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domingo, 3 de julio de 2011

Nortificación

Artículo publicado el 02/07/2011 en El País Andalucía:


No sólo los poetas y los anuncios publicitarios construyen metáforas. La sociedad organiza su visión del mundo en torno a representaciones de un alto valor metafórico. El norte y el sur es una de estas narraciones míticas que conforman nuestra percepción del mundo. Su acomodo a la realidad es muy precario: a fin de cuentas todos somos el sur o el norte de otra ciudad, de otro país o de otro punto geográfico. Aún así, estas dos palabras se llenan de sentidos ocultos con los que interpretamos la vida.
A escala internacional, la distinción norte-sur no es geográfica, sino económica. La línea que nos divide no es el Ecuador, sino una ruta zigzagueante que atraviesa escenarios tan dispares como el Mediterráneo y la frontera mexicana con USA. Arriba, el capitalismo desarrollado, abajo el capitalismo depredador. Una línea que deja sin sur al continente asiático, lo que quizá explique que su pobreza se sitúe al norte.
En nuestro país la división norte-sur ha atravesado nuestra historia. Su línea no ha sido estable ni definida hasta que el modelo de revolución industrial decretó que por debajo de Madrid, todo era sur. Después de eso, nos llovieron con más intensidad los cuentos. Como todos los relatos míticos, los tópicos andaluces son circulares, eternos, cosidos a la piel con etiquetas sin firma.
A veces estos mitos funcionan de manera halagadora y nos hablan de la alegría, la pasión, el arte y el sentido de la fiesta. Con estos mismos conceptos forjan, en su trastienda, los puñales con los que nos acribillan: los inventos de la vagancia, la inestabilidad, la incapacidad organizativa y de la irracionalidad de los andaluces.
En política, cuando el sur desaparece, emergen con asombrosa vitalidad la desigualdad social y los recortes públicos. De forma especial, cuando Andalucía desaparece de la escena política, germina el clasismo más evidente basado en una indemostrable excelencia social del norte de los poderosos frente al sur, de los desposeídos. La nortificación política tiene dos variables dignas de estudio: la fortificación de Madrid, como sede de un estado fuertemente centralizado, o la variable catalana, que reclama un trato privilegiado para sus mermados intereses comerciales e industriales.
No es una confrontación territorial. No nos engañemos. Cuando cualquier insigne político de la derecha catalana arremete contra Andalucía, no pone en la punta de su lanza una crítica razonable a una gestión o a una medida, sino el desprestigio de los de abajo; de un sur que -en su confusión onírica-, cree que mantiene con el sudor de sus impuestos. La última andanada ha sido protagonizada por Durán i Lleida quien ha calificado las becas andaluzas para los jóvenes que abandonaron sus estudios por el boom de la construcción, como "una subvención a los ni-nis" propia del despilfarro de nuestra tierra. Sin embargo, no hay más ni-nis en Andalucía que en Cataluña; ni siquiera recibimos más subvenciones o financiación que las que recibe su territorio. Si ellos han hecho recortes en política sociales es porque su gobierno ha decidido que la igualdad o el buen estado de los servicios públicos no son una prioridad, ¿o es que somos los andaluces los responsables de su crisis, de sus gastos y de sus errores? El insigne político catalán -al que asombrosamente califican de elegante- no hubiese pestañeado si las subvenciones se dirigieran a la enseñanza privada o a otros sectores económicos más poderosos que estos miles de jóvenes a los que se pretende formar para el futuro. Por eso es una pena la nortificación -perdónenme la palabra que pretende ser un cruce semántico entre mortificación y norte- del debate y la desaparición política de Andalucía justo cuando más se necesita una reflexión sobre el modelo social y económico.
A no ser que al final, como escandalosamente apunta la CEOE, la desigualdad social sea una cuestión genética, escrita en nuestra vida con letras indelebles y se proclame el fin de las políticas públicas. Dicen que el sueño de los pobres produce utopías, pero el sueño de los ricos no cesa de generar monstruos.

domingo, 28 de marzo de 2010

Oficina de Tópicos

En la edición de El País podéis pinchar el último artículo sobre las declaraciones de Esperanza Aguirre y otros "pitas, pitas" no tan sonados pero que también nos ofenden a los andaluces.

"Convendría, con la mayor brevedad, disponer de una clasificación de los tópicos que se adjudican a cada comunidad autónoma para evitarnos la tarea de pensar por nosotros mismos. Si dispusiéramos de este catálogo de lugares comunes podríamos insultarnos entre comunidades sin activar las conexiones de una sola neurona de nuestro cerebro. Convenientemente ordenados y clasificados servirían también para componer un mapa de la España cañí, de su catálogo de odios, amenazas, envidias y rencores.
El tópico -incluso el que no pretende ser malintencionado- intenta fijar, para todos y para siempre, unas determinadas características de un pueblo o de un territorio. Se convierten para el destinatario en una mordaza que le impide crecer, cambiar y adaptarse a otras realidades.

