domingo, 25 de septiembre de 2011

Un apetitoso bocado








Publicado en El País Andalucía 


¿Sabía usted que en España el porcentaje de alumnos que estudia en centros privados duplica al de EE UU? ¿Conocía que somos la nación europea, junto a los insignificantes Países Bajos, donde la educación privada ocupa mayor espacio? ¿Es consciente de que en la mayor parte de los países europeos la enseñanza pública ocupa el 90% del sistema educativo general? ¿Sabe que sería impensable, pongamos por caso en Alemania, plantear alterar este estatus predominante de la enseñanza pública? ¿Cree alguien que es fácil en EE UU concertar colegios de carácter religioso, por mucho que invoquen hasta en el dólar su confianza en Dios?
Los datos pertenecen al último informe de la OCDE y se refieren a la enseñanza de régimen general, sin incluir los centros universitarios. Desde hace años se ha producido una soterrada campaña contra la enseñanza pública. Por una parte, se ha desprestigiado su valor, se han exaltado fenómenos absolutamente minoritarios como la violencia, o se ha puesto el énfasis en sus limitaciones, ocultando los enormes avances que se han producido en estos últimos años; por otra parte, determinados gobiernos autonómicos, han aplicado políticas que favorecían a la enseñanza privada hasta límites inauditos. El resultado es que sólo el 67% del alumnado de nuestro país estudia en centros públicos mientras que el 33% restante se reparten en un exiguo 10% de privado-privado y un 23% de ese invento tan fructífero y español de enseñanza privada sufragada con fondos públicos a la que llamamos concertada.
Pero, si queremos conocer mejor la realidad es necesario aplicar una lupa de aumento y analizar las diferencias que se producen entre unas comunidades y otras. Mientras que en Andalucía el 75% del sistema educativo general es público, en el País Vasco, la enseñanza privada está ya en un fifty-fifty con la pública, aderezada por la generosa financiación que les proporciona el concierto con el estado y justificada, en parte, en la defensa de su patrimonio cultural. En la Comunidad de Madrid es donde más avanza la privatización de la enseñanza y la reducción del gasto dedicado a la educación pública. Los estudiantes de la enseñanza pública han retrocedido hasta un 54% del total. Los planes para el futuro inmediato son que la enseñanza privada administre un 60% del modelo educativo, ya que los centros de nueva creación han sido encomendados -previo regalo del terreno público- a entidades de carácter privado, especialmente de pertenencia religiosa.
En ningún país, ni siquiera en la católica Italia, la Iglesia ha conseguido tales prebendas en el modelo educativo, ni tal colaboración por parte de las instituciones. Parece que las esperanzas aguirres, las cospedales y los legionarios de cristo de otros territorios son menos eficaces y astutos. Pero esto no es, en modo alguno una guerra religiosa, sino una batalla entre la igualdad de oportunidades y la instauración de un clasismo rígido desde la infancia. Un discurso que no ocultan, en absoluto, y que incluso sirve de propaganda ante una desorientada clase media que quiere formar parte de la futura élite dirigente. Lo de rezar y poner crucifijos en las paredes es sólo un adorno más porque de caridad cristiana andan bien cortitos como demuestra el hecho de que apenas acepten en sus aulas alumnos con necesidades educativas especiales o inmigrantes.
El debate sobre la enseñanza no es tampoco, una pelea entre izquierda y derecha, aunque en nuestro país se exprese de esta manera. Nos jugamos alguna de las ideas fundacionales de la democracia avanzada: que todas las personas deben tener igualdad de oportunidades para su desarrollo y que la sociedad no se puede compartimentar desde su origen a no ser que queramos regresar al sistema de castas medieval. Por eso la enseñanza pública, su profesorado, su contribución, no se ponen en cuestión en la Europa avanzada pero sí en la España cañí.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Esperando el apocalipsis



