sábado, 20 de marzo de 2010

Sufrir ya no da puntos

También puedes leerla en la edición de El País pinchando aquí.

Esta semana acabó el último reducto medieval de nuestra cultura. El principio del dolor ha sido derrotado después de siglos de lucha. Como todo relato mítico, tiene un origen lejano y comienza cuando un ángel, fieramente armado, expulsó del paraíso a Adán y Eva y anunció que toda la humanidad sufriría la espina del dolor desde su nacimiento. A partir de aquí, el principio del sufrimiento se erigió como el núcleo de la doctrina cristiana y, por extensión, de toda la cultura occidental. El mundo se convirtió en un valle de lágrimas; la vida, un particular calvario y cada dolor en un peldaño hacia la redención humana, hasta el punto que los santos buscaban gozosos el martirio como forma de ganar el paraíso.

La doctrina religiosa ha luchado con todas sus fuerzas contra el principio opuesto, el del placer y esta semana ha perdido sus últimas posiciones. Las ideas de que hay algo oscuro y sucio en el cuerpo humano que debe ser sometido a purificación y prueba a través del dolor han perdido definitivamente la batalla. Sufrir ya no da puntos, no hay una cartilla individual donde se anoten los tantos de los daños sufridos y tenga su recompensa celestial. Creyentes y no creyentes comparten que el camino a la bondad no es el sufrimiento y que el dolor innecesario no nos hace mejores sino infelices.

Esta semana el Parlamento de Andalucía ha acabado con la maldición bíblica del tormento y ha afirmado el valor de la vida humana hasta el último día. La conquista de este pequeño espacio de paraíso perdido se ha producido en Andalucía, donde hasta la palabra muerte está cargada de mal fario y su simple enunciación el último y verdadero tabú de nuestra sociedad.

Ha sorprendido la unanimidad de la votación final de la ley porque el camino no ha sido fácil. Actualmente se han atemperado las voces opuestas a la muerte digna y, aunque todavía renuentes a la ley, los Colegios Médicos Oficiales y la jerarquía eclesiástica han reducido, como el PP, su oposición a temas secundarios -que no menores- como la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios o la labor de los comités de ética. Sin embargo, cuando se elaboró el Estatuto de Autonomía, la postura de estos tres estamentos fue radicalmente beligerante contra la inclusión de la muerte digna como un nuevo derecho de los andaluces así como contra la investigación biomédica, entonces centrada en las células madre.

La espada flamígera del PP libraba en Madrid su particular batalla contra la muerte digna e inició un proceso inquisitorial contra el equipo médico del Hospital Severo Ochoa, dirigido por el doctor Montes, por sedaciones en pacientes terminales y bajo la acusación de haber puesto fin a su vida. Aunque los tribunales fallaron a favor de los médicos y el personal sanitario, el daño no fue sólo profesional sino que cientos de pacientes se vieron privados de sedación y sometidos a la muerte indigna para contentar los afanes ideológicos de su Presidenta. Ahora su propio partido vota en Andalucía lo que persiguió en los hospitales madrileños. No vendría mal una explicación y unas palabras de perdón.

¿Qué ha ocurrido en tan corto espacio de tiempo para que hayan atemperado sus voces? Sin duda, una severa derrota social. Es difícil encontrar un solo ciudadano que defienda los tratamientos sin esperanza, el ensañamiento terapéutico, el dolor inútil, la muerte indigna. Puede considerarse afortunada aquella persona que no haya alzado la vista al cielo para desear, rompiéndose por dentro, el final de un ser querido. Y porque sabemos todo esto, la unanimidad se ha impuesto como fruta madura y muchos han tenido que guardar sus viejos prejuicios

sábado, 13 de marzo de 2010

Delibes, un camino propio

Cuando muere un escritor se nos agolpan textos leídos, imágenes de sus personajes y una cierta melancolía. Miguel Delibes le había pedido al destino conservar la cabeza para darse cuenta del momento en que estaba perdiendo sus facultades. Los deseos de Delibes eran modestos y el destino -que tantas cosas le había arrebatado- le concedió la cordura y el silencio contemplativo de los últimos años.
Tenía Miguel Delibes un porte escasamente novelesco, una apariencia de hombre tranquilo y una forma de decir sin estridencias. La primera vez que lo leí me sorprendió su forma de escribir, la dificil sencillez de su prosa, y el tema original de su obra que para mi era la inocencia del ser humano o de la naturaleza traicionada en vano.
Hace muchos años, cuando decía que me gustaba Delibes, algunos me contestaban que era un escritor antiguo, opuesto al progreso que se movía en los márgenes de la historia. Pero es más bien todo lo contrario: vivía tan pegado a la historia que supo detectar, antes de que el ecologismo político lo pusiera en primer término, la vinculación del ser humano con la naturaleza, el carácter destructor de nuestra sociedad y el pequeño paraíso de los valores humanos. Cuando la vida le arrebató lo más querido, su soledad se hizo más grande y su paisaje más amplio.
Ha tenido Delibes una forma especial de compromiso con los de abajo, antes pegados a la tierra, después desconcertados en la maraña de la ciudad, como pájaro que ha perdido el rumbo, perdido en tierra extraña, sometido al capricho vanidoso y pueril de los señores.
Hace treinta y cinco años Miguel Delibes escribió: "Si la aventura del progreso ha de
traducirse inexorablemente en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la
autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la Naturaleza; del
sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre
por el hombre y la exaltación del dinero, en ese caso, yo gritaría ahora mismo, como
una conocida canción americana: ¡Que paren la Tierra, quiero apearme!”
Se fue esta semana, conservando una extraña inocencia, como la de los pájaros cuando descubren el fusil del cazador.

La metáfora de la deuda histórica

La columna de opinión que publico semanalmente en El País Andalucía ha sido trasladada a los sábados. Hoy, por un error de la edición digital, no aparece el enlace al artículo, pero lo podéis leer pinchando aquí.

La metáfora –nos enseñaban en las escuelas-, es un recurso por el que se traslada el significado literal de una palabra a otro nivel o sentido. Algunos piensan que las metáforas son sólo recursos literarios, propios de poetas que andan a su caza con redes invisibles. Sin embargo, nuestra vida cotidiana, nuestra construcción mental del mundo, está llena de metáforas, de cambios de sentido y simbologías, algunas tan ocultas o tan arraigadas en nuestro inconsciente que apenas podemos distinguirlas de la realidad. Si no me creen, prueben a leer a García Lorca, en sus obras más claras y populares, y se encontrarán un laberinto de metáforas que sin saber explicar, entienden.

Hay metáforas amorosas, literarias, deportivas y políticas. La iconografía partidaria, el rojo y el azul, las formas de expresión nos trasladan también a contenidos asumidos, a códigos conocidos o sugeridos.

En la historia reciente de Andalucía ninguna acuñación política ha tenido tanto éxito como “la deuda histórica”, ni tanto valor metafórico. En tan sólo tres palabras se han resumido sentimientos y razonamientos complejos sobre los problemas y aspiraciones de Andalucía. Esta expresión ha concentrado en su significación el trato desigual que el Estado dio a Andalucía, la desventaja inicial con que nuestra autonomía comenzó a caminar y los deseos de igualdad de nuestro pueblo con el resto del Estado.

La deuda histórica perdió prestigio en estos últimos años en los que el crecimiento desmesurado produjo la ilusión de que las desigualdades iniciales estaban superadas hasta el punto de que los gobernantes hablaban con soltura de que Andalucía acariciaba el objetivo del pleno empleo. Por lo visto, el bosque de las urbanizaciones no permitía ver el árbol de la realidad, a cuya sombra rebrotaban las raíces centenarias del desempleo andaluz.

De forma brusca, un millón de parados nos han desvelado los problemas ocultos, los fallos y fallas de nuestro modelo de desarrollo. Un millón de personas paradas que no pueden ser una pancarta, un pretexto, un lema electoral, un arma arrojadiza sino una interrogación sobre los errores cometidos, un motivo para la acción y para el cambio.

En el segundo año de la era post-desarrollista, Andalucía mira de reojo al Estado y no encuentra nada: ni fondos europeos, ni inversiones especiales, ni un gesto de comprensión ante la comunidad con mayor índice de desempleo. No es de extrañar que - según publicaba la encuesta especial de El País Andalucía con motivo de los treinta años de autonomía-, el ochenta por ciento de los andaluces piensen que el gobierno debe ser mucho más reivindicativo ante la administración central.

Justo en esta situación económica y anímica, el gobierno andaluz ha negociado el pago final de la deuda histórica como si de un saldo insignificante se tratara. No se trata solo de la pequeña cantidad acordada, sino de la forma de pago a través de un suelo público que los andaluces contribuimos a sufragar y que nos pertenece, en una comunidad a la que se le sobran solares y le falta dinero y empleo. Por eso, la mitad de los andaluces rechazan esta forma de pago: no es que discutan los metros cuadrados transferidos, ni quieran una nueva tasación, ni que se sumen a la hipócrita campaña del PP que tanto contribuyó a su olvido, es que no les gusta el final anodino de esta historia: la falta de reivindicación, de sano conflicto y de defensa de Andalucía.

