MIÉNTEME MUCHO
Publicado en
ANDALUCES DIARIO
España es el país en el que se lleva la mentira con la cabeza más
alta. Será nuestra historia. Será que desde pequeños nos predisponen a
ser condescendientes con la mentira y obtenemos sobresueldos de seres
mitológicos e inexistentes.
La adolescencia nos hace amar la sinceridad y rechazar airadamente la
falta de autenticidad de nuestras relaciones. Es el único momento en el
que cultivamos, como flor extraña, un pequeño brote de amor a la
verdad. Pero nuestro alrededor ve esta flor como una amenaza, una
rebeldía sin futuro y nos reclama abandonar tan peligrosa ingenuidad. El
resultado es que esa extraña flor se agosta antes incluso de haber
florecido.
A los veinte años, en general, ya han conseguido un ser humano
cínico, convenenciero que, si bien no tiene por qué ser en sentido
estricto malo, sí posee la dosis suficiente de sentido común para cerrar
los ojos ante las injusticias y aceptar una red doméstica de pequeñas o
grandes mentiras.
El que no miente o el que no transige con el engaño, es una
amenaza. Aunque guarde silencio, aunque su integridad sea sólo un vicio
solitario, su presencia es molesta, su falta de asentimiento, un
reproche mudo. El castigo más común es una parada brusca en sus
posibilidades de promoción. Nadie le explicará nunca las razones, pero
encontrará un muro infranqueable que solo deja paso a los que están en
el secreto de esa madurez sutilmente corrupta.
No es “cultura del esfuerzo” lo que ha faltado en nuestra sociedad.
No. El chaval que abandonaba la escuela, se mataba a trabajar en la
construcción. El banquero, político, constructor que obtuvo sus
ganancias de forma ilícita, trabajaba duro para comprar amistades, ganar
influencias, diseñar arquitecturas de contrabando. Lo que ha faltado no
es “cultura del esfuerzo” sino “cultura de respeto a la verdad” y al
bien común.
Lo peor de las viejas tradiciones se las arregla para sobrevivir a todos los cambios históricos. Y
en España, la falta de respeto a la verdad, el desprecio al bien común,
el culto a la apariencia y la veneración a los poderosos se superpuso a
la frágil democracia y a los nuevos valores que deberían haberla
sustentado. Digamos que el fascismo no murió a manos de los
valores democráticos, sino por el brillo del turismo internacional, la
nueva capacidad de compra de las clases populares y el aumento del nivel
de vida.
Y así hemos llegado hasta aquí, a este rompeolas de todos los vicios,
donde quedan al descubierto infinitas patrañas, añagazas, líos,
comisiones, cuentas opacas y sobresueldos. El caso Bárcenas es hoy el mejor exponente del triunfo de la mentira, el disimulo y las apariencias.
Los dirigentes del PP que exhortan al sacrificio, a “la cultura del
esfuerzo”, a la reducción del gasto público, recibían en pago por estos
desvelos, cajas de puros rellenas de billetes de amigables
constructores, cenas por el precio de un salario mileurista, o regalos
de esa marca de la ignominia que es llevar colgado en la muñeca un
reloj, unas joyas o una indumentaria que valen lo que la vivienda de un
pobre.
Desde Mariano Rajoy hasta Zoido, todos han recibido escandalosos
sobresueldos que provenían de estas donaciones ilegales que se
agradecían presuntamente con una lluvia fina de contratos públicos, de
sobreprecio de servicios públicos, de información y trato privilegiado. Y
no digamos el inefable Arenas, en el centro del terremoto barceniano.
Esta semana, dicen, que ha sido la más amarga para el PP, la más
turbulenta para Mariano Rajoy. Pero él ha comprendido la entraña
convenenciera de este país, su carácter novelero e inconstante. Calculan
que las noticias, por muy escandalosas que sean, se agotarán en unas
semanas; el dinero, sin embargo, es más perdurable. Bastará con agitar
convenientemente el cóctel de la corrupción porque cuando todo el mundo
es culpable, nadie lo es.
La prensa internacional se lleva las manos a la cabeza. ¿Qué clase de
país es ese –se preguntan- que no castiga la mentira ni exige
explicaciones a sus dirigentes? Pues simplemente un país con miedo, con escasa cultura democrática y poder de la ciudadanía. Hasta el momento.
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