Publicado en El País Andalucía
No es una ley. Es una declaración de guerra. Lo ha explicado
Gallardón con su acento nasal y pijo. “Creía la izquierda que tenía la
superioridad moral y que la derecha española no se atrevería a modificar
ciertas leyes”, pero este Gobierno está decidido a derribar todo el
edificio institucional basado, según él, en un equivocado concepto de la
libertad y la igualdad.
Precisamente por eso, nos explica Gallardón, la contrarreforma del aborto ha producido en la izquierda tanta “irritación y tan grave quebranto”. El Gobierno de Rajoy se ha sacudido los complejos de la derecha y el ministro advierte a su propio partido que esta batalla ideológica figuraba en su programa electoral. O dicho de otra manera, que ser miembro del Partido Popular supone asumir un ideario ultracatólico, hostil a la libertad de las mujeres y beligerante en materia moral. Esa es la verdadera marca España que este Gobierno intentará trasladar a Europa, donde los ciudadanos sufren una derecha paniaguada que no se atreve a tocar los cimientos de viejas libertades progresistas.
España va a convertirse en el referente de la nueva derecha europea. Rajoy emprenderá una gira por los países de nuestro entorno para explicar cómo ha conseguido convertir las creencias religiosas en leyes, los prejuicios en normas y los pecados en sanciones penales.
Mientras en Europa este ideario solo se atreve a enarbolarlo la ultraderecha nacionalista, en España la verdadera ultraderecha política se sienta en el Consejo de Ministros de la única forma que podría hacerlo: disfrazada de gobierno tecnocrático. Durante años nos han intentado convencer de que era un acierto el hecho de que el Partido Popular hubiese absorbido la representación de la derecha más ultramontana. Esto nos libraba de que surgiera un partido de ultraderecha en nuestro país. Sin embargo, el coste de esta operación va a ser ruinoso para el sistema político español porque sus postulados culturales, educativos y morales empiezan a impregnarlo todo.
A diferencia de la derecha europea, que no se atrevería a tocar leyes que afecten a la libertad de conciencia o las relaciones personales, en nuestro país el Gobierno se ha embarcado en la aventura equinoccial de poner las leyes al servicio de sus creencias y supersticiones.
No nos engañemos tampoco sobre la autoría de esta ley. Con Gallardón o sin él, con Wert o en su ausencia, estos son los proyectos de este Gobierno, esta es la herencia que Rajoy quiere legar a la posteridad de su mandato. Han medido los tiempos y analizado el grado exacto de desmovilización social. Han confundido la escasez de manifestantes con la capacidad de respuesta. Han valorado la división de la izquierda, el descrédito de las organizaciones sindicales y han resuelto que este era el momento. Incluso las fechas navideñas han sido elegidas para dar su toque familiar y natalista.
No es una ley, no. Es una vendetta frente a las derrotas que la sociedad civil española les ha infligido en los últimos 30 años; una venganza por la incomprensión social que han sufrido cuando recorrían las calles con la sola compañía del revuelo de sotanas y hábitos eclesiales contra leyes que reflejaban profundos cambios sociales en la familia, en el matrimonio, en la libertad de las mujeres, en las relaciones personales. Son muchas derrotas sociales las que pretenden lavar con este texto.
Por eso, esta ley no tiene arreglo entre las cuatro paredes del Congreso de los Diputados. No se soluciona con una redacción más tibia o con la inclusión de otro supuesto legal como pretenderán muchas voces del PP escandalizadas por la virulencia del proyecto. Esta ley se cambiará en la calle y en las urnas, porque quizá sin saberlo el Gobierno ha escrito con ella su Waterloo.
@conchacaballer
Precisamente por eso, nos explica Gallardón, la contrarreforma del aborto ha producido en la izquierda tanta “irritación y tan grave quebranto”. El Gobierno de Rajoy se ha sacudido los complejos de la derecha y el ministro advierte a su propio partido que esta batalla ideológica figuraba en su programa electoral. O dicho de otra manera, que ser miembro del Partido Popular supone asumir un ideario ultracatólico, hostil a la libertad de las mujeres y beligerante en materia moral. Esa es la verdadera marca España que este Gobierno intentará trasladar a Europa, donde los ciudadanos sufren una derecha paniaguada que no se atreve a tocar los cimientos de viejas libertades progresistas.
España va a convertirse en el referente de la nueva derecha europea. Rajoy emprenderá una gira por los países de nuestro entorno para explicar cómo ha conseguido convertir las creencias religiosas en leyes, los prejuicios en normas y los pecados en sanciones penales.
Mientras en Europa este ideario solo se atreve a enarbolarlo la ultraderecha nacionalista, en España la verdadera ultraderecha política se sienta en el Consejo de Ministros de la única forma que podría hacerlo: disfrazada de gobierno tecnocrático. Durante años nos han intentado convencer de que era un acierto el hecho de que el Partido Popular hubiese absorbido la representación de la derecha más ultramontana. Esto nos libraba de que surgiera un partido de ultraderecha en nuestro país. Sin embargo, el coste de esta operación va a ser ruinoso para el sistema político español porque sus postulados culturales, educativos y morales empiezan a impregnarlo todo.
A diferencia de la derecha europea, que no se atrevería a tocar leyes que afecten a la libertad de conciencia o las relaciones personales, en nuestro país el Gobierno se ha embarcado en la aventura equinoccial de poner las leyes al servicio de sus creencias y supersticiones.
No nos engañemos tampoco sobre la autoría de esta ley. Con Gallardón o sin él, con Wert o en su ausencia, estos son los proyectos de este Gobierno, esta es la herencia que Rajoy quiere legar a la posteridad de su mandato. Han medido los tiempos y analizado el grado exacto de desmovilización social. Han confundido la escasez de manifestantes con la capacidad de respuesta. Han valorado la división de la izquierda, el descrédito de las organizaciones sindicales y han resuelto que este era el momento. Incluso las fechas navideñas han sido elegidas para dar su toque familiar y natalista.
No es una ley, no. Es una vendetta frente a las derrotas que la sociedad civil española les ha infligido en los últimos 30 años; una venganza por la incomprensión social que han sufrido cuando recorrían las calles con la sola compañía del revuelo de sotanas y hábitos eclesiales contra leyes que reflejaban profundos cambios sociales en la familia, en el matrimonio, en la libertad de las mujeres, en las relaciones personales. Son muchas derrotas sociales las que pretenden lavar con este texto.
Por eso, esta ley no tiene arreglo entre las cuatro paredes del Congreso de los Diputados. No se soluciona con una redacción más tibia o con la inclusión de otro supuesto legal como pretenderán muchas voces del PP escandalizadas por la virulencia del proyecto. Esta ley se cambiará en la calle y en las urnas, porque quizá sin saberlo el Gobierno ha escrito con ella su Waterloo.
@conchacaballer
No hay comentarios:
Publicar un comentario