Artículo publicado en El País Andalucía

Una amiga me dice que, tal como están las cosas, ha decidido "darse al vicio y a la bebida". No está dispuesta a seguir por este vía crucis de miedo, por este camino empedrado de malos anuncios y peores augurios. Desde hace varios años las noticias se fabrican con un reducido y terrorífico vocabulario: crisis, recorte, riesgo, bancarrota, rescate, paro, Merkel, Sarkozy, Grecia, Zapatero y Rajoy... Por cierto, observen la sinestesia de sierra mecánica que ofrece la repetición de tantas erres en los titulares. No es que estemos en el Apocalipsis -al menos cuando se llega al punto de destino uno sabe a qué enfrentarse-, es que nos encontramos en la sala de espera desde la que se escuchan las herramientas de tortura y la imaginación se descontrola.
Siempre se ha dicho que los buenos acontecimientos no son noticia y como quiera que solo lo excepcional tiene interés informativo, es posible que dentro de poco, veamos como titulares de portada de los periódicos algo parecido a esto: "Ayer no se rebajó la nota crediticia de ningún país", "Hay un Ayuntamiento que afirma no estar en quiebra", "Esta semana no ha subido la prima de riesgo" o "Se rumorea que una empresa ha contratado a diez trabajadores fijos". Los informativos podrían hacer todo un reportaje con el hallazgo de un solo ciudadano que no estuviese desconcertado y asustado ante el futuro, siempre que demostrase estar en sus cabales.
Contra tanta desesperación he salido a la búsqueda de alguna buena noticia que llevarnos al alma y he encontrado, una humilde aportación a la galería de los nuevos tiempos. En Andalucía, desde hace varios meses, las bolsas de plástico que inundaban nuestras vidas y nuestras cocinas han sido sustituidas por otras de uso permanente. Este simple gesto va a ahorrar, a lo largo de nuestra vida, 18.000 bolsas que contaminaban nuestra civilización en contenedores, cunetas de carreteras y residuos con una permanencia de cuatro siglos.
Cuando la Junta de Andalucía anunció un impuesto de cinco céntimos por bolsa, las voces apocalípticas anunciaron que se "asfixiaría la economía", "se rebelaría la sociedad" y "se encarecería el comercio". Nada de esto ha sucedido. Espero en la cola del supermercado y todo el mundo lleva sus propias bolsas permanentes. Casi nadie compra nuevas bolsas. No he visto a nadie protestar. Por el contrario, la ciudadanía ha prestado su colaboración con una medida que ponía coto a ese despilfarro de recursos y a la contaminación medioambiental.
Este gesto, que supone una modesta organización en el traer y llevar de los productos, me hace pensar que la sociedad está madura para afrontar nuevos comportamientos éticos, nuevos modelos de consumo y nuevas fiscalidades, siempre que sean beneficiosas y razonables. El tema de los residuos es uno de los grandes problemas ambientales de nuestro tiempo. Somos una generación que, en el caso de no actuar rápidamente, dejaremos una costosa herencia a nuestros hijos en forma de suciedad, contaminación y agotamiento de recursos. Me estremece pensar que la lata de refresco que bebo sin darme cuenta mientras escribo, me sobrevivirá trescientos años. Nuestro legado no será, en su mayor parte, cultural ni técnico. Serán los residuos de nuestro consumo los que hablarán de nosotros cuando hayamos muerto.
Por eso en millones de casas se recicla, se esfuerzan por adoptar un comportamiento mínimamente responsable en materia medioambiental; aunque las instituciones hayan contribuido muy poco a ello; aunque sepamos que la fiscalidad pequeña no se acompaña de los impuestos a industrias depredadoras, a actividades contaminantes y a la destrucción medioambiental.
La balanza fiscal en España, en términos sociales, está más trucada que la chistera de un mago. Urge regenerar el modelo fiscal de nuestro país de forma que paguen todos, apoquinen más quienes obtengan más ganancias pero también para que paguen los que contaminan y usan nuestros recursos. Así, nuestra colaboración con la desaparición de las bolsas de plástico no será un gesto aislado dentro de un sistema depredador.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El Tea Party en la escuela