Todas las comunidades padecen, de una u otra forma, el castigo de etiquetas seculares: bobos, los gallegos; tacaños los catalanes; chulos los de Madrid, pero en ninguna comunidad el abanico de los tópicos ha sido tan variada como en el caso de Andalucía. Es posible que la causa de ello sea que la identidad andaluza se ha utilizado o exportado como identidad nacional española, como la cara amable de un país triste, agriado y confrontado. Frente a ello la gracia, la amabilidad, la alegría andaluza se exportó como el señuelo internacional de España.
Pero, junto a esta utilización de los tópicos positivos, el franquismo tenía que justificar de alguna forma la falta de desarrollo de Andalucía, el paro y las condiciones que obligaban a millones de personas a la emigración y acuñó, con viejos materiales de deshecho, el tópico de la pereza andaluza, de vivir del cuento y de la subvención. La fuente inspiradora de este tópico no eran los andaluces en su conjunto -que en su tierra o en la emigración se afanaban por construir un futuro diferente-, sino los viejos señoritos que vivían de las rentas y que mataban el tiempo y las esperanzas en sus correrías madrileñas.
Por eso, de todos los tópicos acuñados para nuestra tierra, los más injustos y enervantes son los socioeconómicos: los que nos asignan papeles de sirvientas en las series de televisión, los que menosprecian nuestra preparación, los que niegan la innovación, los que presuponen un nivel inferior de trabajo, de dedicación o de cultura. Se trata de tópicos clasistas, impregnados del más rancio franquismo, inventados por la misma derecha política y económica que castigó a este pueblo durante decenios.
Esta semana, la presidenta de Madrid, experta avícola porque acostumbra a distribuir los despojos de los servicios públicos madrileños entre los buitres del mercado, nos ha escandalizado a los andaluces comparándonos con gallinas que acuden al reclamo del poder. Pero, si lo pensamos bien, escuchamos a diario el rumor de "pitas, pitas" en otras informaciones, declaraciones o producciones, expresado con mayor corrección y sutileza, pero con igual superioridad y desprecio.
El "pitas, pitas" resuena en nuestros oídos cuando sólo se escucha el andaluz en boca de chachas y de canis; cuando se comprueba que las únicas informaciones andaluzas que saltan a las primeras ediciones informativas son de sucesos o de accidentes; cuando los avances tecnológicos o científicos se destacan menos si se han producido en Andalucía y se obvia el origen del trasplante, de la investigación o del hallazgo; cuando nuestros apagones, inundaciones o debates son menos importantes que los de la mitad norte; cuando a nuestros poetas, pintores o creadores se les borra la procedencia; cuando entrevistan en una cadena estatal a algún famoso andaluz de cualquier campo y éste se empeña en pronunciar unas eses silbantes como si se avergonzaran del uso culto de nuestra forma de hablar. Porque el peor "pitas, pitas" es el de algunos andaluces que bajan la cabeza cuando hablan injustamente de su tierra.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Canal chiste



Hace ya algunos años Gaspar Zarrias anunció en una comparecencia que Canal Sur estaría presente en todas las plataformas digitales y en todos los formatos de difusión. Le contesté (y perdonen la autocita) : “¡qué vergüenza…ahora nos van a ver en todo el mundo!
El universo de los tópicos no es en si despreciable, incluso algunos de ellos reflejan ciertas acuñaciones culturales y estéticas. Hay tópicos sobre Andalucía realmente insultantes y desgraciados: el de la pereza, la superficialidad, la falta de carácter ante las injusticias. Sin embargo hay otros tópicos andaluces positivos como la creatividad, las ganas de vivir, el alto valor que damos a la convivencia con los demás, la finura estética…Pues bien, Canal Sur se ha especializado en los tópicos más zafios y ridículos de todos aquellos que componen el imaginario andaluz. Parece una cadena dirigida por los nietos de Álvarez Quintero pero en su versión más aldeana y ordinaria.
Entre emisiones y repeticiones, -salvo honrosas excepciones- da igual la hora en la que conectes con la cadena, siempre encontrarás un programa de chistosos que repiten “chascarrillos” de los años cuarenta, cuando no son unos niños que han perdido su condición infantil para convertirse en una especie de monstruos de feria, enanos de la copla y de la gracia (¿quién los protegerá de este “éxito” infantil?). No hay, para Canal Sur más música que la copla, más diversión que el chiste, más representación de Andalucía que el tipismo más rancio. Los creadores y productores que intentaron hacer otro tipo de programación ya hace tiempo que ni siquiera se acercan por la cadena.
Eso sí, cuando pasan a los programas serios -es un decir-, a los informativos, el acento andaluz está desterrado y Andalucía se puebla de modernidad, de avances tecnológicos y de proyectos “punteros”. Incluso, de vez en cuando, aparece algún político (de los que mandan mucho en Canal Sur) indignado por el tópico que tal o cual político catalán o madrileño ha empleado contra Andalucía.
Es un sueño de ida y vuelta. El pueblo andaluz sueña que es tan moderno como dicen sus informativos y el poder político sueña que los andaluces somos tan zafios como nos presentan en su programación.