ciudadanía andaluza le negó a Javier Arenas la mayoría absoluta necesaria para gobernar y él mismo comprendió esa noche electoral que su estrella se había apagado.
A partir de entonces el PP andaluz es un zombi de la vieja escuela, de los que caminan lentamente, con un solo argumento a su favor: el vergonzoso caso de corrupción de los ERES. Pero más allá de este tema, el Partido Popular naufraga  lentamente, a vista de todo el mundo y de una tripulación paralizada de terror.
 
   Cada nueva portada, cada nueva revelación del caso Gurtel y Bárcenas, es una nueva vía de agua en el viejo casco que ya no soporta la tormenta. Por si fuese poco, el gobierno central les obliga a mantener vergonzosas posiciones sobre cualquier medida social que la Junta de Andalucía apruebe, ya sea desahucios, becas, avances científicos o subastas de medicamentos.
 
   Zoido nunca se ha colocado el traje de presidente del PP andaluz. Lo tiene en el armario nuevecito y sueña con volver a la política menuda de su ciudad. Los demás candidatos huyen despavoridos antes de asumir el mando de un barco en el que faltan botes salvavidas para todos los viajeros. Para mayor desconsuelo, Griñán les ha cambiado el guión y la próxima Presidenta de la Junta será una mujer joven, ajena por completo a los ERES frente a la cual no podrán enarbolar los viejos discursos.
 
   Los que acusan a Susana Díaz de ser producto de un “dedazo”, se han puesto en manos de Rajoy para que, con superior criterio, designe el candidato andaluz.  Mientras el agua está a punto de hundir definitivamente el barco y el público contempla indiferente el espectáculo.

LA ESTAFA DEL 30 POR CIENTO Y UNA FOTO

Publicado en El País de Andalucía

   Los hombres de negro, de marrón, de azul de nuestro país le han hecho una especie de homenaje póstumo a Mariano Rajoy. Bajo ningún concepto quieren que se interrumpa la agenda reformista del actual presidente que no ha cesado un solo día de pensar en ellos, en esos grandes empresarios a los que tanto debe.
El tono épico del acontecimiento ha sido glosado por algunos medios de comunicación con titulares tales como “los que trabajan por España” o “los que trabajan por la recuperación” respaldan en bloque a Rajoy frente a los malvados Rubalcaba y Cía. Han sido, sin embargo, muy injustos con Bárcenas. Una cosa es que no pronuncien su nombre y otra que no le reconozcan su trabajo. A fin de cuentas es posible que sin su contabilidad B e incluso C, el PP no hubiese ganado por una mayoría tan absoluta. Los que salen en la foto están contentos con “la senda reformista”. No es de extrañar. El pasado año se rompió una balanza histórica y las rentas empresariales superaron, por primera vez, a las del trabajo. Una heroicidad de las grandes empresas, sin empleo ni nada.

   Para el resto de los ciudadanos, las pérdidas desde el principio de la crisis alcanzan ya el 30%. En el ranking de honor de esta clasificación podemos situar las pérdidas salariales. Desde el año 2008, solo con la subida del IPC, los trabajadores han perdido más del 13% acumulado. La subida del IRPF y la supresión de pagas extraordinarias supusieron otro bocado importante. En muchas empresas la pérdida de salarios alcanza el 50%. En demasiados casos se ha sustituido la mano de obra mejor pagada por contratos basura de ínfimos salarios. No hay más que comprobar el cambio semántico que la palabra “mileurista” ha experimentado en tan corto espacio. Su origen fue denunciar una abusiva explotación laboral pero hoy proclamamos con alegría: “Le han hecho un contrato ¡de mil euros!”.


    Si la estafa salarial ha sido rotunda, no se queda atrás la pérdida de derechos sociales, lo que antes se llamaba “salario diferido” y que forma parte esencial de nuestra calidad de vida. En este periodo han despedido 370 mil trabajadores públicos, la mayoría procedentes de sanidad, educación o servicios sociales.

   En la sanidad pública el copago, las privatizaciones y la falta de personal están empezando a deteriorar sensiblemente uno de los mejores sistemas del mundo civilizado. Hay que anotar en el haber de este reformismo altivo el haber expulsado del sistema sanitario público, no a 170 mil como dijo el Gobierno, sino a 873 mil inmigrantes a los que se les ha expropiado el derecho a la salud, según datos de Amnistía Internacional.

   En educación, la reducción del 30% está en marcha. Tras una exitosa fase en la que se ha despedido a los interinos y no se cubren bajas ni jubilaciones, hemos entrado en una segunda en la que estorban los estudiantes sin recursos económicos a los que se priva, en 40 mil casos, de las necesarias becas. El Gobierno se ha superado con la Ley de Dependencia, hoy reducida en un 50%. Los derechos de nueva generación que contemplaban se encaminan a la extinción total. Y todavía falta el brochazo final de su obra: la reducción drástica de las pensiones.

