jueves, 22 de agosto de 2013

LA DECISIÓN DE GRIÑÁN

Publicado en ANDALUCES DIARIO

   Me da cierto pudor escribir sobre personas a las que aprecio. Ante todo está la verdad y el cariño es una tela a veces sutil que puede desdibujar la realidad.  Hice amistad con Pepe Griñán cuando estábamos en plena redacción del nuevo Estatuto de Autonomía.  Las discusiones eran frecuentes y los desacuerdos numerosos. Pero él tenía verdadera pasión por el debate de las ideas e irrumpía en mi despacho cargado de papeles, con nuevos argumentos y redacciones que intentaban conciliar propuestas.
Acostumbrada a un ejercicio del poder propio y ajeno que apenas resistía la divergencia, y que acostumbraba a entonar la frase de la reina de Alicia en el País de las Maravillas, “que le corten la cabeza” a cualquier asomo de discrepancia, me pareció fascinante la integridad democrática de este personaje, amante del debate, enamorado de la controversia documentada, que compartía la honradez intelectual por los hechos.

   Me sorprendió su ascenso a Presidente de la Junta de Andalucía. Pepe nunca había formado parte del núcleo de dirección;  no conocía las entrañas del poder de su propia organización y era de una inocencia sorprendente en materia de aparatos internos. Durante un tiempo lo vi perdido, sorprendido por las luchas de poder de su propia organización, hasta que consiguió una cuota de poder real, arrancada a duras penas de una organización dividida.

   Le ha tocado la etapa más difícil de la historia reciente de Andalucía, con una crisis galopante, las arcas vacías, el modelo económico ruinoso y el crédito político casi agotado por la corrupción y la desconfianza ciudadana. Griñán emprendió una revisión seria de su pensamiento. No es que se haya radicalizado, ni abandonado sus viejas convicciones socialdemócratas, sino que es muy consciente de que en una fase en la que los poderes económicos aniquilan el sueño del estado del bienestar, es necesario afirmar la supremacía de la política, construir un discurso fuerte y potente del socialismo democrático alejado de las terceras vías que han dejado fuera de juego a gran parte de los partidos socialistas europeos.
Con este equipaje, se embarcó con ilusión en unas elecciones autonómicas separadas que casi todos sus compañeros daban por perdidas. Asumió  el costo político del caso de los ERES, esa mancha infame de corrupción que se gestó cuando él ni siquiera estaba en Andalucía. No consiguió que el PSOE fuese la lista más votada, pero sí los escaños suficientes para gobernar en una alianza con IU que le resulta cómoda, no por falta de exigencias, sino por una amplia coincidencia ideológica.

   Sin que entrara en sus cálculos, se ha convertido en la voz más poderosa del PSOE en la actualidad. En un escenario de derrota, en un desierto político, lo que haga y piense Andalucía es absolutamente determinante en el PSOE. Pero en el PSOE no ocurre nada. Rubalcaba administra el tiempo como si fuese eterno. Sabe perfectamente que la renovación es ya una necesidad acuciante, pero no está dispuesto a abrir el debate sucesorio bajo la hegemonía andaluza. Mientras encuesta tras encuesta, se derrumba la intención de voto al PSOE, su cúpula dirigente no despierta de su sueño eterno y su nostalgia de pasado.

   Ahora Pepe Griñán anuncia que no se presentará a la reelección. Y lo hace con una prisa inusitada, con un calendario apretado, con una determinación sin asomo de duda. ¿Qué ha pasado, o qué no ha pasado para que haga este anuncio en una situación política relativamente tranquila en Andalucía, con un PP descabezado  y ausente? Seguramente no vamos a saberlo. Es posible que intente forzar el proceso de renovación del PSOE;   es probable que esté cansado de las viejas artimañas que apenas se disimulan.

   Ha afirmado que los nuevos tiempos necesitan nuevas políticas y que las recetas del pasado, aunque fuesen en su momento exitosas, ya no servirán para el futuro. Y creo que da en el clavo. Hacen falta nuevas voces y proyectos. Los tiempos del desarrollismo y de la política jerárquica se han acabado. Ha hablado un lenguaje de renovación que el PSOE nunca quiso aceptar: limitación de mandatos, control ciudadano de las acciones públicas, un discurso sereno y racional dirigido a la ciudadanía, que no a la vieja guardia. Y me asalta la duda de si la renuncia es el impuesto que tienen que pagar los justos para abrir espacio a sus ideas.

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