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sábado, 15 de mayo de 2010

Funcionarios

Hoy escribo en el País este artículo de opinión que podéis ver completo aquí

Desde que nuestro admirado Larra hiciese la crónica más amarga de la burocracia española en sus artículos de costumbres, se ha confundido la función pública con la detestable burocracia. La palabra "funcionario" evoca en nuestra mente una mesa de despacho, el papeleo interminable de gestiones agotadoras y el indescifrable lenguaje de una administración decimonónica.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los funcionarios públicos no se dedican a las tareas burocráticas. El 45% pertenece a la rama de la docencia; casi el 40%, al sistema sanitario y sólo algo más del 12% se dedica a tareas administrativas.
Sin los funcionarios públicos, las escuelas, institutos, universidades, servicios sanitarios e incluso la investigación tendrían que clausurarse. Es más, si se aplica el plan expresado por la Ministra Salgado para que la tasa de reposición de los servicios públicos se reduzca a uno de cada diez funcionarios, en muy pocos años se produciría un deterioro estremecedor de la educación, la salud y los servicios sociales.

Al contrario de lo que se dice -sin datos y sin reflexión- el número de funcionarios de nuestro país es más bien bajo con respecto a la media Europea e inferior al de países con un estado del bienestar más consolidado como Francia, Noruega, Alemania o Reino Unido. Por lo que respecta a Andalucía, nuestro número de funcionarios públicos por habitante es muy inferior al de otras comunidades: pongamos por caso Madrid. De hecho, Andalucía, con dos millones de habitantes más que esta comunidad, dispone de un número similar de trabajadores en este sector.
Lo que sobran no son funcionarios sino burocracia. Lo que estorba no son empleados públicos sino duplicidad de organismos, mastodontes administrativos, normas de funcionamiento decimonónicas y enchufados a dedo en las empresas públicas y en los ayuntamientos. Porque es justo esto lo que desprestigia a toda una función pública que es, en general, de una gran profesionalidad. De hecho, los técnicos de la administración, el personal sanitario, investigador y docente es apreciado en toda Europa con la mayor consideración.
Viene todo esto a cuento de la reducción salarial para los funcionarios. El Gobierno no ha tenido más valentía e imaginación que ir al granero de los sueldos públicos para reducir el déficit. Había otras fuentes a las que acudir, pero hubiera necesitado mayor decisión e independencia de los poderes económicos. En vez de acometer la reforma financiera, la contribución de los más poderosos y una verdadera reforma de la administración pública, el Gobierno ha decidido que paguen el pato los funcionarios y los jubilados.
En esta reducción salarial hay un trasfondo de demagogia y de desprestigio de la función pública. Indirectamente, el mensaje que se envía a la población es que se trata de sectores privilegiados que, en medio de la crisis, han conservado su salario y su estatus. Sin embargo, los aumentos salariales de la función pública en tiempos de bonanza han estado siempre por debajo del resto de los sectores, han soportado congelaciones salariales y, en los últimos años, apenas han aumentado su nivel adquisitivo.
No me resisto a transcribir la cita final del discurso del presidente del Gobierno que debería figurar en un manual de lógica contradictoria: "Son los mismos que nada han tenido que ver con el origen, el desarrollo y las fases de la crisis. Son, por el contrario, los que han sufrido sus consecuencias. Y son, ahora, los que mayoritariamente deben contribuir a los esfuerzos necesarios para corregir los efectos de la crisis". Pues precisamente eso es lo que cabrea: que paguen los inocentes y que los culpables aplaudan al Gobierno mientras debaten su próxima prima de beneficios. O como diría Larra "palabras vacías de sentido con que trate el hombre de descargar en seres ideales la responsabilidad de sus desatinos".

