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jueves, 8 de septiembre de 2011

Triste final

Con este artículo empiezo mi nueva temporada. Lo podéis ver completo en El País Andalucía


Nadie nos va a confesar nunca la verdad. Nadie nos contará los entresijos de esta decisión, las llamadas recibidas, la letra pequeña de esta decisión. Nunca sabremos si fue el Banco Central Europeo quien chantajeó al Gobierno con abandonar su deuda en el corral de los mercados o si fueron Angela Merkel o Sarkozy quienes llamaron al presidente de Gobierno para transmitirle algún ultimátum. En realidad, da lo mismo la identidad del mensajero. Lo importante es que, fuese quien fuese el emisario, tenía claro que sus deseos no iban a ser contrariados, ni siquiera explicados a la ciudadanía.
El presidente del Gobierno recurrió al aliado natural de estas políticas, al portavoz del Partido Popular, para reclamar un apoyo que obtuvo de forma inmediata, no en vano se suscribían por primera vez las tesis que la FAES y la gran derecha europea venía planteando desde tiempo inmemorial. Tampoco se sabrá nunca la razón por la que José Luis Rodríguez Zapatero, como un nuevo Fausto, ha vendido su alma al diablo a cambio de unas líneas elogiosas en los libros de historia que escribirán los vencedores, aunque las letras se escriban sobre la pira donde se incineran los últimos sueños de su propia organización política.
Las imágenes, en este caso, valen más que todas las palabras pronunciadas por los diferentes dirigentes socialistas en estos días. La entrada a las reuniones en las que discutieron, a posteriori, la reforma constitucional, era lo más parecido a una luctuosa despedida. Las caras de tristeza, los rostros cansados y el olor a derrota eran evidentes. Sólo los auténticos burócratas, quizá los que conocieron de antemano las decisiones y que consideran la política un juego infantil frente a los mercados, lucían impertérritos.
Realmente, tampoco sabremos por qué Rodríguez Zapatero, en calidad de secretario general del PSOE, no le comunicó su decisión al candidato de su partido hasta no tener cerrado el acuerdo con Mariano Rajoy. Alguien debería explicar cómo se ha llegado a este caudillismo de nuevo cuño, envuelto en la bandera española y en la vieja apelación de que los tiempos futuros le absolverán. Tampoco nos contarán las horas oscuras de ese día de negociación interna del PSOE; si es cierto que incluso estaba cerrado que en el texto constitucional apareciera la cifra exacta de la derrota política; si es verdad que muchas federaciones se debatían entre oponerse rotundamente a la reforma constitucional o negociar un pequeñísimo espacio para la política, dejando sin cifrar la reducción del déficit. Minúsculas esperanzas para salvar las últimas banderas.
Nadie nos contará nada, aunque sea nuestra Constitución y se trate del valor de nuestra democracia. Ya se sabe que para las decisiones económicas, las que de verdad determinan nuestras vidas, la ciudadanía es un estorbo, una rémora que dificulta el reino de los tecnócratas a sueldo y de los intereses de los sectores financieros.
Algunos intelectuales cínicos llaman "ganga utópica" a todos los artículos de los textos constitucionales que hacen referencia a temas sociales como el derecho a la vivienda o la bella declaración de que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". La primera vez que escuché tal expresión me pareció indignante. Ahora han convertido también en ganga utópica la declaración inicial de que la soberanía reside en el pueblo porque han escrito con tinta invisible que excepto cuando se trate de decisiones de carácter económico.
Triste final de una difícil legislatura y torpe exhibición de la falta de alternativas ante una derecha que empuja ya descaradamente hacia el fin del estado del bienestar. Al finalizar el debate, Mariano Rajoy hizo ese gesto tan particular, ese movimiento de mandíbula con el que celebra sus grandes triunfos. Incluso se ha relamido un poco el bigote, tan satisfecho como el gato que acaba de zamparse al ratón.

domingo, 29 de mayo de 2011

Cambio de piel

Artículo de esta semana para El País Andalucía: 