   Con esta agenda reformista cómo no iba a contar Rajoy con el beneplácito de los que “trabajan por la recuperación de España”. Es más, gran parte de este club selecto había realizado generosas donaciones al PP para que ganase las elecciones. Por eso posan en la foto con esa mirada épica: en solo año y medio han ganado batallas de treinta años y un margen de beneficio del 30%. Ni ellos pronunciarán el nombre de Bárcenas, ni Bárcenas se atreverá a pronunciar el suyo. Si usted no lo comprende es porque forma parte de los perdedores y de los que torpedean la marca España.
@conchacaballer

HAY QUE ECHAR A LOS ODIOSOS INVITADOS




   Desde que comenzó la crisis, nuestras casas se han empobrecido pero a nuestra mesa acuden diariamente la Comisión Europea, los hombres de negro de la troika y un representante del Gobierno.  Nos miran con desdén. Cuchichean entre ellos. Se entrecruzan miradas de complicidad.
Mientras comemos o comentamos las últimas notas del niño en el colegio, manifiestan su total desaprobación con nuestras vidas. “Demasiado gasto”, susurran. “Excesivos salarios”, argumentan. “Muchos subsidios”, concluyen.  Toman apresuradas notas y a la semana siguiente se habrá volatilizado algún servicio y alguno de nuestros derechos.

   Nos tienen realmente hartos de sus exigencias, de sus malos modales, de la superioridad con que contemplan nuestras vidas.  Su ritmo de recortes es tan bestial que no nos da tiempo siquiera a comentarlos con detenimiento. Tasas, recortes de salarios, supresión de derechos, pagos y repagos, cierres de servicios se amontonan sobre nuestras espaldas.

   Hace mal tiempo y mal gobierno. Porque está ahí, como un nubarrón estático en el cielo, amenazante ante cualquier rayo de esperanza. Nunca habíamos estado tan cansados.  Nunca un año y medio de gobierno se nos había hecho tan largo. Tras la pesadilla de los viernes, en los que escriben en el BOE nuestras futuras desdichas, los odiosos invitados acuden nuevamente a nuestra mesa, repiten sus gestos de reprobación e idean nuevas formas de exprimir nuestras vidas.

   La pesadilla se ha hecho tan recurrente que todo el mundo busca un pequeño asidero al que agarrarse. Y ahora se llama Andalucía. Una tierra plagada de problemas, con un paro estremecedor, con graves problemas en su estructura económica, es ahora sin embargo una pequeña esperanza política. La desconfianza secular de gran parte de los andaluces en la derecha política, le negó al PP la mayoría absoluta que hubiera culminado su poder omnímodo en las instituciones. Esta tierra conocía los recortes antes de que se produjeran,  barruntó las privatizaciones de servicios que todavía estaban celosamente escondidas en los cajones y receló de las reformas agazapadas en los papeles de la FAES, sobre el regazo de Aznar.  Andalucía buscó un contrapunto, una defensa ante los tiempos hostiles que se avecinaban.
Está a la espera. Tras un año especialmente duro, en el que el Gobierno andaluz ha empleado más energía en la defensa que en la propuesta, empiezan a aparecer algunos decretos sobre pobreza, desahucios o paro juvenil.  Son medidas modestas que no van a solucionar los graves problemas de nuestra tierra. Han resultado tan llamativas porque son las únicas normativas que, en mucho tiempo, dan algo a los de abajo, ofrecen derechos en vez de suprimirlos, o buscan empleo en vez del desprestigio del parado.
La crisis tiene su letra pequeña,  su código de señales, sus centros de experimentación. Valencia ha sido la avanzadilla de la privatización sanitaria, Madrid del desprestigio de los servicios públicos, Baleares del trato desigual a los emigrantes. Las cosas que ocurren allí no son concebibles en nuestra tierra. Ningún sanitario retiraría una prótesis a un enfermo por falta de pago; ningún médico se negaría a hacer pruebas médicas a un inmigrante, causándole la muerte; ningún sector aprobaría la privatización de los hospitales públicos y que la enseñanza privada fuese mayoritaria. No es el gobierno, es el pueblo quien no comparte esas claves. O dicho de otra manera, en Andalucía hay un gobierno diferente porque el pueblo, contra todo pronóstico, pidió una política distinta.