Llueven piedras contra la educación pública. Este es el artículo que puedes leer completo en El País Andalucía


Hace algunos años estaba de moda en el PP una leve contestación por la izquierda a las políticas de su partido. Algunas diputadas del PP se abstuvieron en la votación del matrimonio homosexual, el recurso contra la ley de aborto o la investigación con células madre. Estos pequeños gestos eran consentidos por la dirección del PP porque con ellos hacían un guiño al electorado de centro-izquierda.
Ahora -ya nos advirtió Hegel que los tiempos no siempre van hacia delante- lo que está de moda en las filas populares es ser recalcitrantemente de derechas. Ahora las señales no se hacen con el ojo izquierdo sino con el derecho, y más que un guiño es un tic continuado, un aviso a navegantes, una aguja de marear que señala nuevos continentes.
Aunque últimamente María Dolores de Cospedal está planteando una seria alternativa castiza y reaccionaria -reconozcamos que su imagen dolorosa con rigurosa mantilla fue realmente insuperable-, la viva representación del Tea party español es Esperanza Aguirre porque personifica una derecha que se ha librado de complejos de inferioridad y de tacto en los conflictos sociales. Ella ha tomado partido, sin contemplaciones, por los poderosos, por la enseñanza privada, por los sindicatos corporativos, por la exclusión social y el sálvese quien pueda. Construye su discurso sobre las piedras de los prejuicios, de los lugares comunes con el que los más acomodados justifican su estatus. Es una señora bien que comenta sin pelos en la lengua lo mal que está el servicio, lo desagradecidos que son los inferiores, lo inútiles que son los trabajadores y lo bien que se viviría con una mayor segregación social: los listos con los listos y los torpes con los torpes.
Esperanza no da puntada sin hilo, no habla gratis. Es la dirigente popular que hace realmente ideología con las palabras y con los hechos. Como los guionistas de los reality shows, hace aparecer en escena los conflictos, sugiere soluciones efectistas y alimenta las ideologías más reaccionarias respecto a los temas más delicados. Por eso, no se equivocó al sugerir que los profesores de la enseñanza pública son unos vagos que apenas trabajan y gozan de un sueldo fijo. No. Simplemente ha completado su trilogía educativa que comenzó con el titulo"autoridad en las aulas", continuó con "bachillerato para los más listos" y se cierra con este "desprestigia, que algo queda". Para ella los problemas de la enseñanza se derivan, precisamente, de la base fundacional del sistema educativo: la igualdad de oportunidades. Su ideal educativo es el de los años cincuenta, en los que solo una pequeña élite social, más unos cuantos esforzados estudiantes que surgían desde abajo, tenían acceso a la educación superior. Para el resto, sería suficiente con una escolarización masificada que enseñara el abc necesario para ocupar los puestos más bajos del mercado laboral.
Se esfuerzan, ingenuamente, los profesores en señalar que la educación no es un gasto, sino una inversión; que España figura todavía en el furgón de cola de gasto educativo de la Unión Europea; que la cualificación educativa determina el futuro laboral y la productividad de nuestro país. Ella ya lo sabe. También resulta inútil el esfuerzo por explicar el trabajo que los profesores realizan, la difícil tarea que prestan a la sociedad, la tensión de su dedicación y el escaso reconocimiento que reciben. Nada de eso importa a quien no ama la educación ni comparte la pasión por mejorar desde abajo la sociedad.
Antes, Esperanza andaba como un verso suelto pero ahora no camina sola sino acompañada por el afán retroinnovador de las comunidades del Partido Popular que se han aprestado a recortar el gasto educativo sin conmiseración. De todos los debates posibles, el que nos caracteriza más claramente, el que desvela nuestra forma de entender la vida, nuestra relación con los demás, es el debate educativo. Ahí nos jugamos el ser o no ser de nuestro modelo social y el Tea party lo sabe perfectamente.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Triste final