Zavalita, el protagonista de Conversación en la Catedral, tras mirar sin amor las calles de su ciudad, se preguntaba en qué momento se jodió el Perú. Después de las elecciones del domingo, en vez de contemplar los restos del naufragio, quizá fuera conveniente interrogarse sobre las causas.-
Los partidos de la denominada izquierda han renunciado al papel pedagógico y social que tuvieron en su origen y se han convertido en simples instrumentos electorales que administran una tradición, una ideología, contradictoria muchas veces con su práctica política. Por esa razón, en plena derrota, en vez de analizar las razones, se preocupan por los resultados
Después de los mercados, no hay nada que haya hecho tanto daño a las ideas de la izquierda como la apelación a un mal análisis sociológico que consiste, básicamente, en tomar nota de los cambios sociales para lamentarse amargamente o adaptarse a ellos. Así, constatan que la sociedad se ha derechizado o se ha rendido al populismo más reaccionario, como si no hubiera tomado parte en ello. IU no se interroga sobre las razones de su incapacidad para recoger el descontento de la izquierda social, se limita a hacer un recuento de pérdidas y ganancias en las que Córdoba es la dolorosa espina. El PSOE dice que acepta el castigo que la sociedad le ha propinado en las urnas pero descarta una revisión ideológica o una mirada a la izquierda social. El pragmatismo de los viejos tiempos no les deja ver la nueva realidad.
La sociedad no es un cuerpo enterizo sino plural y diverso. No es un objeto inanimado para la acción política. El problema es que la izquierda social -haya votado en las elecciones o no-, está cada vez más alejada de la izquierda oficial, en sus dos versiones electorales. Sus partidos están inmersos en una intensa crisis de representatividad, hasta tal extremo de que si consultaran, de forma no plebiscitaria, a su propia militancia política, comprobarían el abismo de incomprensión y de incomodidad que les separa.
Mientras que la derecha se encuentra a gusto con su representación, la izquierda está demandando un urgente cambio de piel. Un cambio que afecta tanto a los contenidos de la política como a la forma de realizarla. Esta izquierda social tiene una alta capacidad de análisis, de crítica y de porosidad. No van a reaccionar ante el peligro de la derecha, sino ante la ilusión de nuevos proyectos y nuevos valores con la condición de que puedan participar en ellos. Los jóvenes que resisten heroicamente en las plazas de nuestras ciudades están apuntando la luna del futuro: reforma de la política y compromiso social.
Porque quizá "el Perú" no se jodió con la crisis económica, quizá todo se estropeó mucho antes, cuando se asumió el crecimiento especulativo de nuestras ciudades, el desarrollismo sin límites, el individualismo como organizador social. Cuando no éramos todavía conscientes del papel de "los mercados" pero habíamos mercantilizado toda nuestra estructura social. Quizá "el Perú" de Andalucía se fue al garete cuando se acallaron las conciencias críticas y se premió el conformismo social.
Por primera vez desde la transición, no están en juego las próximas elecciones, sino los próximos 20 años de nuestra vida. En vez de querer parar las olas desde la orilla, la izquierda debería tener la ambición de generar las olas del futuro. Y no lo puede hacer sola, reunida en sus sedes partidarias, lamiéndose las heridas o haciendo quiméricas cuentas de sumas electorales.
Si se empeñan en hacer lo mismo, obtendrán los mismos resultados. Si no empiezan a pensar de forma ambiciosa; si consumen los días en debates estériles sobre candidatos o persisten en completar la agenda de reformas que los mercados han impuesto, el porvenir será todavía más incierto. Por el contrario, es el momento de sacudirse el miedo y el inmovilismo. Sólo los cambios sinceros, mirando con los nuevos ojos de la sociedad, servirán de pasaporte hacia el futuro

martes, 3 de noviembre de 2009

Pecados originales


Publicado en El País:
Hablar en estos tiempos de política es visitar una ciudad desolada, llena de cascotes y de materiales de derribo. Aquí y allá se aprecian destellos de edificios todavía hermosos, pero todas las construcciones aparecen bañadas de un polvo grisáceo que difumina los contornos y apaga los colores de la esperanza.
De vez en cuando se arrojan palabras como piedras, recogidas del suelo, sin importar la procedencia, el objetivo y el destino. Una sucesión de malos actores asaltan las pantallas escenificando escándalo, indignación, rara vez esperanza. Ya ni siquiera necesitan preguntas ni periodistas. Estamos en la era del monólogo perfecto, del verdadero Gran Hermano, que es la comunicación directa, unidireccional con la masa anónima. Mientras el público – que hace tiempo perdió su inocencia- bosteza, frunce el ceño y se aleja de la escena.
Ni siquiera el tema estrella de la crisis económica consigue arrancar un destello de interés por la acción política. Los expertos, los gobiernos, los poderes económicos, han situado de una forma tan remota y anónima el origen de la crisis que no queda más que un regusto de desesperanza o la confirmación de que la avaricia universal (deslocalizada, inconcreta y extranjera) es la responsable de todos nuestros males. No hay nada que hacer –nos dicen- , sino esperar que la racionalización de su avaricia nos saque de la crisis actual.
La atmósfera se torna aún más inquietante cuando en medio de las estrecheces diarias de la gente, del paro, del temor por el futuro, aparece en escena un verdadero desfile de delincuentes atildados que han convertido algunas instituciones en sociedades anónimas dedicadas a la extorsión y al cobro de comisiones.
Hay un desprestigio de la política que viene de antiguo, del horror a las ideas, a la democracia y a la diversidad. La dictadura ensalzaba su origen no político y no ideológico. Pero la democracia ha gestado su propia crítica a la política, cargada de razón y de realidad: la constatación de que la política y sus actores se detienen ante la puerta de los poderosos y que culturalmente imitan su forma de vida y comportamientos.
Aunque este desprestigio alcance por igual a todas las formaciones políticas, los cascotes de este derribo caen sobre el espacio de la izquierda y comprometen su futuro. No nos engañemos, la derecha es por definición apolítica y tecnocrática. Su discurso es la ideología de la no-ideología, la pura gestión y la privatización de las ganancias.
Los orígenes de nuestra democracia, con sus debates cerrados y clausurados, no terminaron de definir el nuevo territorio de la política. La responsabilidad de la izquierda es evidente porque tras una primera explosión cultural e ideológica, optó por el pragmatismo más feroz sin abordar siquiera debates elementales sobre economía, fiscalidad, responsabilidad social y poder de la ciudadanía. No es extraño, pues, que se haya diluido el capital simbólico que representaba.
Frente a ello, trescientos artistas e intelectuales han publicado un manifiesto en el que reivindican nuevas políticas y nuevos valores frente a la crisis. Merece la pena pensar en ello e incluso más allá, refundar el papel de la política y de los políticos. Aunque solo sea porque los frutos de la desesperanza suelen ser tremendamente amargos.

