domingo, 24 de febrero de 2013
PROHIBIDO ENFERMAR
Puedes leerlo también en la edición andaluza de El País
En la letra pequeña de la crisis se ha incluido una cláusula nueva contra todos aquellos “privilegiados” que todavía conservan su puesto de trabajo: queda prohibido terminantemente enfermar. El mismo Gobierno que nos pide que no generalicemos en los casos de corrupción, generaliza respecto al absentismo de los trabajadores y pasa a considerarnos masivamente a todos, y especialmente a la función pública, unos seres abusones que mienten sobre su estado de salud y que engañan a la Administración.
Según la nueva normativa, durante los tres primeros días de la baja laboral de cualquier funcionario, se le descontará el 50% de su salario y después hablamos. Incluso, con un sentido del humor un tanto siniestro se nos explica que están exentos de estos descuentos las enfermedades profesionales que se adjuntan en una lista y, que en el caso de los docentes y de otros muchos funcionarios, son…¡ninguna! Alguien debió pensar que era un chiste gracioso.
En la localidad sevillana de Camas han instalado en la sala de profesores una camilla y un centro de recuperación para que los profesores enfermos puedan estar en el centro y no tengan que solicitar la baja médica. Con un gran sentido del humor, el portavoz del profesorado explica que se desplazan a su domicilio para recoger al enfermo y que le prodigan cuidados en el centro para que no pierda el salario de esos días.
Pero la broma tiene un lado macabro y supone otra humillación más a la función pública a la que tanto parece odiar este Gobierno. La excusa para estas medidas es contener el absentismo laboral en el sector público, pero la realidad es simplemente un recorte atroz de la sanidad pública, un impulso depredador de los salarios y un himno a la injusticia que pagarán no los absentistas, sino los buenos funcionarios que no faltan más que cuando no pueden con su alma.
Todos conocemos los nombres y apellidos de los absentistas habituales en nuestros centros de trabajo quienes, por cierto, no reciben la más mínima amonestación por la inspección laboral y son consumados maestros en el arte de justificar sus ausencias. Su tabla de asistencias es un colador visible a gran distancia. Hubiera sido realmente fácil controlar este absentismo descarado pero, ay, se me olvidaba que no se trata de eso, sino de evitar el uso de la sanidad, desprestigiar la función pública y confiscar tres días de paga.
Por eso últimamente podemos ver profesores con gripe impartiendo clase y microbios a partes iguales; bomberos que resisten un esguince a duras penas; médicos que operan con una fuerte cefalea; administrativos que resuelven complicados expedientes en medio de una crisis lumbar. Ya sé que en el sector privado las cosas no transcurren de una forma distinta. El terror a ser despedido es el desincentivador más potente para faltar por enfermedad. Todos saben que cualquier baja laboral, por muy justificada que esté, será una prueba en contra para cualquier renovación de contrato.
La Administración exhibe con orgullo el descenso del absentismo laboral, pero empieza a ocultar con celo el estado sanitario de la población. Una sociedad que prohíbe estar enfermos a sus trabajadores, soportará a medio plazo un costo sanitario y social duplicado, nos advierten los especialistas en salud pública.
Las enfermedades se harán más persistentes, de más difícil y costosa curación; la detección temprana de enfermedades descenderá de forma vertiginosa; la automedicación se disparará y nuestro índice de mortalidad subirá sin que nadie nos explique los motivos.
La Administración presiona a los profesionales para que la estancia hospitalaria sea lo más corta posible y se dan altas precipitadamente con tal de ahorrar unos euros. La información sobre las listas empieza a estar más maquillada que una actriz de opereta, mientras nuestros gerifaltes sustituyen el derecho a la salud y la calidad del servicio sanitario por “la rentabilidad” en cuyo altar alzan este gigantesco ERE contra los enfermos y esta enésima patada en el culo de la función pública.
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martes, 19 de febrero de 2013
HÉROES Y HEROÍNAS DE NUESTRO TIEMPO
Publicado en El País de Andalucía
En la obra de Bertolt Brecht, cuando Galileo se pliega a la Inquisición y renuncia a defender que la tierra es redonda y gira alrededor del sol, uno de sus discípulos le reprocha: “Desgraciado el país que no tiene héroes”. Galileo, baja la cabeza y responde amargamente: “Desgraciado el país que necesita héroes”.
Los tiempos de crisis han sido propensos al surgimiento de superhéroes. Eran seres individuales, salvadores de la humanidad, generosos, masculinos y neutros sexualmente; el sueño de los niños y el consuelo de los mayores. Ahora, seguimos necesitando figuras que combatan la maldad y compensen nuestra cobardía o, si les parece muy fuerte, nuestra desorientación colectiva.
A los héroes y heroínas de nuestro tiempo, al igual que a Spiderman, un día les picó una araña radiactiva pero, en vez de conferirle las cualidades de volar o pegarse a las paredes, les inoculó la pasión por la verdad y por la justicia. Son útiles y generosos. Desconfían del protagonismo; son muy sensibles a la injusticia y alérgicos a la mentira.
En su mayor parte, nacieron al calor del 15-M y son caleidoscópicos, invisibles a veces, pero aparecen allá donde se les necesita, bajo un nombre u otro. Esta semana metieron un gol en la portería del Congreso de los Diputados; el gol que el 80% de la ciudadanía estábamos alentando desde las gradas. Son conscientes de que su batalla no está aún ganada. Saben tanto de política como el portavoz más antiguo del Parlamento y conocen a la perfección los cientos de artimañas que el poder usará para desactivarlos, desacreditarlos y postergar sus demandas. Normalmente no son los directamente afectados por los problemas, sino personas con conciencia que han decidido ponerse al servicio de los demás, una lección ética para los nuevos tiempos.
A muchos de ellos no los vemos en televisión pero forman parte de un ejército invisible que deja el café o los estudios para acudir allá donde haya un desalojo de vivienda, gritar contra el desahucio, acompañar al desposeído y denunciar la injusticia. En Málaga, en Sevilla, en Granada… hay miles de personas que forman parte de este movimiento.
En general son muy jóvenes o muy mayores, los dos extremos más generosos de nuestra sociedad, al menos con su tiempo y esfuerzo. Algunos de ellos acumulan multas de mil o dos mil euros —especialmente en Granada, donde el poder reprime con suma dureza— por resistirse a la autoridad; o son detenidos por no mostrar con celeridad su documentación o por desacato. Se ve que los subdelegados del Gobierno de estas provincias no están al tanto de que el PP “comparte con Ana Colau los objetivos” y optan por la criminalización y la represión.
