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domingo, 5 de mayo de 2013

LA CUCHIPANDA Y ANDALUCÍA


 inabortable por definición.
  Cospedal llega a las ruedas de prensa como si entre bambalinas se hubiera hartado de llorar (demasiado colirio, querida). Soraya piensa que es demasiado joven para morir en este naufragio y juega a ser la Monti española, toda tecnocracia. Guindos y Montoro se hacen trampas en el solitario de la economía española con cara de tramposos jugadores de póker. Wert anda enredado en su afán de acabar de una vez por todas con la cultura y desmontar la educación pública. El inefable Gallardón acelera su proyecto de construir el último robot de “mujer, mujer”, toda maternidad y dulzura,

   Seis millones doscientos dos mil personas paradas y el Gobierno guarda un vergonzoso silencio. El jefe del Ejecutivo hace tiempo que desapareció. Comenzó, como todos los que ascendieron a los cielos, por pronunciar tautologías. “Sabemos lo que tenemos que hacer y lo haremos”; “al pan, pan y al vino, vino”, fueron sus proclamas iniciales, hasta que confesó que la realidad lo desbordaba y que era “very difficult todo esto”. A partir de ahí, apenas se sabe de él. Su propia existencia, como la de Dios, está puesta en entredicho: ya solo se aparece en un plasma con fondo azul celestial, como el sumo hacedor en las películas de Hollywood.

   Abandonados a sus designios, los dirigentes populares se refugian en sus más ancestrales costumbres: denigrar a la izquierda, convertirse en víctimas de las movilizaciones populares y pronunciar frases propias de la calle Serrano o del Club de Campo pero que atruenan en los oídos de la sociedad. Como una cuchipanda de buena familia ironizan con las desgracias sociales, proclaman que los dramas no son tales y compiten por hacer las declaraciones más estúpidas entre risitas de complacencia. Gracias a ellas nos enteramos de que los electores del PP “se quitarían el pan de la boca con tal de pagar la hipoteca de su casa”; que los jóvenes emigrantes son, en realidad, un beneficioso efecto de “la movilidad exterior”; o que la expropiación de viviendas a los bancos aprobada por la Junta “es demagógica y populista”. La última, es realmente, siniestra. “El bipartito convierte Andalucía en Etiopía” escribe un diputado almeriense del PP, famoso él por despotricar contra actores, jueces y manifestantes.

   A este lado del reino, el PP no levanta cabeza. Arenas corre tras su destino esquivo y no consigue situarse como portavoz siquiera adjunto del PP, perseguido por la saña de Cospedal y por su amistad con Bárcenas, mientras Zoido huye del suyo. Jamás se había escuchado a un líder andaluz proclamar que en ningún caso, palabrita de honor, querría ser candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía y que hará falta un terremoto político para arrancarlo de su Ayuntamiento.

   La desesperanza cunde en el PP andaluz. Su problema es que las viejas consignas de la derecha ya no funcionan. Hace algunos años juntaban las palabras “comunista”, “expropiación” y “uso social de la riqueza” y conseguían poner los pelos de punta a todo aquel que tenía unos cuantos euros o propiedades, pero la crisis ha cobrado tal magnitud que las acusaciones de izquierdismo son casi un halago más que un insulto. El problema del PP es que ya no funciona aquello de que “si gobiernan los comunistas te van a quitar tu casa” porque ahora los que te quitan tus propiedades, tu empleo y tus ahorros no son las hordas de la hoz y el martillo, sino la banca, los clubes selectos de los trajes caros y los bolsos mileuristas.

