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viernes, 24 de enero de 2014

MUCHO RUIDO, POCAS LEYES



Publicado en El País de Andalucía

   Número de leyes en tramitación en el Parlamento de Andalucía: cero.

   No puede ser más desconcertante, a no ser que se trate de una hábil estrategia para despistar a la oposición política. En el caso de que la hubiera, claro, y no deambulara por todos los rincones solicitando un tiempo muerto de juego hasta que Mariano Rajoy disponga de un “momentico” para decidir qué persona puede encabezar el cada vez más derrotado ejército sureño.

   Cero leyes es casi una heroicidad. Debe ser difícil resistirse cada mañana a escribir unas cuantas líneas en el BOJA que tengan vocación de permanencia, valor de ley, cumplimiento obligado.
No legislar es casi un acto de desobediencia civil frente al furor legislativo del Gobierno central que, de una sola tacada ha aprobado el pasado año más de una treintena de leyes y que dispone de un arsenal, para este año, de otras 40 iniciativas legislativas.

   “Legislar, legislar, que la mayoría absoluta se va a acabar”, deben pensar en Génova. Y cada semana entregan a la imprenta un nuevo capítulo de iniciativas, recién sacadas del horno de la FAES o de los sectores económicos, sociales, religiosos o culturales más afines a este Gobierno. Bueno, culturales no, que de esos ya no les quedan. El resto meten prisa con lo suyo, no vaya a ser que se agoten los tiempos felices de la mayoría absoluta y del desconcierto social. Que si ya es hora de arreglar lo de las autonomías, lo del aborto, lo de la educación, las construcciones a pie de playa, lo de la seguridad… y que no se te olvide lo de la energía, Mariano.

   Es tal el hambre legislativa del Gobierno central que cuando no le caben más leyes en la alacena del Congreso de los Diputados, y cuando no quiere esperar el tiempo de cocción, preparan un plato exprés de decretos-ley, una especie de fast food legislativa que han servido con nocturnidad y cierta alevosía en 40 ocasiones. Todo un récord de difícil digestión para un sistema democrático y parlamentario.
Claro que su tarea es ardua: disponen de sólo cuatro años para desmontar las conquistas legislativas de los últimos 30 y volver chiquititas, reducidas, minimalistas, las prestaciones sociales públicas.

   Tiene cierta grandeza de miras este Gobierno que no se detiene ante los obstáculos ni ante la impopularidad de sus leyes. Con cada una de ellas es capaz de inmolar a un ministro y reducirlo a papilla, sociológicamente hablando. En la tabla baja de la calificación ministerial, se disputan a muerte la peor nota varias carteras y, cuando creíamos que había un vencedor absoluto, el inefable Wert, es desplazado por un sorprendente Gallardón que se alza ahora con la máxima calificación desaprobatoria.

   Nada de esto le ocurre al Gobierno andaluz. Ningún consejero, a excepción de la titular de Obras Públicas y Vivienda, ha escrito una sola línea en el BOJA. No importa que el Estatuto de Autonomía esté plagado de mandatos que requerirían un desarrollo normativo. “Si no hay dinero, no hay leyes”, deben pensar en las esferas del poder, aunque muchas iniciativas sólo requieren un esfuerzo de voluntad y de reorganización. O, es posible, quién sabe, que estén preparando un atracón legislativo para la próxima temporada, como ha indicado el portavoz de IU, quien no nos aclara la razón de esta sequía con la falta que hacen nuevos proyectos.

   Los viernes se reúne el Consejo de Gobierno en Madrid y suelen ser días fatídicos porque es raro que no se apruebe un nuevo recorte-ley. Ya saben la máxima: “legislar es recortar”. Por el contrario, los martes, fecha de reunión del Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía, son días plácidos en los que se anuncia si acaso la elaboración de un plan para atender tal o cual problema social.

