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jueves, 5 de septiembre de 2013
¿HAL ALGUIEN AHÍ?
Artículo publicado en Andalucesdiario.es
Recuerdo que en el inicio de la crisis muchos analistas coincidían en que si el paro llegaba a los cuatro millones de personas, habría un estallido social sin precedentes. En el año 2009 se alcanzó esta cifra. Se volvió a hacer el mismo vaticinio con cinco millones, pero no hubo tal estallido social. Llegamos a los seis millones de personas paradas y la movilización aún fue menor que en los años anteriores.
Hemos visto cambiar la apariencia de nuestras ciudades y pueblos. De cada cuatro comercios, dos han cerrado sus puertas. Ya es imposible comprar algunos productos si no es en las grandes superficies comerciales. Pero no ha ocurrido nada.
Nos alertamos cuando nuestros jóvenes empezaron a irse al extranjero. Los despedimos con tristeza en los aeropuertos. Es por poco tiempo, nos dijimos. Creímos que se trataba de un fenómeno coyuntural, pasajero; que pronto volverían más experimentados, más sabios. Pero no. Ahora la palabra joven se escribe con letras de exilio, de pérdida de raíces, de desesperanza. Es como si nuestra posesión más valiosa la regalásemos al vecino. Nuestros mejores expedientes, nuestros mejores investigadores se marchan, con toda su excelencia a cuestas.
Nos enfadamos la primera vez que metieron mano a nuestras nóminas, pero ahora las miramos con curiosidad para ver dónde el pájaro ha picoteado nuestros magros ingresos, qué ingeniería confiscatoria ha inventado para reducir nuestros salarios. Hoy, a la vuelta de las vacaciones, son muchas las empresas que han bajado las retribuciones de sus empleados. Ya ni siquiera dan explicaciones. Ya ni siquiera se les pide.
Ser mileurista hoy no es un castigo, sino una aspiración. El precio del trabajo ya no se fija en ninguna negociación laboral y si se hace, no se respeta y si se respeta no se paga en tiempo y forma.
Protestamos ante el primer recorte de derechos sociales pero hoy no sabríamos enumerarlos todos: copagos, repagos, cierre de servicios. Cicatería absoluta con los más pobres. El hecho de que haya personas que escatiman en la medicación que necesitan porque no pueden pagarla ya no nos escandaliza. Ahora hasta los tribunales te cobran por denunciar las injusticias.
La contestación popular ha sido adormecida con varias medicinas. Con descrédito: con palos, con multas pero, sobre todo, convenciendo a la mayor parte de la población de que la movilización es inútil, que para eso tienen Grecia a mano, la ineficacia de sus huelgas generales y sus penurias.
Cuando dentro de mucho tiempo me pregunten cómo se vivieron estos tiempos tormentosos, les diré que con mucho silencio, que se prohibió la exhibición de la tragedia y del dolor. Que discutíamos lo accesorio mientras liquidaban nuestros derechos. Que sin querer les enviamos mensajes inconfundibles de haber levantado la bandera de la rendición. Que había gente que se movía, pero que eran pocos y rara vez los que estaban sufriendo más. Que murió antes la esperanza que el tiempo. Que de no esperar nada, nada obtuvimos. Que nos convirtieron en espectadores de nuestras propias vidas, mirando al exterior como si la crisis fuese un fenómeno meteorológico, a la espera que el viento malo amaine, pero sin esperanza.
Ayer y hoy hay un debate importante en el Parlamento de Andalucía. Muy poca gente escucha. Y si escuchan no se creen las palabras. Nadie quiere ilusionarse. Le temen más a la decepción que a la desesperanza. No esperan nada de la política y esa actitud, basada muchas veces en experiencias frustrantes, hace que tampoco exijan nada. Quizás los beneficiarios de esta crisis estafa estén a punto de conseguir el círculo perfecto, la anomia total: una ciudadanía fastidiada, harta, que se queja en privado pero no actúa en la política, ni se une a su vecino. Todo el espacio público será entonces definitivamente suyo.
