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martes, 10 de junio de 2014
¿QUÉ PIENSAN LOS JÓVENES?
Publicado en El País Andalucía
Hicieron una rutilante aparición el 15-M de hace tres años. Llenaron de color las plazas, crearon un lenguaje propio y devolvieron el sentido a palabras empañadas como democracia y participación. Quisieron organizar un movimiento universal, que se expresaba en las plazas de todo el mundo, desde Nueva York a Berlín. Crearon una marca desconocida llena de esperanza, la #spanish revolution que deseaba reiniciar el sistema.
En un solo mes rejuvenecieron el lenguaje político y, bruscamente, todas las opciones políticas se tornaron viejas a su lado. No aceptaban banderas, ni preguntaban a nadie de dónde venía sino adónde iba, e hicieron renacer las esperanzas de corazones casi fríos. Pero la presencia de los jóvenes duró lo que dura un suspiro, y al año siguiente el movimiento fue ocupado poco a poco por gentes de mayor edad, con deseos de cambiar el mundo pero con la mochila excesivamente llena de experiencias, con el lenguaje gastado de ilusiones demasiadas veces traicionadas, con análisis tan perfectos, tan acabados, tan redondos que sonaban nuevamente a pasado. Nada que objetarles, a fin de cuentas, con su esfuerzo han mantenido vivas pequeñas llamas de ese incendio en muchos barrios o en movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Pero la mayoría de los jóvenes desaparecieron tal como habían llegado: sin previo aviso.
A pesar de que la propaganda se esforzó en presentarlos como perroflautas, eran en su mayoría jóvenes con un alto nivel de formación. Me temo que gran parte de los que aparecen en los vídeos de la acampada de Sol o en Las Setas de Sevilla están ahora a miles de kilómetros: en Berlín, en Singapur, en Brasil. Otros guardan un bello recuerdo y una instintiva aversión a la política partidaria. Los menos, han seguido participando de forma ocasional en las movilizaciones sociales o en la política.
Miro las caras de la mayor parte de las manifestaciones actuales y los jóvenes vuelven a ser una minoría. Sus padres y sus madres sustituyen amorosamente su presencia. Las verdaderas víctimas de la crisis (los jóvenes, los parados, los degradados en su trabajo, los esquilmados) no salen a la calle a protestar.
Puede ser que no crean en la utilidad de la movilización social, o que les resulte ajena, lenta y aburrida. Puede que incluso la protesta se haya ritualizado de tal modo que sea como ir a misa los domingos y tomar unas cervezas a su término, pero la realidad es que no expresan sus deseos, sus demandas, sus soluciones. En términos políticos, y según las encuestas del CIS, nuestros jóvenes son el sector de la población con ideas más cercanas a la izquierda, pero son los más remisos a votar en estas elecciones.
Quizá no haya en nuestra historia reciente una generación tan desconocida como los jóvenes actuales. Se expresan poco en términos sociales y rara vez mantienen debates públicos sobre sus opiniones y sus deseos. Desde el estallido brillante del 15-M no han vuelto a decir lo que quieren. Quizá simplemente no creen en el futuro, y no me refiero a la confianza que tengan en lo que ocurra pasados unos años, sino que el concepto de futuro les parece un fantasma que se disuelve entre las brumas, una palabra obsoleta que invocamos los que ya no somos jóvenes, un espacio perdido al que no se llega más que a través de un carpe diem eterno. Mientras la vida es solo un día a día salpicado de emociones, de mensajes, de gustos o disgustos. Pero hace tres años, tuvieron el futuro en sus manos y todavía se escuchan algunos ecos y huellas, como las que el agua deja sobre una tierra seca.
