domingo, 30 de octubre de 2011

¿Quién nos ha robado el otoño?


No sé cómo definir los tiempos actuales. Nunca he vivido una campaña electoral semejante. No he visto jamás que el candidato del partido de la oposición ejerza en realidad como presidente en funciones. Tampoco he visto un gobierno que, en cada decisión, invoque al nuevo inquilino de la Moncloa. No he asistido nunca a este traspaso de poder anticipado que afecta a todos los ministerios y a todas las decisiones. Algunos días creo que me he levantado el día después de la victoria del PP porque leo en primera plana las cábalas sobre la formación del nuevo Gobierno y las fotos de los posibles ministros. Me sobresalto y pienso: ¿quién me ha robado el transcurrir de estos días, la liturgia de la campaña electoral, el ingenuo regocijo de pensar que todo es posible? ¿Quién ha convertido el tiempo de la decisión en una especie de punto muerto, en sala de espera de una victoria anticipada, en una especie de trámite engorroso pero imposible de evitar.

Algún ratero, menos poético y cabal del que atracaba a Joaquín Sabina para sustraerle el primaveral y amoroso abril, nos ha robado el mes de octubre y un buen trecho de noviembre, justo hasta la noche del día 20. Ha debido pensar que no los necesitábamos, a fin de cuentas para sus cálculos electorales no somos ciudadanos sino números, guarismos, chinchetas en un mapa o porcentajes en un gráfico de colores. Ya nos advirtieron de que la democracia era aburrida, pero una cosa es que una película te aburra y otra muy distinta es que, nada más llegar al cine, te coloquen el letrero de The end en la pantalla.
Debe ser por este lapsus temporal, por este flashforward en el que vive la política española, la razón por la que el partido ganador, el jinete de la última escena de la pantalla, no suelta prenda programática alguna, se encomienda a Dios en sus decisiones y parece salido de un limbo magmático en el que no existe el tiempo. Rajoy es ahistórico, críptico e insustancial; un personaje aupado por las circunstancias a un papel de liderazgo que le provoca un regocijo íntimo y que él expresa con un gesto inconfundible de mandíbula. Como en política es preferible que “la suerte te acompañe” y más en esta sorprendente etapa política, los programas electorales son peligrosos compañeros de viaje. “Cualquier declaración puede ser utilizada en tu contra” y “cualquier programa es munición futura”, parecen haberle advertido. Por eso, la prudencia le aconseja decir lugares comunes, utilizar palabras comodín y recurrir en los mítines a las infalibles fórmulas de “hacer las cosas bien”, “poner las cosas en su sitio” o “hacer una política económica como Dios manda”. ¿Quién puede estar en contra de tal programa electoral? “Ni Dios”, deben pensar sus publicistas.
Se dedica, eso sí, a limar algunas asperezas que en los tiempos pasados fueron su principal caballo de batalla. “Si el Tribunal Constitucional acepta la palabra matrimonio, nosotros la aceptaremos también”, dijo recientemente a propósito del matrimonio homosexual. Como si no hubiese sido él quien firmó el recurso ante el tribunal y quién denostó la aprobación de la ley. Como si no hubiese sido su partido el que acompañó esa procesión de sotanas y de hábitos por las calles de Madrid o como si no hubiesen suscrito multitud de manifiestos en los que se denunciaba que esta ley es “un atentado a la institución familiar”. Es este uno de los más de diez renuncios de los que tendremos oportunidad de hablar. Ahora nos anuncian una campaña electoral sin ruedas de prensa, o sea, sin preguntas incómodas, sin reacciones ante los temas de interés, sin periodismo: solo cámaras e imágenes de los mítines minuciosamente preparados. Una campaña electoral sin información real y unos ciudadanos desprovistos de memoria: esos peligrosos artefactos que nos dan a los seres humanos las coordenadas de nuestra navegación.