La sombra de la deuda histórica puede convertirse en la metáfora de las relaciones de Andalucía con el gobierno central, por eso el gobierno hace mal en no analizar su fuerte simbolismo. Como todos los objetos, con el uso cotidiano, las metáforas pueden desgastarse, perder su brillo inicial, pero cuando arraigan en el inconsciente popular, por muy gastadas y deslucidas que parezcan, siguen conservando el poder de señalar los sueños no cumplidos y las promesas vanas.

domingo, 7 de marzo de 2010

La dama y la muerte

A Penélope Cruz le dieron un Oscar el pasado año por una de las peores películas de Woody Allen, un film que me recordó el lamentable cine español de los años 70 con sus machos hispánicos, sus mujeres raciales y su toque turístico. Ahora se habla mucho de su nueva nominación a los Oscar. Lo que poca gente sabe es que un granadino llamado Javier Recio está nominado al mejor corto de animación por la creación de esta obra llamada "La dama y la muerte". Mucha suerte

jueves, 4 de marzo de 2010

Identidad en guante de seda

La investigación en ciencias sociales nos indica que los colectivos con identidad difusa, no sólo no son menos reales, sino más estables y acogedores y menos quebradizos. La identidad difusa de Andalucía permite ser andaluz por nacimiento, por gusto o por vocación. No distingue entre nacimiento y adopción. Realmente un andaluz puede nacer en cualquier rincón de España e incluso del mundo. Para empezar el ser andaluz no tiene rival. No se opone a ser europeo, español o gaditano. Acepta las sumas, las multiplicaciones, los matices de situación y permite asumir libremente el grado de identificación.

La particular historia de Andalucía ha determinado que seamos una fuente inagotable de creación de capital simbólico. Un capital apropiado, convertido a la fuerza en la cara amable del ser español, desligado a veces de la producción real, pero que permanece vivo a fuerza de ser variable y de mostrar una capacidad de reinvención permanente.

No hace falta referirse a la tradición literaria y artística de Andalucía, de donde surge con idéntica fuerza la tradición y la vanguardia más rompedora, sino también a nuestra reciente historia y a la mejor parte de nuestro presente.

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lunes, 1 de marzo de 2010

Universales, pero de aquí



Con motivo del día de Andalucía he escrito este artículo, que podéis leer completo en este enlace a El País


Las brújulas de los norteños no señalan correctamente el lugar de Andalucía. Como lectores poco avezados toman la parte por el todo y el continente por el contenido. Algunos nos menosprecian. Otros han hecho del universalismo de nuestra cultura una fuente anónima de creación, como si esta tierra no fuese la raíz a esas creaciones, sino sólo el lugar ocasional de nacimiento. Cuando el inventor literario de este concepto, el mal comprendido Juan Ramón, se proclamaba "andaluz universal" no era una forma de renuncia de su tierra, sino la afirmación de que en lo más auténticamente andaluz estaba una comprensión universal del arte y el sentido de la vida. Universales sí, pero de aquí.

Al elaborar un libro sobre cómo había visto la literatura nuestra tierra, me di cuenta de que lo esencial no es tal o cual arte o monumento. No. Lo esencial son unas formas de vida especiales que tienen más que ver con el tiempo y el espacio, la valoración de la belleza, las formas de soportar el dolor y de conciliar las diferencias.
Los andaluces apreciamos, como nadie, el valor del tiempo no apropiado. Sabemos hacer malabarismos con su curso: podemos soplarle para que corra rápido sobre las obligaciones y el dolor o, por el contrario, ensanchar las horas para el disfrute, la conversación y la compañía. Y es que el tiempo con los otros, el espacio público, forma parte hasta tal punto de nuestra cultura que muchos consideran un día no vivido aquél que no ha tenido el roce de la relación con los demás.
La cultura andaluza es callejera y abierta. En ningún lugar como aquí se rinde mayor culto a la belleza, que no al lujo. Hasta el lugar más modesto ofrenda al caminante la generosidad estética del cuidado y la belleza. No hay pueblo sin plaza, sin ágora, sin jardín abierto y, mucho antes de que existieran normas urbanísticas, las casas se igualaban en un orden armónico de color y proporciones: el blanco universal, la palmera y el ciprés, el toque de color de los geranios, el olor de naranjos y jazmines. Y es que frente a la parcelación del disfrute, los andaluces -por educación- ejercemos una especie de pansensualismo natural que acaba por impregnar todas las actividades humanas y al que ni siquiera la religión se ha resistido, transmutada aquí en una materia menos austera y rígida que en ningún otro lugar. Un pueblo que se codea sin complejos con los dioses y con los poderosos y que afirma el valor de lo popular, como una estilización suprema de lo culto.
Tiene, el andaluz, una forma especial de sobrellevar las penas de vida, de arrancar las espinas al dolor, de huir de la tristeza propia y, al mismo tiempo, sentir la ajena. Una compasión andaluza por los otros, que estremece y conmueve, que viene desde abajo, desde los más desfavorecidos acostumbrados a ponerse en el lugar de los que sufren. En cuanto a nuestras penas, somos maestros en el arte de ocultarlas y debe ser por eso -porque no encuentra lugar en que asentarse- que la pena acecha, y nos sorprende en medio de la fiesta.
No añoramos más pasado que la infancia, ese paraíso perdido de tiempo y descubrimientos; no envidiamos las posesiones de los poderosos porque medimos la riqueza en afectos, en tiempo y en amigos. Nuestra cultura se ha movido a contracorriente del mercantilismo feroz y el individualismo extremo para afirmar que queremos ser mejores, pero no otros. Quizá por ello, en estos tiempos en que la acumulación sin límites ha fracasado, nuestra vieja cultura pueda enseñar algo.
Se extrañaba Ortega y Gasset, de que todo habitante de nuestra tierra "tiene la maravillosa idea de que ser andaluz es una suerte loca con que ha sido favorecido", como si en la lotería universal nos hubiera tocado un pedazo de cielo. No sabemos por cuanto tiempo, ahora que los paraísos son artificiales, los placeres solitarios, las calles escenografías deshabitadas y el porvenir tan incierto

lunes, 22 de febrero de 2010

Perdonen las molestias



He escrito este artículo sobre la decisión de la Universidad de Granada de cerrar una exposición llamada Circus Christi y sus disculpas por herir "los sentimientos y convicciones" de algunas personas. O sea, sobre la libertad de expresión. Aquí puedes pincharlo en la edición de El País o leerlo en esta página:
Si no herir la sensibilidad social fuera un principio de la cultura, el Ulises no se habría publicado y Joyce hubiera descendido a los infiernos aferrado al monólogo de Molly Bloom. Si alguien hubiera sido mejor guardián de las esencias, el Arcipreste de Hita no nos hubiera regalado sus carnales serranas ni sus obispos amotinados contra la orden papal de no amancebarse. El Bosco, para no herir a nadie, no hubiese pintado sus delirios infernales donde los cerdos visten tocas de monja y los cocodrilos mitras obispales. Si la censura hubiese sido más meticulosa, La Celestina no existiría y no conoceríamos el mejor tratado sobre la sociedad moderna y el papel del placer. Si no herir sensibilidades fuera el límite a la creación, deberíamos decir adiós a las vanguardias literarias, a gran parte del mejor cine y de la creación artística.
La noticia en otros webs
Por eso, es una pedrada contra el cristal de la libertad de expresión clausurar una exposición "por motivos de seguridad" y, aún más, pedir disculpas por haber "herido los sentimientos y las convicciones de un elevado número de personas". Sobre todo porque este comunicado rebosante de miedo lo emite la Universidad de Granada, nuestro idílico templo de la libertad, que además tranquiliza al respetable con una lapidaria frase final, digna de la disculpa de un hereje ante el tribunal de la Inquisición: "Mientras ha permanecido abierta (la exposición) sólo ha recibido la visita de 38 personas".
Decía Santa Teresa que el calor de Sevilla hacía que allí el demonio tuviera más libertad de movimiento. Debe ser el frío de Granada el que produce que la ultraderecha tenga más mano allí que en ningún otro lugar de Andalucía y nos lluevan desde allí malas noticias, viento agitado, contra la libertad.
Hace ya muchos años, la ultraderecha granadina protagonizó uno de los espectáculos más miserables de la Transición cuando agredieron, armados de crucifijos y porras, a los espectadores de la obra Demonis, de Els Comedians, porque hería su sensibilidad católica. Hubo una docena de pacíficos demonios heridos y el incidente se enterró en el olvido. Desde entonces no han dejado de movilizarse ante cualquier representación ofensiva para su ideología ultraconservadora. Son los mismos que han amenazado al autor de esta exposición fotográfica llamada Circus Christi sólo que en esta ocasión han obtenido, no la reprobación y la solidaridad con el autor amenazado, sino el éxito de la retirada de las fotos supuestamente ofensivas y la comprensión de las instituciones.
Si en vez de representar un Cristo gay, la figura parodiada hubiese sido Mahoma, estaríamos hablando de integrismo religioso islámico, de intransigencia y de persecución. Sin embargo, el debate se ha desplazado a unos supuestos términos inocuos de buen gusto, respeto o calidad. Pero no es eso. No hace falta compartir el gusto ético o estético de una creación para defender su derecho a la existencia. La obra de arte no necesita una explicación, una justificación en el gusto popular, en su aceptación o no por el público mayoritario. La libertad de expresión consiste en poder decir, escribir, pintar o fotografiar y exhibir realidades o pensamientos contrarios a los propios. La crítica a la obra se debe ejercer no con la censura, sino con la palabra o con la no asistencia.
En mi opinión, la transgresión a través del desnudo, la obscenidad o la homosexualidad ha dejado de tener virtualidad. A fin de cuentas, esta sociedad ha convertido en mercancía la exhibición de la intimidad en todas sus facetas. Los escandalizados no son más que ideólogos in extremis del integrismo religioso y político. Por eso duele, especialmente, esta genuflexión que les brinda la Universidad de Granada, desde donde nos han llovido en los últimos tiempos demasiadas malas noticias de cátedras abandonadas y de voces calladas.