@conchacaballer
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lunes, 1 de julio de 2013
GRIÑÁN AGITA TODAS LAS AGUAS
Publicado en El País de Andalucía
José Antonio Griñán anuncia que no se presentará a la reelección y provoca un terremoto en la política andaluza y estatal. Mientras la crisis arrecia y la ciudadanía consume sus últimas energías de indignación, nos estábamos acostumbrando a un tranquilo escenario institucional. En Madrid, la mayoría absoluta del PP garantiza votaciones mayoritarias de proyectos rechazados en la calle; en Andalucía, el gobierno bipartito garantiza una estabilidad institucional con un proyecto que pinta de rojo algunas rayas en el horizonte profundamente azul. En las instituciones, el naufragio de la política es lento. El PP se desangra y alimenta una rueda de recambio llamada UPyD. De forma incomprensible, el PSOE sigue perdiendo votantes, traspasados a IU o a la abstención más enfadada. Los primeros confían en que la crisis amaine, los segundos en que el pueblo vuelva a confiar en ellos por arte de magia. Incluso entonan algún baile atrevido de acuerdos institucionales en los grandes temas de Estado.
La decisión de Griñán viene a poner en crisis este modelo, ese dolce far niente, esa nostalgia de que el pasado retorne, como las golondrinas, cuando las flechas macroeconómicas apunten hacia arriba, acallen la indignación y el bipartidismo reverdezca. Porque Griñán ha anunciado la muerte del pasado, el no retorno de los viejos tiempos, de sus políticos y de los modelos económicos. Y lo ha hecho inmolándose en la pira por pura cuestión de edad.
Lo llevaba en absoluto secreto pero con una férrea determinación. Su decisión tiene efectos colaterales de todos los colores. El PP ha hecho el análisis previsto: Griñán se marcha por el caso de los ERE. Por simple razón electoral, el PP había convertido al presidente andaluz en la cabeza de turco del fraude, aunque la más elemental aritmética cronológica lo desmiente. De hecho, ni siquiera estaba en Andalucía mientras la trama empezaba sus andanzas. El caso de los ERE ha sido, sin duda, un sambenito del que Griñán no ha podido desprenderse, porque aunque no es suyo, es de los suyos. Pero no es la causa principal de su renuncia, aunque si una de sus razones. Sin embargo, la decisión de Griñán fuerza al PP de Andalucía a aclarar con rapidez su liderazgo y su proyecto.
Por lo que respecta al IU, ha sido más que evidente su incomodidad con esta decisión. Nada le viene mejor a esta formación que esta transfusión lenta de votos sin riesgo alguno. Acaban de renovar su dirección y de elegir a Antonio Maíllo nuevo coordinador. Pero ahora la apuesta se queda corta. No basta con presentar un perfil más amable. Si quieren jugar en el terreno de la renovación tendrán que apostar mucho más fuerte por la apertura, las primarias, la autonomía del proyecto de IU respecto al Partido Comunista de Andalucía así como alguna asignatura incomprensiblemente pendiente, como el inexistente papel de las mujeres en esta formación.
Pero el efecto más visible del terremoto Griñán es sobre el PSOE estatal, donde Rubalcaba administra los tiempos a paso de tortuga y se mantienen las líneas de fidelidades antiguas, de discursos oscilantes entre la oposición y la colaboración, y el temor a los cambios.
Cuanto más se empeñan en afirmar que la decisión de Griñán “no alterará ni el calendario ni la agenda política prevista”, más claro parece que ha dado en la diana de una mayoría silenciosa o silenciada del PSOE. Es fácil agrupar las declaraciones de los líderes socialistas en racimos identificables: Rubalcaba, Chaves, Alfonso Guerra o el singular Rodríguez de la Borbolla han torcido el gesto ante el proceso andaluz. Frente a su evidente irritación, son fáciles de contraponer las sonrisas de Carme Chacón o de José María Barreda o la fruición con la que muchos militantes de base del PSOE citan las palabras de Griñán sobre la regeneración política, la celebración de primarias, la limitación de mandatos o el relevo generacional. Un toque de autocrítica hacia la trayectoria política del PSOE escrita con la piel de un presidente que tiene muchos años, pero que quizá ha olfateado los nuevos tiempos.