   Por eso Andalucía puede ser un banco de pruebas de una política de rostro humano, de carácter ciudadano, de vinculación democrática. Nada de estridencias ni de sonsonetes falsos. Sacar lo mejor de la sociedad, alimentar nuevos proyectos, aprovechar experiencias y fomentar la cultura de la cooperación. Para este camino, sobran los miedos y los viejos vicios del poder. Falta apertura, confianza y decisión. Y mandar a paseo a los hombres de negro, de gris y de azul que se han adueñado de nuestro salón.
  

domingo, 5 de mayo de 2013

LA CUCHIPANDA Y ANDALUCÍA


 inabortable por definición.
  Cospedal llega a las ruedas de prensa como si entre bambalinas se hubiera hartado de llorar (demasiado colirio, querida). Soraya piensa que es demasiado joven para morir en este naufragio y juega a ser la Monti española, toda tecnocracia. Guindos y Montoro se hacen trampas en el solitario de la economía española con cara de tramposos jugadores de póker. Wert anda enredado en su afán de acabar de una vez por todas con la cultura y desmontar la educación pública. El inefable Gallardón acelera su proyecto de construir el último robot de “mujer, mujer”, toda maternidad y dulzura,

   Seis millones doscientos dos mil personas paradas y el Gobierno guarda un vergonzoso silencio. El jefe del Ejecutivo hace tiempo que desapareció. Comenzó, como todos los que ascendieron a los cielos, por pronunciar tautologías. “Sabemos lo que tenemos que hacer y lo haremos”; “al pan, pan y al vino, vino”, fueron sus proclamas iniciales, hasta que confesó que la realidad lo desbordaba y que era “very difficult todo esto”. A partir de ahí, apenas se sabe de él. Su propia existencia, como la de Dios, está puesta en entredicho: ya solo se aparece en un plasma con fondo azul celestial, como el sumo hacedor en las películas de Hollywood.

   Abandonados a sus designios, los dirigentes populares se refugian en sus más ancestrales costumbres: denigrar a la izquierda, convertirse en víctimas de las movilizaciones populares y pronunciar frases propias de la calle Serrano o del Club de Campo pero que atruenan en los oídos de la sociedad. Como una cuchipanda de buena familia ironizan con las desgracias sociales, proclaman que los dramas no son tales y compiten por hacer las declaraciones más estúpidas entre risitas de complacencia. Gracias a ellas nos enteramos de que los electores del PP “se quitarían el pan de la boca con tal de pagar la hipoteca de su casa”; que los jóvenes emigrantes son, en realidad, un beneficioso efecto de “la movilidad exterior”; o que la expropiación de viviendas a los bancos aprobada por la Junta “es demagógica y populista”. La última, es realmente, siniestra. “El bipartito convierte Andalucía en Etiopía” escribe un diputado almeriense del PP, famoso él por despotricar contra actores, jueces y manifestantes.

   A este lado del reino, el PP no levanta cabeza. Arenas corre tras su destino esquivo y no consigue situarse como portavoz siquiera adjunto del PP, perseguido por la saña de Cospedal y por su amistad con Bárcenas, mientras Zoido huye del suyo. Jamás se había escuchado a un líder andaluz proclamar que en ningún caso, palabrita de honor, querría ser candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía y que hará falta un terremoto político para arrancarlo de su Ayuntamiento.

   La desesperanza cunde en el PP andaluz. Su problema es que las viejas consignas de la derecha ya no funcionan. Hace algunos años juntaban las palabras “comunista”, “expropiación” y “uso social de la riqueza” y conseguían poner los pelos de punta a todo aquel que tenía unos cuantos euros o propiedades, pero la crisis ha cobrado tal magnitud que las acusaciones de izquierdismo son casi un halago más que un insulto. El problema del PP es que ya no funciona aquello de que “si gobiernan los comunistas te van a quitar tu casa” porque ahora los que te quitan tus propiedades, tu empleo y tus ahorros no son las hordas de la hoz y el martillo, sino la banca, los clubes selectos de los trajes caros y los bolsos mileuristas.

   El papel de Andalucía en la política española puede ser decisivo. Su efecto contagio, refrescante. Otras comunidades ya anuncian medidas similares: la expropiación de viviendas, o los planes contra la pobreza son demostraciones de que los gobiernos pueden actuar frente a los mercados. Ahora es el momento de abrir en Andalucía la agenda del empleo, la protección y los derechos sociales porque la sociedad está deseosa de encontrar un hilo de esperanza entre tanto desastre e irresponsabilidad. Aunque Cospedal llore sin necesidad de colirio.
@conchacaballer

domingo, 10 de junio de 2012

CUÉNTAME OTRO CUENTO

Cuando ustedes lean este artículo es posible que la decisión sobre el rescate de España esté ya tomada. Nos dirán que no somos Grecia, ni Portugal ni Irlanda; que nuestro rescate será más suave, más edulcorado. Y es posible que así sea, sobre todo porque en Europa se empieza a abrir camino la idea de que los rescates severos han sido un tremendo fracaso, una espìral infernal que lejos de solucionar los problemas de estos países, los ha hundido en la miseria.


