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sábado, 21 de junio de 2008

EL FINAL DEL SUEÑO EUROPEO




“Somos de la misma sustancia de la que están hechos los sueños y nuestra vida breve esta encerrada en un sueño”, nos dijo Shakespeare, ese pozo de conocimiento intemporal, como tan solo un gran vividor de su presente podría serlo. Algunos años después, uno de los escritores más modernos y rupturistas de nuestro tiempo, Dashiell Hammett, nos desveló en el Halcón Maltés, la substancia de ese pájaro que produce traiciones y asesinatos, de “la misma materia de la que están hechos los sueños”.
Luther King traspasó los límites de la protesta, con su discurso “I have a dream”, contestación esperanzada al viejo sueño americano individualista y racista que concibe la vida como una carrera en la que sólo los mejores conquistan el derecho a una existencia completa.
Europa, en sus mejores pensadores, también había construido un sueño, el de la paz, el de los derechos, la igualdad, el acogimiento. El primer gran golpe a estas ilusiones fue la guerra de la antigua Yugoslavia, cuyas consecuencias no somos aún capaces de mirar de frente. El segundo, y definitivo golpe, es proclamar el territorio europeo hostil para los inmigrantes, para los exiliados económicos y políticos del mundo, para los desposeídos de la tierra. Un muro de vergüenza se ha levantado en toda Europa. Un muro que es tan grave como la participación en la guerra de Irak, porque la guerra contra los inmigrantes es también una guerra ilegal, inmoral e injusta. El gobierno de Zapatero ha muerto para la izquierda ejerciendo de cómplice en esta farsa contra la inmigración.
Dicen que con esta directiva de la vergüenza los gobiernos intentan “calmar a las clases populares europeas ante la crisis”. Que nadie se engañe, la misma mano que redacta la expulsión de los inmigrantes, decreta la jornada de 65 horas y la contratación a la carta de los trabajadores europeos.Es la misma mano que nos lleva a la pérdida de derechos y al colapso ecológico.
Salvando las distancias, también Hitler tenía sus chivos expiatorios, ¿acaso los inmigrantes han ocupado su lugar?

martes, 10 de junio de 2008

FREE CHOICE



Así llaman ahora a las nuevas formas de explotación. Libre elección. ¿Por qué, -se preguntan los ricos europeos- van a estar obligados los trabajadores a jornadas de 40 horas semanales? ¿Y si quieren trabajar más horas a la semana o hacerlo de sol a sol? ¿Por qué van a descansar dos días a la semana, si muchos de ellos se aburren los domingos? ¿Por qué van a disfrutar de un mes de vacaciones si, como todos sabemos, produce ansiedad y un gran número de divorcios?
Atendiendo a esta amplia problemática social, el selecto club europeo ha redactado una Directiva que amplía la libertad de elección, más free, más choice. “No es que obliguemos a los estados a regular jornadas semanales de 65 horas, sólo les damos la posibilidad de hacerlo, incluso en un creativo cómputo que puede alcanzar hasta las 78 horas semanales”.
Los pobres ricos no es que quieran ganar más dinero, no. No es que amplien sus plusvalías con estos horarios más largos, no. Es simplemente que velan por la libertad de los trabajadores y de los estados.
Ya tienen en mente, además, desembarazarse de otro impedimento para la free choice de los asalariados. Esa antigualla de convenios colectivos, llenos de molestos derechos, horarios, categorías laborales, salarios. Los ricos europeos tienen un sueño: convertir el mundo laboral en un reino de la libertad en el que cada uno de los trabajadores contrate libremente su fuerza de trabajo. Amablemente el empresario le preguntará: ¿cuánto quieres cobrar? ¿Qué horario quieres tener? Y el trabajador elegirá, sin presión sindical alguna, sus condiciones laborales. A fin de cuentas, trabajar o no es un derecho individual, al que nadie te obliga.
Los ricos europeos, representados por la clase política más friki, creen haber inventado algo nuevo. Sin embargo, el libre mercado del trabajo ya se practicaba desde tiempo inmemorial, cuando a primeras horas de la mañana, centenares de trabajadores se congregaban en las plazas de los pueblos, hasta que un manijero (o, algunos días como diversión, el patrón) apuntaban con el dedo y decían:
- Tú…tú…tú también…y aquel de la camisa azul. A los demás no los quiero.
Han vuelto al free choice del siglo XIX. Lo único nuevo es el silencio de los sindicatos y la resignación de los trabajadores.