lunes, 15 de febrero de 2010

Un folio y una tarjeta Visa




El ciego adivinó que el Lazarillo de Tormes estaba comiendo las uvas de tres en tres porque callaba mientras él las tomaba de dos en dos. Desde entonces las prácticas picarescas se han extendido sin distinción de clases y sin barreras. En casa de muchos funcionarios hay folios y enseres de oficina; los metalúrgicos coleccionan piezas de metal y otros artilugios; los sanitarios gasas y material médico y los gerentes de las empresas , tarjetas Visa oro y viajes gratuitos. Los obispos, por su parte, habitan en un lujo de palacios y obras de arte, tan extremo y excelso que creen vivir en un mundo ajeno al valor del dinero.
La diferencia de gasto entre el paquete de folios y la tarjeta Visa es abismal; el concepto sin embargo es el mismo: el desprecio por los bienes públicos y el aprovechamiento personal de lo que pertenece a la comunidad.
Es tremendamente injusto tildar de casta política a todas aquellas personas que ejercen la representación pública, pero es también injusto defenderla en su conjunto, no ser conscientes de sus defectos y no atajar los abusos de poder que se producen.
En el mundo de la política y sus contornos, el problema no son las retribuciones sino los gastos extraordinarios, las duplicidades de puestos, el absentismo laboral y la falta de dedicación.
A principios del pasado siglo supuso una conquista el hecho de que se retribuyeran los cargos públicos con el fin de evitar que solo los ricos pudieran acceder a ellos así como alejar a las instituciones de los intereses privados. Un siglo después, la dedicación completa de los parlamentarios es pura ficción. Gran parte de ellos simultanean actividades privadas y públicas mientras otros ejercen –o aparentan ejercer- varios cargos públicos a la vez. Los líderes políticos y un reducido grupo de parlamentarios trabajan en exceso bajo la pulsión de un ego en expansión y de una política espectáculo que, como los cómicos antiguos, ofrecen todos los días sesiones dobles y triples. Otro grupo numeroso y poco conocido –fundamentalmente mujeres- se esfuerzan por mantener el trabajo en las comisiones y se devanan los sesos con las leyes mientras que un tercio de la tropa acude casi de visita al Parlamento. A los primeros les vendría bien tener tiempo para pensar, a los segundos un reconocimiento real y a los demás un ultimátum sobre su dedicación.
Es verdad que el Parlamento de Andalucía fue el primero en publicar íntegramente sus retribuciones así como el patrimonio y dedicación de cada uno de sus miembros, pero ha fracasado -aunque ningún Presidente o Presidenta del Parlamento lo reconozca- en imponer un sistema real de control de ausencias y de incompabilidades efectivas, fundamentalmente por la presión del grupo popular en el que casi una treintena de diputados compatibilizan la actividad parlamentaria con alcaldías o concejalías de ciudades importantes.
Pero donde resulta absolutamente urgente establecer un severo control es en las empresas, instituciones y organismos dependientes de la Junta de Andalucía. No todas son iguales pero, en general, prima la idea de que sus altos cargos no tienen por qué asistir al trabajo más de dos días a la semana, ni rendir cuentas, ni publicar sus retribuciones que duplican en ocasiones las de la administración autonómica. Se han resistido con ardor a los procedimientos que estableció la Consejería de Economía para controlar sus ingresos y han creado indemnizaciones, dietas de viajes, tarjetas de gasto y otras prebendas igualmente golosas. El hecho de que la Cámara de Cuentas de Andalucía -que debería dar ejemplo de control y austeridad- haya incurrido también en alguna de estas prácticas nos produce desaliento y nos indica que es urgente romper ese maleficio, esa inmensa tela de araña que va del puñado de folios a la tarjeta Visa con cargo al contribuyente.

lunes, 8 de febrero de 2010

Resentidos, sociedad anónima



Sobre la ola de postmachismo he escrito este artículo en el País que también puedes pinchar aquí

Hace tiempo me contaron un chiste que dice así: “¿Sabes cuál es la diferencia entre un esquizofrénico y un neurótico? Pues que un esquizofrénico está convencido de que dos y dos son cinco. Sin embargo, un neurótico sabe que dos y dos son cuatro…pero le molesta”. El valor científico de esta afirmación es escaso, pero puede servirnos para entender algunas expresiones de malestar social.
La crisis económica ha dado carta de naturaleza a la expresión de todo tipo de irritaciones. Vivimos en una especie de panmalestar colectivo en el que se mezclan los problemas reales con viejas rencillas o debates sin asimilar. Así ha asomado con inusitada virulencia un malestar ante la igualdad de las mujeres que antes había permanecido convenientemente oculto. Al parecer, los vapores tóxicos contra los cambios igualitarios no se habían disuelto en la atmósfera sino que estaban contenidos en la olla exprés del inconsciente a la espera de una oportunidad para emerger en rápidas turbulencias que se expresan de forma airada y concitan el aplauso o la comprensión de los que han estado cobardemente agazapados. Hay todo un ejército de damnificados por la igualdad de las mujeres que ríen bobaliconamente cuando un juez, un intelectual o un académico pone el marchamo de solvencia profesional a sus neurosis.
Solo así se explica que hayan tardado veinte años en despotricar contra el intento de feminizar un poco el lenguaje, fundamentalmente en aquellos vocablos referidos a la dedicación profesional. La pequeña rebelión de disputar un espacio de visibilidad en el inmenso océano de la lengua les ofende. No es que discrepen, ni que propongan otras soluciones gramaticales o semánticas, sino que les saca de quicio este debate y expresan con él otros malestares más profundos. Dicen - y es verdad- que simplificación y economía son normas básicas del uso de la lengua, que puede resultar reiterativo, pesado y contrario a la comunicación el hecho de incluir el femenino y el masculino en cada frase, pero hacen una caricatura de todo ello y acaban por sacar la pancarta de que el masculino es el genérico inmutable y absoluto de la lengua. Lo razonable es buscar términos neutros, crear y acostumbrarse al femenino en las distintas profesiones sin forzar excesivamente el lenguaje. Hasta hace apenas quince años, centenares de palabras como “jueza”, “diputada”, “presidenta” o “arquitecta” eran anomalías gramaticales y hoy son términos habituales porque resultan útiles para designar nuevas realidades sociales. Un criterio, el de la utilidad, tan básico en la lengua como la simplicidad que alegan sus detractores. Sin embargo, más que los comentarios presuntamente académicos, destaca esa carga de profundidad contra el feminismo repleta de soberbia y de superioridad histórica.
Están hartos de algo que todavía no ha empezado. “Y somos muchos”, advierten. Se adivinan sus caras de fastidio, la turbia irritación que les recorre, en el silencio hostil con que reciben las noticias relacionadas con la igualdad de las mujeres y su alegría ante cualquier contradicción, error o exceso. Llaman sexismo a la igualdad y ecuanimidad a su machismo. Se encogen de hombros ante la discriminación laboral pero tildan de sexista cualquier propuesta para abordarla. Piensan, en suma, que cualquier mujer que aparece en la escena pública, es un patito sujeto al pim-pam-pum de sus frustraciones.
Es mejor responderles con humor y calma, como el que tiene la partida ganada porque, en realidad, no dejan de ser perdedores incluso entre su propio sexo. Son ya muchos los hombres que han hecho suya la causa de la igualdad, que disfrutan del aire más limpio de los nuevos tiempos, que han sabido darle un nuevo sentido al amor, a las relaciones y que han ganado todo un mundo de afectos, de compromisos, de sinceridad que nunca conocerán los que permanecen con el ceño fruncido, como niños que han perdido su juguete favorito.

martes, 2 de febrero de 2010

Hasta que el cuerpo aguante


He publicado este artículo en El País, a propósito del proyecto de gobierno de ampliar a 67 años la edad de jubilación