A pesar de esto, es evidente que cuando el rescate entra por la puerta, la democracia salta por la ventana. La opinión de la ciudadanía, sus derechos constitucionales, sus estatutos de autonomía, toda su arquitectura social e institucional quedan en papel mojado. Un equipo de técnicos desalmados (etimológicamente sin alma) se establecerá en nuestro país y constituirá una especie de gobierno en la sombra que controlará nuestra situación económica, vigilará nuestras decisiones y someterá a autorización previa cada gasto o ingreso.

Lo realmente indignante es la sensación de ser engañados con una serie de relatos interesados que cada día obligaban a más y más sacrificios a los de abajo. A estas alturas, con las cuentas algo más claras, ya sabemos que de los casi cuatro billones de euros de deuda de nuestro país más de dos billones y medio corresponden a bancos, cajas y grandes empresas. Sin embargo el relato que nos han contado hasta la extenuación es completamente diferente.

Al inicio de la crisis nos dijeron que la deuda de las familias, era la principal responsable de nuestra ruina, que el pueblo había vivido por encima de sus posibilidades y que ahora tocaba apretarse el cinturón, reducir los gastos familiares y aumentar la productividad. Bajo este cuento han aprobado la más salvaje reforma laboral de nuestro país, han aumentado horarios y reducido salarios.

El segundo cuento no se hizo esperar: en esta nueva versión el verdadero responsable de la crisis era el despilfarro del Estado. La foto de unos cuantos aeropuertos u obras públicas descabelladas servían al relato de que el estado del bienestar era insostenible. Las becas de nuestros estudiantes, la asistencia sanitaria o el cuidado de nuestros mayores tenían la culpa de nuestra depresión económica. De nada sirvió argumentar que el Estado tenía superávit hasta fecha muy reciente, que su déficit se ha creado por la caída de los ingresos y no por nuevos gastos y que el volumen total de la deuda pública no llega al 19 por ciento del total del endeudamiento de nuestro país. Su cuento exigía que el estado del bienestar fuera desmantelado y sacaron a pasear a miles de articulistas, presuntos expertos y centenares de políticos de derechas que estaban dispuestos a acabar con todo lo público, sobre todo si se llamaba enseñanza, salud, investigación o cultura. Con este cuento han hecho un recorte brutal de los servicios públicos, han empobrecido los derechos sociales para convertirlos en beneficencia, han castigado a funcionarios y a todos los servidores públicos para mayor gloria de las futuras privatizaciones.

El tercer relato, el que nos describa lo que ha ocurrido en realidad, nadie nos lo va a contar. Lo vamos construyendo con informaciones parciales, silencios interesados, contradicciones evidentes. Los diez mil millones de recorte del gasto con el que se ha deteriorado toda nuestra asistencia educativa y sanitaria, palidecen ante los veinte mil millones ofrecidos generosamente a Bankia. El sacrificio de millones de trabajadores que viven al límite se lo embolsan los mercados en una sola sesión de la disparatada prima de riesgo. No eran, por tanto las familias, ni el estado del bienestar, ni nuestros salarios los responsables de la crisis ni servían para nada nuestros sacrificios. Ahora, nos rescatan de sus pérdidas y nos hacen pagar sus excesos. Los mismos que aceptaron a regañadientes un estado social y unos cuantos derechos sociales pensaron que no podían desaprovechar una buena crisis para ganar las batallas perdidas en los últimos treinta años. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. De momento.

Publicado en El País Andalucía




lunes, 6 de febrero de 2012

INVOLUCIÓN


Las últimas medidas del gobierno suponen un serio retroceso social en muchos campos. Esta es mi respuesta en El País Andalucía


No estaría mal llamar las cosas por su nombre. Tan sorprendida estoy de las medidas que ha anunciado el nuevo gobierno como de la falta de respuesta de la sociedad civil. Claro que vienen tiempos de mayorías compactas, de intercambio de nuevos favores, de poder absoluto y existe la tentación de congraciarse, o al menos no significarse en exceso ante los nuevos mandarines. Pero lo que ha ocurrido esta semana solo tiene un nombre propio: involución.