sábado, 22 de octubre de 2011

APUNTEN LA FECHA


Publicado en el País Andalucía 

Les he dicho a mis jóvenes alumnos que apunten esta fecha en sus cuadernos, que recuerden que fueron testigos del último comunicado de ETA, de los últimos encapuchados, de la última aparición del siniestro símbolo de la serpiente y el hacha. Han crecido en un país en el que, junto al nombre de las fuerzas políticas democráticas, aprendieron el acrónimo de la banda terrorista. Los que vengan después tendrán más suerte: no verán en su tierra más bombas, ni víctimas, ni sangre en las calles. Tampoco tendrá que germinar en sus mentes el rencor ni la mancha del odio que envenena incluso el sueño de los justos.
Han aplaudido con alegría este final y han preguntado si será para siempre. "Esperemos que sí", les he contestado porque el temor camina más deprisa que la alegría y no quiero que ninguna cautela nos prive de la felicidad de este día. Tiene que ser para siempre por todo lo que decenas de expertos han argumentado en estas últimas cuarenta y ocho horas pero también porque su discurso está muerto, acabado y obsoleto. Resultaría cómico, si no fuese siniestro, esa aparición fantasmal, esas capuchas blanquecinas, esos gestos contundentes con que acompañan un relato fracasado. Su aparición resulta anacrónica como una vieja película en blanco y negro. No hay quien pueda mantener, hoy en día, que Euskadi es una tierra oprimida por un Estado represor. No hay quien pueda decir que la comunidad con mejor financiación autonómica, con menor paro, con mayor industrialización sea la víctima de un Estado centralista. Y sobre todo, nada justifica defender las ideas independentistas con la pistola en el cinto y la cara cubierta.
Por eso sentimos una desbordante alegría que nada ni nadie podrá empañar: ni ETA con su brutal olvido de las víctimas, ni los agoreros que anuncian nuevas catástrofes y que marchan hoy a contracorriente de una sociedad que sonríe ante las perspectivas de un futuro sin violencia. No es que seamos ingenuos, ni que hayamos bajado la guardia ante las artimañas de la banda armada, es que nos negamos a quedar presos del pasado, o a utilizar el dolor de las víctimas para inmovilizar a la sociedad. A fin de cuentas, el mejor homenaje que se puede tributar a los que perdieron su vida o su integridad física es haber vencido a la banda terrorista y haberlo hecho por métodos impecablemente democráticos.
En toda la historia de su existencia no hay nada que haya fortalecido más a la organización terrorista que el turbio episodio en que el Estado se enfangó en la guerra sucia y adoptó sus mismos métodos. Como a los fantasmas, la luz de la democracia los volatiliza, los disuelve -aunque el tiempo y el dolor hayan sido excesivos- mientras que las tinieblas son el elixir del que se alimentan.
El final de ETA es una liberación para el conjunto de la sociedad española, y no digamos de la sociedad vasca, que ya puede respirar en libertad sin el corsé que la violencia impone. Algún día se estudiará el tremendo papel que jugó en la transición a la democracia dificultando el tránsito a la libertad sembrando de muertos el camino y siendo la excusa perfecta para una involución política que, afortunadamente, fracasó en el golpe de Estado del 23-F. Durante décadas ETA ha ocupado el foco de la acción política, ha distraído de los debates sociales más importantes, ha impuesto su presencia obsesiva y ha dificultado todo tipo de procesos. En todos los casos ha sido el mejor aliado para las tesis más involucionistas y reaccionarias. Por eso a algunos les va a costar asumir el panorama político "postetarra". Se trata de los que utilizaron el terrorismo como tema de confrontación política, los que dividen a las víctimas y los que cimentaron sus carreras políticas o sus negocios editoriales con la siembra desoladora de la sospecha. Pero la inmensa mayoría de la sociedad española siente una gran alegría ante el final de la banda y no son bobos, simplemente saben reconocer las buenas noticias cuando se producen. Y es que, algunas veces, cuando todos nos empeñamos y aportamos nuestra colaboración, los sueños se cumplen.