@conchacaballer
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domingo, 17 de marzo de 2013
NO SEAMOS HIPÓCRITAS: LO SABÍAMOS
Lo puedes leer también en El País de Andalucía
Perdonen que contemple con escepticismo el arrebato ético en el que
ha entrado la sociedad española. Es verdad que la crisis y los recortes
aumentan nuestra indignación contra los casos de corrupción, pero no
deberíamos convertir la honradez y la ética en principios solo válidos
para los tiempos malos y olvidarnos de ellos cuando el dinero circula.
De repente este país ha descubierto la corrupción que practican
algunos políticos y empresarios; ha comprobado que miembros o aledaños
de la familia real trajinan con sus influencias para conseguir
beneficios; que los paraísos fiscales no son un lugar de cuentos
infantiles sino la cueva de Alí Babá donde los corruptos y traficantes
guardan sus posesiones. ¡Venga ya!
Ahora que el dinero no fluye, que las ganancias se estancan, que
nadie espera que caiga del festín de los poderosos su pedacito de pastel
es muy fácil levantar la voz, alzar el dedo acusador, rasgarse las
vestiduras por lo que ocurre, pero durante demasiado tiempo el aroma de
la corrupción ha sido el perfume de este país ¿o es que acaso no lo
notabais?
Durante años he tenido oportunidad de viajar por toda Andalucía,
reunirme en cientos de ocasiones con grupos de ciudadanos, especialmente
jóvenes y profesionales, que denunciaban en sus localidades atropellos
urbanísticos, mordidas institucionales, proyectos que avanzaban al son
de la compra de voluntades, patrimonios inauditos de próceres y de
determinados empresarios. Grupos de personas honradas que denunciaban la
corrupción en Alhaurín el Grande, en Ronda, en San Roque, en Roquetas,
en Manilva, en Marbella… El resultado de sus esfuerzos no puede ser más
descorazonador. En la mayoría de los casos se vieron aislados,
desacreditados o perseguidos y, cuando algunos de ellos decidieron
presentarse a las elecciones, fueron derrotados a manos de sus propios
convecinos que votaron, mayoritariamente, a gobernantes corruptos.
He visto a alcaldes honestos zarandeados por la ola del ladrillo y no
solo por la fuerte presión de los empresarios sino también por la de
los vecinos que exigían más y más construcciones en su localidad. Hemos
visto a algunos cargos públicos ser “absueltos por el pueblo” con
mayorías absolutas mientras otros alcaldes y alcaldesas perdían las
elecciones por mantener un criterio razonable de conservación
medioambiental y de desarrollo racional de su ciudad.
¿Y qué decir de una parte de nuestro sector privado, de sus
tejemanejes financieros, de sus robos a la hacienda pública, en un país
en el que defraudar a la cosa pública era una señal de mérito y de
inteligencia? La mayoría inclinaba su cabeza ante el poder del dinero
que nos hace tan simpáticos y atractivos. La riqueza es un pasaporte tan
seguro a la impunidad que en este país no hay ni un solo preso por
delito fiscal.
Jaume Matas, preguntado por el caso Nóos declaraba: “Con cualquier otro hubiera habido concurso público pero se trataba
del duque de Palma. Todos hubiesen hecho lo mismo” Y lo malo es que era
verdad. ¿Acaso se levantaron en un día los palacetes, se ocultaron los
eventos de la alta sociedad en Mallorca o en Puerto Banús? Y en el
asunto de la Casa Real, ¿quién ejercía esa censura que ha permitido que
fuesen asuntos tabú sus andanzas, sus negocios, su patrimonio? ¿Quién
nos dice que no nos volveremos a rendir al tintineo del dinero cuando se
acaba de anunciar que el casino Eurovegas de Madrid no tendrá que
cumplir la legislación laboral, fiscal ni sanitaria?
No se trata de diluir responsabilidades ni de restarle un ápice de
responsabilidad a estos delincuentes, pero reconozcan que el clima moral
y el culto a la riqueza les ha facilitado sus desmanes. Perdonen, por
tanto, que sea escéptica ante este arrebato ético si no va acompañado de
una nueva conciencia ciudadana, de una ética colectiva que condene las
ganancias ilícitas. Si no es así, este caudal de indignación será solo
un arrebato que desaparezca en cuanto el dinero empiece a tintinear de
nuevo en nuestros bolsillos.