El PP ha lanzado tantas pelotas sobre el terreno de juego que es casi imposible responder a cada una de ellas. Imagino que lo dicta así su estrategia política y que han decidido en esta fase contentar a los sectores más ultraconservadores, por eso, las comparecencias de los ministros parecían hechas a la medida de Intereconomía y de las TDTs party, a las que tanto deben.

Para empezar, se volverá a penalizar el aborto , excepto para algunos estrechos supuestos que determinará la autoridad competente. Se acabará con la libertad de las mujeres para decidir sobre la continuidad de su embarazo y, a partir de ahora, serán los jueces, los médicos y otras instancias administrativas las que decidan en su nombre. Lejos de tener una legislación equiparable a Alemania, Francia o Reino Unido, nos pareceremos a Rumanía, a Hungría y a la propia España en los tiempos del aborto clandestino. Se limitará, también, la administración de la píldora del día después que evita miles de abortos y de embarazos no deseados entre las jóvenes, a las que se explicará que pueden dar su hijo en adopción o ser responsables y continuar con su embarazo.

En la enseñanza se suprimirá un peligroso capítulo de Educación para la Ciudadanía dedicado a las relaciones interpersonales y que –pueden comprobarlo ustedes mismos con cualquier manual de sus hijos- considera un valor democrático el respeto a las diferentes opciones sexuales, los distintos tipos de familia, la igualdad de las mujeres y el valor del ser humano independientemente de su procedencia o del color de su piel. Un capítulo que no es pura teoría, ni mucho menos adoctrinamiento, sino afrontar la realidad social, evitar la burla y la discriminación de los propios alumnos y proclamar el respeto como valor universal. Mientras se suprimen estos contenidos que califican de adoctrinadores, justo en el aula de al lado un religioso explicará dos horas a la semana, la maldad de la homosexualidad, las carencias de la familia que no disponga de un padre y una madre y el papel subordinado de las mujeres en la sociedad.

Nos anuncian que se prepara una reforma educativa de la que ni siquiera saben dónde empiezan o terminan los ciclos ni las titulaciones, ni el presupuesto con el que contará pero que, eso sí, segregará tempranamente a los adolescentes y abrirá la puerta a aumentar los conciertos educativos con la enseñanza privada hasta mitad del bachillerato.

No se detiene aquí la involución política que se avecina. El flamante ministro de medio ambiente anuncia un cambio total de las leyes medioambientales para permitir más negocios a pie de playa y una medición de la calidad del aire “más realista”, lo que convertirá la nube contaminante de Madrid en un fenómeno meteorológico. De las energías renovables, ni hablamos.

La reforma tiene ribetes esperpénticos como el nuevo papel de los notarios y la compasión que siente el gobierno por este negocio, inexistente en la mayoría de los países. Para compensarlos por la crisis inmobiliaria, las bodas y los divorcios pasarán por la notaría. Escrituraremos nuestras vidas como si de una propiedad se tratará y disolveremos los matrimonios como un negocio de compraventa, previo pago, por supuesto.

De una tacada se sepultan años de conquistas sociales y de respeto entre los ciudadanos trabajosamente construido. El 90 por ciento de la población no tiene problemas respecto a la homosexualidad, la capacidad de decisión de las mujeres sobre la maternidad, ni la educación en valores. Pero el gobierno piensa, equivocadamente, que la mayoría en las urnas les otorga una supremacía ideológica de raíz católica y ultraconservadora. Ya veremos.

sábado, 14 de enero de 2012

POR ECONOMÍA PROCESAL

Publicado en el País de Andalucía

Confieso que soy una enamorada del lenguaje, de las metáforas e incluso de los neologismos cuando resultan expresivos. Me apasiona el uso del lenguaje que impone cada tiempo, cada sociedad e incluso cada gobierno.


Por ejemplo, Felipe González fue un magnífico gobernante en términos lingüísticos. Aunque en mi opinión fue un tanto trilero en los contenidos políticos, sin embargo fue un fantástico gestor de la lengua. A él le debemos el rescate y el prestigio del uso del andaluz en los medios de comunicación y en las instituciones. Además, se transformó en un libro andante de pedagogía que igual explicaba complejas ecuaciones matemáticas que sencillos procesos sociales. Su palabra talismán fue “obsoleto”, un término que rescató del baúl de los recuerdos y que oponía con gracia a su hallazgo de la modernidad, el altar ante el que ofreció todos sus años de gobierno. Incluso en su despedida acuñó un oxímoron que ha quedado como un clásico: “la dulce derrota” que aunque consoló a sus fieles en aquella noche electoral, los lanzó al desierto durante años. Eso sí, con mucho arte.