   El papel de Andalucía en la política española puede ser decisivo. Su efecto contagio, refrescante. Otras comunidades ya anuncian medidas similares: la expropiación de viviendas, o los planes contra la pobreza son demostraciones de que los gobiernos pueden actuar frente a los mercados. Ahora es el momento de abrir en Andalucía la agenda del empleo, la protección y los derechos sociales porque la sociedad está deseosa de encontrar un hilo de esperanza entre tanto desastre e irresponsabilidad. Aunque Cospedal llore sin necesidad de colirio.
@conchacaballer

domingo, 11 de septiembre de 2011

El Tea Party en la escuela

Llueven piedras contra la educación pública. Este es el artículo que puedes leer completo en El País Andalucía


Hace algunos años estaba de moda en el PP una leve contestación por la izquierda a las políticas de su partido. Algunas diputadas del PP se abstuvieron en la votación del matrimonio homosexual, el recurso contra la ley de aborto o la investigación con células madre. Estos pequeños gestos eran consentidos por la dirección del PP porque con ellos hacían un guiño al electorado de centro-izquierda.
Ahora -ya nos advirtió Hegel que los tiempos no siempre van hacia delante- lo que está de moda en las filas populares es ser recalcitrantemente de derechas. Ahora las señales no se hacen con el ojo izquierdo sino con el derecho, y más que un guiño es un tic continuado, un aviso a navegantes, una aguja de marear que señala nuevos continentes.
Aunque últimamente María Dolores de Cospedal está planteando una seria alternativa castiza y reaccionaria -reconozcamos que su imagen dolorosa con rigurosa mantilla fue realmente insuperable-, la viva representación del Tea party español es Esperanza Aguirre porque personifica una derecha que se ha librado de complejos de inferioridad y de tacto en los conflictos sociales. Ella ha tomado partido, sin contemplaciones, por los poderosos, por la enseñanza privada, por los sindicatos corporativos, por la exclusión social y el sálvese quien pueda. Construye su discurso sobre las piedras de los prejuicios, de los lugares comunes con el que los más acomodados justifican su estatus. Es una señora bien que comenta sin pelos en la lengua lo mal que está el servicio, lo desagradecidos que son los inferiores, lo inútiles que son los trabajadores y lo bien que se viviría con una mayor segregación social: los listos con los listos y los torpes con los torpes.
Esperanza no da puntada sin hilo, no habla gratis. Es la dirigente popular que hace realmente ideología con las palabras y con los hechos. Como los guionistas de los reality shows, hace aparecer en escena los conflictos, sugiere soluciones efectistas y alimenta las ideologías más reaccionarias respecto a los temas más delicados. Por eso, no se equivocó al sugerir que los profesores de la enseñanza pública son unos vagos que apenas trabajan y gozan de un sueldo fijo. No. Simplemente ha completado su trilogía educativa que comenzó con el titulo"autoridad en las aulas", continuó con "bachillerato para los más listos" y se cierra con este "desprestigia, que algo queda". Para ella los problemas de la enseñanza se derivan, precisamente, de la base fundacional del sistema educativo: la igualdad de oportunidades. Su ideal educativo es el de los años cincuenta, en los que solo una pequeña élite social, más unos cuantos esforzados estudiantes que surgían desde abajo, tenían acceso a la educación superior. Para el resto, sería suficiente con una escolarización masificada que enseñara el abc necesario para ocupar los puestos más bajos del mercado laboral.
Se esfuerzan, ingenuamente, los profesores en señalar que la educación no es un gasto, sino una inversión; que España figura todavía en el furgón de cola de gasto educativo de la Unión Europea; que la cualificación educativa determina el futuro laboral y la productividad de nuestro país. Ella ya lo sabe. También resulta inútil el esfuerzo por explicar el trabajo que los profesores realizan, la difícil tarea que prestan a la sociedad, la tensión de su dedicación y el escaso reconocimiento que reciben. Nada de eso importa a quien no ama la educación ni comparte la pasión por mejorar desde abajo la sociedad.
Antes, Esperanza andaba como un verso suelto pero ahora no camina sola sino acompañada por el afán retroinnovador de las comunidades del Partido Popular que se han aprestado a recortar el gasto educativo sin conmiseración. De todos los debates posibles, el que nos caracteriza más claramente, el que desvela nuestra forma de entender la vida, nuestra relación con los demás, es el debate educativo. Ahí nos jugamos el ser o no ser de nuestro modelo social y el Tea party lo sabe perfectamente.