NOTA ACLARATORIA:  Los datos sobre el porcentaje de funcionarios se refieren a la función pública andaluza. Como mi artículo se publicaba en la edición andaluza incluí los datos de nuestra comunidad que exactamente son docente (45,25% del total) y sanitaria (39,20). No pensé que iba a tener repercusión estatal y leerse en esa clave. Los datos estatales bajan esos porcentajes porque se incluyen fuerzas armadas, policías y servicios de la admon. central. En todo caso estas ramas (docencia y salud) son mayoritarias también a escala estatal aunque con porcentajes inferiores a los que detallo en mi artículo. He visto que en distintos foros hay debate sobre el número de funcionarios, su porcentaje y distribución porque depende de la institución incluye o no el conjunto del sector. En cualquier caso se puede consultar la página del Ministerio de Presidencia.

sábado, 17 de abril de 2010

Toros y literatura

Este es el artículo de esta semana en El País:

Los defensores de la fiesta de los toros se han agarrado a la literatura y el arte como a un clavo ardiendo. Citan a Goya y Picasso, a Lorca y a Miguel Hernández, a Hemingway y a Alberti para demostrar el carácter artístico de la muerte y tortura del toro en la plaza.

Convertir la literatura y el arte en fuente de autoridad es más que discutible. Si convertimos las inclinaciones literarias en justificaciones éticas podríamos llevarnos más de un susto. Hemingway no era sólo amante de la fiesta de los toros, sino también de las cacerías de leones, elefantes y animales salvajes hoy protegidos. El inefable Faulkner -es doloroso pero cierto- destilaba un pensamiento segregacionista típicamente sureño; los románticos defendieron el suicidio como la libertad suprema de la existencia y los simbolistas consideraron el alcohol y las drogas como la mano que aparta las veladuras hacia el inconsciente creador. Gran parte de las mejores novelas de aventuras defienden los imperios coloniales; la generación perdida ensalzó el alcohol y la aventura sin límites; los escritores beat nos condujeron por las carreteras de los paraísos artificiales... ¿Hay que convertir toda esa magnífica literatura en argumento de autoridad para el racismo, la defensa del imperialismo, la matanza de animales o el consumo de drogas? Evidentemente no.


Además, los defensores artísticos de la Fiesta ocultan sibilinamente la nómina de escritores que no contemplaban con agrado este espectáculo o que se manifestaron rotundamente en contra, como es el caso de Lope de Vega, Quevedo, Larra, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Benavente, Miguel Delibes y toda la nómina de pensadores de la Ilustración española. Los textos de estos autores que hablan de barbarie, tortura, suplicio, crueldad o inhumanidad, han sido convenientemente silenciados. Pero es que, además, se produce una curiosa metonimia en las citas de algunos de los autores protaurinos. Cada referencia al toro bravo como animal se transmuta, por arte de birlibirloque, en una defensa de la fiesta de los toros, cuando realmente su significado era muy diferente. Muerte, sexo, tragedia están más cerca del simbolismo taurino que de la defensa de los toros como fiesta. Incluso en la mayor parte de los dibujos de Goya es difícil no reparar en las jaurías de perros, carrozas con personajes grotescos y garrochas afiladas, más cercanos a sus pinturas negras que a la exaltación taurina. Especialmente la generación del 27 convirtió la figura del toro en metáfora de España y de su destino dramático. El toro de lidia, sin libertad, acosado, humillado y torturado es el símbolo de la tragedia española y también la imagen de la guerra.

Interpretar las alusiones taurinas de Miguel Hernández sólo en clave de defensa de los toros es una seria manipulación literaria. "Como el toro he nacido para el luto y el dolor" dirá el poeta o llamará a levantarse al toro de España frente a las cadenas de la opresión. Incluso la cita de García Lorca sobre la "cultísima fiesta de los toros" ha sido mutilada porque sigue con esta frase: "forma el triunfo de la muerte española". Picasso, por su parte, concentró gran parte de la fuerza dramática de su Guernica en esa cabeza de toro que él definió como "brutalidad y oscuridad" y otros como el símbolo de la guerra española.

En mi opinión, la fiesta de los toros se muere porque esa vieja metáfora ha desaparecido, porque España ya no es un toro bravo herido, ni el público sublima la violencia social en las plazas de toros. Porque ni siquiera es el camino para el ascenso social de los que huían de las cornás del hambre, sino un apartado más del papel cuché del corazón. García Lorca decía que "España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional", pero afortunadamente ya no es así. Al caer el simbolismo oculto de esa fiesta, se desprende el velo que nos hacía percibir como rito, escuela o arte, lo que solo era tortura y dolor, carne desgarrada de un bello animal que nos mira en la distancia con la superioridad del inocente. En pleno siglo XXI.