José María Aznar fue menos creativo en el uso de lenguaje, más parco en palabras y nada creativo en sus alocuciones. Bien, mal, váyase y poco más. Era, sin embargo, tan influenciable en cuanto al uso de la lengua que le bastaron unas horas en compañía de George Bush para adoptar el acento sureño de la criada de Escarlata O´Hara.

José Luis Rodríguez Zapatero adoptó un conjunto de palabras que la derecha política bautizó con el término de “buenismo”: talante, alianza de civilizaciones, España plural. Esta triada fue demonizada por el TDT party y convertida en chanza continuada en sus tertulias.

El gobierno de Mariano Rajoy es prometedor en términos lingüísticos. “Eso es una insidia” se convirtió en trending topic en las redes. Han bautizado la recesión como “congelación” y los recortes como “ajustes”. Ahora han acuñado el término “economía procesal” que no es ninguna nueva asignatura de derecho o de económicas, sino una forma fina de decir “no me da la gana”. ¿Por qué no va Rajoy al Parlamento a explicar sus recortes? Por economía procesal (porque no le da la gana), ¿por qué no comparece ante los medios de comunicación? Por los mismos motivos. Faltó preguntarle a Soraya Sáenz de Santamaría si los ciudadanos de a pie tenemos derecho a dar estas respuestas o se trata solo de un privilegio presidencial porque, la verdad, me gustaría ampliar las vacaciones “por economía procesal”.

El silencio procesal de Rajoy está dando un infinito trabajo a su candidato andaluz, Javier Arenas que no tiene otra opción que volverse interpretador de recortes, suavizador de venenos y disimulador de entuertos. Esta situación política la ha obligado a abandonar la oposición encarnecida y a poner en su boca la palabra pactos. El líder andaluz del PP no da abasto para proponer acuerdos y cataplasmas a la sociedad andaluza. Un día sí y el otro también, tiene que desmentir que se vaya a recortar dinero o servicios. Si él gobierna propiciará un gran acuerdo para que no haya recortes en la enseñanza pública. Si él consigue mayoría absoluta bajará los impuestos aunque en el estado se hayan subido. Si llega al poder propiciará un gran acuerdo que consiste, básicamente, en no aplicar las políticas de Rajoy en Andalucía. De esta forma, los andaluces tendremos la suerte de contar con un PP especial que no recortará la ley de dependencia, ni castigará a los funcionarios, ni se confrontará con la enseñanza pública, ni subirá los impuestos ,ni reducirá el presupuesto de la Junta de Andalucía. Qué va. Esto va a ser un gobierno del PP sin tener las molestias de las políticas del PP.

Mientras tanto, Javier Arenas cada jueves mira al cielo e interpreta los augurios. Eleva su plegaria para que ese Consejo de Ministros no le lance un nuevo obús a la línea de flotación de su discurso. O al menos que Rajoy le permita, por economía electoral, ser la república independiente de Andalucía por unos meses.

domingo, 30 de octubre de 2011

¿Quién nos ha robado el otoño?


No sé cómo definir los tiempos actuales. Nunca he vivido una campaña electoral semejante. No he visto jamás que el candidato del partido de la oposición ejerza en realidad como presidente en funciones. Tampoco he visto un gobierno que, en cada decisión, invoque al nuevo inquilino de la Moncloa. No he asistido nunca a este traspaso de poder anticipado que afecta a todos los ministerios y a todas las decisiones. Algunos días creo que me he levantado el día después de la victoria del PP porque leo en primera plana las cábalas sobre la formación del nuevo Gobierno y las fotos de los posibles ministros. Me sobresalto y pienso: ¿quién me ha robado el transcurrir de estos días, la liturgia de la campaña electoral, el ingenuo regocijo de pensar que todo es posible? ¿Quién ha convertido el tiempo de la decisión en una especie de punto muerto, en sala de espera de una victoria anticipada, en una especie de trámite engorroso pero imposible de evitar.