UNA VERDADERA CONSPIRACIÓN




Publicado en El País Andalucía

Se ha puesto de moda escribirle a Durán i Lleida para darle explicaciones y pedirle que rectifique sus declaraciones. No sé por qué este atildado representante de la derecha nacionalista más rancia tiene el honor de recibir argumentos a la sarta de exabruptos con las que nos obsequia a los andaluces de forma regular. No sé si recordarán que es el mismo que nos criticó haber creado becas para que “los ni-nis se dieran la vida padre” o que “estaba muy cansado de pagar con su dinero” nuestros despilfarros. A este decadente político catalán,  le encanta criticar a los de abajo, sea geográficamente o socialmente, por eso –aunque a él no le gusta recordarlo- es el autor de una de las declaraciones más xenófobas de la historia de Cataluña en las que acusaba a los inmigrantes de bajar el precio de la viviendas de la gente de bien. Por eso, creo que ha llegado el momento de confesarle la auténtica conspiración que la gente del sur hemos fraguado contra ellos.
Es verdad, Don Joseph, que hay toda una confabulación de Andalucía contra Cataluña. ¿Para qué vamos a seguir negándola? Comenzó con la transición democrática, cuando el pueblo andaluz no aceptó que sólo las llamadas comunidades históricas – Galicia, Euskadi y Cataluña- tuvieran acceso a la autonomía plena y reclamó formar parte de este club de primera división. Curiosamente mientras las fuerzas nacionalistas gallegas o vascas aceptaron con naturalidad este proceso, los nacionalistas catalanes lo llevan clavado en el alma y se niegan a asimilarlo. Reconózcalo: el acceso de los andaluces a los mismos derechos que las nacionalidades históricas les ha puesto siempre de los nervios. A fin de cuentas, un privilegio que se extiende, deja de ser un privilegio. Si todo el mundo pudiese alojarse en el Plaza, se perdería el glamour de sus mañanas madrileñas.
Pero la confabulación andaluza, vamos a confesárselo, no finalizó con este capítulo sino que prosiguió con un ataque a la parte más sensible que  todo nacionalista tiene, que no es su lengua ni su cultura – a la que amamos y respetamos-, sino su bolsillo. Cuando intentaron negociar una situación financiera especial para Cataluña nuevamente Andalucía les aguó la fiesta y encabezó una respuesta para que no se rompiesen los principios de igualdad y de solidaridad. Dos palabras que usted detesta de forma especial. A fin de cuentas, la política y, fundamentalmente, el Congreso de los diputados, es para ustedes un mercadillo donde se cambian votos por billetes y los días de suerte, se vuelven con las alforjas llenas si su voto es decisorio.
La deriva mecantilista del nacionalismo catalán es completamente desoladora y cada día se asemeja más a los partidos clasistas y reaccionarios de la Liga del Norte italiana.  De la defensa más o menos romántica de una tierra o de una cultura han pasado a batallar por privilegios económicos del norte frente al sur, de los fuertes frente a los débiles, de los intereses privados frente a los públicos. Por eso su caso es digno de estudio ya que se trata del primer nacionalismo que lejos de confrontarse con Madrid, con el poder central del Estado, ha colocado todas sus baterías contra la periferia, los cañones apuntando contra Andalucía.
Ahora su caballo de batalla es la impresentable ficción de “las balanzas fiscales”, una teoría según la cual el Estado se “adueña” de los impuestos obtenidos en Cataluña para “dilapidarlos” por toda la geografía española, especialmente en Andalucía. Esta teoría  es tan endeble que, para justificarla,  deben inventar un relato mítico contra Andalucía: una tierra en la que nadie trabaja, en la que “ni Dios” paga sus impuestos y que se emborracha en los bares hablando un lenguaje incomprensible. Aunque tal paraíso pueda resulta atractivo, saben perfectamente que es mentira. Por eso, señores diputados, no les den explicaciones. Simplemente no pacten con ellos en los callejones perdidos del Congreso y explíquenles a los andaluces que viven en Cataluña que, si todavía conservan un poco de amor por su tierra, no quemen su voto en ese altar de la insolidaridad.

