jueves, 22 de agosto de 2013

EL NAUFRAGIO DEL PP DE ANDALUCÍA





    Ni en sus peores pesadillas Javier Arenas pensó que acabaría de esta forma tan triste su vida política. Posiblemente sea éste el último mes de agosto en el que junto a su nombre luzca algún cargo institucional en el PP. A partir de septiembre, su estrella política dará un fundido en negro que lo sacará de escena sin aplausos del público y sin corte de seguidores. Si tiene suerte, su nombre se olvidará; si no es así se asociará para siempre al de Bárcenas, los sobresueldos de los dirigentes del PP y el caso de corrupción más vistoso de toda la democracia española.
 
   Javier Arenas se había construido un personaje político muy singular, una especie de navaja suiza con múltiples funciones.  En su tiempo fue el rostro amable de los populares pero fue ocupando cada vez más un mayor espacio de poder interno por su capacidad de negociación con los viejos barones y los viejos aparatos.

   Hubo un tiempo en el que estaban de moda los rayos UVA y lucir en pleno invierno un tono tostado como de vuelta de una playa del Caribe. Hubo un club de dirigentes del PP que consideraron que este moreno era un toque de distinción superior y cuando los deportes al aire libre no lo permitían, recurrían a la cabina de los rayos artificiales donde salían con el color de un salmonete bien frito. Eran el clan de los rayos UVA del PP y pertenecían a él  Bárcenas, Camps, Ana Mato o Zaplana e insignes segundones, hoy conocidos en los juzgados como Sepúlveda y Galeote, aunque su líder indiscutible era Javier Arenas.  El cemento que unía este club de intereses diversos eran los generosos sobresueldos que se distribuían directamente desde Génova, bajo la supuesta supervisión de Javier Arenas.

    La tragedia de Arenas es que no se dio cuenta a tiempo de que el tiempo del moreno atroz había terminado (aunque la catalana Alicia Sánchez Camacho está escribiendo los epígonos de esa estética) y que se avecinaban tiempos en los que el blanco mortecino de Crepúsculo o de True Blood se imponía en la estética de la derecha española.

   Andalucía era para Javier Arenas su patio de recreo. Un lugar hostil donde consiguió trabajosamente un lento ascenso electoral que creyó ya definitivo en las pasadas elecciones. Construyó una organización a su medida y todos conocían que no se movía ni un cuadro sin que Javier Arenas, o su Sancho Panza particular,  Antonio Sanz, lo autorizase. Pero la ciudadanía andaluza le negó a Javier Arenas la mayoría absoluta necesaria para gobernar y él mismo comprendió esa noche electoral que su estrella se había apagado.
A partir de entonces el PP andaluz es un zombi de la vieja escuela, de los que caminan lentamente, con un solo argumento a su favor: el vergonzoso caso de corrupción de los ERES. Pero más allá de este tema, el Partido Popular naufraga  lentamente, a vista de todo el mundo y de una tripulación paralizada de terror.
 
   Cada nueva portada, cada nueva revelación del caso Gurtel y Bárcenas, es una nueva vía de agua en el viejo casco que ya no soporta la tormenta. Por si fuese poco, el gobierno central les obliga a mantener vergonzosas posiciones sobre cualquier medida social que la Junta de Andalucía apruebe, ya sea desahucios, becas, avances científicos o subastas de medicamentos.
 
   Zoido nunca se ha colocado el traje de presidente del PP andaluz. Lo tiene en el armario nuevecito y sueña con volver a la política menuda de su ciudad. Los demás candidatos huyen despavoridos antes de asumir el mando de un barco en el que faltan botes salvavidas para todos los viajeros. Para mayor desconsuelo, Griñán les ha cambiado el guión y la próxima Presidenta de la Junta será una mujer joven, ajena por completo a los ERES frente a la cual no podrán enarbolar los viejos discursos.
 
   Los que acusan a Susana Díaz de ser producto de un “dedazo”, se han puesto en manos de Rajoy para que, con superior criterio, designe el candidato andaluz.  Mientras el agua está a punto de hundir definitivamente el barco y el público contempla indiferente el espectáculo.

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