Publicado en ANDALUCES DIARIO
¡Qué bien se vive sin el gobierno! Llevan cinco días de vacaciones y
ya se escucha el canto de los pájaros. Los informativos se han
tranquilizado. Y aunque han dejado de guardia a ciertos voceros del FMI y
a Olli Rehn para que nos amenacen con reducir aún más nuestros
salarios, la verdad es que nos despertamos de mejor humor e incluso
tenemos la sensación de recuperar algo de control sobre nuestras vidas,
como el hormigueo en una pierna tullida por tanto decreto, tanta amenaza
y tanta mala noticia. Hasta tal punto que la música militar que nos han
puesto a propósito de Gibraltar no enciende nuestro ánimo guerrero, ni
nuestro odio al inglés. ¡Para Peñones estamos nosotros, con la que nos
está cayendo a este lado de la verja!
Ya sé que los Reyes Magos no son hasta enero pero voy a ir
escribiendo mis deseos porque después, con las prisas y las tensiones de
las fiesta familiares, se me olvidan cosas importantes y acabo pidiendo
solo paz y felicidad, como si esos deseos fuesen panes redondos, hechos
de una materia uniforme, que te pudieran llevar a casa el día menos
pensado. Pero no. A estas alturas ya sabemos que la felicidad y la paz
se componen de miles de pequeños detalles, de ausencia de dolor, de un
alto al fuego en las incomodidades cotidianas.
Por primera vez en mi vida el gobierno forma parte de mi agenda
personal. Todas las semanas toquetea mi vida y la de las personas a las
que quiero, o a las que no conozco pero que me hacen sentir su dolor.
Cuando no es un recorte es una amenaza, cuando no un insulto, un
descrédito, un alarde de superioridad. Como me respondió una amiga en
twitter nos roban hasta el lenguaje. Por ejemplo, ya ni siquiera puedo
decir que una persona es “excelente” porque ahora este adjetivo es un
sinónimo de desigualdad, un apelativo excluyente y amenazador.
Me gustaría una derecha aburrida, educada, que practique la
política desigualitaria propia de su condición en pequeñas dosis, sin
destrozar los servicios ni llamarnos además descerebrados y culpables.
Me gustaría un gobierno que, aunque de derechas, considere que la
ciudadanía no es boba, que sabe encontrar puntos de referencia, que no
se traga toneladas de mentiras sin sentirse intoxicada y harta. Me
agradaría un gobierno que acuda puntualmente al Parlamento, que presente
leyes por trámite normal, que no apruebe decretos cada viernes de
dolores, que no insulte a la función pública ni humille a las personas
paradas.
Me gustaría un Ministro de Educación al que hubieran educado y
querido sus padres en la infancia y no se viera obligado a insultar a
profesores, artistas, becarios y estudiantes. Me gustaría un Presidente
de gobierno que no pronuncie estúpidas tautologías ni hable en clave y
que comprenda que comparecer ante el Parlamento es lo normal y contestar
a la prensa una obligación.
Me agradaría un gobierno que no tuviera en su hoja de ruta
entrometerse en los derechos y en la vida de las mujeres y que solo
utilice el feminismo para proteger a sus ministras en casos de
corrupción. Una derecha que no odie las energías renovables, ni pretenda
acabar con las autonomías para volver a un estado centralista, ni se
enfrente descaradamente a aquellos territorios donde no gobierna.
Me gustaría una derecha que no riera las gracias a la ultraderecha mediática y política.
Desearía una derecha equiparable a la europea que condenase el
fascismo y que expulsara fulminantemente a los militantes que cuelguen
banderas fascistas o declaren que “los condenados a muerte por
el franquismo se lo merecían”. Desearía que la derecha no entroncara
con el franquismo ni hubiera esperado hasta 2002 para hacer una condena
formal de este régimen. Desearía una derecha democrática con la que
confrontar proyectos, ideas y no prejuicios. Quizá sea pedir demasiado o
cambiar la historia de España pero hasta que no lo consigamos,
arrastraremos el pasado con nosotros y estaremos hambrientos de
democracia.
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