Han puesto en la agenda el calendario de desahucios, han ridiculizado al poder político, le han dado luz al drama de los suicidios y le han devuelto a la sociedad una pizca de esperanza en el ser humano. Son las mejores manzanas de nuestro cesto, lleno de frutos podridos, y muestran que no todo ha sido un fracaso, que en medio de tanto consumismo, egolatría e insolidaridad, en algunos hogares se ha sabido transmitir amor por la verdad y repudio a la injusticia. Por eso, algunos padres se enorgullecen en privado de la rebeldía de sus hijos frente a los poderosos.
Poco a poco nuestros héroes y heroínas, estrechan los límites de impunidad del poder y del dinero. Un jubilado andaluz pone en jaque a las eléctricas, que consultan su web antes de poner en marcha sus tarifas; un grupo de ciudadanos publica una página donde podemos seguir cada uno de los indultos que el Gobierno concede; un colectivo alemán persigue el plagio de tesis doctorales; un grupo norteamericano elabora una aplicación por la que con la foto de un producto nos dice si su compañía ha pagado a Hacienda, si recibe subvenciones o afecta al medio ambiente. El quinto poder está en marcha pero no es el poder de la tecnología, sino el de las personas generosas y valientes que esta semana consiguieron colar el gol en el Congreso aunque fueron desalojados de la tribuna por la voz cascada y rota de los viejos tiempos.
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PROSCRITOS, PRESCRITOS
Publicado en El País de Andalucía
Después de tanto engaño es muy difícil creer en nada. Después de haber escuchado centenares de veces las mismas declaraciones de inocencia, los mismos compromisos de transparencia, las palabras se vuelven irritantes. Cuando la vida se ha hecho tan dura que nos ha convertido a todos en testigos de dramas sociales, es muy difícil creer en nada, ni siquiera en la justicia.
Durante años he discutido con amigos y compañeros sobre el papel de los políticos y su honradez. La tesis del garbanzo negro se ha ido volviendo cada vez más difícil de mantener en la medida que se daban a conocer nuevos casos e imputaciones. A estas alturas hay demasiados fallos en los sistemas de control y de detección del robo del dinero público y casi completa impunidad de los delitos económicos. Demasiados garbanzos negros en la olla, tantos como para preguntarse si no será mejor empezar de nuevo el guiso.
Al parecer, en nuestro país existen dos clases de delitos: los que comete la gente corriente y los que cometen sus élites financieras, empresariales o políticas. Los primeros van a la cárcel; los segundos van a un limbo jurídico que se llama prescripción, que no supone declaración de inocencia pero que sabe a gloria a quienes la disfrutan. La indignación popular puede multiplicarse por 100 si, tal como dicen juristas muy reconocidos, la mayoría de los casos acabarán prescritos y archivados. Una gran parte de la trama Gürtel, la supuesta financiación ilegal del PP, los conocidos sobresueldos, los regalos recibidos, los millones de Bárcenas y la mayor parte de las imputaciones a Urdangarin navegarán por los mares del olvido en un tiempo no muy lejano, archivados en el estante de cualquier juzgado.
La justicia o injusticia de las leyes se comprueban en su aplicación. En el caso de los delitos económicos ha quedado absolutamente demostrado que suelen descubrirse cuando están próximos a prescribir. A ello se suma que su investigación es larga y complicada y que jueces, fiscales e inspectores se enfrentan, casi inermes, a un escuadrón de abogados especializados en ingeniería financieras. ¿Por qué prescriben, entonces con tanta rapidez? ¿Por qué, en el caso de la financiación ilegal de los partidos políticos, el delito prescribe casi con la rapidez del rayo?
No es posible que nuestro sistema político no esté al corriente de esto, ni que actúe ingenuamente. ¿Cómo es posible que los mecanismos diseñados para controlar a las fuerzas políticas, procedan de ellas misma y actúen, solo y exclusivamente, comprobando los estados financieros que los propios partidos les facilitan? ¿Cómo no se ha reformado el Tribunal de Cuentas, tras sus fracasos estrepitosos en el control financiero de las fuerzas políticas?¿por qué se mantiene el escándalo de la prescripción de estos delitos?
Por si faltara algún ingrediente a este infame cocido, se acaba de conceder una amnistía fiscal capaz de anular todo tipo de delitos contra la hacienda pública, por mucho que el ministro Montoro se esfuerce en disimularlo.
Puede resultar que la mayor condena de corruptos, defraudadores, blanqueadores de dinero, aprovechados y ladrones, sea ver su nombre publicado en la plaza pública o realizar con garbo el humillante paseíllo ante los tribunales. Aunque los que han decidido pasar al lado oscuro no tienen la piel tan fina como la ciudadanía indignada y son incapaces de sentir vergüenza porque creen que todo se olvida, todo se cura, menos el dinero que permanece a su lado.
Por eso, mientras todo esto continúe, mientras se ampare jurídicamente a los corruptos, mientras trabajen en las sedes los imputados y se tema pronunciar el nombre de los delincuentes, no deberían volver a pronunciar frases como “caiga quien caiga”, “llegaremos hasta las últimas consecuencias” o “recaerá todo el peso de la ley”, porque nadie cae, no hay consecuencias y el peso de la ley es muy ligero. El sistema ha dado un mensaje definitivo de error, y es el momento de reiniciarlo si no queremos que sea el populismo antipolítico y antidemocrático el que recoja la indignación popular y la convierta en una flor negra.
Después de tanto engaño es muy difícil creer en nada. Después de haber escuchado centenares de veces las mismas declaraciones de inocencia, los mismos compromisos de transparencia, las palabras se vuelven irritantes. Cuando la vida se ha hecho tan dura que nos ha convertido a todos en testigos de dramas sociales, es muy difícil creer en nada, ni siquiera en la justicia.
Durante años he discutido con amigos y compañeros sobre el papel de los políticos y su honradez. La tesis del garbanzo negro se ha ido volviendo cada vez más difícil de mantener en la medida que se daban a conocer nuevos casos e imputaciones. A estas alturas hay demasiados fallos en los sistemas de control y de detección del robo del dinero público y casi completa impunidad de los delitos económicos. Demasiados garbanzos negros en la olla, tantos como para preguntarse si no será mejor empezar de nuevo el guiso.
Al parecer, en nuestro país existen dos clases de delitos: los que comete la gente corriente y los que cometen sus élites financieras, empresariales o políticas. Los primeros van a la cárcel; los segundos van a un limbo jurídico que se llama prescripción, que no supone declaración de inocencia pero que sabe a gloria a quienes la disfrutan. La indignación popular puede multiplicarse por 100 si, tal como dicen juristas muy reconocidos, la mayoría de los casos acabarán prescritos y archivados. Una gran parte de la trama Gürtel, la supuesta financiación ilegal del PP, los conocidos sobresueldos, los regalos recibidos, los millones de Bárcenas y la mayor parte de las imputaciones a Urdangarin navegarán por los mares del olvido en un tiempo no muy lejano, archivados en el estante de cualquier juzgado.