En la última película de Michael Moore, el cineasta hace acordonar Wall Street con la conocida cinta amarilla policial, como el lugar donde se cometió el crimen de esta terrible crisis económica. No hay delito que se haya cometido más a la vista de la humanidad. Conocemos sus lujosas guaridas, su modus operandi, sus cómplices en los gobiernos mundiales, pero no serán castigados. Ya han olvidado las leves amonestaciones iniciales y vuelven a alzar la vista, altivos y prepotentes.
No habrá ninguna revisión ética del capitalismo, ni refundación que te pintó, solo más paro, peores salarios y recorte de pensiones. Se retoman las mismas ideas que nos condujeron a la crisis y se defienden con un cinismo universal, totalitario.
La patronal española propone retrasar la edad de jubilación hasta los 69 años. El gobierno responde con contundencia para –a los pocos días- plantear una medida similar. Sólo dos años, e idéntico criterio, separan las posiciones reaccionarias y ultramontanas de la patronal de las de un gobierno que afirmó que en ningún caso consentiría recortes sociales. Es fácil entender a la patronal: la seguridad social les trae al pairo, lo que quieren es alimentar los seguros privados y reducir su contribución. En la práctica, ellos son partidarios de jubilar a los trabajadores con cincuenta años, a costa del Estado, y lo han demostrado de norte a sur por toda la geografía hispana.
La bahía de Cádiz, el entorno industrial de Sevilla, el textil de Málaga y la zona industrial de Linares exhiben las heridas de esta batalla incruenta. Miles de trabajadores de Astilleros, de Delphi, de Gillette, de Intelhorce, de Santana, de Tabacalera han sufrido en sus carnes estas prejubilaciones llamadas voluntarias, pero impuestas a sangre y fuego y escritas con tinta de derrota.
También puede darnos testimonio sobre los efectos de retrasar la jubilación, cualquier persona parada con más de cuarenta y cinco años que sufre el calvario de puertas cerradas y respuestas evasivas por una ley no escrita según la cual a partir de esa edad no tiene entrada en el mercado laboral. Por eso, el gobierno, antes de apuntarse al carro de los recortes sociales, debería dar a conocer una lista de empresas y actividades dispuestas a contratar o mantener a sus trabajadores hasta los sesenta y siete años.
La medida del retraso de la jubilación es toda una declaración de impotencia, de falta de autoridad y de ideas. Es muy fácil imponerse a los más débiles. Lo difícil es hacer cambios que garanticen el sistema social. Lo difícil es aumentar la cotización por la vía de reducir la precarización escandalosa del mercado laboral español y no digamos ya del andaluz. Lo complicado es perseguir el fraude del IVA que en comunidades como Andalucía más bien parece un impuesto voluntario. Lo comprometido es conseguir la tasa de actividad de las mujeres en el mercado laboral se acerque a los países desarrollados de Europa y aumenten así en varios millones el número de cotizantes. Lo importante es invertir en servicios de proximidad, en conciliación de la vida laboral y en todo aquello que alimente la empleabilidad y la formación del mercado laboral. Lo complicado, finalmente, es hacer aflorar ese treinta por ciento de economía sumergida que no cotiza a la seguridad social ni a Hacienda y que solucionaría una buena parte de los problemas de recaudación actuales.
Sólo Alemania ha contemplado una medida similar. Sus sueldos y pensiones, según las últimas estadísticas, son justo el doble de las españolas con unos precios similares. En una comunidad como Andalucía con setecientos euros de pensión media y un tercio de personas que no alcanzan las contribuciones necesarias para entrar al sistema, esta reforma solo logrará empobrecernos aún más y aumentar la tentación de guardar el dinero de los impuestos en un calcetín, al parecer mucho más seguro y rentable que la seguridad social del futuro.

martes, 26 de enero de 2010

¿Qué PP?


Artículo de esta semana en El País

Hasta 1996 el PP vivió un proceso de transición para adecuarse a los nuevos tiempos. Sus antiguos líderes estaban vinculados al recuerdo de la dictadura, su bagaje político se identificaba con posturas intransigentes y su discurso no calaba en una sociedad que había abrazado las libertades democráticas y que no estaba dispuesta a ceder un ápice de los derechos conquistados. A los nuevos dirigentes del PP les costó años separarse de la imagen de cerrado y sacristía, de paternóster y de confrontación con la pluralidad nacional. Para conseguirlo, Aznar aprendió a hablar catalán en la intimidad, rehuyó los debates ideológicos que pudieran situarle en las posiciones más reaccionarias, citaba al republicano Manuel Azaña y no tuvo reparos en arrodillarse ante Rafael Alberti, tomarle unos versos prestados y una foto con la que guiñaba el ojo a toda la izquierda.
La derecha que ganó las elecciones de 1996 proclamaba moderación, concordia y respeto al pluralismo. No prometieron cambios legales de calado. Esta derecha de pura gestión no alarmaba excesivamente a una buena parte del electorado de izquierdas que se encogió de hombros ante su primera llegada al poder. A fin de cuentas, la agenda de privatizaciones de empresas públicas y de precarización del mercado laboral ya había sido iniciada por los gobiernos de Felipe González. La mayoría absoluta obtenida en el año 2000 les empujó a su verdadero espacio político: una reforma laboral con tremendos recortes de derechos y su participación en el aventurerismo guerrero de George Bush. Pero esa es otra historia.
El PP de 2010, sin embargo, parece haber recorrido un camino inverso. En los últimos seis años se ha empeñado en ejercer una oposición de fuerte contenido ideológico. Empezaron por una confrontación terrible contra Cataluña en la que cruzaron todos los límites razonables del desacuerdo político; llevaron al Tribunal Constitucional leyes como las de matrimonio homosexual, la igualdad de las mujeres o las listas paritarias; salieron a la calle contra la pazguata asignatura de Educación para la Ciudadanía; se convirtieron en portavoces de los negacionistas del cambio climático y han acompañado a la jerarquía eclesiástica en todos sus dislates y manifestaciones públicas, en las que se alternaban las sotanas y los hábitos de las monjas con las insignias del PP.
El proceso político por el que el PP puede llegar al poder en los próximos años es absolutamente distinto del anterior. Mientras que entonces se revestía incluso de un cierto progresismo, ahora el discurso y las fuerzas que lo impulsan pretenden realizar una especie de contrarreforma legal y social. Lo malo no son las balas, sino la fuerza que las empuja. A tenor de esta ola de conservadurismo social, cultural y económico que les conduce, peligra una gran parte de la legislación actual, especialmente la que atañe a derechos civiles e igualdad de género, enseñanza y mercado laboral, modelo fiscal, ley de inmigración, modelos familiares, gestión pública de los servicios así como la relación del Estado con las Comunidades Autónomas.
No estamos, entonces, hablando de una simple alternancia o de la oxigenación que los sistemas bipartidistas se recetan tras provocar ellos mismos la muerte de la pluralidad y de las ideas. Estamos hablando de un cambio social de calado que reinterpretará las normas básicas. Curiosamente en Andalucía, ni Arenas ni Griñán quieren hablar de ello: el primero porque necesita presentar una imagen moderada y sensata, absolutamente alejada de la trayectoria del PP en los últimos años, y Griñán porque está preso del modelo desarrollista andaluz y teme ser arrastrado por la caída en las encuestas del gobierno de Zapatero. Sin terreno de debate, no les queda más que el árido enfrentamiento sobre el liderazgo, la imagen o sus respectivas cualidades personales. Como si las marcas electorales, sin contenidos, fuesen la gran diferencia y los debates políticos reales un gran estorbo.

martes, 19 de enero de 2010

Frío extremo en el Sur



La columna de esta semana en El País:


Ha hecho mucho frío y ha caído una lluvia intensa: mal tiempo para los pobres. El frío del sur es más doloroso y absurdo que ningún otro. Desvela los achaques ocultos y las corrientes de aire de nuestras casas así como los agujeros de nuestra política social y de nuestra conciencia.
Por debajo de los 600 euros mensuales los termómetros descienden vertiginosamente hasta un frío glacial. Para los inmigrantes temporeros de Jaén el clima ha sido gélido y la humedad extrema. Más de 6.000 personas deambulaban ateridas por las calles y plazas. En muchos lugares les tocaba dormir al raso dos de cada tres noches porque no había plazas suficientes en los albergues. Ninguna institución ha considerado una obligación atender a estas personas desamparadas y se han conformado con librar algunas subvenciones a las organizaciones sociales que heroicamente atienden a los inmigrantes. La Junta de Andalucía ha advertido que "los albergues con financiación pública tienen los días contados y los empresarios tendrán que asumir, vía convenio colectivo, la responsabilidad del alojamiento", entendiendo, por tanto, que todo aquel que no disponga de contrato no tendrá derecho a un refugio ni a la asistencia.

No se trata ahora de dilucidar las razones por las que vienen los inmigrantes ni si hay o no que disuadirlos de este aventurero viaje a nuestro país. Se trata de determinar si un ser humano tiene derecho a la subsistencia y a la protección pública en una situación de emergencia social. Cuando el Ayuntamiento de Vic propone no empadronar a los inmigrantes no legalizados, pretende retirarles el derecho a la educación, la salud o los servicios sociales que se les dispensan independientemente de su situación legal. Esta propuesta nos ha escandalizado a todos, pero el desamparo de los inmigrantes temporeros de Jaén -la misma que hemos contemplado indiferentes durante años en la fresa de Huelva-, se basa en unos principios casi idénticos: si no hay contrato de trabajo, no hay servicios públicos.

Cuando discutimos el actual Estatuto de Autonomía, nos esforzamos -contra la opinión manifiesta del PP- en convertir la caridad en servicios y la discrecionalidad en políticas públicas. En el Estatuto se establece la obligación de los poderes públicos de atender a las personas que sufran marginación, pobreza o exclusión social y se estableció así porque deseábamos afirmar que un Estado social y de derecho no puede permitirse que haya personas que carezcan de los bienes más precisos.

La caridad y las políticas sociales -cuando hablamos de instituciones y no de particulares- no sólo no se parecen sino que se oponen rotundamente. La caridad es decimonónica y discrecional. Concibe un ciudadano mendicante sin derechos. Las políticas sociales, por el contrario, son servicios que deben garantizar a todo ser humano unos mínimos de protección pública.