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sábado, 17 de noviembre de 2012
TOÑI O EL NACIONALISMO DE LOS DE ABAJ0
No me gustan los realitys, no me gusta la exhibición del
dolor humano, no me gusta la caridad como espectáculo ni la manipulación
sentimental. Tengo la lágrima fácil y no quiero que zarandeen mis
emociones, sin embargo hace varias
semanas me quedé enganchada hasta la madrugada a un programa de Canal Sur Televisión que sintonicé
por pura casualidad.
Se llama “Tiene arreglo” y lo conduce una joven periodista que parece una chica cualquiera de nuestra calle. Por lo visto, trae de cabeza a los programadores de las grandes cadenas porque en poco tiempo se “ha comido” la mayor parte de la audiencia en Andalucía y empieza a convertirse en un fenómeno mediático digno de estudio.
Durante dos horas seguidas no conseguí distanciarme de lo que ocurría en la pantalla. Un matrimonio pedía el dinero necesario para instalar dos tramos de escaleras mecánicas para poder mover a su hijo en su vivienda. Las imágenes eran dolorosas pero no efectistas. Pretendían mostrar una realidad, pero había respeto y dignidad en ellas. Pensé, inmediatamente que los poderes públicos deberían atender estas situaciones, que una sociedad avanzada no puede dejar sin atención a estas personas y me lamenté por esta España nuestra, que nunca ha llegado a alcanzar sino un desvaído remedo de estado social.
Pero, el tema central del programa no eran las desdichas de esta familia, sino la ola cálida de solidaridad que se producía en los espectadores. Se sucedían decenas de llamadas ofreciendo ayuda. La mayoría de ellas correspondían a personas golpeadas también por la crisis, o conscientes de la dura pelea por atender a las personas discapacitadas. o que habían conocido recientemente el dolor por la desaparición de algún ser querido. Jubiladas con pensiones de 700 euros ofrecían cantidades que doblaban su mensualidad, pequeños empresarios a punto de cerrar su negocio por la crisis vaciaban sus pequeños calcetines de ahorro, otras personas aplazaban alguna compra prevista, varios cooperativistas ofrecían su trabajo gratis para la instalación de la ansiada escalera mecánica. Recordé la cita de Steinbeck en las Uvas de la ira que últimamente me acompaña: “Si tienes problemas, estas herido o necesitado, acude a la gente pobre, son los únicos que te ayudaran, los únicos”.
Lo realmente sorprendente no eran las cantidades aportadas sino las intervenciones de los donantes. Destilaban un discurso de un nacionalismo tan radical, tan humano, como sólo pueden exhibir los de abajo. “No podemos consentir que nadie a nuestro alrededor pase tantas necesidades”, “no podemos vivir puerta con puerta con los que sufren y cruzarnos de brazos”. Quitaban importancia a su generosidad y respondían a los agradecimientos con delicadeza: “gracias a vosotros por cuidar con tanto cariño a vuestro hijo”, “gracias por darme la oportunidad de contribuir a hacer algo bueno”. Alguno se atrevió a enunciar un discurso completo sobre la identidad andaluza “Desde pequeños hemos aprendido a ayudarnos unos a otros, a hacer un potaje para más gente, a compartir lo poco que teníamos. Los andaluces no sabemos disfrutar si a nuestro lado hay miseria o dolor. Nos han hecho así.”
Al día siguiente requerí información sobre el programa, su seriedad o su preparación. Quería saber si realmente todas las donaciones que se anuncian se producen; si hay un guión previo o están planificados los golpes de efecto o las intervenciones. Por lo que me dijeron, todo es tal como aparece y me indican que las donaciones superan incluso lo que se ve en el programa.