La justicia o injusticia de las leyes se comprueban en su aplicación. En el caso de los delitos económicos ha quedado absolutamente demostrado que suelen descubrirse cuando están próximos a prescribir. A ello se suma que su investigación es larga y complicada y que jueces, fiscales e inspectores se enfrentan, casi inermes, a un escuadrón de abogados especializados en ingeniería financieras. ¿Por qué prescriben, entonces con tanta rapidez? ¿Por qué, en el caso de la financiación ilegal de los partidos políticos, el delito prescribe casi con la rapidez del rayo?
No es posible que nuestro sistema político no esté al corriente de esto, ni que actúe ingenuamente. ¿Cómo es posible que los mecanismos diseñados para controlar a las fuerzas políticas, procedan de ellas misma y actúen, solo y exclusivamente, comprobando los estados financieros que los propios partidos les facilitan? ¿Cómo no se ha reformado el Tribunal de Cuentas, tras sus fracasos estrepitosos en el control financiero de las fuerzas políticas?¿por qué se mantiene el escándalo de la prescripción de estos delitos?
Por si faltara algún ingrediente a este infame cocido, se acaba de conceder una amnistía fiscal capaz de anular todo tipo de delitos contra la hacienda pública, por mucho que el ministro Montoro se esfuerce en disimularlo.
Puede resultar que la mayor condena de corruptos, defraudadores, blanqueadores de dinero, aprovechados y ladrones, sea ver su nombre publicado en la plaza pública o realizar con garbo el humillante paseíllo ante los tribunales. Aunque los que han decidido pasar al lado oscuro no tienen la piel tan fina como la ciudadanía indignada y son incapaces de sentir vergüenza porque creen que todo se olvida, todo se cura, menos el dinero que permanece a su lado.
Por eso, mientras todo esto continúe, mientras se ampare jurídicamente a los corruptos, mientras trabajen en las sedes los imputados y se tema pronunciar el nombre de los delincuentes, no deberían volver a pronunciar frases como “caiga quien caiga”, “llegaremos hasta las últimas consecuencias” o “recaerá todo el peso de la ley”, porque nadie cae, no hay consecuencias y el peso de la ley es muy ligero. El sistema ha dado un mensaje definitivo de error, y es el momento de reiniciarlo si no queremos que sea el populismo antipolítico y antidemocrático el que recoja la indignación popular y la convierta en una flor negra.
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martes, 5 de febrero de 2013
ORGULLOSA DE SER ANDALUZA
Aquí podéis escuchar el audio completo del programa SER ANDALUZ(A) con Fernando Sánchez Mont
DESAPARECIDOS EN COMBATE
Publicado en El País Andalucía
En Estados Unidos está de moda ser hispano. En la cuna de la hispanidad está de moda no serlo. En los últimos seis meses, más de 166.000 jóvenes menores de 24 años han dejado de ser población activa. En los primorosos gráficos presentados por la ministra de Empleo, Fátima Báñez, el dato no aparecía porque las desapariciones se han convertido en la letra pequeña de la crisis.
En las redes sociales se divulga que los jóvenes en España tienen ante sí tres salidas: por tierra, mar y aire. Y, en los hogares se conoce con detalle que la primera gran decisión laboral de los jóvenes cuando terminan sus estudios es si permanecer en nuestro país, currículum y teléfono en ristre, perdidos como Dédalo en el laberinto, o emprender una odisea hacia lugares con menos calor humano pero más esperanza.
En el último año el número de alumnos matriculados en las escuelas de idiomas se ha multiplicado y la mitad de la sociedad se ha familiarizado con el metalenguaje de los niveles de dominio de la lengua. B1 o B2, Intermediate o Advanced forman parte ya de nuestro vocabulario familiar y constituyen el nuevo pasaporte al futuro. Cualquier idioma —inglés, alemán, chino, portugués o suajili— es válido para huir del paro y la desesperanza que últimamente se escriben español.
Se marchan de un país en el que se sienten poco apreciados, en el que se despotrica de su formación, se desaprovechan sus conocimientos e incluso se denigran —con el ministro de Educación en cabeza— sus titulaciones universitarias. Al parecer nos sobran ingenieros, científicos, matemáticos, artistas, informáticos y técnicos de todas las materias. Han decidido que nuestra particular salida de la crisis no se afronte potenciando nuevas tecnologías, ni la investigación ni creación; se construirá aumentando la tasa de ganancia de los poderosos y con el descenso generalizado de salarios, un proyecto para el que sobran los conocimientos, la profesionalidad y la creatividad.
Se estima que, desde el inicio de la crisis, han salido de España más de 400.000 jóvenes, la inmensa mayoría con titulación universitaria. En los últimos años, la Unión Europea está siendo sustituida por otros destinos, como Latinoamérica donde se dirigen ya más del 40% de nuestros emigrantes. La vida da tantas vueltas que algunos de los que despotricaban contra la inmigración latina hacia nuestro país, envían hoy a sus hijos a Argentina, Brasil, Colombia...e incluso a Cuba.
Por comunidades la soberana Cataluña, la insular Canarias, la céntrica Madrid baten el récord de jóvenes expulsados de su tierra o, según palabras del Ministerio de Empleo, los que tienen “mayor espíritu aventurero”. Tras ellas se encuentra Andalucía, donde la herida de la emigración masiva todavía no ha acabado de cicatrizar cuando se abre esta nueva sangría del exilio juvenil.
Va a ser verdad que la historia es el relato de un idiota sin sentido. Nunca hubiésemos pensado que volveríamos a ser testigos de la emigración y del exilio; nunca hubiésemos imaginado que “vuelvan pronto los emigrantes” podría ser un lema para el siglo XXI. Trabajamos para el inglés, literalmente. Educamos, formamos e invertimos en la educación de nuestros jóvenes para regalárselos al mundo. Del dolor causado, de la angustia que genera y de la soledad, mejor no hablar. Realmente sólo un idiota cruel puede ser tan insensible ante este fenómeno.Casi medio millón de hogares tienen algún emigrante forzoso. Mientras las televisiones se pueblan de españoles por el mundo con aire de triunfo, felices de pertenecer a un mundo globalizado, sin rastro de dolor o de exilio. Pero un mundo racionalmente globalizado, donde la interconexión de experiencias y conocimientos es fácil y rápida, no necesitaría expulsar a las poblaciones, empobrecer territorios o alimentar nostalgias.