Con este artículo empiezo mi nueva temporada. Lo podéis ver completo en El País Andalucía


Nadie nos va a confesar nunca la verdad. Nadie nos contará los entresijos de esta decisión, las llamadas recibidas, la letra pequeña de esta decisión. Nunca sabremos si fue el Banco Central Europeo quien chantajeó al Gobierno con abandonar su deuda en el corral de los mercados o si fueron Angela Merkel o Sarkozy quienes llamaron al presidente de Gobierno para transmitirle algún ultimátum. En realidad, da lo mismo la identidad del mensajero. Lo importante es que, fuese quien fuese el emisario, tenía claro que sus deseos no iban a ser contrariados, ni siquiera explicados a la ciudadanía.
El presidente del Gobierno recurrió al aliado natural de estas políticas, al portavoz del Partido Popular, para reclamar un apoyo que obtuvo de forma inmediata, no en vano se suscribían por primera vez las tesis que la FAES y la gran derecha europea venía planteando desde tiempo inmemorial. Tampoco se sabrá nunca la razón por la que José Luis Rodríguez Zapatero, como un nuevo Fausto, ha vendido su alma al diablo a cambio de unas líneas elogiosas en los libros de historia que escribirán los vencedores, aunque las letras se escriban sobre la pira donde se incineran los últimos sueños de su propia organización política.
Las imágenes, en este caso, valen más que todas las palabras pronunciadas por los diferentes dirigentes socialistas en estos días. La entrada a las reuniones en las que discutieron, a posteriori, la reforma constitucional, era lo más parecido a una luctuosa despedida. Las caras de tristeza, los rostros cansados y el olor a derrota eran evidentes. Sólo los auténticos burócratas, quizá los que conocieron de antemano las decisiones y que consideran la política un juego infantil frente a los mercados, lucían impertérritos.
Realmente, tampoco sabremos por qué Rodríguez Zapatero, en calidad de secretario general del PSOE, no le comunicó su decisión al candidato de su partido hasta no tener cerrado el acuerdo con Mariano Rajoy. Alguien debería explicar cómo se ha llegado a este caudillismo de nuevo cuño, envuelto en la bandera española y en la vieja apelación de que los tiempos futuros le absolverán. Tampoco nos contarán las horas oscuras de ese día de negociación interna del PSOE; si es cierto que incluso estaba cerrado que en el texto constitucional apareciera la cifra exacta de la derrota política; si es verdad que muchas federaciones se debatían entre oponerse rotundamente a la reforma constitucional o negociar un pequeñísimo espacio para la política, dejando sin cifrar la reducción del déficit. Minúsculas esperanzas para salvar las últimas banderas.
Nadie nos contará nada, aunque sea nuestra Constitución y se trate del valor de nuestra democracia. Ya se sabe que para las decisiones económicas, las que de verdad determinan nuestras vidas, la ciudadanía es un estorbo, una rémora que dificulta el reino de los tecnócratas a sueldo y de los intereses de los sectores financieros.
Algunos intelectuales cínicos llaman "ganga utópica" a todos los artículos de los textos constitucionales que hacen referencia a temas sociales como el derecho a la vivienda o la bella declaración de que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". La primera vez que escuché tal expresión me pareció indignante. Ahora han convertido también en ganga utópica la declaración inicial de que la soberanía reside en el pueblo porque han escrito con tinta invisible que excepto cuando se trate de decisiones de carácter económico.
Triste final de una difícil legislatura y torpe exhibición de la falta de alternativas ante una derecha que empuja ya descaradamente hacia el fin del estado del bienestar. Al finalizar el debate, Mariano Rajoy hizo ese gesto tan particular, ese movimiento de mandíbula con el que celebra sus grandes triunfos. Incluso se ha relamido un poco el bigote, tan satisfecho como el gato que acaba de zamparse al ratón.