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domingo, 29 de mayo de 2011
Cambio de piel
Artículo de esta semana para El País Andalucía:
Zavalita, el protagonista de Conversación en la Catedral, tras mirar sin amor las calles de su ciudad, se preguntaba en qué momento se jodió el Perú. Después de las elecciones del domingo, en vez de contemplar los restos del naufragio, quizá fuera conveniente interrogarse sobre las causas.-
Los partidos de la denominada izquierda han renunciado al papel pedagógico y social que tuvieron en su origen y se han convertido en simples instrumentos electorales que administran una tradición, una ideología, contradictoria muchas veces con su práctica política. Por esa razón, en plena derrota, en vez de analizar las razones, se preocupan por los resultados
Después de los mercados, no hay nada que haya hecho tanto daño a las ideas de la izquierda como la apelación a un mal análisis sociológico que consiste, básicamente, en tomar nota de los cambios sociales para lamentarse amargamente o adaptarse a ellos. Así, constatan que la sociedad se ha derechizado o se ha rendido al populismo más reaccionario, como si no hubiera tomado parte en ello. IU no se interroga sobre las razones de su incapacidad para recoger el descontento de la izquierda social, se limita a hacer un recuento de pérdidas y ganancias en las que Córdoba es la dolorosa espina. El PSOE dice que acepta el castigo que la sociedad le ha propinado en las urnas pero descarta una revisión ideológica o una mirada a la izquierda social. El pragmatismo de los viejos tiempos no les deja ver la nueva realidad.
La sociedad no es un cuerpo enterizo sino plural y diverso. No es un objeto inanimado para la acción política. El problema es que la izquierda social -haya votado en las elecciones o no-, está cada vez más alejada de la izquierda oficial, en sus dos versiones electorales. Sus partidos están inmersos en una intensa crisis de representatividad, hasta tal extremo de que si consultaran, de forma no plebiscitaria, a su propia militancia política, comprobarían el abismo de incomprensión y de incomodidad que les separa.
Mientras que la derecha se encuentra a gusto con su representación, la izquierda está demandando un urgente cambio de piel. Un cambio que afecta tanto a los contenidos de la política como a la forma de realizarla. Esta izquierda social tiene una alta capacidad de análisis, de crítica y de porosidad. No van a reaccionar ante el peligro de la derecha, sino ante la ilusión de nuevos proyectos y nuevos valores con la condición de que puedan participar en ellos. Los jóvenes que resisten heroicamente en las plazas de nuestras ciudades están apuntando la luna del futuro: reforma de la política y compromiso social.
Porque quizá "el Perú" no se jodió con la crisis económica, quizá todo se estropeó mucho antes, cuando se asumió el crecimiento especulativo de nuestras ciudades, el desarrollismo sin límites, el individualismo como organizador social. Cuando no éramos todavía conscientes del papel de "los mercados" pero habíamos mercantilizado toda nuestra estructura social. Quizá "el Perú" de Andalucía se fue al garete cuando se acallaron las conciencias críticas y se premió el conformismo social.
Por primera vez desde la transición, no están en juego las próximas elecciones, sino los próximos 20 años de nuestra vida. En vez de querer parar las olas desde la orilla, la izquierda debería tener la ambición de generar las olas del futuro. Y no lo puede hacer sola, reunida en sus sedes partidarias, lamiéndose las heridas o haciendo quiméricas cuentas de sumas electorales.
