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domingo, 9 de septiembre de 2012

SÓLO ES SEPTIEMBRE




Publicado en El País Andalucía
No puedo evitarlo. Veo a cada persona con un nubarrón sobre su cabeza, una sombra triste que se desplaza a su ritmo, que dibuja sombras de apatía en los gestos, que impide que los colores sean claros y los movimientos precisos. Algunas llevan nubarrones amplios, de trazos oscuros y otros una montera más liviana, pero percibo en todas partes las malditas sombras que ocultan  la luz.
El lunes cada persona y su sombra, volverán a sus quehaceres pero la alegría del retorno ha desaparecido por completo. Quien tiene un puesto de trabajo fijo sabe que su trabajo será más duro e ingrato, sus retribuciones más magras, su estima profesional más baja; el que trabaja en el sector privado se pregunta si será ella la próxima víctima del ERE que se rumorea,  o si solo se trata de una amenaza para rebajar salarios, aunque también pueden suceder las dos cosas consecutivamente. Los que no tienen trabajo, volverán a las  colas del INEM, más largas y silenciosas, más rápidas porque al final solo hay un rotundo NO que el funcionario anuncia cada vez con más tristeza.
Quienes tienen más de cuarenta años barruntan que son incómodos en la empresa. Las pequeñas ventajas conseguidas tras decenios de buen trabajo son ahora una pesada carga para su continuidad. La experiencia, la profesionalidad no valen nada en un país que ha perdido los puntos de referencia. Los más jóvenes son ahora un ejército de outsiders que miran con desconcierto una sociedad extraña. Los que tienen mayor titulación buscan en internet las páginas de ofertas de trabajo en el extranjero. Se estima que en noviembre esta sangría interminable de talentos alcanzará su cenit y miles de jóvenes se nos irán muy lejos.
Dicen que para reconocer la existencia de una depresión, basta con experimentar durante dos o tres semanas, cinco o seis síntomas claros: sentimientos de tristeza, disminución del interés o del placer en actividades habituales,  alteraciones del sueño, sensación de debilidad física, sentimientos de culpabilidad o inutilidad, disminución de la capacidad intelectual…El nubarrón que se cierne sobre nuestras vidas nos produce estas mismas sensaciones: agudiza todos los pensamientos negativos y pone un velo a nuestra alegría.
Ya no está de moda la psicología de masas, pero es evidente que todo un país puede tener un estado de ánimo, unas sensaciones sobre su valía, su estima y sus capacidades. Y en nuestro caso, el estado de ánimo es pésimo. En ese sentido la nube individual que arrastramos y nos pesa, es colectiva,  tiene nombres y fechas, responsables y culpables cuyos nombres se han disuelto hasta hacerse irreconocibles, hasta que individualmente hemos interiorizado nuestras culpas y desaciertos, hasta que no saber siquiera contra quien o contra qué dirigir nuestras quejas.
Nos quieren como pequeñas nubes al viento de la crisis, mecidas por las jaculatorias de un lenguaje tecnocrático que nos paraliza, que nos amenaza con males mayores, que nos priva del control de nuestras vidas.  Dicen que la capacidad de pensar a largo plazo muestra el control de nuestra existencia. Pues bien, prueben a imaginar el futuro y si pueden hacerlo, verán lo difícil que es desprenderse de los tonos sombríos, del miedo y la incertidumbre. Nos quieren asustados, deprimidos, nubes al viento sin control de nuestra existencia.  Han conseguido convertir los problemas reales del paro, la desesperanza, la falta de oportunidades para la juventud en nuestra nube particular mientras que convierten en fetiche de nuestros tiempos sus problemas financieros o especulativos y nos mecen al vaivén de sus intereses.  Pero es justo al revés de esta terrible pesadilla: nuestro trabajo, nuestra preparación, nuestra profesionalidad, produce bienes físicos o inmateriales que existen realmente mientras que su mercado del dinero es pura ficción. Somos necesarios y ellos inútiles. Si nos sacudimos la nube que nos impide pensar con claridad y recuperamos nuestra autoestima, es posible cambiar la situación o, al menos, no ser víctimas en este otoño que nos han dibujado con todos los colores de la desolación.

