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jueves, 26 de marzo de 2009

Salir de la soledad



Sevilla huele a azahar. Por todos los rincones te asalta ese perfume entre dulce y ácido, como íntimo, que aquí nos retorna a la infancia cada año. Mi amiga y yo estamos enfrascadas en una conversación particular, que nos evade del ruido ambiental, de la música excesivamente alta, de las voces de los demás que charlan animadamente de política. Es curioso, como la comunicación es capaz incluso de modificar el espacio y el tiempo. Cuando de verdad una conversación interesa se amortiguan los ruidos de alrededor, se acorta el tiempo, se produce una burbuja que hace que no escuchemos siquiera las voces de los que tenemos al lado.
Hablábamos de la soledad. Mantiene mi amiga, que ese afán de sentirnos únicos, especiales, irremplazables, es solo un efecto de la soledad. Que esa presentación obsesiva del yo que preside todo el entramado social no es más que una demostración multitudinaria de soledades. Cree, mi amiga, que la idea de sentirnos únicos, tan trabajada en la nueva identidad, no es sino la cara oculta de la moneda de sentirnos solos. Conversábamos sobre esta idea y le añadíamos, como a un lienzo recién empezado a pintar, nuevos detalles: nos consideramos seres que han surgido de su propia energía, que no deben nada a nadie solo a su esfuerzo, a su inteligencia o a la astucia social.
Propone, por el contrario, mi amiga combatir esta soledad con el reconocimiento de todas aquellas personas que han influido positivamente en nuestra vida: ese profesor que nos hizo amar la literatura, esa mujer que nos abrió caminos nuevos, ese hombre que nos enseñó a amar…No se trata de reconocimientos remotos, históricos. No hablábamos de reconocer el valor de Shakespeare, ni de las sufragistas, ni de los mitos heroicos de la lucha por la libertad, sino del reconocimiento sencillo, inmediato de la gente que ha pasado por nuestra vida y a la que debemos, en buena parte, aquello que somos o, por lo menos, nuestros mejores sueños. Solo así, mantiene ella, podemos reconocernos en otros, sentir que formamos parte de una historia, que hemos crecido en la tierra y con el sustrato de muchos otros. Solo así conjuraremos el fantasma de la soledad.
Si seguís este enlace de El Correo de Andalucía, podréis ver una versión más completa del mismo texto.

martes, 10 de marzo de 2009

El género del yog



Dice un buen amigo, que ya no existe el “yo” sino el “blog”, que todos andamos convirtiendo nuestros antiguos diarios en los que relatábamos las peripecias del yo, en un yog que se mueve en el espacio virtual.
A este paso los millones de diarios personales, de blogs en el espacio, compondrán una sinfonía de yoes flotando en el vacío a la espera de que alguien nos entienda y nos envíe un gesto, una señal de que se ha comprendido la especial cualidad de nuestra existencia.
Si los blogs forman parte del mismo género que los diarios personales, no comprendo mi afición a este formato. Como todos, de pequeña compré un cuaderno de diario con su correspondiente llave para ponerlo a salvo de la voracidad informativa de mis hermanos. Mis amigas me recomendaron que anotara en él todo lo que me iba sucediendo durante el día y que, así que pasaran unos meses, tendría un relato interesante de mi propia existencia. Empecé a hacerlo con gran dedicación pero, muy pronto, me di cuenta de que mi vida era tremendamente monótona. Apuntaba con precisión lo que había hecho durante días que eran iguales como gotas de agua. La redacción del diario me recordaba las molestas confesiones con los curas en las que me daban ganas de inventarme pecados para no repetir la retahíla de una vida aburrida: “Sí, me he peleado con uno de mis hermanos, he desobedecido a mi madre. ¿Algo más? –me preguntaba con tono insinuante- No, nada. Pues dos padresnuestros y tres avemarías”. Siempre tres avemarías. Estaba muy decepcionada de mi misma y de mi propia existencia porque las cosas importantes les ocurrían a los otros. Poco tiempo después descubrí que lo realmente interesante no era lo que me ocurría a mí sino lo que sucedía a mi alrededor o lo que podría inventarme y, sin darme cuenta, me pasé al campo de la literatura y abandoné para siempre el viejo diario de anotaciones sin sentido.
Excepto alguna experiencia dramática en la que he recurrido más como terapia que como ejercicio literario a esa forma narrativa, nunca ha vuelto a escribir un diario. Me gustó, sin embargo, una idea de Ferrán Gallego que cultivaba una especie de diario de lecturas y reflexiones literarias que le pido desde aquí que publique. Porque estos espacios sirven para hacer públicos, para compartir experiencias , reflexiones y aficiones. Y son desinteresados y gratis. O es la última gran explosión de soledades, ahora que la literatura solo escribe de nostalgias.
PD.- La foto es de mi amigo Jesus Marín y es el atardecer en la Dehesa de Abajo