Si se empeñan en hacer lo mismo, obtendrán los mismos resultados. Si no empiezan a pensar de forma ambiciosa; si consumen los días en debates estériles sobre candidatos o persisten en completar la agenda de reformas que los mercados han impuesto, el porvenir será todavía más incierto. Por el contrario, es el momento de sacudirse el miedo y el inmovilismo. Sólo los cambios sinceros, mirando con los nuevos ojos de la sociedad, servirán de pasaporte hacia el futuro
Zavalita, el protagonista de Conversación en la Catedral, tras mirar sin amor las calles de su ciudad, se preguntaba en qué momento se jodió el Perú. Después de las elecciones del domingo, en vez de contemplar los restos del naufragio, quizá fuera conveniente interrogarse sobre las causas.-
Los partidos de la denominada izquierda han renunciado al papel pedagógico y social que tuvieron en su origen y se han convertido en simples instrumentos electorales que administran una tradición, una ideología, contradictoria muchas veces con su práctica política. Por esa razón, en plena derrota, en vez de analizar las razones, se preocupan por los resultados
Después de los mercados, no hay nada que haya hecho tanto daño a las ideas de la izquierda como la apelación a un mal análisis sociológico que consiste, básicamente, en tomar nota de los cambios sociales para lamentarse amargamente o adaptarse a ellos. Así, constatan que la sociedad se ha derechizado o se ha rendido al populismo más reaccionario, como si no hubiera tomado parte en ello. IU no se interroga sobre las razones de su incapacidad para recoger el descontento de la izquierda social, se limita a hacer un recuento de pérdidas y ganancias en las que Córdoba es la dolorosa espina. El PSOE dice que acepta el castigo que la sociedad le ha propinado en las urnas pero descarta una revisión ideológica o una mirada a la izquierda social. El pragmatismo de los viejos tiempos no les deja ver la nueva realidad.
La sociedad no es un cuerpo enterizo sino plural y diverso. No es un objeto inanimado para la acción política. El problema es que la izquierda social -haya votado en las elecciones o no-, está cada vez más alejada de la izquierda oficial, en sus dos versiones electorales. Sus partidos están inmersos en una intensa crisis de representatividad, hasta tal extremo de que si consultaran, de forma no plebiscitaria, a su propia militancia política, comprobarían el abismo de incomprensión y de incomodidad que les separa.
Mientras que la derecha se encuentra a gusto con su representación, la izquierda está demandando un urgente cambio de piel. Un cambio que afecta tanto a los contenidos de la política como a la forma de realizarla. Esta izquierda social tiene una alta capacidad de análisis, de crítica y de porosidad. No van a reaccionar ante el peligro de la derecha, sino ante la ilusión de nuevos proyectos y nuevos valores con la condición de que puedan participar en ellos. Los jóvenes que resisten heroicamente en las plazas de nuestras ciudades están apuntando la luna del futuro: reforma de la política y compromiso social.
Porque quizá "el Perú" no se jodió con la crisis económica, quizá todo se estropeó mucho antes, cuando se asumió el crecimiento especulativo de nuestras ciudades, el desarrollismo sin límites, el individualismo como organizador social. Cuando no éramos todavía conscientes del papel de "los mercados" pero habíamos mercantilizado toda nuestra estructura social. Quizá "el Perú" de Andalucía se fue al garete cuando se acallaron las conciencias críticas y se premió el conformismo social.
Por primera vez desde la transición, no están en juego las próximas elecciones, sino los próximos 20 años de nuestra vida. En vez de querer parar las olas desde la orilla, la izquierda debería tener la ambición de generar las olas del futuro. Y no lo puede hacer sola, reunida en sus sedes partidarias, lamiéndose las heridas o haciendo quiméricas cuentas de sumas electorales.
Si se empeñan en hacer lo mismo, obtendrán los mismos resultados. Si no empiezan a pensar de forma ambiciosa; si consumen los días en debates estériles sobre candidatos o persisten en completar la agenda de reformas que los mercados han impuesto, el porvenir será todavía más incierto. Por el contrario, es el momento de sacudirse el miedo y el inmovilismo. Sólo los cambios sinceros, mirando con los nuevos ojos de la sociedad, servirán de pasaporte hacia el futuro
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