Algún ratero, menos poético y cabal del que atracaba a Joaquín Sabina para sustraerle el primaveral y amoroso abril, nos ha robado el mes de octubre y un buen trecho de noviembre, justo hasta la noche del día 20. Ha debido pensar que no los necesitábamos, a fin de cuentas para sus cálculos electorales no somos ciudadanos sino números, guarismos, chinchetas en un mapa o porcentajes en un gráfico de colores. Ya nos advirtieron de que la democracia era aburrida, pero una cosa es que una película te aburra y otra muy distinta es que, nada más llegar al cine, te coloquen el letrero de The end en la pantalla.
Debe ser por este lapsus temporal, por este flashforward en el que vive la política española, la razón por la que el partido ganador, el jinete de la última escena de la pantalla, no suelta prenda programática alguna, se encomienda a Dios en sus decisiones y parece salido de un limbo magmático en el que no existe el tiempo. Rajoy es ahistórico, críptico e insustancial; un personaje aupado por las circunstancias a un papel de liderazgo que le provoca un regocijo íntimo y que él expresa con un gesto inconfundible de mandíbula. Como en política es preferible que “la suerte te acompañe” y más en esta sorprendente etapa política, los programas electorales son peligrosos compañeros de viaje. “Cualquier declaración puede ser utilizada en tu contra” y “cualquier programa es munición futura”, parecen haberle advertido. Por eso, la prudencia le aconseja decir lugares comunes, utilizar palabras comodín y recurrir en los mítines a las infalibles fórmulas de “hacer las cosas bien”, “poner las cosas en su sitio” o “hacer una política económica como Dios manda”. ¿Quién puede estar en contra de tal programa electoral? “Ni Dios”, deben pensar sus publicistas.
Se dedica, eso sí, a limar algunas asperezas que en los tiempos pasados fueron su principal caballo de batalla. “Si el Tribunal Constitucional acepta la palabra matrimonio, nosotros la aceptaremos también”, dijo recientemente a propósito del matrimonio homosexual. Como si no hubiese sido él quien firmó el recurso ante el tribunal y quién denostó la aprobación de la ley. Como si no hubiese sido su partido el que acompañó esa procesión de sotanas y de hábitos por las calles de Madrid o como si no hubiesen suscrito multitud de manifiestos en los que se denunciaba que esta ley es “un atentado a la institución familiar”. Es este uno de los más de diez renuncios de los que tendremos oportunidad de hablar. Ahora nos anuncian una campaña electoral sin ruedas de prensa, o sea, sin preguntas incómodas, sin reacciones ante los temas de interés, sin periodismo: solo cámaras e imágenes de los mítines minuciosamente preparados. Una campaña electoral sin información real y unos ciudadanos desprovistos de memoria: esos peligrosos artefactos que nos dan a los seres humanos las coordenadas de nuestra navegación.


sábado, 10 de abril de 2010

Dulce tolerancia cero

Hoy publico en el País este artículo sobre la justificación a los corruptos que hay tras afirmar que hay que ser implacables contra estos fenómenos:

Si lo que ha ocurrido después de la publicación del sumario Gürtel es tolerancia cero contra la corrupción, no quiero ni pensar qué será la comprensión o la tolerancia de grado uno.

Tras meses de negociaciones, de presiones y de acuerdos, el PP ha expresado su decidida tolerancia cero -ni frío ni calor- a través de un comunicado en el que, literalmente, hace "un reconocimiento público a la magnífica gestión" que Barcenas ha desarrollado en estos años al tiempo que hace patente su "agradecimiento a la lealtad que ha demostrado al partido y a sus dirigentes". Durante sus años de "magnífica gestión", el tesorero del PP -a juzgar por las imputaciones- se ha enriquecido de forma espectacular y su colaboración ha sido imprescindible para el robo de millones de euros de los contribuyentes. Pero el PP afirma que están convencidos de que "demostrará su inocencia frente a las falsas imputaciones de las que ha venido siendo objeto". O lo que es lo mismo, que hay una maquinaria judicial que ha inventado un puñado de delitos con el solo objeto de dañar al Partido Popular.

Días antes el presidente del PP andaluz se había pronunciado en similares términos, calificando el trabajo de Barcenas de "extraordinario" y suministrando al ex tesorero una red de comprensión para su inminente caída. En política es bastante fácil distinguir las declaraciones apresuradas o las simples meteduras de pata, de aquellas otras meditadas y absolutamente intencionadas. Arenas no es -como se esfuerza en aparentar-, sólo el candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía, sino un personajes clave del Partido Popular, nexo de unión entre la actual dirección y la etapa de Aznar. Por tanto, cuando realiza estas declaraciones, a sabiendas de que serán socialmente incomprensibles, está fijando el terreno de juego y enviando un mensaje tranquilizador a la parte más poderosa de los imputados en la trama Gürtel: "You?ll never walk alone".
Mientras, este fin de semana, un Rajoy zombi pasea su triste figura por el Guadalquivir de los olvidos. Como propuesta estrella ha venido a presentar una modificación del Código Penal -y de la propia Constitución- para introducir una cadena perpetua a la carta. Dice contar con el apoyo de un millón seiscientas mil firmas. ¡Qué pena que los delincuentes de postín, los de las cuentas secretas en las Islas Caimán -sobre todo si son afines-, sólo le produzcan un gesto de fastidiosa melancolía!
Pero, puestos a pedir el apoyo ciudadano, millones de personas firmarían por el endurecimiento del castigo a los que en vez de administrar los bienes públicos con honradez, roban a manos llenas el dinero público y multiplican su patrimonio; a los que se compran yates, vacaciones exóticas y cuadros de firmas con el dinero de los hospitales y las escuelas. Millones de firmas avalarían el fin de la impunidad del robo político, de una inmunidad parlamentaria que nació para proteger a los parlamentarios de los poderes militares o económicos y hoy se ha convertido en coartada de los ladrones y extorsionadores de las cuentas públicas. Pero nada se habló de esto, ni de responsabilidades políticas, ni de devolución del botín.