El PP decidió estas navidades hacer fotos de sus dirigentes en los comedores sociales. Eligieron un modesto vestuario y una sonrisa seráfica para componer la más vieja estampa de la derecha decimonónica, cual damas del ropero con los limosneros abiertos para repartir el aguinaldo. Pusieron un pobre en su foto y decidieron que, a partir de ahora, la visita a los necesitados formará parte de la agenda de sus candidatos. La finalidad no es exigir más cobertura social -un gasto público al que se oponen- sino utilizar electoralmente el dolor ajeno. Pero tampoco creen en la política social los gobernantes que se encogen de hombros ante el dolor ajeno y rehuyen su responsabilidad pública ante los problemas de los más pobres. Una administración en la que duerme, desde hace 10 años, una ley contra la pobreza y la exclusión social que -como los ríos ciegos de Lorca- no desemboca y forma carámbanos de hielo en las frías madrugadas de Jaén o de Huelva.

viernes, 15 de enero de 2010

Una página de música fantástica

Es posible que algunos conozcáis esta página pero yo acabo de encontrarla y me parece todo un lujo. Se llama la Ruta Norteamericana y está realizada por Fernando Navarro, un verdadero especialista que nos promete un viaje por el pasado, el presente y el futuro de la música norteamericana y lo cumple con creces.
Sus noticias, la selección musical y los videos me parecen muy interesantes. Como muestra aquí tenéis esta actuación de Jesse Winchester:

miércoles, 13 de enero de 2010

Revival






En realidad la idea de este artículo me la dió mi amigo Rigo-Alberto. No pude explicarlo en la publicación de El País, pero lo hago aquí y, de paso, os recomiendo una visita a su blog.

Si viniera desde lejos a visitar nuestro país pensaría que había llegado en pleno revival del franquismo sociológico. Claro que si visitara Italia me parecería haber entrevisto la sonrisa de Mussolini tras el gobierno de Berlusconi o estar asistiendo a un remake del apartheid surafricano en sus últimas leyes de inmigración.
Aterrizas en nuestro país y te tropiezas con una cabalgata de reyes en la que se exhiben consignas antiabortistas -por Dios, ni siquiera las cofradías sevillanas se prestaron a semejante maniobra y eso que se trataba de celebraciones religiosas-. Enciendes la radio y escuchas al Obispo de Granada decir que quien aborta "da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer" y te parece estar en el planeta de los simios.
El año se estrena con la muerte de una mujer en El Cuervo, que se suma a las 55 mujeres víctimas del pasado año. Estremece comprobar que sólo un tercio de ellas habían presentado denuncia, pero en algunos medios la noticia es que "la mayoría de las denuncias son falsas" y que hay un abuso legal contra los hombres. Imaginen por un momento una actuación similar respecto al terrorismo etarra. He vuelto a ver el término feminista utilizado como insulto y he vuelto a escuchar, como en los años setenta, que el "feminismo es rencoroso" y que las mujeres que ejercen sus derechos se convierten en arpías que provocan la perdición de los hombres como en los tangos del maestro Discépolo.
Compruebas, estupefacta, como el fracaso en la búsqueda del cuerpo de Lorca ha vuelto a desatar las iras de los que se oponen a la Memoria Histórica. No sé si a Federico le gustaría o no ser desenterrado, lo que estoy segura es que no le gustaría estar en esas manos, ni servir de pretexto para aquellos que se oponen a una tardía y pequeña reparación de los que fueron fusilados y olvidados. Leo con sorpresa cómo acusan de "querer reabrir viejas heridas" a los que solo quieren enterrar dignamente el pasado y a sus desaparecidos.
Estoy más segura que nunca de encontrarme en pleno festival revival cuando leo algunos artículos que abogan por revisar el franquismo, que no era tan malo y también tenía cosas positivas, como Hitler y sus autopistas de la muerte.
Me intereso por el cambio climático, pero veo que en nuestro país, está puesto en cuestión. Dicen que hay disensiones en la comunidad científica -aunque no conozco un solo científico de renombre que niegue la existencia del cambio climático- , y que hay todo un negocio de progres, encabezado por el maligno Al Gore, que se están haciendo ricos a costa de denunciar los riesgos del planeta. Vaya. Y yo que pensaba que el negocio estaba en la explotación de los recursos naturales y no en los movimientos ecologistas.
Nunca pensé que alguien echara de menos la escuela de los años sesenta, pero hay series que la enaltecen, segregación incluida. Por el contrario, si que ha cambiado el valor del desnudo. Antes desnudarse era una forma de protesta o de libertad, ahora amenaza con ser una obligación legal y en los aeropuertos te obligan a emprender el viaje como Dios te trajo al mundo, ligero de equipaje como diría Machado.
Vuelvo mi mirada a la política y me asusta comprobar que ha vuelto la Inquisición. O por lo menos eso dicen algunos. La corrupción es preocupante pero cuando procesan a alguien de la derecha estamos ante un caso de persecución mientras que cuando pertenecen a otras siglas se trata de simples ladrones. Este dato me desconcierta porque creía que la Inquisición perseguía a herejes y críticos, no a sensatos señores de la derecha.
Finalmente veo a algunos políticos repartiendo la sopa en los comedores de caridad y ya no tengo duda alguna: ha sido todo un festival de rememoración del pasado, una especie de "cuéntame" colectivo. Pero no veo que nadie se ría de la broma. Ya han pasado las fiestas y nadie se ha quitado el disfraz. Empiezo a sentir cierto miedo.

martes, 5 de enero de 2010

El novelista Serrano y sus seguidores



A la frase "por sus hechos los conoceréis" habría que añadir la de "por sus seguidores, los conoceréis". Proliferan por la red, en defensa del Juez Serrano, toda una serie de páginas, informaciones y comentarios altamente insultantes. Tampoco voy a reproducir sus palabras soeces y airadas, solo quiero alertar a algunos incautos sobre los terribles efectos que se producen cuando de alguna forma se justifica o minimiza el tema de la violencia de género. No es que haya demasiadas denuncias, sino todo lo contrario. De hecho, la mayor parte parte de las mujeres muertas el pasado año no habían presentado denuncias o, en algunos casos las habían retirado "por pena" y en varios casos habían renunciado a las medidas de alejamiento y de protección.

Coloco el texto completo que publiqué el pasado lunes en el País:

A los prejuicios, a la intransigencia, a la xenofobia y al machismo se le llama ahora "ir con la verdad por delante". Los que exhiben estos planteamientos no necesitan argumentos ni estadísticas. Descalifican cualquier información contrastada, dicen que las fuentes oficiales están amañadas y apelan a argumentos tan contundentes como "está en la calle" o "todo el mundo lo sabe". Se consideran héroes y portadores de una verdad popular, reprimidos por una Inquisición de progres que han impuesto "el pensamiento único" o "la dictadura de género" a toda la sociedad.
Apoyados en los sectores políticos, ideológicos y mediáticos más reaccionarios; engrandecidos y defendidos a tutiplén por el pensamiento conservador; manipulan los conceptos hasta un extremo grotesco pero eficaz, sólo con el fin de hacerse pasar por nuevos rebeldes, atractivos y valientes. Pero no hay un átomo de rebeldía, de valor ni de honradez intelectual en sus afirmaciones, sino viejos prejuicios, rencores y oposición a los nuevos tiempos.
Nadie duda de que en cualquier ley puede haber errores que el tiempo y la práctica deben mejorar. La ley de Violencia de Género tiene múltiples objetivos e instrumentos que no han sido convenientemente puestos en marcha, fundamentalmente aquellos destinados a dar protección social y económica a las víctimas. Es un buen instrumento pero no es una ley intocable, ni debe haber intangibles en un sistema democrático.
Si la intención del juez Serrano hubiera sido mejorar la ley hubiera comparecido con argumentos, datos y propuestas, pero su contribución ha sido una andanada ideológica contra el principio de igualdad. El juez no aporta datos, pero cuestiona las estadísticas existentes, a las que califica de manipuladas. Afirma que una gran parte de las denuncias son falsas y aporta como único dato que "todo el mundo lo sabe", al tiempo que denuncia que la ley victimiza a los hombres por su condición. Es aquí donde el juez se explaya en sus afectos y pasa a ser un frustrado novelista decimonónico. En su primera comparecencia, celosamente disimulada después, el juez nos dice: "Un padre que llega a su casa y su mujer está en el balcón, con su nuevo amante, que lleva su albornoz, juega con el mando de su televisor, con su juego de pesas... ese hombre que igual lleva unas copas, porque le han hundido la vida... es un hombre que se siente ofendido... será acusado de maltratador". La escena no puede ser más reveladora: ¿acaso la mujer tiene derecho a rehacer su vida? El juez -que es astuto-no ha dicho que el maltrato esté justificado, pero el relato melodramático empuja al espectador a ponerse inmediatamente de parte de ese hombre al que han hundido la vida frente a la mujer arpía que disfruta de "su" casa y de su nuevo amante.
No acaba aquí el relato del novelista Serrano, sino que añade: "Ese hombre al que detienen como maltratador, que se siente ofendido, hundido... tiene que suicidarse". El círculo dramático se cierra bruscamente: las mujeres son culpables de los suicidios masculinos. La víctima se ha vuelto verdugo y el verdugo un tierno angelito indefenso, empujado a hacer el mal que no deseaba y a su inmolación posterior. Y retoma su reflexión pseudocientífica: el número de suicidios masculinos triplica los femeninos como consecuencia de la victimización del varón promovida por esta ley.
Miente y lo sabe. Tengo ante mí los datos de suicidios desde los años 80 hasta la actualidad y los porcentajes por género permanecen prácticamente inalterables: el 75% de los suicidios son masculinos frente al 25% de víctimas femeninas, preferentemente personas mayores de 60 años. Pero nada importa a los que "van con la verdad por delante" y dicen "lo que está en la calle", porque lo que realmente interesa es divulgar nuevas leyendas urbanas que pongan límites a la libertad. Y un día de gloria para el novelista.