Ahora ya no aparecen en nuestra estadística. No son parados ni activos. Son desaparecidos en el agujero negro de la crisis. Su ausencia es la contabilidad B de nuestro corrupto sistema económico que ha expulsado precisamente a todos aquellos que podrían reiniciarlo.
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SE PUEDE HACER MÁS
Publicado en El País de Andalucía
“Cádiz es tan antigua, tan antigua, que no tiene ni ruinas”, respondía el Beni cuando alguien presumía de los monumentos de su ciudad. En cuestión de identidad a Andalucía le ocurre algo similar: no tiene que alardear de ella porque es tan porosa, impregna de tal modo nuestra forma de vivir que no necesita hitos, monumentos, ni recordatorios.
Los que discuten sobre la personalidad de Andalucía tienen la idea reduccionista de que es necesaria una lengua y partidos nacionalistas para tener identidad. Pero no tiene por qué ser así. Pensemos en Francia. Su identidad no la marca el idioma sino la idea fundacional de ciudadanía, de igualdad e incluso de protección social.
La identidad puede basarse en valores compartidos, en sueños comunes, en una cierta manera de percibir la vida y de relacionarse con los demás. Si han tenido posibilidad de escuchar el reciente discurso de Obama podrán comprobar cómo se esfuerza en orientar la identidad americana hacia la confluencia de la igualdad y la libertad frente al individualismo feroz del éxito personal. Esa invocación con la que se enlazaba cada parte del discurso, “We, the people” y que en España ningún político, desgraciadamente, tendría hoy credibilidad para entonar.
En el caso de Andalucía, si algo tiene fuera de toda discusión es su fuerte personalidad política. Las pasadas elecciones fueron una clara demostración. Las condiciones para el éxito de la derecha eran absolutamente favorables: el PP acababa de destrozar literalmente al PSOE, acorralado además por el escándalo de los ERE. A pesar de todo, y contra todo pronóstico, los andaluces tramaron desde el subsuelo de su conciencia, una operación política cuyo objetivo no era tanto dar la victoria al PSOE e IU, sino impedir que gobernase el PP.
El pueblo andaluz ya percibía la orientación antisocial de sus políticas, los copagos, repagos, privatizaciones y recortes de derechos sociales que se avecinaban. Por eso, el mandato del pueblo al Gobierno andaluz fue nítido: queremos que hagáis una política diferente. No se trata de promocionar una confrontación partidaria sin sentido, ni de alentar una división partidaria, sino de hacer sencillamente otra cosa con las pocas o muchas posibilidades que se tienen al alcance.
Y se puede hacer mucho más. Mucho más que presentar recursos judiciales contra leyes o disposiciones abiertamente injustas pero también mucho más que declaraciones, oficinas de estudio o de asesoramiento o planes difusos. Por ejemplo, en materia de desahucios, se echa de menos que el Gobierno andaluz no haya escrito normativamente una línea que limite en Andalucía el poder de bancos y propietarios. Hay competencias para hacerlo y, sobre todo, hay necesidad de señalar otros caminos. Todos sabemos que una normativa sobre desahucios podría ser recurrida por el Gobierno central, pero la batalla política sería alentadora para todas las personas que creemos que debe haber un margen para la justicia y la protección social y que si no lo hay, es necesario crearlo.
Cuando discutimos el Estatuto de Autonomía, nuestra seña de identidad fue la preocupación social. Confeccionamos el catálogo de derechos sociales más ambicioso de toda España y los vinculamos jurídicamente para comprometer a la administración. Arbitramos que se pueden establecer cláusulas sociales en la contratación pública. Apostamos por la pequeña y mediana empresa, la ecología y las nuevas tecnologías. Determinamos que ni una sola persona en Andalucía estaría abandonada a su suerte, sin la protección de los poderes públicos. Anunciamos que se iba a abrir una nueva etapa de la administración en la que la voz de la ciudadanía sería escuchada y escribimos que deberíamos mejorar la eficacia de nuestros servicios públicos contando con los que están a pie de tajo. Esto ni siquiera cuesta dinero y supondría un cambio real en la concepción del poder.
No hay mejor respuesta a las políticas del PP que hacer una política diferente. No un poco más o un poco menos de lo que nos decretan los poderes financieros, sino distinta, en las formas y en el fondo.
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martes, 22 de enero de 2013
EL DÍA QUE ACABÓ LA CRISIS
Publicado en El País Andalucía
Un buen día del año 2014 nos despertaremos y nos anunciarán que la
crisis ha terminado. Correrán ríos de tinta escritos con nuestros
dolores, celebrarán el fin de la pesadilla, nos harán creer que ha
pasado el peligro aunque nos advertirán de que todavía hay síntomas de
debilidad y que hay que ser muy prudentes para evitar recaídas.
Conseguirán que respiremos aliviados, que celebremos el acontecimiento,
que depongamos la actitud crítica contra los poderes y nos prometerán
que, poco a poco, volverá la tranquilidad a nuestras vidas.
Un buen día del año 2014, la crisis habrá terminado oficialmente y se
nos quedará cara de bobos agradecidos, nos reprocharán nuestra
desconfianza, darán por buenas las políticas de ajuste y volverán a dar
cuerda al carrusel de la economía. Por supuesto, la crisis ecológica, la
crisis del reparto desigual, la crisis de la imposibilidad de
crecimiento infinito permanecerá intacta pero esa amenaza nunca ha sido
publicada ni difundida y los que de verdad dominan el mundo habrán
puesto punto final a esta crisis estafa —mitad realidad, mitad ficción—,
cuyo origen es difícil de descifrar pero cuyos objetivos han sido
claros y contundentes: hacernos retroceder 30 años en derechos y en
salarios.
Un buen día del año 2014, cuando los salarios se hayan abaratado
hasta límites tercermundistas; cuando el trabajo sea tan barato que deje
de ser el factor determinante del producto; cuando hayan arrodillado a
todas las profesiones para que sus saberes quepan en una nómina
escuálida; cuando hayan amaestrado a la juventud en el arte de trabajar
casi gratis; cuando dispongan de una reserva de millones de personas
paradas dispuestas a ser polivalentes, desplazables y amoldables con tal
de huir del infierno de la desesperación, entonces la crisis habrá
terminado.
Un buen día del año 2014, cuando los alumnos se hacinen en las aulas y
se haya conseguido expulsar del sistema educativo a un 30% de los
estudiantes sin dejar rastro visible de la hazaña; cuando la salud se
compre y no se ofrezca; cuando nuestro estado de salud se parezca al de
nuestra cuenta bancaria; cuando nos cobren por cada servicio, por cada
derecho, por cada prestación; cuando las pensiones sean tardías y
rácanas, cuando nos convenzan de que necesitamos seguros privados para
garantizar nuestras vidas, entonces se habrá acabado la crisis.