   Puede ser que el Gobierno andaluz sufra un impasse creativo, el “síndrome de la hoja en blanco” que afecta a los escritores tras su primera obra, representada hoy en Madrid, con gran éxito, en la sede del Tribunal Constitucional y que inspira secuelas en diversas comunidades. Pero… ¿ni una ley en el Parlamento de Andalucía? No sé qué pensar. Los poderosos tienen quién les redacte sus leyes, disponen de agenda y objetivos. Los ciudadanos corrientes, de momento, no tienen quién les escriba. Y las palabras de amor verdadero se publican en el BOJA.

domingo, 2 de octubre de 2011

Una familia tenebrosa


Artículo publicado en El País Andalucía

Cuando los gobiernos empuñan las tijeras su discurso se vuelve paternal y tecnocrático. Nos dicen que somos una gran familia, que vamos en el mismo barco y exhiben las cajas de caudales vacías como supremo argumento de autoridad. Pero la caja vacía no avala, en absoluto, la necesidad de recortes sino de reformas imprescindibles.
La falta de recursos de la que se lamentan no es más que la demostración de su ineficacia y de la injustísima recaudación de los ingresos. Y el argumento de que somos una familia es realmente sarcástico, porque si así fuera ¡vaya familia desigual, insolidaria, arbitraria y esquilmadora! En el año 2010, según datos de la Agencia Tributaria, los trabajadores de esta familia aportaron en impuestos 430.000 millones de euros para el mantenimiento de la casa común, mientras que los familiares que disfrutan de rentas del capital proporcionaron sólo 75.000 millones. No es que sean pocos, no. Es que tienen un tratamiento fiscal privilegiado como demuestra su contribución real a esa caja común que hoy exhiben vacía.
La idea de que en España solo pagamos los trabajadores por cuenta ajena y las pequeñas empresas no está muy alejada de la realidad. Si usted vive de su trabajo, la presión fiscal rondará el 38%; sin embargo, si sus ingresos provienen de rentas de capital el tipo real al que cotizará no llegará al 20%. Además, si usted pertenece al selecto club que dispone de gabinetes jurídicos especializados en ingeniería financiera, puede ver reducida su aportación hasta un insignificante 1%.
Con tan solo un pequeño equilibrio en esta desequilibrada balanza, se conseguirían los ingresos necesarios para pagar los servicios públicos que hoy están en riesgo.
A pesar de esto, nadie plantea seriamente una reforma fiscal que ponga fin a esta injusticia evidente. Los ricos consideran que tocar sus privilegios es "desincentivador". Por el contrario, reducir los sueldos de los trabajadores o atacar sus derechos sociales no sólo no desincentiva la economía sino que es un "sacrificio necesario". La familia de la que nos hablan es realmente tenebrosa en su reparto de cargas y ahonda a diario en las brechas sociales y en la desigualdad.
No es que la crisis haya puesto en solfa el Estado del Bienestar. Si el problema fuese este se encontrarían soluciones viables. El problema es que a una parte de las fuerzas políticas y a las fuerzas económicas más potentes de nuestra sociedad nunca les ha gustado el Estado del Bienestar. Han visto la universalización de la sanidad y de la educación como un exceso al que habría que poner freno en cualquier momento. Y ahora han encontrado la ocasión de oro y el pretexto perfecto para su desmontaje.
Si tenemos la suficiente memoria -esa cualidad tan peligrosa cuando se ejercita en la ciudadanía- recordaremos que la FAES y la CEOE en plena época de prosperidad proponían recortes drásticos de la educación pública y de la sanidad. Incluso, en fecha ya más reciente, publicaron un retrógrado y sexista estudio sobre la educación en la que argumentaban que el gasto educativo es inútil porque los resultados escolares están determinados biológicamente. Con respecto a la sanidad pusieron en circulación la idea que acríticamente utilizan algunos comentaristas y es que llegó el fin del "gratis total", como si la asistencia fuese un regalo y no un servicio sufragado, fundamentalmente, por los impuestos de los trabajadores. En cuanto a los recortes que CiU acomete con furor en la comunidad catalana, consiste en la misma política que llevó al Gobierno de Pujol a entregar en su día el sistema sanitario a las empresas privadas, solo que ahora lo envuelven en el paquete de la crisis y del chantaje del "déficit fiscal" de Cataluña. No nos entienden, al parecer, a los malagueños y a los sevillanos, pero a ellos se les entiende perfectamente su discurso insolidario y antisocial.
No somos una familia. No. Somos una sociedad que funciona todavía con una mínima cohesión que algunos se empeñan en romper, derribando los muros maestros de los servicios esenciales.