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sábado, 9 de noviembre de 2013

MANO DURA Y PASO ATRÁS

Publicado en El País Andalucía

          Tardamos mucho en comprenderlo, pero los seres humanos no somos flores de una sola generación. Acumulamos experiencias, miedos, recelos o esperanzas de generaciones anteriores. Yo no viví la Guerra Civil, claro está, pero mi familia sufrió de una forma terrible la violencia de aquel tiempo. Conservo una foto, fechada alrededor de 1927, de mis familiares en una celebración. Lucen sonrientes, atractivos y seguros. Nadie hubiera imaginado que pocos de ellos seguirían con vida 10 años después. Y la historia que no vivimos, dejó sus huellas en varias generaciones posteriores. Si alguien piensa que voy a contarles una historia más de la Guerra Civil, se equivoca. Lo que quiero expresar es que somos parte de una cadena. Que hablan por nosotros voces distintas, aunque no ajenas.

        Se han escrito muchos libros sobre la dictadura, pero lo que apenas se ha contado es el tono moral de esa época. La maldad, la crueldad, el clasismo que no solo se expresaba en los calabozos sino en la vida cotidiana. No toda la sociedad era siniestra, pero el pensamiento dominante era miserable e inmisericorde. A la vuelta de una jornada infructuosa, el cazador podía disparar un tiro en la cabeza del perro que lo acompañaba. La correa de los pantalones servía para propinar terribles palizas a los niños. Las personas con discapacidad eran ocultadas como un estigma. De las mujeres… para qué hablar. Lean a Delibes o vean esa película reveladora de Carlos Saura llamada La caza.

            Los sistemas autoritarios necesitan pensar mal del ser humano, ponerse en lo peor, alentar la venganza, desprestigiar el perdón, castigar, proclamar que no hay redención posible. La democracia no sólo nos hizo más libres, sino también más buenos. Alentó nuestros mejores deseos, nos ofreció ciertos ideales colectivos.

           Ahora que todo se resquebraja, vuelven las ideologías del mal a apoderarse de nuestra mente. Debe haber explicaciones sociológicas para ello. Las soluciones drásticas nos tranquilizan. El racismo nos concede una superioridad rápida ante los demás seres humanos. El castigo severo nos convierte en dueños de no se sabe qué futuro.

           Dicen que el 70% de la sociedad española es partidaria de la cadena perpetua. Y lo creo. Seguramente si le preguntasen —y no lo hacen porque no es correcto— por la pena de muerte también obtendría un considerable respaldo. La gente pronuncia frases que han sido implantadas en su cerebro a fuerza de sensacionalismo barato y de espectáculo mercantil: “matar sale muy barato” o “en España hay muchos asesinatos”. No importa que los datos demuestren que nuestro país es uno de los más seguros y pacíficos del mundo. Tampoco que las condenas en España sean de las más duras de nuestro entorno.
     
           Cuando un prejuicio se asienta en nuestra cabeza es inmune a la verdad.Para estas reformas legales se invoca el dolor de los familiares de las víctimas, sin ser conscientes de que el peor daño que la sociedad les puede hacer es no ayudarles a superar su pérdida. Por el contrario, hay verdaderos especialistas en alimentar su furia, su insatisfacción. Una senda delicada que no los dejará vivir en paz.

           Uno de los pilares ideológicos del autoritarismo es la desconfianza en el ser humano, su incapacidad de gobernarse y la creencia de que solo “el palo y la mano dura” solucionarán los problemas, excepto con los delitos económicos donde la permisividad llega al extremo. Por eso, cada vez que suenan las trompetas del autoritarismo, se remueve el caldo de cultivo de la inseguridad ciudadana. Si la finalidad fuese luchar más eficazmente contra el delito, se aumentarían los recursos para la investigación policial y se pondrían en marcha sistemas efectivos de reinserción de las personas presas. Pero, no nos engañemos, no es ese el objetivo, sino apaciguar una demanda populista que ellos mismos han creado y que no tiene fin. Lo único que nos falta es que, además de salir de la crisis más pobres, salgamos más malos, sin rastro alguno de confianza en el ser humano. Mano dura y paso atrás.