Un buen día del año 2014, cuando hayan conseguido una nivelación a la
baja de toda la estructura social y todos —excepto la cúpula puesta
cuidadosamente a salvo en cada sector—, pisemos los charcos de la
escasez o sintamos el aliento del miedo en nuestra espalda; cuando nos
hayamos cansado de confrontarnos unos con otros y se hayan roto todos
los puentes de la solidaridad, entonces nos anunciarán que la crisis ha
terminado.
Nunca en tan poco tiempo se habrá conseguido tanto. Tan solo cinco
años le han bastado para reducir a cenizas derechos que tardaron siglos
en conquistarse y extenderse. Una devastación tan brutal del paisaje
social solo se había conseguido en Europa a través de la guerra. Aunque,
bien pensado, también en este caso ha sido el enemigo el que ha dictado
las normas, la duración de los combates, la estrategia a seguir y las
condiciones del armisticio.
Por eso, no solo me preocupa cuándo saldremos de la crisis, sino cómo
saldremos de ella. Su gran triunfo será no sólo hacernos más pobres y
desiguales, sino también más cobardes y resignados ya que sin estos
últimos ingredientes el terreno que tan fácilmente han ganado entraría
nuevamente en disputa.
De momento han dado marcha atrás al reloj de la historia y le han
ganado 30 años a sus intereses. Ahora quedan los últimos retoques al
nuevo marco social: un poco más de privatizaciones por aquí, un poco
menos de gasto público por allá y voilà: su obra estará
concluida. Cuando el calendario marque cualquier día del año 2014, pero
nuestras vidas hayan retrocedido hasta finales de los años setenta,
decretarán el fin de la crisis y escucharemos por la radio las últimas
condiciones de nuestra rendición.
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OBISPOS ESTRELLA Y CRISTIANOS INDIGNADOS
Publicado en El País Andalucía
Tengo muchos amigos creyentes y no se parecen en nada al obispo de Córdoba.
Es más, yo diría que cada día se sienten más distantes de esos obispos
estrella que abominan de la igualdad de las mujeres, que insultan
habitualmente a las personas homosexuales y que amenazan con el fuego
eterno a quienes no compartan su fe. Tengo muchos amigos creyentes que
no están de acuerdo con que la religión sea una asignatura en la escuela
y que consideran la fe un hecho privado, íntimo, en el que los poderes
no pueden entrometerse.
Tengo muchas amistades creyentes que consideran una barbaridad el
hecho de que la jerarquía católica no haya reconsiderado en lo más
mínimo el papel de las mujeres, les niegue un papel dentro de la propia
Iglesia y conciba al género femenino bajo el único atributo de la
maternidad. Sé de muchas cristianas que han entendido perfectamente a
Simone de Beauvoir y que saben otorgar el sentido correcto a la
expresión "no se nace mujer, se llega a serlo", porque son conscientes
de la carga cultural e ideológica que a lo largo de la Historia ha
tenido la feminidad. Tengo muchos amigos católicos que están muy
cansados de que la jerarquía religiosa haya hecho de la homosexualidad
una diana de sus ataques y dedique gran parte de sus homilías a personas
que no hacen ningún mal por amar o compartir su vida con una persona de
su mismo sexo. Conozco cientos de creyentes que no comprenden la
obsesión de los obispos por el sexo y las prohibiciones. Muchos otros
todavía esperan una explicación sobre por qué la autoridad eclesiástica
se opone a los cuidados paliativos de los enfermos incurables y siguen
insistiendo en que el dolor es una fuente de salvación.
Tengo muchos amigos cristianos a los que no les gusta la pompa
eclesiástica, ni los palacios arzobispales. Hace algunos años le enseñé
la catedral de Sevilla a una amiga colombiana fervorosamente católica.
Durante toda la visita exhibió una expresión de sorpresa que yo atribuí a
la belleza del lugar. A la salida le pregunté si le había gustado y me
respondió tajantemente que no. "Demasiada riqueza" —me dijo—, "demasiada
exhibición de poder".
He escuchado a muchos cristianos quejarse de que la cúpula
eclesiástica se sitúa con demasiada frecuencia al lado de los más
poderosos y no se refieren solo a los tiempos del nacionalcristianismo
sino a los tiempos actuales en los que no se les escucha ni una sola
palabra contra banqueros, especuladores o defraudadores. Una jerarquía
que, salvo honrosas excepciones, ni siquiera ha alzado la voz contra los
desahucios de viviendas, las trampas financieras o el despido de miles
de trabajadores. Una Iglesia que, descontando la magnífica labor de
Cáritas —en la que participan creyentes y no creyentes, heterosexuales y
homosexuales—, no tiene credenciales sociales que presentar, ya que
incluso las escuelas gestionadas directamente tienen un sello
inconfundible de privilegio social.
El obispo de Córdoba, el de Granada y algunos otros obispos estrella,
sufren pesadillas con Herodes, las mujeres liberadas, el matrimonio
homosexual, la libertad de pensamiento y el desarrollo de la ciencia.
Los cristianos que conozco quieren curar heridas y ayudar a los más
desfavorecidos; a los obispos estrella, sin embargo, no les preocupa más
que el sexo, en todas sus variantes, y su poder. La bondad y la
compasión no forman parte de su vocabulario. Ellos han llegado a la cima
del poder para castigar al infiel, amenazar al tibio y trazar las
fronteras del dogma religioso. Se identifican con la derecha más extrema
y están dispuestos a avalar las tesis económicas más injustas, siempre y
cuando se comprometan a renovar sus privilegios. En Francia ríen las
gracias de Gerard Depardieu contra Hollande y en España aplauden
privatizaciones y recortes a cambio de que Wert aumente su poder o sus
beneficios. La distancia entre la institución eclesial y gran parte de
su feligresía es ya un abismo insondable que tambalea sus cimientos.
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martes, 8 de enero de 2013
DE LAS MAREAS AL TSUNAMI
Publicado en el País Andalucía
Se están agotando los colores del arco iris. O dicho bajo el prisma
mercantil de Esperanza Aguirre: se están enriqueciendo los vendedores de
camisetas, pegatinas y pancartas. Es posible que hayamos comprado menos
ropa de temporada que nunca, pero empezamos a tener una colección de camisetas con todos los colores del arco iris.
Si hace tres años alguien nos hubiera dicho que veríamos a los jueces
y magistrados en manifestación a la puerta de los juzgados, lo
hubiéramos tildado de loco. Si alguien nos hubiera contado que ese
cirujano tan serio, esa nefróloga tan inaccesible, iba a estar en la
puerta del hospital participando en una manifestación contra los planes
del Gobierno, le hubiéramos respondido que sueña despierto.