jueves, 13 de octubre de 2011

EL LARGO ADIÓS



Publicado en El País Andalucía

Hace 10 años, el entonces jefe de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, reprochaba al Gobierno presidido por José María Aznar que hubiese dado su apoyo al despliegue del escudo antimisiles norteamericano sin haberlo consultado y consensuado con el Parlamento. A renglón seguido, afirmaba que el escudo antimisiles era: "Una idea vieja, que es la repetición de la propuesta del señor Reagan de la guerra de las galaxias y que no camina en la dirección adecuada para una política de seguridad en el mundo".
Es imposible que lo haya olvidado. Sin embargo, Zapatero, en esta larga despedida, nos obsequia un acuerdo con EE UU que se ha negociado -según sus propias palabras- en secreto, para convertir la ciudad andaluza de Rota en la cuna de la mayor base de escudos antimisiles de Europa. El despliegue de cuatro destructores y el desembarco de más de un millar de marines norteamericanos ha sido presentado como si se tratara de un acuerdo comercial beneficioso o como si nuestro país hubiese conseguido ser la sede de una competición deportiva ansiada por todo el mundo.
En un alarde de malabarismo político, ha agradecido que "EE UU y la OTAN se hayan acordado de España" para acoger este tipo de instalaciones. Sus palabras finales, que hacen referencia a la creación de unos cuantos centenares de puestos de trabajo en la zona, resultan asombrosamente tercermundistas.
No sé por qué razón lo que era un presidente, sin duda discutible, pero que intentaba dar un rumbo social a las políticas de su Gobierno, ha tenido esta mutación genética tan completa. No sé qué virus y qué complejos atacan a los que ejercen el poder que, al final, solo buscan el reconocimiento de los más poderosos y de los intereses más lejanos a la ciudadanía. Desconozco por qué ha decidido incluso descolgarse la medalla pacifista con que inició su legislatura y sustituirla por el apoyo al viejo sueño de Ronald Reagan y de George Bush. Tampoco conocemos si para tomar esta decisión ha consultado al presidente in péctore de esta agónica legislatura o si habrá llamado al candidato Rubalcaba, pero es evidente que a Zapatero no le preocupa en absoluto ampliar el foso que les separa del electorado que le reeligió hace tan solo cuatro años.
No sé la cara que se les habrá quedado a los militantes socialistas andaluces que asistieron la semana pasada a su conferencia política para discutir sobre la educación, la enseñanza, la fiscalidad o el modelo energético y que volvieron contentos por recuperar el discurso socialdemócrata, cuando hayan conocido a su vuelta que papaíto Zapatero les ha regalado, sin consultarles, la ampliación espectacular de una base militar en el corazón de Andalucía, contra la que incluso, en los tiempos felices del No a la guerra, se manifestaron. Tampoco sé las prisas por zanjar rápidamente un acuerdo que no empezará a aplicarse hasta 2013 y que no estará plenamente operativo hasta 2018
El giro copernicano del No a la guerra y la Alianza de Civilizaciones al ¡Señor. Sí, señor! resulta inexplicable, opaco y absolutamente innecesario. Según la nota oficial, el presidente de la Junta de Andalucía había sido informado. No sabemos con que antelación y en qué forma, ni la opinión que manifestó, pero parece completamente diáfano que Andalucía va a ser nuevamente un simple escenario sin voluntad propia, donde se jugará a la guerra con los costosos juguetes que ni siquiera la crisis ha logrado recortar.
Un destacado dirigente socialista me comentaba que estaban asustados por el anuncio de Rodríguez Zapatero en su despedida parlamentaria de que no descartaba, en las pocas semanas que le restan, "tomar algunas decisiones e impulsar algunas reformas". Este largo adiós, con un presidente descomprometido y la mitad del Gobierno con el pie colocado en el estribo de la empresa privada, puede poner la guinda de los pasteles que la derecha devorará con fruición.