Ya sé que no deja de ser un espectáculo, que programas como estos no solucionan sino problemas aislados. Sigo pensando que son los poderes públicos los que deben atender las necesidades de las personas y me lamento de esta España que ha hecho de las políticas sociales también una burbuja brillante que ha estallado con el primer vendaval de la crisis. A pesar de eso, me gusta pertenecer a un pueblo que tiene la solidaridad escrita en los genes, en el que millones de personas ayudan a otras; gentes que no han abandonado la esperanza en el ser humano y que sigue pensando que las cosas tienen arreglo.
PD.- La imagen muestra a los trece periodistas despedidos de El País Andalucía. Trece profesionales como la copa de un pino de los que el País puede prescindir, pero no la sociedad andaluza. Sus firmas, sus fotografías, su edición, harían las delicias de un medio de comunicación andaluz independiente y fuerte. Ojalà se animaran. Mientras tanto: os quiero.
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Toñi Moreno
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viernes, 5 de junio de 2009
Días contados

Hoy publico este artículo en El Correo de Andalucía
Con lo del cambio climático ocurre como con el famoso poema –atribuido al parecer erróneamente a Bertold Brecht y que escribió un poeta judío encerrado en el campo de concentración de Dachau–, en el que se lamenta del encogimiento de hombros con que la sociedad alemana contempló la detención de comunistas, socialdemócratas, sindicalistas y católicos creyendo que se trataba de algo que les ocurría a los otros, hasta que oyó resonar las botas de los militares nazis por la escalera de su propia casa.
Así, la organización ecologista Greenpeace ha metido el cambio climático en pleno Guadalquivir, ha señalado con el dedo la realidad que no queremos ver y nos ha dicho que si no actuamos inmediatamente, no estaremos a salvo por mucho que nos encerremos en la torre dorada de la ignorancia.
Los negacionistas del cambio climático se baten en franca retirada ante las evidencias innegables de sus consecuencias. Han adoptado, sin embargo, una actitud relativista que pasa por afirmar que no tiene la gravedad que indican los estudios científicos o que sus peligros no son tan inminentes. Acusan al ecologismo político de exagerar la importancia del calentamiento global y arremeten contra cualquier mensajero que presente las pruebas de este desastre. Se trata, en realidad, de opiniones alentadas –cuando no directamente financiadas– por intereses económicos muy poderosos que saben perfectamente que reconocer la gravedad del cambio climático pondría sobre la mesa la necesidad de operar una enorme transformación del modelo económico mundial del que extraen tantos beneficios.
Pero hay también en este tema, una especie de relativismo popular que parece ser la esencia de este siglo XXI, donde convive la información masiva y el egoísmo más atroz. Una sociedad que ha hecho del presente su único punto de referencia y del “aquí y ahora” su única perspectiva. Una sociedad que no quiere escuchar malas noticias que comprometan su forma de vida, que padece una extraña enfermedad de la memoria de manera que olvida en cinco minutos la información más terrible con tal de no variar un ápice sus formas de consumo desmesuradas y despilfarradoras. Tampoco acompaña un sistema político, basado en el electoralismo más atroz, que sigue pensando que los brotes verdes de la economía es que se vendan más vehículos a motor.
Por eso, Greenpeace ha venido a meter el dedo en el ojo, a decirnos que el cambio climático no sólo va a afectar a lejanas islas de la Polinesia, sino a nuestra casa, a nuestra ciudad y a nuestras vidas. En los últimos treinta años las temperaturas en Sevilla han subido casi dos grados; los frutales de nuestros campos florecen y se agostan antes de la primavera; el Guadalquivir se saliniza y nuestras costas se modifican rápidamente. Aún así, habrá quien piense a fin de cuentas él no es agricultor, ni hotelero, ni pájaro de Doñana, ni tiene un piso en la primera línea de playa y que por tanto en casi nada le afecta. Se tiene la falsa idea de que las sociedades urbanas son una burbuja de cristal que en nada dependen de la naturaleza. Se olvidan de que comemos productos naturales, respiramos el aire contaminado y nos relacionamos con un mundo que se volverá más inestable.
Greenpeace ha venido con su barco de los tiempos futuros a recordarnos que tenemos los días contados para parar el reloj del desastre ambiental. No es el catastrofismo lo que les hace navegar por el Guadalquivir, sino la esperanza.
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