Antes de la crisis solo conocíamos puntuales mareas rojas de
trabajadores que iban jalonando de cruces negras el lento desangrar
industrial o productivo de nuestro país o que señalaban la marcha
inexorable de unas privatizaciones salvajes. Eran movilizaciones de
monos azules, de pancarta roja, de puño en alto y de presencia sindical.
Ahora, junto a esas movilizaciones que todavía persisten y que rompen
los restos del encaje industrial de nuestras ciudades —como el doloroso
cierre de Roca— , aparecen nuevas formas de protesta y nuevos
protagonistas que toman la calle en forma de movimientos marítimos que
van o vienen, pero que son constantes, masivos y sorprendentes.
Conforme se avanza en el empobrecimiento de las clases medias y en el desmantelamiento de los servicios públicos,
surgen mareas de protestas que se expresan con colores propios pero que
tienen más semejanzas entre sí que diferencias. Profesores y alumnado
pusieron en marcha una marea verde de esperanza en el sistema educativo;
el personal sanitario y los pacientes crearon una marea blanca que
rodea hospitales y centros de salud. Desde el interior de los juzgados
nació la marea amarilla, por la igualdad ante la justicia y contra las
tasas judiciales; desde miles de hogares surgió una marea naranja que
denuncia el desmantelamiento de la atención a la dependencia y a los
servicios sociales. Curiosamente, la única marea no organizada, no
visible, es ese abismo oscuro del paro, en el que navegan casi seis
millones de personas.
Las mareas reivindicativas no son en absoluto corporativas. Entre los
cientos de manifiestos, plataformas y anuncios, resulta prácticamente
imposible detectar una reclamación que no sea general, de mejora de la
sociedad en su conjunto, de resistencia al recorte de derechos sociales.
Hay en estas mareas el intento de dar voz a los que no la tienen, de
hacer pedagogía con la protesta y mostrar que el camino emprendido nos
empobrece a todos y ahonda el abismo de desigualdad social.
Son mareas sectoriales, que no corporativas, que tienen mucho en
común pero que, como diría el poeta, no desembocan en algo general
porque no hay cauce, instrumentos ni instituciones que representen su
esperanza y que tengan el prestigio necesario para acogerla en sus
únicas manos. No son movimientos antipolíticos o antisindicales. De
hecho, la mayor parte del sindicalismo participa en ellas y se reciben
con los brazos abiertos los apoyos puntuales de las fuerzas políticas
pero no delegan su representación en ninguno de ellos. Son, en realidad,
un gran movimiento ciudadano que acaba de emerger y que tantea nuevas
formas de expresión. Han aprendido del 15M pero no son el 15M; necesitan
del concurso de la política pero desconfían de su sinceridad y de su
altura de miras.
El problema es que para conseguir los cambios que proponen y poner
fin al acoso de los servicios públicos necesitan convertir esas mareas
de colores que llegan a nuestras playas en un gran tsunami de esperanza y
de unidad. De momento el Gobierno estudia cómo frenar todo tipo de
protestas. Es posible que su sismógrafo les alerte de que, allá en
lontananza, hay un movimiento de unidad de este arco iris.
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SEÑALES DE EMERGENCIA
Publicado en El País de Andalucía
Cualquiera de nosotros, en cualquier ciudad, puede visitar tres mundos
en un solo día: la ciudad brillante, consumidora, ajena a la crisis; la
ciudad espectadora, contenida y austera que sobrevive; y la ciudad
desposeída, empobrecida que apenas tiene lo más básico. España se rompe
en varios pedazos, que no son Cataluña ni el País Vasco, se rompe por
dentro cuando en un solo día te piden para comprar unos pañales, para
donar un kilo de arroz a los vecinos y para pagar el desayuno de algunos
alumnos de tu centro. La pregunta, acuciante, urgente, es por qué la
política ha dimitido de proteger a los más débiles, cómo se ha
desembarazado de las situaciones de pobreza emergente, cómo asume con
total tranquilidad que la ayuda a las personas más necesitadas
corresponda solo y exclusivamente a las organizaciones humanitarias.
Está claro que la crisis económica es profunda, pero España es
todavía una de las 20 economías más importantes del mundo y nuestro PIB
sigue en el club de los países más desarrollados del planeta. ¿Cómo es
posible entonces que miles y miles de personas carezcan de la
alimentación más básica? ¿Cómo puede permitirse que un número
indeterminado de estudiantes acudan a las aulas sin haber desayunado?
¿Cómo es posible que en centenares de centros haya alumnos que no pueden
llevar una libreta nueva o que exhiben la punta de las zapatillas
abiertas como boca de cocodrilo o el chándal agujereado?
No es toda la sociedad la que está en estas circunstancias, pero hay
una pobreza sobrevenida, con efectos terribles que nos ha cogido
desprevenidos. Si hace escasamente dos años nos lo hubieran contado
habríamos respondido que era una visión apocalíptica promovida por la
izquierda radical para desprestigiar al capitalismo, pero ahora la
pobreza está entre nosotros y es indignante que el poder político vuelva
la cara para no verlo.
No sé si son el 10% o el 20% de la población, pero la Administración
tiene los datos precisos para abordarlo. Saben con exactitud quienes
son, dónde viven y de cuánto disponen. Ya era doloroso que, con
anterioridad al estallido de la crisis, la lucha contra la pobreza no
hubiera estado nunca en el punto de mira de los Gobiernos, ni siquiera
de los que se colocan el medallero de la izquierda, y que relegaran su
atención a las organizaciones sociales. Pero, en este momento, es
absolutamente imperdonable este silencio. ¿Qué clase de Estado social y
de derecho tenemos cuando dejamos que todo esto ocurra a nuestro
alrededor sin haber puesto patas arriba todas las políticas sociales
para dar prioridad a estas situaciones? ¿Cómo no son conscientes del
precipicio que se ha abierto en la sociedad?
En Andalucía hay un Gobierno de izquierdas que tiene entre sus
objetivos atender a las personas con mayores dificultades, sin embargo,
no están siendo resolutivos ni ágiles para afrontar esta nueva realidad.
Se habla de un plan especial, se nos dice que hay un grupo de estudio
para el desarrollo de la renta básica, pero no hay organismos,
decisiones, planes ni presupuesto para atajar de forma urgente la
vergonzosa huella de la pobreza más severa. No hay mayor dimisión de la
política que ver a un concejal, un diputado y hasta un consejero aconsejándole a un vecino que se dirija a Caritas o al banco de alimentos.