lunes, 4 de enero de 2010

El novelista Serrano

A propósito de las declaraciones del Juez Serrano y de la campaña mediática posterior, he publicado hoy este artículo en El País. Podeís verlo pinchando aquí.

viernes, 1 de enero de 2010

miércoles, 30 de diciembre de 2009

El tiempo no existe



La repetición de los ritos, acompañado de los ciclos de las estaciones, nos transmite la idea de inmortalidad, de circularidad de nuestra propia vida. Nos hace creer que la infancia está a un paso de nosotros y el futuro unos metros más allá, tras los anuncios de meta que hemos colocado.
La ilustración que acompaña este texto es una foto de mi álbum familiar tomada, imagino, hacia los años veinte del siglo pasado. Un grupo de personas acomodadas toma chocolate y posan sonrientes ante la cámara. Todos dan la espalda a los tres sirvientes que les atienden. Los hombres aparecen seguros de si mismos y las mujeres empiezan a mostrar una pequeña rebeldía en su forma de vestir y de peinarse. Ninguno es consciente de que en pocos años su forma de vida será puesta en cuestión de forma radical. Creían que el tiempo era lineal, como una carretera bien trazada y que la desigualdad extrema era connatural al ser humano. Muchos de ellos comprenderían de forma trágica su error. Aún así, el niño de la escalera y la mujer del traje de cuadros parecen querer asomarse al futuro.
Por eso he puesto la foto, aunque en realidad solo quería desearos felicidad y un tiempo nuevo, más justo y hermoso.

martes, 29 de diciembre de 2009

Juegos de Tortura







Me recorrió un escalofrío cuando fijé la atención en la pantalla. Había un hombre atado por las muñecas con el cuerpo oscilando en el vacío. A la derecha podías seleccionar una docena de armas para comenzar el juego: un cuchillo, una pistola, una estrella punzante, los puños o una sierra eléctrica. El adolescente sonrió y seleccionó, para impresionarme, esta última. El ruido de la motosierra parecía bastante real. Diestramente mi joven amigo fue cortando miembros del hombre colgado en el vacío. Cada vez que hendía el arma en la carne, salía un gran chorro de sangre que manchaba la pantalla. El joven reía ante las convulsiones de la desgraciada figura. Desmembraba ese cuerpo vivo con gran habilidad y el contador de puntos se disparaba aunque no logró superar su último récord que contabilizaba una maestría supina en el arte de la tortura.
Todavía sin dar crédito a lo que veía le pregunté de dónde había sacado aquel juego infame. Los chicos de la clase se rieron de mi ignorancia:
-¡Son juegos de tortura!- me dijeron- ¿No los conoces?
-No- les contesté y les pedí que me enseñaran cómo acceder a ellos y cuáles eran los más populares.
Se arremolinaron alrededor, felices de enseñarle a una profesora algo que no conocía.
-Pon en el buscador "juegos de tortura", "juegos de sangre" o "juegos de bestias" y verás.
Efectivamente, al hacerlo aparecieron cientos de páginas que prometían los mejores juegos de esa naturaleza. En la The Torture Chanber el objetivo era, literalmente, "causar el mayor dolor posible a la víctima antes de morir". Otra página, récord de visitas, reclamaba la atención de la siguiente forma: "¿Estás estresado? Desquítate torturando al personaje con una cuerda, un cuchillo o clavos". En The Torture Game -el juego que acabo de describir-, se ofrece: "Personaje encadenado con bastante realismo. Convulsiones y ruidos. Juegos de bestias", y terminaba con esta invocación: ¡Tortura a Fred Durst de la forma que más te guste! ¡A por él!
No se trata de juegos de consola sino de juegos flash que puedes iniciar sin descargarlos y usarlos directamente en la pantalla de tu ordenador. Se abren a gran velocidad y son, en general, de corta duración. Pero la renovación del juguete violento no es sólo tecnológica, sino profundamente ideológica. De la pistola de plástico y el soldadito se ha pasado a los juegos bélicos de habilidad, estrategia o persecuciones y de éstos, a los juegos de tortura: una reducción minimalista que extrae la quintaesencia de la sangre, el sufrimiento y el control absoluto de la víctima, desprovistos de cualquier argumento defensivo o bélico, y centrados en el placer de causar dolor y en la banalización de la violencia extrema.
Busco respuestas ante estas nuevas formas de violencia y no encuentro nada. La mayor parte de los análisis sobre juegos violentos -bienintencionados y certeros en su momento- usan la iconografía y el lenguaje de los años ochenta. Algunos artículos dispersos me hablan del valor catártico de la violencia, pero no se comprometen con sus posibles efectos secundarios.
En los centros educativos la paloma de la paz se recorta en cartulina y adorna los pasillos y las aulas. Junto a ello hay todo un submundo repleto de obscena violencia dirigido a las mentes infantiles y juveniles pero diseñado por empresas y fabricantes que llenan sus bolsillos contradiciendo al sistema educativo, los valores de convivencia y el respeto al ser humano. Viven del deseo de transgresión que todo adolescente lleva dentro. Se amparan en una zona gris, ajenos a las leyes y a las regulaciones. Confían en la transmisión oral, el boca a boca antiguamente reservado a los saberes ocultos o prohibidos. Saben que su producto será más goloso para las mentes adolescentes si escandaliza a los mayores, si se ampara en la etiqueta de lo políticamente incorrecto.
-¿Nos lo van a prohibir?- pregunta alarmado mi alumno.
Y necesito urgentemente encontrar una respuesta.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Los ecocidas en la calle, el ecologismo en la cárcel



No hay nada como la cumbre de Copenhague para demostrar la profunda crisis de la política, el servilismo ante los poderosos y los efectos nocivos del localismo. La esperanza estuvo en la calle, en la contracumbre del clima, en las movilizaciones de una ciudadanía atónita ante la falta de respuestas.
Han metido en la cárcel la esperanza, en la persona de Juan López Uralde, Juantxo.
Si quieres hacer algo aquí tienes un catálogo de acciones:
Para firmar el manifiesto pincha aquí
Para saber dónde son las manifestaciones de hoy pulsa aquí
Aunque no puedas asistir, hay otras formas de unirte a la protesta y a la defensa del clima:
Para unirte al grupo de Facebook lo puedes hacer desde aquí
Para ciberactuar para salvar el clima hazlo desde aquí



martes, 22 de diciembre de 2009

Lorca: Caso abierto


He publicado este artículo en El País:


Al parecer, Lorca nunca estuvo bajo el suelo al que hemos peregrinado durante años, en ese atardecer de agosto que se volvía de pronto triste. Poéticamente lo sabíamos: los sonidos de ese lugar jugaban al escondite con nosotros, se encendían las chicharras y los grillos, cambiaba la luz y un pequeño soplo de viento entre los árboles cercanos parecía jugar al escondite con el recuerdo de Lorca.
Pero no nos hagamos trampas en el solitario de la memoria histórica. La necesidad de encontrar los cuerpos no es sino una débil compensación que apenas repara 40 años de censura de la dictadura y 30 años de dulce olvido de la democracia.
No nos engañemos. Estamos buscando huesos porque no hemos sido capaces de esclarecer la historia. Estamos recontando esqueletos y calaveras, porque nos consuela dignificar la muerte injusta de tantas personas pero -aunque es un ejercicio necesario, de cierre de heridas, de poner fin al dolor de sus cuerpos abandonados-, esto no nos acerca a la verdad, ni desvela a los que cometieron el crimen.
Especialmente en los casos de fusilamiento, la verdad no está en la cuneta, en la tapia del cementerio o en el barranco. Los verdaderos asesinos, los cómplices y los delatores no están presentes. A la luz del amanecer, o frente a las luces desenfocadas, sólo hay cuatro desgraciados, embrutecidos por el vino, el miedo o el rencor que disparan un puñado de balas resplandecientes. Los verdaderos asesinos no han pisado nunca la escena del crimen.
En el caso de Lorca, si hubiésemos encontrado el cuerpo, sólo nos podría dar un ínfimo testimonio sobre la forma en que murió, pero en ningún caso aclararía el enigma de quién decidió la muerte del poeta, con quién consultó, qué querían obtener en los varios días de interrogatorios en el Gobierno Civil, quién lo delató y todo un sinfín de interrogantes sobre su asesinato.
El interés por encontrar el cuerpo contrasta con la falta de interés oficial por encontrar la verdad. En nuestro país, en nuestra modélica transición, no se ha puesto en marcha una sola Comisión de la Verdad que -tal como han hecho en algunos países latinoamericanos- esclareciera los hechos, incluso aunque no derivara responsabilidades penales. En el caso de Federico García Lorca la ausencia de una investigación oficial sobre su muerte ha sido cubierta por hispanistas, filólogos e historiadores que han actuado sobre las escasas fuentes disponibles. Me horroriza que la derecha se frote las manos y califique la ausencia del cadáver como el fracaso de la memoria histórica. Todo lo contrario, sólo ha puesto de relieve que los mecanismos contra la desmemoria y el miedo han sido demasiado escasos y tardíos.
Me pregunto si no es el momento de abrir realmente el caso García Lorca con todas sus implicaciones. Alentar una investigación desde todas las disciplinas que nos aclare la muerte del poeta más internacional de nuestra historia, para acabar con la vergüenza de no saber quién ordenó su muerte y cuáles fueron las razones. Cada cinco minutos se interpreta una obra de teatro de Lorca en el mundo, cada día se venden miles de ejemplares de su obra. Es posible que sea el poeta que ha llegado de forma más eficaz a nuestro inconsciente y al que comprendemos, de forma íntima y total, sin entender del todo.
Mientras tanto, Lorca juega al escondite con nosotros. Tantas veces nos habló de las dos muertes: la esencial, telúrica, unida a la tierra, al grito, a la sangre derramada y la muerte urbana, hecha de olvido, de insomnio, de deshumanización del dolor. Parece decirnos: "Todavía no, quizá más tarde" o como escribió en Bodas de Sangre: "Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no camposanto, no. Camposanto, no. Lechos de tierra. No quiero ver a nadie. La tierra y yo".

