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martes, 10 de junio de 2014

UN PAÍS DE CABREADOS



Publicado en El País Andalucía 

   Últimamente tengo la impresión de que en vez de vivir en un país, he tomado un taxi en hora punta con un taxista cabreado de los que insultan a trocho y mocho y solucionarían los problemas “en cinco minutos”, endureciendo leyes, tomando medidas drásticas y cortando pescuezos si es necesario.
Primero fue una justa indignación ante la crisis pero, ante la falta de salidas, una gran parte del país se deslizó por la pendiente de la desesperación y han encontrado una isla apocalíptica donde reina la exasperación, que es una especie de picor que te produce cierto placer al rascar violentamente y donde las expresiones de rabia y de irritación sustituyen todo análisis sosegado y tranquilo. Sus análisis se resuelven en tres palabras: “Son unos sinvergüenzas”. Su conclusión: no creer en nada. Su humor, negro sin asomo de ingenio.
No son los más necesitados los que están encolerizados y rabiosos. Los de abajo, los que realmente viven al borde de la necesidad, no pueden permitirse el lujo de pisar el territorio de la desesperación. Ni siquiera juguetear con él, porque necesitan conservar una brizna de esperanza para afrontar su supervivencia cada día. Normalmente, los más cabreados, son personas que han bajado algún peldaño en la escala social pero que todavía sobreviven con cierta holgura.

   Los motivos de su irritación, tomados de uno en uno, son en su mayoría justos, pero cuando hacen un ramillete con todos ellos los convierten en una bomba de destrucción masiva de esperanza. No hay rincón alguno que no impregnen de sospecha. Han llegado a la conclusión de que todo lo que llega de la esfera pública es malo y abominable. Como consideran que han sido engañados en la letra pequeña del contrato social han tomado como norma la desconfianza absoluta incluso hacia los comportamientos más honestos y generosos.

   Hay un tótem que une a todos y que a todos alimenta: el odio a la política y a los políticos. De los sindicalistas, ni hablamos, porque en su imaginario son todavía peores que el peor de los imputados. Cualquier insulto es insuficiente; cualquier mal chiste, gracioso; cualquier infundio, una verdad incuestionable. Y no es que la política no haya dado motivos para la indignación o que no necesite con urgencia una reforma profunda, pero no deja de ser muy sintomático que los dueños de las grandes finanzas, los verdaderos responsables de la crisis, no susciten ni una décima parte de hostilidad de la que se emplea en un político de provincias. Perdónenme la suspicacia, pero tengo la impresión de que han embridado la indignación popular y la han dirigido al punto donde son menos vulnerables: los ideales.

   La derecha española, valga la redundancia, nunca ha tenido problemas con la crítica a la política porque son profundamente antipolíticos. Ellos niegan el papel social de la política, su capacidad para cambiar las cosas. La reducen a una simple gestión técnica, aunque la orientación de estos técnicos sea siempre la misma: beneficiar a los de arriba. La antipolítica y el antisindicalismo pueden ser, sin embargo, un bumerán para la izquierda porque conduce directamente a la abstención y al populismo.

   Estas serán las primeras elecciones de un país cabreado y veremos su fruto en las urnas. Es posible que los cabreados de la derecha visiten, a pesar de todo, el colegio electoral y depositarán su voto. Los demás quizás comenten en el bar, con una cierta superioridad, que ellos no piensan votar, que todos son iguales, que no sirve para nada. Y cuando se levanten, al día siguiente, el Gobierno les dará las gracias desde el televisor de plasma.

martes, 18 de junio de 2013

INDIGNACIÓN TELEDIRIGIDA

También lo puedes leer en El País Andalucía 

   La indignación está tan promocionada que empieza a resultarme sospechosa. Y no me refiero a la que se expresa con las mareas reivindicativas, a las personas que expresan alternativas concretas bajo el esperanzador lema de “Sí, se puede”. Me refiero a esa indignación de salón, urbi et orbe que lanza dardos a diestro y siniestro, cultiva la desconfianza y destroza cualquier brizna de esperanza.
En un clima de corrupción económica y política realmente calamitoso, las noticias con más audiencia no son los capitales acumulados, ni la supresión de derechos. Son las menudencias escandalosas las que obtienen un éxito espectacular de audiencia. Cuanto más miserable y ruin es el hecho que se denuncia, más atrae nuestra atención: el precio de unos cubalibres, el gasto de un teléfono, el uso de un coche oficial o un correo privado del empalmado consorte.

   Tengo la sensación de que quieren dirigir mi indignación como se amaestra un caballo desbocado, colocando anteojeras que cierren su campo de visión y obligando a dar vueltas sobre un imaginario círculo.
Que sí. Que qué quieren que les diga. Que me parecen muy mal los cubatas del Congreso a tres euros. Que las fuerzas políticas han quedado como cagancho subiéndose a escondidas unas dietas por asistencia. Que ya he visto tropecientas mil veces el mismo reportaje sobre el aeropuerto de Castellón… Que es más que evidente que a la política en nuestro país le hace falta un terremoto de transparencia, de honradez y de sobriedad. Pero no van a convencerme de que los sueldos de los políticos y el gasto público hayan sido los responsables de la actual crisis, sencillamente porque no es verdad.

   Mi correo se inunda de datos falsos sobre el número de políticos en nuestro país. La campaña antipolítica no tiene fronteras, abarca desde la extrema derecha a la extrema izquierda con similares argumentos. No me cuentan, por ejemplo, que frente a 10.000 políticos que cobran salario público existen 13.000 profesores de religión pagados a nuestra costa. Tampoco me dicen que 30.000 profesores interinos han sido despedidos pero ni uno solo de religión aunque sus aulas están cada vez más despobladas ¿Es esto demagogia? Sin duda, pero es solo un ejemplo para jugar en la misma liga argumental. Tampoco me informan dónde han ido a parar los 40.000 millones que hemos dado a la banca arrancados directamente de nuestros recortes sociales. Claro. Como no se lo han gastado en cubatas a tres euros pues no tienen el mismo interés periodístico. Y es que en el mundo de la propaganda “menos es más”. Para que una noticia “venda” es preciso que sea familiar, reconocible y personalizada. Las grandes cifras, los grandes mangantes, carecen de historia, de rostro, de esa cotidianidad menuda con la que se alimenta nuestra domesticada indignación.

   El verdadero poder es anónimo y oculto. Realmente no estamos indignados contra él porque no podemos ver sus rostros. Nos han vendido un relato mucho más maniqueo y entretenido. Viendo el riesgo de incendio de la calle, han decidido echar a los leones a los representantes políticos. Muchos lo merecen, no digo que no, pero deben ir acompañados de sus promotores. Si la democracia se chamusca un poco, no les preocupa. Nunca les ha importado.

   Por eso la indignación contra el poder político es hoy un valor seguro. Hay quien se indigna incluso contra las causas justas y despotrican con ardor contra el minúsculo gasto en las escuelas de los programas de igualdad de género, los libros de texto gratuitos o contra la cooperación internacional. Da lo mismo.
No faltan motivos justos para la indignación pero, con excepción de los jóvenes que se han dado de bruces con la crisis, me sorprende la intensidad de este sentimiento. Muchos han pasado del conformismo más sumiso a la indignación más virulenta con la rapidez del rayo. No creo que sin un proceso reflexivo, de propuesta y de alternativa pueda construirse nada a lomos de este caballo. Porque con la misma fuerza que surge, se esfumará ante el primer brote verde del mismo podrido árbol.

@conchacaballer