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jueves, 26 de febrero de 2009

Mucha filosofía



No sé si os pasa que en todas las conversaciones se acaba hablando de la crisis económica. Los que realmente no estamos afectados directamente por ella, filosofamos sobre su alcance, sus causas, sus alternativas. Los que de verdad están sufriendo las consecuencias hablan de los cierres de negocios, de despidos y suelen acabar la conversación con la frase: “habrá que echarle mucha filosofía”.
O sea, que en todos los casos la filosofía se convierte en un recurso común. En el caso de los primeros, la filosofía es la búsqueda de ideas y de soluciones, en el segundo caso la palabra filosofía es sinónimo de paciencia, de saber superar las dificultades, de conseguir no llegar a la desesperación.
Es realmente admirable la capacidad de adaptación que la mayor parte de la sociedad tiene ante la nueva situación: se recortan gastos, se cambian prioridades e incluso se modifican conductas. En esta administración cuidadosa de la crisis juegan un papel esencial las mujeres, las proveedoras, que consiguen diariamente el milagro de la subsistencia sin que el género masculino se percate casi de ello. El saber que la crisis es un mal generalizado contribuye a frenar la desesperación, la depresión particular que irremisiblemente afecta a cualquier persona que sufre el paro y una perspectiva cercana de falta total de recursos.
No sé por cuanto tiempo esta filosofía de saber contenerse, esperar, no caer en la desesperación, podrá seguir funcionando en el colectivo social, solo espero esta filosofía no sea sustituida por la confrontación con los aún más débiles, sino con los poderosos. Para no ocurra lo peor, es necesario que apaguemos con valentía los fuegos que empiezan a encender sectores interesados en enfocar la desesperación social hacia el autoritarismo. Por ahora estos debates se llaman “cadena perpetua”, crítica feroz a las autonomías y bulos sobre los inmigrantes, -como uno que ya me repiten en todas las conferencias de que no pagan impuestos y tienen prioridad en los servicios públicos- que no sabemos quien los extiende pero sí a quien beneficia. Mantener un pensamiento débil ante todo esto es construir el camino por el transitará la ideología más reaccionaria.

viernes, 30 de enero de 2009

SE ACABÓ LA FIESTA



Hoy, viernes, publico este artículo en el Correo de Andalucía



Seamos sinceros: no hubiera sido posible el delirio económico de estos últimos años sin una gran complicidad popular y sin el apoyo político, cuanto menos, de los dos grandes partidos. Al igual que en los años 20 se produjo una especie de capitalismo popular, en el que millones de familias americanas jugaron a la bolsa porque obtenían ganancias espectaculares, en estos años una gran parte de la población ha jugado a la burbuja inmobiliaria y al consumo desaforado sin pensar que en algún momento el ciclo se iba a terminar.

Todos sabíamos que la especulación inmobiliaria era una amenaza, que los créditos superaban en mucho los bienes reales, pero ¿Quién se resistía a jugar en esta timba gigantesca? ¿Quién no tuvo la tentación de comprar una casa más grande o una segunda residencia? ¿Quién se oponía a incluir en su préstamo hipotecario, la compra de un nuevo coche y el mobiliario completo de la nueva residencia? ¿Quién no ha sentido una “tibieza de hacendado”, al comprobar que su casa multiplicaba su valor, porque “aquí mismo acaban de vender una igual por una cantidad desorbitada”? Y, ¡ay del que se resistía a estos nuevos tiempos! El que desoía los cantos de sirena del consumo y no vivía por encima de sus posibilidades reales era tachado de antiguo y tacaño. En la escena política las consecuencias han sido también graves. Hemos visto, en estos años, perder alcaldías y posiciones a los pocos políticos que se han negado a planes urbanísticos expansivos y se preocuparon por los temas sociales, mientras que triunfaban los que aprobaban –y gastaban las plusvalías y anticipos– de planes desaforados que cambiaban la naturaleza de nuestra Andalucía.

Sólo en el área metropolitana de Sevilla, habían previsto la construcción de cerca de trescientas mil nuevas viviendas. Si sumamos las previsiones, en Andalucía se iban a construir tantas viviendas como para dar cabida a otra comunidad autónoma en nuestro territorio. Las escasas voces que se alzaron contra este disparatado crecimiento no fueron escuchadas ni apenas publicadas. Ahora, como un reconocimiento tardío, ondean las banderolas deslucidas de las constructoras en las carreteras del Aljarafe, como ejércitos derrotados tras el pillaje de las ciudades.

Los ayuntamientos no discutían del empleo, ni de la capacidad productiva de sus municipios, ni de las energías renovables o los servicios sociales, sino de los Planes de Ordenación Urbanística. Las Cajas de Ahorros se convirtieron en agentes especulativos desdeñando inversiones productivas y los gobiernos presentaban complacidos las cuentas quiméricas de un crecimiento económico sin futuro, asegurando que el pleno empleo estaba al alcance de la mano.

Ahora la fiesta –si es que lo fue– ha terminado. Hay culpables y responsables de este desastre, víctimas que lo han perdido todo y verdugos que se han enriquecido, pero apenas hay inocentes. El mercado se había adueñado de nuestras almas. Nuestros deseos se habían convertido en productos, los jóvenes eran la materia moldeable del consumo y bajo la palabrería oficial se ocultaba la falta de valores y de principios de todas nuestras acciones. Tras comprobar que el desarrollismo a ultranza nos deja una herencia de un millón de personas paradas en Andalucía, es el momento de plantearnos un gran cambio de nuestra economía para hacerla más razonable, ecológica y social, pero también es el momento de cambiar nuestras prioridades y nuestros valores.

Concha Caballero es profesora de Literatura
www.ideasconchacaballero.blogspot.com