Aznar esperaba frente a la Torre del Oro para hacerse la foto de la reconquista. Quedó algo descolorida, como las imágenes antiguas, por una simple cuestión de calendario. El presidente de la FAES ha pedido a Rajoy que sea implacable contra los corruptos que él encumbró y el interpelado ha anunciado que "el nivel de exigencia del PP será muy elevado y que si alguien incurre en prácticas corruptas actuará como hasta la fecha". Así que tiemblen los imputados: recibirán una amonestación tardía y cariñosa, buenos deseos, y una retirada negociada del carnet del partido. Y, todos juntos, se fotografiaron en la ribera del Guadalquivir, viendo los barcos venir.



martes, 27 de octubre de 2009

Liderazgos



Este es el artículo que publiqué este lunes en El País:





Suele decir Amelia Valcárcel que a ellos "les pone" el poder. O sea, que hay una conexión invisible, pero real, entre la ostentación de poder y los atributos sexuales masculinos. Al parecer, los hombres viven con verdadera fruición ese momento en que pueden usar su autoridad de forma indiscutida, aunque sea injusta o arbitraria.
Discutir, por tanto, el poder de algún político es mucho más que poner en cuestión su capacidad de acción o lo atinado de sus decisiones. Negarles la autoridad es casi una forma de privarlos de su masculinidad y su esencia.
No hay nada que "ponga más" a los políticos actuales que la palabra liderazgo. En sus títulos oficiales ostentan el nombre de secretarios generales o presidentes, pero el término con el que realmente desean ser denominados es como líderes. El liderazgo implica, no sólo un nombramiento formal, sino un reconocimiento entre el colectivo al que representan, un estatus superior de discernimiento, una imbatibilidad en las propuestas, un halo similar al que en la santidad orla la cabeza de los elegidos. Ser líder, además, comporta ser único, reconocible y esencial. Los puestos directivos pueden compartirse pero el liderazgo necesita ser absoluto, reconocible y único.
Manuel Chaves conocía perfectamente esta debilidad de los políticos andaluces y convocaba, con cierta regularidad, cumbres de líderes de las que nunca se obtuvieron ningún tipo de resultados pero que tenían un alto valor simbólico, ya que los jefes de las tribus andaluzas -todos masculinos y únicos- reconocían mutuamente su autoridad y liderazgo. El nuevo presidente de la Junta no ha descubierto todavía estos ritos de reconocimiento y ha abierto interrogantes sobre su propio liderazgo, sin darse cuenta de que en política la bicefalia es equivalente a una peligrosa enfermedad.
Sin embargo, este debate sobre el liderazgo no es privativo de la política andaluza. En medio de la mayor crisis económica de la historia de la democracia y de los mayores casos de corrupción conocidos, el debate sobre el liderazgo está sirviendo de cortina de humo para evitar debates profundos y medidas eficaces. En vez de aportar soluciones, propuestas y medidas, las energías se consumen en determinar la falta de liderazgo de Zapatero frente a la crisis o la de Rajoy frente a la corrupción.
Es posible que la emergencia de estos debates tan superficiales sólo respondan a la atonía social, a la inmensa decepción que la política está causando en la mayor parte de la ciudadanía. En suma, a la desesperanza.
Dicen los estudiosos del tema que para construir nuevos liderazgos es necesario ver los espacios vacíos, las demandas sociales, los huecos. También advierten que cuando estos espacios son muy amplios se produce el caldo de cultivo del que pueden surgir liderazgos autoritarios, sectarios y antidemocráticos. Por eso urge ocupar la silla vacía de tantos deseos incumplidos: el liderazgo de la honradez política e intelectual, el liderazgo del desarrollo sostenible, el liderazgo de la esperanza en el futuro, el liderazgo del compromiso social...
Pero nuestros políticos actuales no quieren ver nuevos caminos. Todas las semanas, a la misma hora -como si se tratase de un rito ancestral- se enfundan el traje de batalla y se enzarzan en los Parlamentos en una predecible batalla de viejos gladiadores que ya han olvidado cuál fue el origen de la contienda.