martes, 15 de diciembre de 2009

Sólo un nombre


Bajábamos por la Séptima Avenida camino del apartamento tras un día ajetreado. Nos habíamos detenido a comprar un ramo de rosas. Unos pasos más adelante nos acercamos a una Iglesia católica que estaba adornada con motivos navideños. Una señora mayor, vestida de forma muy elegante, comenzó a hablarnos en voz alta y decidida. Al principio pensamos que estaba recriminando nuestra intromisión y nuestras risas. Al escucharla con mayor atención, nos dimos cuenta de que solo nos explicaba la historia de esa iglesia y, en concreto, de ese oficio religioso.
Le agradecimos la información y ella, con ese desparpajo de los neoyorkinos, nos preguntó por nuestra procedencia, el tiempo que pensábamos estar en la ciudad y nuestros nombres.
- Me llamo Concha –le dije.
Detuvo su charla y me cogió las manos.
- Concha, Concha…no puedo creerlo... – y apenas contenía la emoción-, mi madre se llamaba también Concha…¡Qué nombre más bello!
- ¿Era de procedencia española o italiana? –le pregunté, sin decirle que mi nombre siempre me había parecido feo, demasiado sonoro, una especie de indiscreción fonética.
- No, no –negó con la cabeza- mis abuelos adoraban ese nombre. Les parecía fuerte y exótico.
Me miraba intentando reconocer algo cercano y familiar. Nos despedimos y la vimos volver la esquina y alejarse por la calle 13 . Tomé una rosa del ramo que había comprado y corrí tras ella.
- Un pequeño regalo, por la coincidencia del nombre –le dije cuando la alcancé.
Los ojos se le arrasaron de lágrimas.
- No es posible...-dijo con emoción- Hoy hace veinte años que murió mi madre. Había ido a la iglesia solo para recordarla y ella me ha hecho el regalo de escuchar su nombre…y esta rosa. Va a ser un día inolvidable.
Sólo le sonreí y ella me tocó levemente, como si fuese un cristal delicado. Nunca he estado más cerca de ser un sueño.

Despropósitos



Artículo publicado en El País


No logro encontrar las declaraciones exactas que se hicieron hace veinte años a propósito de ese gran proyecto especulativo denominado Costa Doñana y rebautizado después como Dunas de Almonte. Un altísimo cargo del gobierno dijo algo parecido a esto: “No entiendo la movilización contra esta urbanización; a fin de cuentas en esa zona no hay animales ni plantas” y se quedó tan pancho, exhibiendo sus vergüenzas medioambientales con un toque de populismo cañí. O sea que para él, una zona costera excepcional, un sistema de dunas móviles únicas y el propio entorno de Doñana no se verían afectados por una macrourbanización a pie de costa.
De esto hace veinte años, pero para algunos responsables autonómicos, veinte años no es nada y vuelven a repetir conceptos burdamente desarrollistas. Lo ha dicho la Consejera de Medio Ambiente –ay qué dolor- en una entrevista publicada por este mismo periódico a propósito del Algarrobico, esa mole infame en el corazón del Cabo de Gata: “El edificio en sí no está provocando ningún daño a ninguna especie. Ni de flora, ni de fauna. De manera que, si termina siendo autorizable dentro del Parque Natural de Cabo de Gata, no tendría ningún problema ninguna especie.” Según esta singular teoría las construcciones “en sí mismas” no producen ningún daño al medioambiente, a no ser que “molesten” a las plantas y los animales de la zona. A estas alturas todavía no han aprendido que las mayores agresiones medioambientales son la ocupación del territorio, el transporte, el uso de la energía y el consumo de recursos naturales, esencialmente el agua.
Pareció que había un cambio de tercio en el gobierno andaluz cuando el entonces Presidente Manuel Chaves, junto a la consejera Fuensanta Coves, anunciaron a bombo y platillo la demolición del Algarrobico con la acertada definición de que se trataba de todo un símbolo de la destrucción del litoral andaluz. Sin embargo las actuaciones posteriores del ayuntamiento de Carboneras y de la propia Consejería han desmentido este nuevo discurso y nos han situado nuevamente en la cota cero en cuanto a comprensión de la sostenibilidad y de la ecología.
Y todo esto ocurre cuando el Gobierno de Zapatero intenta convertir la Ley de Economía Sostenible en su proyecto estelar. Tendrá que convencer para ello, en primer lugar, a su propia fuerza política que, como Ariadna, no sabe salir del discurso del desarrollismo más ramplón.
Esta misma semana la Consejera de Economía y Hacienda, respecto al acuerdo con el gobierno central respecto a la deuda histórica, proclamaba la bondad de comprar terreno barato y venderlo caro unos años después. Una operación urbanística de alto valor especulativo para la Empresa Pública del Suelo que debería dedicarse a todo lo contrario: a hacer asequible y barata la vivienda en Andalucía.
Y para finalizar, la declaración de que en Andalucía la nueva economía sostenible ya está escrita y diseñada en el VII Acuerdo de Concertación y que solo necesitamos algo de financiación extraordinaria para llevarla a cabo. Es realmente sorprendente que Andalucía -la comunidad que tiene mayores ataduras con una economía dependiente del ladrillo y de la insostenibilidad-, ni siquiera necesite una nueva ley, unos compromisos concretos, unos objetivos y un gran debate sobre la modificación del modelo económico.
Los grandes cambios necesitan grandes debates sociales. La comprensión de la sostenibilidad –como en su momento la igualdad de género o de etnias- requiere un compromiso real de las instituciones públicas y de la ciudadanía. Implica transformaciones profundas en el diseño de las ciudades, en la movilidad, en el consumo energético, en la producción. Y necesita, como todo cambio, un nuevo discurso, una nueva pedagogía, una nueva gramática que no balbucee ante el futuro ni justifique los errores del pasado.

martes, 8 de diciembre de 2009

A Cataluña, desde Andalucía


Artículo publicado en El País
Lo sé. Hablar a favor de Cataluña está mal visto. En esa corriente profunda que nos arrastra se ha fraguado la idea de que las autonomías, y especialmente la de Cataluña, son un dispendio, un error o una amenaza. En el fango donde se depositan los viejos prejuicios crecen incluso nuevas formaciones políticas que visten de rosa el viejo sueño centralista. Incluso la mayoría que no comparte esta visión se limita a murmurar un tímido "no es eso, no es eso", a la manera en que Galileo acallaba su honradez científica ante el Tribunal de la Inquisición.
No hay nada más útil a la manipulación política que encontrar un enemigo, un territorio o un colectivo donde depositar nuestras responsabilidades y nuestros fracasos. El anticatalanismo se disfraza en Madrid de temor por la unidad de España y en Andalucía, de agravio comparativo.

Más de 100 artículos de los estatutos catalán y andaluz son prácticamente iguales. Nadie, sin embargo, ha dado explicaciones de la hipocresía que les permitió recurrir el Estatuto de Cataluña y votar idéntico texto en el caso de Andalucía. El PP recurrió al Tribunal Constitucional 126 disposiciones, de las cuales había votado afirmativamente 42 en el Estatuto andaluz. Por su parte, el Defensor del Pueblo estatal -tan ausente de los problemas sociales- presentó recurso, entre otros, al capítulo de derechos, con la esperpéntica interpretación de que "incluir un extenso listado de derechos y deberes" tenía la torva intención de "convertirlo en una Constitución bis". Durante la tramitación del Estatuto andaluz lo vimos por los pasillos del Congreso, huyendo a toda prisa de las periodistas andaluzas que le preguntaban si iba a recurrir también el capítulo de derechos sociales del Estatuto de Andalucía, que es más amplio que el catalán -tanto en su extensión como en su aplicación y garantías- y, por tanto, más inconstitucional.

Y es que lo que parece lógico, legítimo para otras comunidades resulta peligroso y escandaloso cuando se trata de Cataluña. Sin duda contribuyen a ello algunos nacionalismos integristas, ajenos a la solidaridad e instalados en el victimismo, pero en ningún caso todo un pueblo. No me hubiera alarmado que el Tribunal Constitucional estuviera sopesando la constitucionalidad o aplicabilidad de alguno de los artículos financieros del Estatuto catalán pero, al parecer, su debate versa sobre la identidad, símbolos y lengua.