sábado, 28 de enero de 2012

MARTA Y EL POPULISMO

El artículo de esta semana en el País Andalucía:

No se me ocurre mayor dolor que el de unos padres que han visto segada la vida de su hija, ni mayor tormento que hurtarles su cuerpo. Llevamos escrito en nuestro inconsciente, desde hace milenios, la necesidad de ese último acto de despedida, por eso el dolor de los padres de Marta es el mismo que el de Príamo, rey de Troya, arrodillado ante Aquiles para que le permita recuperar el cadáver de Héctor; un dolor idéntico a centenares de personajes trágicos de la literatura en busca de ese definitivo adiós.


El caso Marta del Castillo, desde su inicio, contó con una corriente de simpatía que habla bien de nuestra sociedad, de su empatía y de la fuerza reparadora de la solidaridad. Sin embargo, junto a esta fuerza de cariño y de comprensión, fue creciendo una corriente airada que pretendía hacer justicia a base de gritos y de linchamientos y que pone en cuestión, no una resolución judicial, sino las bases del propio Estado de derecho. Es muy fácil, en casos como el que tratamos, aprovechar la irritación que produce en la sociedad el hecho de que un crimen no quede completamente aclarado y la impotencia ante el fracaso en la búsqueda del cadáver para hacer un tipo de política innoble y engañosa.

En estos días han arremetido contra los jueces o contra las leyes pero, si lo pensamos con tranquilidad, ninguno de los dos son los responsables. El verdadero problema para determinar todas las responsabilidades penales en el caso Marta del Castillo es, sin más, la falta de pruebas, hasta el punto de que la base fundamental de la acusación es la propia confesión de Miguel Carcaño. Por eso, con otras leyes o con otros tribunales el resultado hubiera sido muy parecido.

Soy completamente contraria al establecimiento de la cadena perpetua —revisable o no—, en nuestro ordenamiento legal, así como a toda esta corriente que empuja al endurecimiento de condenas. La historia nos ha demostrado que ese tipo de legislaciones no solo no contribuyen a disminuir los crímenes sino que imposibilitan cualquier reinserción. Además, en España, en contra de lo que popularmente se ha extendido, existe una de las legislaciones más duras del llamado mundo occidental, con el cumplimiento completo da las condenas incluido.

Pero imaginemos que existiera la legislación que los impulsores de estas movilizaciones demandan: otra ley del Menor, cadena perpetua y endurecimiento de las penas pero con las mismas pruebas. ¿En qué hubiera cambiado la situación? Prácticamente en nada. La aplicación de estas nuevas leyes sería absolutamente indiferente en el caso Marta del Castillo.

La cadena perpetua, revisable o no, solo se aplicaría a casos en los que concurran una violencia y crueldad extraordinarias, circunstancias que no parece que hayan sucedido en este crimen. En cuanto al endurecimiento de la ley del Menor, en un grado de complicidad, tampoco sería relevante, más allá de coordinar mejor las sentencias. Finalmente, la condena a Miguel Carcaño a veinte años de prisión es la máxima posible para un caso simple de homicidio.

La ira popular se dirige a que hayan salido absueltos algunos de los imputados por complicidad con el crimen. La explicación es simple y llanamente que no hay pruebas fehacientes de su participación o ¿es que los tribunales pueden condenar a ciudadanos sin las suficientes garantías y pruebas de convicción? Si así fuera, deberíamos decir adiós al Estado de derecho y cualquier ciudadano podría ser enviado a la cárcel por una presunción no fundada.

Una cosa es que los padres y familiares de Marta del Castillo expresen su indignación y su rabia y, otra muy distinta, que convirtamos estos sentimientos en una fuente de derecho y de cambios en la legislación. Es peor, todavía, que algunas fuerzas políticas jueguen con la peligrosa baraja del populismo y de la manipulación, e intenten obtener beneficios electorales del dolor de las víctimas, aunque sea a costa de sembrar la inseguridad, el desconcierto y la ira en nuestra sociedad.