miércoles, 11 de julio de 2012

EL DESPRESTIGIO COMO ESTRATEGIA

Publicado en El País Andalucía
Siempre me habían impresionado las fotos de la crisis del 29 en Norteamérica. Esa mujer que mira con infinita preocupación, rodeada de niños que esconden las cabezas tras sus hombros; personas sin casa que recorren las polvorientas carreteras; una cena de navidad en la que cuatro niños apiñados esperan que su padre reparta algo de pan y embutido; una cola de parados con sus trajes deslucidos; personas, sin rostros visibles, sólo sombreros que avanzan hacia la ventanilla donde obtendrán un no por respuesta…Pensaba que eran fotos casuales de magníficos profesionales de la prensa hasta que la semana pasada escuché a algunos expertos explicar que la mayoría de estas fotos formaban parte de la campaña de Roosevelt para lanzar el New Deal.


Los fotógrafos de Roosevelt no manipularon la realidad para darle mayor dramatismo ni crudeza a la crisis. Por el contrario descartaron aquellas imágenes que retratasen obscenamente la miseria. El hilo conductor de estas fotografías consistía en contar una historia de dificultades, pero también de dignidad. Para conseguirlo destacaron la figura humana y la familiaridad de los objetos de forma que cualquier espectador pudiese pensar que el próximo en esa lista del paro, en esa carretera, en esa casa desprovista de enseres, podía ser él. Las fotos no pretendían transmitir desesperación ni histeria, sino solidaridad y reflexión.

Mientras que la crisis en Europa condujo en muchos países a la emergencia del fascismo, en Norteamerica el New Deal de Roosevelt forjó la idea de un país, prestigió la democracia, puso las bases del todavía precario sistema de protección social y afirmó el principio de que los que más tenían debían contribuir con mayores recursos a la recuperación económica. No aportar al bien común, no contratar a alguien si se tenían recursos o despedir trabajadores innecesariamente, ocultar capitales o aprovecharse de la crisis empezaron a ser vistos como gestos inadmisibles de antipatriotismo.

El relato europeo, salvo excepciones, es mucho más triste. Se buscaron chivos expiatorios, como los judíos, los gitanos o los extranjeros; se confrontaron unos sectores sociales contra otros; se proclamó el sálvese quien pueda ; se desprestigió la política y se exasperaron a las clases medias hasta que los autómatas del brazo en alto llegaron al poder.

En España no hay patriotas. Desde que empezó la crisis, los de abajo han sufrido paro, saqueo salarial, restricciones sin cuento de servicios. Sin embargo, no se han aprobado medidas que obliguen a los de arriba, a los que se envuelven en la bandera rojigüalda, a poner un solo euro sobre el tapete. Todo lo contrario: se han reducido sus aportaciones fiscales, se les ha abaratado el coste del despido y se les ha premiado con una amnistía fiscal que es un cruel sarcasmo para el contribuyente. Por eso, cerca de tres millones de españoles -según el último estudio del Observatorio del Consumo- compran habitualmente artículos de lujo. Las ventas de estas prendas que “te hacen sentir único y poseedor de la exclusividad” aumentaron el pasado año un 25 por ciento. Viven en una burbuja protegidos por la cobardía de nuestros políticos.

Para la gente corriente, el gobierno ha preparado una batería de nuevos recortes sociales. Sus escasas explicaciones, suelen denigrar a los que trabajan o usan los servicios públicos : “consumen muchas medicinas”, “se aprovechan de la ley de dependencia”, “trabajan pocas horas”, “usan fraudulentamente las cartillas”. Nos hacen discutir sobre los cuatrocientos euros para el cuidado de un dependiente o sobre los presuntos privilegios de los funcionarios, mientras olvidamos que los poderosos tributan menos de la mitad que sus trabajadores. A diferencia del New Deal de Roosevelt, aquí no se fotografían con respeto las colas del paro, los desahucios de viviendas o la dignidad de los que viven de su trabajo. Todo lo contrario: se desprestigia a los de abajo, se alienta la insolidaridad social y la confrontación entre los que nada tienen con los que tienen poco. Los frutos de todo esto pueden ser muy amargos.