Después de esto ¿seguirán preguntándose por las razones del desprestigio
de la política? Aplaudo —cada día con más convencimiento— a las almas
caritativas que dedican su esfuerzo a ayudar a los demás, pero debe
haber un Estado, un Gobierno, una Comunidad que se ponga manos a la obra
y consiga que el próximo año, aunque todavía falte trabajo, no escaseen
los alimentos, ni el equipo escolar, ni techo en el que guarecerse a
ninguna persona. No es caro ni difícil. Solo hay que querer hacerlo.
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CLUBES DE CABALLEROS
Publicado en el País de Andalucía
Parecía que iban a desaparecer, pero qué va. La involución ideológica
y el viento de la crisis hace regresar con fuerza los viejos
imaginarios, la confortabilidad de los papeles aprendidos, el olor a
rancio de la tradición. Se vuelven a inaugurar por doquier club de
caballeros con entrada limitada a ciertas damas bajo la supervisión de
la autoridad competente. Lo sé porque algunas veces me invitan
.
En la esfera política los nuevos gobiernos exhiben sin pudor su
fuerte componente varonil. Hay que reconocer que el Gobierno de Artur
Mas había marcado tendencia con solo tres mujeres frente a once varones y
es que el nacionalismo debe tener un fuerte contenido de testosterona a
la luz de la resistencia que ofrecen a la igualdad de las mujeres. Las
ruedas de prensa del día electoral en Cataluña presentaban un
desalentador panorama en cuanto a presencia femenina en todas las
fuerzas políticas. Eso si, el Gobierno balear sigue ostentando el récord
de una sola mujer en su directorio. Será por efecto de la insularidad.
El mundo empresarial no ha tenido que hacer cambios con la llegada de
esta moda involucionista. El club de caballeros de la CEOE se había
mantenido inalterable frente a las demandas de igualdad ya que el máximo
número de mujeres en su estructura directiva había alcanzado la
escalofriante cifra de ¡dos!
La ola igualitaria tampoco había alcanzado las costas de los órganos
judiciales, un selecto club de togados con escasa presencia femenina, ni
la estructura directiva de los medios de comunicación o sus contenidos.
Las tertulias periodísticas, que antes se esforzaban por ser
paritarias, han vuelto a colocar una sola mujer en cada uno de los
paneles, más que nada para dar una nota de color.
La Real Academia puede, por méritos propios, reclamar el título del
más antiguo e inalterable club de caballeros de nuestro país porque
desde su fundación solo ha aceptado entre sus miembros a ocho mujeres
frente a un millar de hombres, una verdadera tropelía que en más de 30
años de democracia no han querido en modo alguno compensar. Esta
institución, a la que tanto desagradan los usos no sexistas del
lenguaje, no tiene el menor reparo en seguir representando un papel casi
perfecto de sexismo cultural. A fin de cuentas si no ingresan más
féminas en la academia —como declaró alguno de sus miembros cuando
negaron el ingreso a María Moliner—, no es porque sean mujeres sino
porque simplemente no son hombres.
La misteriosa, pero sistemática, desaparición de las mujeres de la
esfera pública está pasando desapercibida. Los grandes sufrimientos de
la crisis económica acallan muchos otros desastres, esta lluvia fina que
arrasa derechos recién conquistados y modelos de vida más igualitarios.
Es importante la visibilidad de las mujeres en las artes, las ciencias,
la política, la comunicación y la empresa. No somos seres económicos
sino sociales para los que es muy importante la carga simbólica y la
organización social.
A lo largo de la historia podemos comprobar cómo los cambios
simbólicos y del imaginario son en realidad la punta de lanza de
cualquier transformación social. Mucho antes de que se ponga en marcha
una medida, un cambio efectivo en nuestras vidas, se recrean en el plano
simbólico las condiciones de esa transformación. Ver solo clubes de
hombres al mando de nuestras instituciones nos educa en un modelo social
en el que las voces de las mujeres son subsidiarias y prescindibles.
Nos dirán que no hay nada premeditado en esta desaparición lenta de las
mujeres del escenario público, que es casual y coyuntural. Pero no es
así. Les molesta la igualdad y se suprimen todos los organismos
encargados de fomentarla, incluso aquellos que, como el de la ONU, salen
gratis a nuestro país.
Se trata de una guerra encubierta, no declarada, que predica su
insatisfacción con las nuevas mujeres del siglo XXI, que denigra el
feminismo y que promociona la vuelta a un conservadurismo “dulcemente”
sexista. Como nos descuidemos, de esta crisis no solo saldremos mucho
más pobres, sino más desiguales e infelices.
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viernes, 21 de diciembre de 2012
¿POR QUÉ NOS PEGAN?
Publicado en El País de Andalucía
Muchos alumnos de mi instituto han ido por primera vez a una
manifestación. Volvieron entusiasmados con la experiencia pero preocupados
porque en otras ciudades le habían pegado a los jóvenes. ¿Por qué nos pegan? – me pregunta uno de ellos
con desparpajo.
La pregunta me rebotó en el cerebro. Pertenezco a una generación que asimiló, a fuerza de palos –nunca mejor dicho-, que la expresión pacífica en las calles de nuestras demandas, era contestada por las porras de los policías. Recuerdo todavía la primera vez que contemplé los antidisturbios en acción: era un día nublado y las luces azules de los coches policiales parecían relámpagos de un mundo fantasmal. El regimiento de antidisturbios de Linares parecía directamente trasplantado de Blade Runner. Portaban cascos, escudos, chalecos reforzados y exhibían la incomprensible muestra de coquetería de un pequeño pañuelo atado al cuello. Cuando terminó su actuación, la calle parecía más ancha y el suelo estaba repleto de zapatos desparejados, bolsos y paraguas. De repente todo estaba desierto y en silencio. Eran los años finales de la dictadura y los jóvenes intentábamos construir nuestro sueño de libertad.
Los golpes injustificados, las cargas contra manifestantes pacíficos, ese “¿por qué nos pegan?” de mi alumno es un acta de acusación contra un gobierno que tiene últimamente las manos muy largas frente a las protestas populares. Es rara la semana en la que no contemplamos la imagen de un policía pegando a un quinceañero o una carga policial contra personas inermes. Parece que el binomio manifestación/represión vuelve a funcionar como una moneda común de nuestro imaginario. Y, por favor, interprétenme bien: me refiero a manifestaciones pacíficas, a ciudadanos que no portan piedras ni palos, sino solo sus cuerpos indefensos.