viernes, 12 de junio de 2009

En voz baja


Hoy publico este artículo en El Correo de Andalucía:

No me ha gustado en absoluto el resultado de las elecciones europeas, ni en la Unión ni a escala estatal. Hago esta afirmación para sacudirme cualquier apariencia de imparcialidad desde el que se suelen escribir los artículos de opinión, no en balde se les llama tribunas y columnas, como si el que lo escribe estuviera situado en una privilegiada atalaya. No me gusta que el público –y lo digo con toda intención puesto que se ha pasado del concepto de pueblo soberano al de espectadores de una lamentable representación teatral- haya optado por acrecentar la representación de una derecha cada vez más histriónica y que tienen como santo y seña de la salida a la crisis la reducción de las rentas del trabajo, la criminalización de la inmigración o el recorte del espacio público.

No me esperaba esta caída al vacío de la socialdemocracia europea. Aunque no voy a derramar ninguna lágrima por los herederos de Tony Blair, los que destrozaron con sus ideas de la tercera vía cualquier intento de cambio de modelo económico europeo o se sentaron con Bush a fumarse el puro de la guerra de Irak rememorando los viejos sueños imperiales. También -siempre a posteriori- era previsible el decaimiento, ante los problemas acuciantes del pueblo, de esa izquierda pija, ajena a los problemas sociales, que se desentiende de los conflictos económicos, que es tibia a la hora de enunciar y defender sus valores y que ha renunciado a tener un discurso sobre el modelo de desarrollo porque lo suyo es, exclusivamente, distribuir una pequeña parte de los beneficios en épocas de bonanza económica.. Me parece, sin embargo, un ejercicio de tontura política protestar contra la falta de autenticidad de estos cachalotes inofensivos, alimentando a los tiburones de la derecha más reaccionaria.

He comprobado la falta de conexión social de un discurso postcomunista, re-comunista o pre-comunista, incapaz de analizar la complejidad de la explotación que se produce en la actualidad y de renovar su práctica política con nuevas ideas procedentes de los foros sociales, el ecologismo político o el feminismo comprometido, anclados todavía en el viejo símbolo del obrero, masculino e industrial, de los años veinte del siglo pasado y que tampoco acaba de entender el valor central, primordial, de la libertad y de la profundización democrática.

He sentido una única punzada de esperanza con la extensión del voto verde, con todas sus contradicciones, porque al menos unos cuantos millones de europeos han decidido, en medio de la peor crisis económica, que la salida no es reducir los costes laborales o aumentar el consumo sino cambiar el modelo de desarrollo desde las iniciales fases de la producción, apostar por otro modelo energético y otras formas de vida.

Los resultados electorales suponen una enorme interrogación sobre el futuro de ese espacio político y social que tradicionalmente se ha llamado izquierda: su utilidad, sus valores, su proyecto y su autenticidad están hoy en una crisis tan profunda como la del propio capitalismo al que quieren dar respuesta. Nadie lo reconoce. Hasta el momento los análisis electorales sustituyen a los análisis políticos, el electoralismo a la creación de ideas y de respuestas. Pero solo una revisión teórica profunda y una práctica social cercana a los ciudadanos podrá empezar a dar sus frutos. Mientras tanto la derecha anima a sus grupos think tank a tomar la iniciativa, con la inconmensurable ayuda de aquellos que hace mucho tiempo renunciaron a la idea de cambiar la injusticia en el mundo.