¿A quién ofende el sentimiento de un pueblo? ¿Qué nos resta a los andaluces, y en general a los españoles, la definición de Cataluña como una nación? Peor todavía, ¿a quién ofende esa lengua hermosa, antigua y literaria, conservada y alimentada con primor durante siglos? Yo he visto llorar a una compañera en la Laboral de Zaragoza porque no la dejaban hablar catalán con su familia. Ahora lo llaman diglosia, antes persecución en estado puro. La enseñanza del inglés y de la lengua extranjera es obligatoria y a nadie se le ocurre hacer objeción de conciencia, pero se discute el aprendizaje del catalán como si se tratara de una lengua inventada por la Generalitat y no tuviera tantos siglos como el castellano, y una trayectoria literaria anterior y emocionante.

Las disposiciones sociales de la Constitución -el derecho a la vivienda, al trabajo, a la distribución equitativa de la renta...- se han convertido en papel mojado al considerarse derechos no exigibles. En este caso no se alertó de la peligrosa disolución del Estado social. Ahora, sin embargo, se agita el fantasma de la unidad de España, construida al parecer de una materia altamente soluble.

Alguien dijo que el Estatuto catalán era más que un estatuto. Y puede ser cierto. Será la medida de la flexibilidad de una Constitución, difícilmente consensuada y en cuya clave de bóveda las palabras democracia, libertad y autonomía se escribían juntas.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Te recuerdo, Victor Jara

Fue acribillado a balazos. Jugaron a la ruleta rusa con su cabeza. Lo torturaron y vejaron. Todo para apagar una voz única. Una voz de pueblo, de ingenuidad y esperanza. Pero sigue cantando. Desde ese estadio de la verguenza, contra la cara de los asesinos sin nombre, sobre los hombros de una juventud hermosa que abarrotaba las celdas de la dictadura chilena. Entre la anónima multitud que hoy te acompaña. Te recuerdo, Victor Jara

martes, 1 de diciembre de 2009

El perdón y la culpa

Sobre la "vieja costumbre española" de no pedir perdón por nada, he escrito esto en El País
En la calle principal de mi pueblo, en un lugar llamado popularmente la muralla, hay un bajorrelieve donde los niños quedábamos para iniciar nuestros juegos. Hasta hace pocos años no nos hemos dado cuenta de que esas figuras de piedra representan cinco cabezas degolladas de capitanes árabes con sus turbantes y mostachos. Tampoco éramos conscientes de que uno de nuestros insultos más habituales, "perro judío", tiene un fuerte significado antisemita. La proximidad, la familiaridad con la xenofobia torna a ésta invisible, como un objeto cotidiano en el que no reparas.
Sólo esta familiaridad con la exclusión explica el escándalo que ha levantado en ciertos sectores la iniciativa del diputado granadino José Antonio Pérez Tapias para reconocer la injusticia de la expulsión de los moriscos, su persecución, muerte y apropiación de sus bienes. Algunos reprochan que el Congreso de los Diputados dedique su tiempo a estos debates (¿quieren decir menudencias, insignificancias, antiguallas, detalles menores?); otros se han burlado abiertamente de la iniciativa; unos cuantos -más feroces aún- han emprendido cruzada contra ese revisionismo histórico que pone contra las cuerdas la historia de España; finalmente, el grupo más politizado considera esta iniciativa una extensión del revanchismo que según ellos acosa a la izquierda en nuestro país.
Y es que la desmemoria y la falta de arrepentimiento son consustanciales a la derecha española y a su particular configuración ideológica. En los países anglosajones es común la petición de perdón pública, la reparación de las víctimas, la creación de liturgias de arrepentimiento. A veces transcurren siglos, otras veces años, pero el reconocimiento de errores y de injusticias juega un papel de redención y de limpieza cíclica del conjunto de la sociedad. En las últimas semanas Australia y Gran Bretaña han pedido perdón por enviar al exilio a cerca de medio millón de niños que fueron víctimas de abusos y utilizados como mano de obra semi-esclava en las colonias. También recientemente, el gobierno de Canadá hizo lo mismo por más de un siglo de abusos contra sus aborígenes. Por su parte EE UU ha vuelto a pedir perdón a los afroamericanos por la segregación racial y las leyes discriminatorias después de ser abolido el esclavismo. Asimismo, cíclicamente, ofician ceremonias de perdón hacía los indios americanos. En cuanto a Alemania, tiene un ritual de redención y culpa por los crímenes del nazismo y especialmente por el holocausto judío.
Hay, sin embargo, dos estados que no reconocen sus culpas: el Vaticano y España. La Iglesia católica hizo una contrición general por "los errores de sus dos mil años de historia" y se absolvió a sí misma. El Estado español, por su parte, no reconoce culpas recientes ni pasadas. La guerra, la dictadura, la explotación colonial, la entrega cruel del Sáhara no han levantado ni una sola voz de perdón. Fray Bartolomé de las Casas envió hace siglos una carta al futuro sin que España acuse su recibo y reconozca, oficialmente, su violento y destructivo encuentro con América así como el trato animal que durante siglos concedió a los indígenas americanos. Sólo los judíos sefarditas han obtenido un tardío reconocimiento que no escoció tanto como esta pequeña disculpa a los moriscos, una gota de arrepentimiento frente a un océano de olvido y de injusticias. Menos mal que un pequeño ramillete de intelectuales e historiadores ofrecen las flores de la reconciliación que el Estado niega y que las víctimas aceptan como un modesto tributo.
Dicen los psicoanalistas que la petición de perdón nos ofrece la llave de los nuevos tiempos. Si es así, permaneceremos atados a la soberbia, a la culpa, al eterno retorno de la historia hasta que se rompa el maleficio de los siglos de olvido.

martes, 24 de noviembre de 2009

Gramática de la desigualdad



Este artículo publicado en El País, trata esta semana sobre la violencia de género y sus cómplices.

Nuestro inconsciente lee los textos a una velocidad de vértigo, modifica el mensaje en el trayecto y extrae conclusiones erróneas acordes con nuestros pensamientos más íntimos. La preparación cultural o intelectual no nos pone a salvo de esta operación manipuladora sino que incluso la torna más peligrosa porque la adorna con el prestigio del saber y el conocimiento.
El filósofo Enrique Lynch, en su artículo Revanchismo de género, publicado en este mismo diario, ha dado una muestra ideal de este retorcimiento del mensaje. Su artículo sólo sería uno más de la larga lista de lamentos por la pérdida de la supremacía masculina, si no estuviera revestido de una perversa analítica. Confiesa el autor su alarma ante la campaña contra la violencia de género en la que una joven -y en su opinión altanera muchacha, retengan el adjetivo-, afirma que: "De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será más que yo". De esta frase deduce que la mujer española tiene, o ha tenido, muchos hombres. No tiene en cuenta que el modo subjuntivo en el que está redactado el texto es una forma virtual de la lengua que expresa posibilidad y probabilidad. Más revelador es el significado sexual que el autor otorga a que un hombre "esté presente en la vida de una mujer", eludiendo por completo otras presencias masculinas como los padres, hermanos y amigos. Emerge, así, el fantasma de la libertad sexual de la mujer, convertida aquí en promiscuidad femenina, verdadera piedra de toque de la violencia de género.
Añade que al afirmar que "ningún hombre ha de ser más que una mujer", se está forzosamente proclamando que ha de ser menos o inferior, en función de no sé qué jerarquía elemental. Aquí aparece con claridad la gramática de la desigualdad, que se expresa con elipsis y supresiones, con temores y prejuicios. Olvida el autor (¿quizá no estudió gramática en su momento?) que entre la superioridad y la inferioridad hay un hermoso territorio llamado igualdad.
Para alcanzar las costas de esa tierra, cada año miles de mujeres cruzan a nado, o en la frágil patera de sus modestos sueños, un océano embravecido de obstáculos, sombras y fantasmas. Atraviesan un enorme mar de incomprensión y de silencios, de una mal llamada cultura milenaria de discriminación todavía alimentada por la pluma irónica de sesudos comentaristas que citan a Nietzsche y convierten en culpables a las víctimas. Sesenta y siete mujeres han muerto este año en esa costa de la muerte poblada de neomachistas de guante blanco que juegan con las palabras, bromean en los bares o teorizan sobre la maldad de las nuevas mujeres liberadas.
El tramo de edad con mayor número de víctimas no llega a los treinta años, lo que nos habla de la vitalidad de la violencia entre los hombres más jóvenes. Precisamente son estos los más vulnerables a estas nuevas teorías sobre el revanchismo de las mujeres y la provocación que supone su libertad sexual. Los pilares de esta nueva gramática de la desigualdad se están construyendo ahora aunque con materiales de derribo de la vieja filosofía sobre el resentimiento del débil y el revanchismo de las víctimas. Se escribe -como toda literatura de la desigualdad- faltando a la verdad, culpabilizando a los inocentes, construyendo eternos mitos de mantis religiosas devoradoras de hombres y esquilmadoras de su masculinidad.
En el momento del crimen, el asesino está solo con su puñal, con su pistola, la piedra o el martillo. Parece un delito solitario: su rencor y él, un ajuste de cuentas privado, un impulso irrefrenable. Pero no es así. Clava, golpea, dispara con toda la furia acumulada de sus cuentos infantiles, de sus héroes salvadores, de sus mitos destronados, con el convencimiento de que él no es el verdugo, sino la víctima de la libertad de las mujeres.