Gracias a los móviles, cualquier ciudadano puede dar constancia de estas actuaciones policiales y las palabras de los delegados gubernativos se desmienten fácilmente con cientos de grabaciones anónimas que dan fe de estos abusos. El gobierno, lejos de investigar , controlar y sancionar los excesos policiales está elaborando un decreto para evitar que los agentes sean grabados en el momento de su intervención. Se pondrá en marcha así una censura colectiva, indiscriminada en la calle y en las redes sociales.
En Sevilla, algunos agentes han tomado la delantera al gobierno y, además de efectuar una carga policial sin razón alguna (y hay muchas evidencias al respecto) , se produjeron varias detenciones, entre ellas la de una periodista a la que requisaron la íncomoda cámara de grabación. Al parecer, un policía, al ser interpelado sobre la ilegalidad de sus actuaciones proclamó: “¡La ley soy yo!”, una reedición de la monarquía absoluta de Luis XIV, una afirmación de yo soy el estado, que no los ciudadanos. Posteriormente la periodista Ana García ha sido acusada de cinco delitos, entre ellos ocupación ilegal , atentado a la autoridad y daños y lesiones. Por lo visto la libertad de expresión y el derecho a la información tienen un nuevo límite y un tabú: los excesos policia. Pero es muy difícil creer que, de repente, los policías de Sevilla, de Valencia, de Madrid o de Barcelona se han vuelto agresivos y abusones. Más bien debe haber una orden gubernativa que alienta estas conductas y que aconseja “mano dura” contra lo que ellos llaman “manifestaciones callejeras” (por cierto, ¿es que existe una manifestación que sea casera y no callejera?).
Pegar, en España, está de moda. Gran parte de las más prestigiosas televisiones del mundo han denunciado los abusos y la represión policial de las manifestaciones en nuestro país. La marca de España no logra deshacerse de su pasado dictatorial. Por eso los ciudadanos no podemos regresar a una etapa en la que era “normal” que te pegasen porque en ese caso retrocederemos a los tiempos oscuros del aparato del Estado, de las zonas prohibidas, de la libertad vigilada. Prefiero sumarme al candor de mis alumnos, por los que solo corre democracia en sus venas, que se preguntan entre la indignación y el asombro por qué nos pegan.
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sábado, 17 de noviembre de 2012
TOÑI O EL NACIONALISMO DE LOS DE ABAJ0
No me gustan los realitys, no me gusta la exhibición del
dolor humano, no me gusta la caridad como espectáculo ni la manipulación
sentimental. Tengo la lágrima fácil y no quiero que zarandeen mis
emociones, sin embargo hace varias
semanas me quedé enganchada hasta la madrugada a un programa de Canal Sur Televisión que sintonicé
por pura casualidad.
Se llama “Tiene arreglo” y lo conduce una joven periodista que parece una chica cualquiera de nuestra calle. Por lo visto, trae de cabeza a los programadores de las grandes cadenas porque en poco tiempo se “ha comido” la mayor parte de la audiencia en Andalucía y empieza a convertirse en un fenómeno mediático digno de estudio.
Durante dos horas seguidas no conseguí distanciarme de lo que ocurría en la pantalla. Un matrimonio pedía el dinero necesario para instalar dos tramos de escaleras mecánicas para poder mover a su hijo en su vivienda. Las imágenes eran dolorosas pero no efectistas. Pretendían mostrar una realidad, pero había respeto y dignidad en ellas. Pensé, inmediatamente que los poderes públicos deberían atender estas situaciones, que una sociedad avanzada no puede dejar sin atención a estas personas y me lamenté por esta España nuestra, que nunca ha llegado a alcanzar sino un desvaído remedo de estado social.
Pero, el tema central del programa no eran las desdichas de esta familia, sino la ola cálida de solidaridad que se producía en los espectadores. Se sucedían decenas de llamadas ofreciendo ayuda. La mayoría de ellas correspondían a personas golpeadas también por la crisis, o conscientes de la dura pelea por atender a las personas discapacitadas. o que habían conocido recientemente el dolor por la desaparición de algún ser querido. Jubiladas con pensiones de 700 euros ofrecían cantidades que doblaban su mensualidad, pequeños empresarios a punto de cerrar su negocio por la crisis vaciaban sus pequeños calcetines de ahorro, otras personas aplazaban alguna compra prevista, varios cooperativistas ofrecían su trabajo gratis para la instalación de la ansiada escalera mecánica. Recordé la cita de Steinbeck en las Uvas de la ira que últimamente me acompaña: “Si tienes problemas, estas herido o necesitado, acude a la gente pobre, son los únicos que te ayudaran, los únicos”.
Lo realmente sorprendente no eran las cantidades aportadas sino las intervenciones de los donantes. Destilaban un discurso de un nacionalismo tan radical, tan humano, como sólo pueden exhibir los de abajo. “No podemos consentir que nadie a nuestro alrededor pase tantas necesidades”, “no podemos vivir puerta con puerta con los que sufren y cruzarnos de brazos”. Quitaban importancia a su generosidad y respondían a los agradecimientos con delicadeza: “gracias a vosotros por cuidar con tanto cariño a vuestro hijo”, “gracias por darme la oportunidad de contribuir a hacer algo bueno”. Alguno se atrevió a enunciar un discurso completo sobre la identidad andaluza “Desde pequeños hemos aprendido a ayudarnos unos a otros, a hacer un potaje para más gente, a compartir lo poco que teníamos. Los andaluces no sabemos disfrutar si a nuestro lado hay miseria o dolor. Nos han hecho así.”
Al día siguiente requerí información sobre el programa, su seriedad o su preparación. Quería saber si realmente todas las donaciones que se anuncian se producen; si hay un guión previo o están planificados los golpes de efecto o las intervenciones. Por lo que me dijeron, todo es tal como aparece y me indican que las donaciones superan incluso lo que se ve en el programa.
Ya sé que no deja de ser un espectáculo, que programas como estos no solucionan sino problemas aislados. Sigo pensando que son los poderes públicos los que deben atender las necesidades de las personas y me lamento de esta España que ha hecho de las políticas sociales también una burbuja brillante que ha estallado con el primer vendaval de la crisis. A pesar de eso, me gusta pertenecer a un pueblo que tiene la solidaridad escrita en los genes, en el que millones de personas ayudan a otras; gentes que no han abandonado la esperanza en el ser humano y que sigue pensando que las cosas tienen arreglo.
PD.- La imagen muestra a los trece periodistas despedidos de El País Andalucía. Trece profesionales como la copa de un pino de los que el País puede prescindir, pero no la sociedad andaluza. Sus firmas, sus fotografías, su edición, harían las delicias de un medio de comunicación andaluz independiente y fuerte. Ojalà se animaran. Mientras tanto: os quiero.
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sociedad,
Tiene arreglo.,
Toñi Moreno
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