domingo, 2 de octubre de 2011

Una familia tenebrosa


Artículo publicado en El País Andalucía

Cuando los gobiernos empuñan las tijeras su discurso se vuelve paternal y tecnocrático. Nos dicen que somos una gran familia, que vamos en el mismo barco y exhiben las cajas de caudales vacías como supremo argumento de autoridad. Pero la caja vacía no avala, en absoluto, la necesidad de recortes sino de reformas imprescindibles.
La falta de recursos de la que se lamentan no es más que la demostración de su ineficacia y de la injustísima recaudación de los ingresos. Y el argumento de que somos una familia es realmente sarcástico, porque si así fuera ¡vaya familia desigual, insolidaria, arbitraria y esquilmadora! En el año 2010, según datos de la Agencia Tributaria, los trabajadores de esta familia aportaron en impuestos 430.000 millones de euros para el mantenimiento de la casa común, mientras que los familiares que disfrutan de rentas del capital proporcionaron sólo 75.000 millones. No es que sean pocos, no. Es que tienen un tratamiento fiscal privilegiado como demuestra su contribución real a esa caja común que hoy exhiben vacía.
La idea de que en España solo pagamos los trabajadores por cuenta ajena y las pequeñas empresas no está muy alejada de la realidad. Si usted vive de su trabajo, la presión fiscal rondará el 38%; sin embargo, si sus ingresos provienen de rentas de capital el tipo real al que cotizará no llegará al 20%. Además, si usted pertenece al selecto club que dispone de gabinetes jurídicos especializados en ingeniería financiera, puede ver reducida su aportación hasta un insignificante 1%.
Con tan solo un pequeño equilibrio en esta desequilibrada balanza, se conseguirían los ingresos necesarios para pagar los servicios públicos que hoy están en riesgo.
A pesar de esto, nadie plantea seriamente una reforma fiscal que ponga fin a esta injusticia evidente. Los ricos consideran que tocar sus privilegios es "desincentivador". Por el contrario, reducir los sueldos de los trabajadores o atacar sus derechos sociales no sólo no desincentiva la economía sino que es un "sacrificio necesario". La familia de la que nos hablan es realmente tenebrosa en su reparto de cargas y ahonda a diario en las brechas sociales y en la desigualdad.
No es que la crisis haya puesto en solfa el Estado del Bienestar. Si el problema fuese este se encontrarían soluciones viables. El problema es que a una parte de las fuerzas políticas y a las fuerzas económicas más potentes de nuestra sociedad nunca les ha gustado el Estado del Bienestar. Han visto la universalización de la sanidad y de la educación como un exceso al que habría que poner freno en cualquier momento. Y ahora han encontrado la ocasión de oro y el pretexto perfecto para su desmontaje.
Si tenemos la suficiente memoria -esa cualidad tan peligrosa cuando se ejercita en la ciudadanía- recordaremos que la FAES y la CEOE en plena época de prosperidad proponían recortes drásticos de la educación pública y de la sanidad. Incluso, en fecha ya más reciente, publicaron un retrógrado y sexista estudio sobre la educación en la que argumentaban que el gasto educativo es inútil porque los resultados escolares están determinados biológicamente. Con respecto a la sanidad pusieron en circulación la idea que acríticamente utilizan algunos comentaristas y es que llegó el fin del "gratis total", como si la asistencia fuese un regalo y no un servicio sufragado, fundamentalmente, por los impuestos de los trabajadores. En cuanto a los recortes que CiU acomete con furor en la comunidad catalana, consiste en la misma política que llevó al Gobierno de Pujol a entregar en su día el sistema sanitario a las empresas privadas, solo que ahora lo envuelven en el paquete de la crisis y del chantaje del "déficit fiscal" de Cataluña. No nos entienden, al parecer, a los malagueños y a los sevillanos, pero a ellos se les entiende perfectamente su discurso insolidario y antisocial.
No somos una familia. No. Somos una sociedad que funciona todavía con una mínima cohesión que algunos se empeñan en romper, derribando los muros maestros de los servicios esenciales.